martes, 31 de mayo de 2022

IGOR BARRETO (Venezuela, 1952)
El Àrbol de Mango  

Para venir a poseerlo todo
no quieras poseer algo en nada.
San Juan De la Cruz

El árbol de mango
es inmortal
y no necesita de lo humano.
Forma umbríos claros
en lo denso del monte
y ahí perdura.
La palma
podrá sostener al mundo,
pero el mango
ha aceptado
la oscura llamada del bien.
Porque no quería tener
algo en nada
se ha ido:
más allá de las dunas azules,
entre madroños y píritus
de negra espina.
Allí
donde dos ríos se unen
como semblantes de soledad.

* Del libro: Tierranegra, Premio Concurso de Literatura Mención Poesía 1993, en Homenaje a Efraín Hurtado.
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sábado, 28 de mayo de 2022

Acacia melanoxylon en la lista negra, del narrador de historias

TOMÁS CASAL PITA
La Acacia Negra

La acacia negra (Acacia melanoxylon), es una planta exótica procedente de Australia y actualmente muy extendida en áreas costeras de Galicia, que pronto pasará a formar parte del Catálogo Español de Especies Invasoras, donde ya figura otra planta de la misma familia: la mimosa (Acacia dealbata) que está generando importantes problemas en las provincias de Ourense y Pontevedra. Según algunas fuentes, la acacia negra (a pesar del nombre su color es verde grisáceo) entrará en el listado, junto a la termita subterránea oriental y un tipo de alga asiática, que está causando problemas en el Estrecho de Gibraltar y zonas aledañas. 
     La tramitación ya ha superado el período de información pública del borrador de la orden que sumará estas especies al listado, por constituir una “amenaza grave para las especies autóctonas, los hábitats y los ecosistemas, la agronomía o para los recursos económicos asociados al uso del patrimonio natural”. La acacia negra tiene un notable impacto en Galicia, en donde su crecimiento está descontrolado en amplias superficies y donde aparece en zonas de suaves pendientes en altitudes inferiores a los 500 metros (lejos de las zonas de frío intenso en el invierno), y en zonas de importante valor natural, como el Parque Nacional de las Islas Atlánticas, pero es casi desconocida fuera de esta comunidad. 
     Se cree que la especie llegó a Europa alrededor de 1800, como planta ornamental y de producción forestal. En España fue introducida a finales del siglo XIX, siendo la primera cita de su naturalización en 1948. En algunos casos se sembró para fijar dunas y junto al eucalipto, para mejorar el rendimiento maderero de este árbol a través de la nitrificación del suelo. También hay constancia de su uso como cortafuegos, por retener la humedad y no arder con facilidad. Sin embargo los incendios incrementan su propagación, favorecida por la degradación de la cubierta vegetal y la expansión de las semillas. Pero sin duda, su principal método de expansión es por renuevos de raíz, que emite de forma exponencial cuando se corta el tallo principal, que puede llegar a 15 metros de altura. Las hojas liberan compuestos fenólicos que impiden la germinación y crecimiento de otras especies. En la actualidad, su crecimiento está descontrolado en amplias superficies de Galicia. Las fotos que acompañan este texto son todas hechas por mí, y en mi propiedad, donde la acacia continuará por el momento, a pesar de su inclusión en la lista.
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miércoles, 25 de mayo de 2022

ÉLISABETH CHOUVIN
Culto a los árboles, Etiopía 

Jardin d'Église en Ethiopie centrale
Journal d'agriculture traditionnelle et de botanique appliquée Année 1999 41-2 pp. 101-123
Tomado de Krapo arboricole

La pintura representa una escena de adoración de los espíritus de los árboles llamada adbar y practicada, aquí, por cristianos ortodoxos. Una mujer unge con mantequilla un árbol, mientras que un hombre derrama en su pie la sangre de una cabra sacrificada para la ocasión. Una repisa con café se coloca al pie del árbol, revelando la dimensión social y doméstica de este culto a los espíritus de protección, ya que el café está en el centro de muchas reuniones. Alrededor, preparan un banquete y lo degustan: carne, cerveza, café, pasteles de trigo, frijoles cocidos (nefro) están en el menú.

Culto a los espíritus protectores del árbol (adbar)

El jardín de la Iglesia en Etiopía Central - Los árboles-tumba

     Mientras algunos miembros de la comunidad han optado por la tumba de piedra, otros han elegido perpetuar la costumbre de recolectar una planta joven de olivo o enebro en un bosque cercano para plantarla en la tumba. Las piedras que forman la elíptica de las tumbas protegen a las plantas jóvenes. Esta práctica está en el origen de los grandes enebros y olivos que se observan actualmente. Se llaman mababer zaf, "árbol de la tumba" o hawelt, "estatua" o "estela funeraria". La mayoría son memoria de los notables de la parroquia que murieron durante las guerras entre el emperador Tewodros y Hayla Mālāqot, hijo del rey Sahlā Sellasé. Otros más antiguos se remontan a la época en que la iglesia se encontraba en la ladera.
      Estos árboles altos protegen el edificio de fuertes vientos. Investidos del espíritu de San Miguel y de Dios, también representan una protección simbólica contra los espíritus malignos. Su disposición no es el resultado de la casualidad. Los sacerdotes eligen la ubicación de las tumbas y dictan mediante esta acción el desarrollo del ased. Se decidió que los siguientes enterramientos se instalaran en la parte sur del territorio, desprovista de  árboles.
      Después del funeral, en varias ocasiones y durante siete años, la familia viene a orar ante la tumba e implorar la salvación del difunto. Los sacerdotes que dirigen las oraciones y los amigos son invitados a reunirse en uno de los pequeños refugios de madera construidos para este propósito. Es una ocasión para comer y beber juntos y para que la familia recuerde la ubicación de la tumba.
      Durante estos primeros años, los parientes del difunto se ocupan de limpiar el espacio que se les ha asignado, pero rápidamente esta actividad la ejerce otra persona. Es el "guardián del exterior", yàweçç zàbànna, también conocido como däbtära. Éste se encarga del mantenimiento de la vegetación del segundo recinto del ased. La tierra removida durante los entierros proporciona una buena tierra, que se echará al pie de varias plantas jóvenes. Recoger las ramas que se rompen y cortar los árboles muertos también es parte de las responsabilidades de este dâbtàra. La madera recogida se utiliza en el monasterio que se encuentra cerca, y también sirve para el alumbrado y para las fumigaciones.
     De ordinario, los fieles no tienen derecho a tales privilegios. Después de un ritual de exorcismo, aquellos que practicaron cultos a espíritus malignos simplemente pueden llegar a colgar de las ramas de los árboles-tumbas sus viejos objetos favoritos. La intervención directa en la vegetación del ased requiere, por otro lado, una cierta elevación espiritual. Es en un estado de pureza alcanzado por el ayuno y la oración, al final de una peregrinación, por ejemplo, que los fieles pueden recoger ciertas plantas. Los musgos o líquenes que crecen en viejos olivos y enebros, llamados "vestiduras de árbol", yäzaf lebs, son muy buscados para las fumigaciones realizadas como parte de los rituales de curación o purificación.
     Son ciertos miembros del clero los que tienen el esencial derecho de la recolección de las muestras tomadas en el segundo recinto del ased. Son sacerdotes, monjes y sobre todo däbtära. Además de las funciones que desempeñan en la iglesia, muchos de ellos son terapeutas y, para algunos, la actividad médica es la única fuente de ingresos. Asistidos por  miembros de su orden (el guardián de la iglesia y el del jardín), hacen del ased su reserva de plantas mágico-medicinales.
     Los sacerdotes y los däbtära buscan las plantas de sus preparaciones mágico-medicinales en los montículos de tierra que cubren las sepulturas. Las plantas útiles para su actividad deben provenir de lugares que el profano no conoce. El feligrés, por su parte, cree en la prohibición de consumir lo que ha crecido sobre los cuerpos descompuestos. Las plantas de däbtära están así bien protegidas.

      Desde la perspectiva del terapeuta, cada uno de los árboles, arbustos y plantas herbáceas en esta segundo recinto tiene un interés específico que justifica su conservación, y también la selección de especies que proporcionan los productos deseados. Las plantas que crecen en las tumbas fueron sembradas, plantadas o mantenidas cuando provenían de la flora espontánea. Teniendo en cuenta los árboles-tumba, estos también pueden ser objeto de muchos usos. Así los frutos de Podocarpus gracilior se extrae un aceite medicinal que nos ha sido señalado como la panacea para los males relacionados con los oídos (problemas auditivos, diversos dolores). El olivo es el árbol de la unción: de su madera se extrae un aceite sagrado que sólo unos pocos monjes especializados tienen el secreto de su elaboración. Alguna vez se usó para la consagración de reyes y emperadores y todavía se usa en la ordenación de religiosos. Se emplea también para la iluminación de las iglesias en oficios nocturnos. Finalmente la madera se utiliza para la fumigación en rituales de purificación o como una ofrenda dirigida a los espíritus.

Chouvin Élisabeth. Jardin d’Église en Ethiopie centrale. Journal d’agriculture traditionnelle et de botanique appliquée, 41ᵉ année, bulletin n°2,1999. pp. 110-112.
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domingo, 22 de mayo de 2022

Etiopía y sus escasos bosques

ALEJANDRA BORUNDA y fotografías de KIERAN DODDS
Los bosques de las iglesias protegen los frágiles paisajes de Etiopía

Sacerdotes, científicos y comunidades locales colaboran para salvar el cinco por ciento de los bosques que quedan en el norte de Etiopía
La iglesia Debre Mihret Arbiatu Ensesa, que se parece a un molinillo de colores desde arriba, está rodeado de árboles. Pero los campos secos y cálidos están a pocos pasos de distancia.

De niño, Alemayehu Wassie Eshete iba a la iglesia todos los domingos. Caminaba por carreteras de tierra seca entre campos de trigo en su provincia natal del norte de Etiopía. Al final del viaje le esperaba un premio: la entrada a otro mundo, literalmente.
     Las iglesias de la Iglesia Unitaria Ortodoxa Etíope —el grupo religioso dominante en Etiopía, con casi 50 millones de fieles— casi siempre se encontraban en bosques vitales y sombríos. Los bosques, según la creencia religiosa, eran como ropa que rodeaba la iglesia que albergaban en su núcleo, tan integrantes del espacio religioso como el mismo edificio eclesiástico. Wassie salía del cálido sol y entraba en un mundo hermoso y fresco, lleno de cantos de pájaros y plantas aromáticas, un pequeño punto caliente de biodiversidad y espiritualidad.
      «Desde una perspectiva ecológica, es como pasar del infierno al cielo», afirma. «Vas de los campos secos y cálidos al precioso bosque. Cualquiera puede verlo como algo solo hermoso, pero el bosque significa más. También es un lugar espiritual donde la naturaleza es perfecta y puedes rezarle a Dios». 

Un sacerdote vestido con túnicas ceremoniales frente a un mural de vivos colores en la iglesia de Robit Bahita, cerca de Bahir Dar.
     Pero cuando Wassie empezó a estudiar biología y ciencia en la escuela, se dio cuenta de que los bosques que amaba eran pocos y distantes. En la escuela, aprendió lo importante que eran los bosques para la salud ecológica de las diversas partes del mundo y se preguntó: ¿dónde están nuestros bosques, los del norte de Etiopía? ¿Por qué quedan tan pocos?.
     En el último siglo casi todos los bosques autóctonos de la provincia de Gondar del Sur han desaparecido. Los han talado para dejar espacio a campos de trigo y pastos, empresas agrícolas que sustentan el rápido crecimiento demográfico de la región. Con todo, aún quedan muchos de los bosques de las iglesias de Etiopía, protegidos por sus guardianes religiosos y las comunidades que los rodean. Estos son fragmentos diminutos de un pasado perdido y el núcleo de la esperanza de la conservación y la restauración futura.
Los campos cerca de la iglesia de Gebita Giyorgis invaden la franja de bosque eclesiástico.

El corazón de la Comunidad

     Las iglesias y los bosques que las envuelven han servido de núcleos para comunidades locales, partes integrantes de la vida religiosa y secular, desde el siglo IV d.C. Los bosques aportan una especie de «cobertura de respeto» para las iglesias y las riquezas que albergan. Se estima que algunos de ellos tienen 1.500 años de antigüedad: son islas diminutas y antiguas de hábitat histórico en un paisaje cambiado.
      A principios del siglo XX, se estima que un 40 por ciento de Etiopía estaba cubierto de árboles. Pero a lo largo del siglo pasado, con el aumento demográfico, la demanda de alimentos se disparó. Las hectáreas de bosque se vieron reemplazadas por campos agrícolas. Poco a poco, con el paso de décadas, la cantidad total de tierra cubierta de árboles disminuyó. Ahora se sitúa en torno al 4% del país. En Gondar del Sur, los fragmentos de bosque están separados en casi 1.500 franjas diminutas.
      Las franjas forestales restantes —lugares fundamentales para la biodiversidad— están amenazadas. Especies invasoras como el eucalipto, que son valiosas porque crecen rápido y sirven como leña, están entrando en algunas de ellas. El ganado, que vaga en los bosques sombríos y frescos, pisotea plantas jóvenes y daña árboles antiguos.

Defensores del bosque

     Al principio, Wassie centró su investigación en comprender qué vivía en los bosques y cómo podrían convertirse en lugares fundamentales para preservar lo que quedaba del hábitat forestal etíope restante. Como parte de sus estudios de doctorado, contó las diferentes especies de flora y fauna. También contó las semillas presentes en el suelo, lo que le revelaría qué bosques podían recuperarse y generar árboles nuevos en el futuro. Primero, midió si estaba germinando algún árbol nuevo y rastreó cómo el ganado estaba dañando el delicado sotobosque.

El santuario de la iglesia de Ural Kidane está decorado con pinturas narrativas ornamentadas muy elaboradas ante las que reza un sacerdote.

La multitud observa cómo devuelven una réplica del Arca de la Alianza a su santuario dentro de la iglesia al final del festival de Timket, iglesia en la que se celebra la Epifanía
     En algún momento, Wassie decidió que quería dedicar su energía a proteger los bosques, no solo a estudiarlos y ver cómo mermaban. Quería ayudar a las comunidades que amaban y respetaban los bosques a salvaguardarlos, restaurarlos y quizá, incluso, ampliarlos. Se había ganado la confianza de los sacerdotes y las comunidades que cuidaban de los bosques que estudiaba y se dio cuenta de que podía colaborar con ellos para conservar los espacios salvajes.

Dos mujeres caminan por el bosque de la iglesia de Betre Mariam cerca de Zege
    
Un sacerdote de la iglesia de Robit Bahita sostiene una cruz en el bosque.

     En una conferencia académica en México, Wassie conoció a Meg Lowman, una bióloga estadounidense, y captó su interés con su presentación acerca de los bosques de las iglesias. Lowman invitó a Wassie a visitar su laboratorio para hablar más del proyecto. Cuando llegó utilizó Google Earth para imprimir imágenes de los bosques de las iglesias desde arriba. Se les ocurrió que podrían colaborar para estudiar y conservar los bosques, Lowman tenía contactos en la comunidad científica estadounidense para respaldar la investigación y Wassie contaba con un amplio conocimiento de los bosques y había establecido relaciones con los sacerdotes que cuidaban de ellos. Wassie llevó a Lowman a Etiopía, donde organizaron un taller para más de 150 sacerdotes, muchos de los cuales caminaron durante días para asistir. Los científicos proyectaron las fotografías de Google Earth en una sábana y mostraron a los sacerdotes cómo habían mermado los bosques con el paso del tiempo.

Un joven novicio se apoya en un árbol que crece en el bosque que rodea la iglesia de Robit Bahita.

Un sacerdote de la iglesia de Robit Bahita, cerca de Bahir Dar, posa para un retrato.
     «Les apasionó desde el principio porque se consideraban guardianes de todas las criaturas de Dios», afirma Lowman. «Yo, como científica de conservación, creo que tenemos la responsabilidad de salvar la biodiversidad. Tenemos el mismo objetivo»

Construir una solución

      Los científicos decidieron con los sacerdotes que lo más eficaz y directo que podían hacer para preservar los bosques era construir muros bajos que demarcaran los bosques y evitasen la entrada de los animales.
     El año siguiente Wassie y Lowman habían recaudado el dinero suficiente para dar comienzo a la construcción. Descubrieron que esta sencilla solución resultó ser increíblemente eficaz. Cada vez más sacerdotes empezaron a pedir ayuda para construir sus propios muros.
     Ahora, unos pocos años después, el dúo científico ha ayudado a más de 20 comunidades a erigir muros alrededor de sus bosques y tienen una lista mucho más larga de lugares donde querrían construir más. En los lugares donde han construido muros, los bosques prosperan tanto que los sacerdotes han decidido ampliarlos para que los bosques puedan expandirse aún más. En los bosques de las iglesias intactos, la calidad del agua es mejor que en los campos circundantes, los plantones de árboles sobreviven mejor, y los polinizadores —importantes tanto para las especies de los bosques como para la agricultura que los rodea— abundan. 
Muchas iglesias han erigido muros que impiden que el ganado entre en los bosques. En esta foto, ha caído un gran árbol y ha dañado uno de esos muros. Una mujer que se dirige a la iglesia entra por el agujero creado por el árbol caído.
 
     «Nos dijeron que la mayor parte de los bosques habían quedado destruidos y parecía que no quedaba esperanza», afirma Wassie. Pero hay miles de bosques de iglesias repartidos por el paisaje y cada uno representa, para él, un alfiler de esperanza de la restauración futura. A continuación Wassie quiere averiguar cómo conectar algunas de esas motas de bosque para reconstruir una vasta red por toda la provincia, tarde lo que tarde. «Tenemos todas las piezas», afirma. «Tengo esperanza gracias a haber trabajado con los sacerdotes. Aunque las iglesias están presionadas, trabajan para proteger lo que tenemos. Podemos recuperar aún más».
 

Este artículo se publicó originalmente en inglés en nationalgeographic en 2019
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jueves, 19 de mayo de 2022

EL BOSQUE SUMERGIDO DEL LAGO KAINDY, Kazajistán

El Lago Kaindy (en kazajo, 'Қайыңды көлі', Qayıñdı köli, significa "abundancia de abedul") es un lago de 400 metros de largo en Kazajistán con una profundidad máxima de 30 m en algunas áreas. Está ubicado a 129 kilómetros dirección este-sudeste de la ciudad Almatý y a 2.000 metros sobre el nivel del mar.


Una de las teorías es la de que el lago fue creado como resultado de un enorme derrumbe de caliza, provocado por el terremoto de 1911 en Chon-Kemin. ​ Otra teoría dice que el terremoto tapó el desfiladero creando el pequeño lago sumergiendo el bosque. El camino hacia el Lago Kaindy tiene varias vistas panorámicas hacia el Cañón Saty, el Valle Chilik, y el Cañón Kaindy. El lago tambien es conocido como "Bosque hundido" debido a su aspecto surrealista. Desde su superficie turquesa, como mástiles de barcos hundidos, los troncos sumergidos de los árboles secos de Picea schrenkiana se elevan sobre la superficie.

    Los lagos Kolsay y el Kaindy son parte de un único parque natural nacional, establecido en 2007.
     Sorprende, como se aprecia en el vídeo, que la parte sumergida de los abetos conserve sus ramas, colgando de ellas rosarios de algas color esmeralda que cuelgan como estalactitas en las cuevas.
     Bucear aquí requiere preparación y trajes especiales, pues la temperatura del agua en verano no supera los 6º y el aire sólo llega a los 23º.


Información y fotos de Internet 
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lunes, 16 de mayo de 2022

"Acercando mimbre a mi padre, aprendí", la memoria del bosque

YURI MILLARES
José Correa, cestero en La Gomera: “Acercando mimbre a mi padre, aprendí”
José Correa
 

El barrio donde vive y trabaja Pepe Correa –como lo conocen sus vecinos– tiene sus casas en el cauce alto del barranco de Vallehermoso, en torno a una ermita consagrada a una virgen marinera como es Nuestra Señora del Carmen: se llama Ingenio, nombre con reminiscencias de la caña de azúcar que, sin duda, crecía en sus fértiles tierras siglos atrás. “Acercándome a mi padre para darle mimbre fui aprendiendo”, explica en la puerta de su taller, de sólidas paredes aunque, recuerda, “antes no trabajábamos como ahora, en un cuarto; trabajábamos en un barranco que hubiera apenas sombra, no había dónde meterse uno”. Como su padre, artesanía y agricultura (papas, millo, naranjas, manzanas, viña) han llenado una larga vida de laboriosa actividad en un pasado cercano más propicio a estas tareas.
      El mimbre crece en un estrecho y discreto cauce que conoce como barranco del Carmen, por el que se adentra caminando en el mismo borde por un sendero que permite ver las ranas saltar y esconderse en las charcas más hondas, en cuanto oyen pasos acercarse. El camino pasa junto a huertas de papas y, tras un paso estrecho, desciende con cuidado a sus mimbreras, que cuida y atiende para obtener de ellas la materia prima de, por ejemplo, grandes cestos de vendimia, con capacidad para 50 kilos de uva, que los agricultores de la isla le han comprado, tradicionalmente, durante décadas.

Ramas gruesas

      De los troncos de los mimbres corta las ramas más gruesas empleando unas tijeras de podar de gran tamaño; con otras más pequeñas corta las ramas más finas. La poda que realiza sirve tanto para coger varas, como para limpiar la mata y que siga dando buen material con el que trabajar. Y si se trata de plantar una nueva mimbrera, sólo tiene que enterrar una vara en la húmeda tierra: no tardará en echar raíces y ponerse a crecer. Las varas que corta para trabajar, en cambio, las lleva un poco más abajo en el mismo barranco, a un lugar más accesible que la enmarañada mimbrera. Aquí pone las varas, amarradas y de pie, en el agua que circula limpia y fresca. Cuando empiezan a aparecer raíces entre el agua y vuelven a retoñar las varas, José Correa las pela y traslada a su taller.
     Para cortar espera a los días del “menguante de febrero o de marzo. Aunque a la mimbrera no le pasa nada por cortarla en creciente (ella retoña igual), la mimbre no sirve: la que uno se lleva así se parte (para la parte de alrededor, a lo mejor se puede usar, pero para el remate y el asa no se puede, porque al retorcer se parte)”.

Negra, dura menos

     El mimbre que da forma a sus cestos lo pela, dura más y es más bonito. “Si es negra, la mimbre dura menos”, afirma, “es sin pelar y se pica más pronto”, añade. Él defiende las ventajas de sus cestos de vendimia o, más pequeños, los de fruta, frente a los baldes: “En la agricultura hace falta, porque usted va a coger un poco de fruta y, aunque esté mojada, la cesta bota el agua. En el balde no, se queda toda mojada y se arde más porque no le entra aire”. Conocedor del cada vez menor uso que la cestería tiene en la agricultura, con o sin baldes, le busca y ofrece otros usos: “Para maceta y que no se vea más que la flor, para revistero, para coger lapas”.

Trapo mojado

     Pepe Correa recuerda que antes, en los veranos, cuando la cesta que se está haciendo se pone “bronca”, había que humedecerla y “no había más que un trapo mojado o un saco”. Ahora tiene una “máquina” que la rocía con agua y vuelve a tenerla mojada para trabajar mejor.

1. En agua

Antes de empezar, hay que poner el mimbre sumergido en agua, para que se ablande. Si es mimbre negra, 12 a 15 días; si es mimbre blanca, basta de un día para otro. “Si, por casualidad, está haciendo una cesta y se va a quedar a medias, pone un poco mimbre y lo tapa con un saco, calienta agua en un caldero y se la bota encima: así se amorosa”.

2. La cruz y el fondo

Ya puesto a hacer una cesta, coloca unas varas entrecruzadas en el suelo formando una estrella. Es lo que llama “hacer la cruz” para preparar el “fondo”.

3. Arco para las paredes

Hecho el fondo, puede levantar las tiras radiales sobre las que tejerá las paredes. Pone un arco (aro de alambre) para sujetar el mimbre en la forma que tendrá la cesta y comienza a “levantar”.

4. Remate y asa

Para terminar, hace el “remate” (borde de la cesta), retorciendo y enlazando entre sí las varas que venían del fondo. Según las asas que lleva, deja algunas de esas mismas tiras del fondo que retuerce con este fin.

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viernes, 13 de mayo de 2022

Cestería con mimbre, la memoria del bosque

EUGENIO MONESMA MOLINER (Huesca, 1954)
Emilio, el maestro cestero. Elaboración con mimbre de cestas y otras piezas artesanales 


La localidad navarra de Peralta o Azcoien, perteneciente a la merindad de Olite, se ha consagrado como una de las cabeceras económicas de la zona. En el año 2009, de todos aquellos cesteros que daban fama a Peralta, solo quedaba en activo Emilio Jesús Castillo, quien a sus 81 años todavía seguía ejerciendo el oficio que aprendió en su familia.
     El mimbre es una fibra natural que se obtiene de un arbusto de la familia de los sauces (género Salix, principalmente S. viminalis, pero también S. fragilis y S. purpurea) y que se teje para crear muebles, cestos y otros objetos útiles. En el tejido se utiliza el tallo y las ramas de la planta, ya sea en todo su grosor para el marco o en lonjas cortadas longitudinalmente para el tejido propiamente tal.
     Desde la Edad Media y hasta el siglo XVIII se mantuvo la destreza en la cestería utilizando mimbre. Al comenzar el siglo XX el cultivo se desarrolló nuevamente con fuerza en toda Europa. En la actualidad existen muy pocos países dedicados al cultivo del mimbre y a la fabricación de cestos y muebles de esta fibra.
     A menudo se hace un marco de materiales más firmes, después se usa un material más flexible para rellenar el marco. El mimbre es ligero pero robusto, haciéndolo una ideal y poco costosa opción para muebles que serán movidos a menudo. Es habitualmente utilizado en la realización de muebles de patio y de pórtico.
     Existen referencias documentales del mimbre ya en el Antiguo Egipto. Ha sido propuesto que el uso extensivo de objetos de mimbre en la Edad del Hierro tuvo una influencia en el desarrollo de los patrones usados en el arte céltico. En tiempos más recientes su estética fue influida fuertemente por el Movimiento de Artes y Oficio a fines del siglo XX. 

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martes, 10 de mayo de 2022

JOSÉ LUIS NIEVES-ALDREY, Investigador científico del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC) 

Agallas de las plantas: ¿qué son y qué las produce?

Andricus kollari

Cualquiera que esté familiarizado con la naturaleza que nos rodea y sea amante de su observación en los paseos por nuestros campos y bosques conoce perfectamente que los frutos de los robles, encinas o alcornoques son las bellotas, y lo mismo ocurre con los escaramujos, los frutos rojizos que producen los rosales silvestres. Por eso, cuando en alguno de estos paseos se haya encontrado sobre dichas plantas extrañas formaciones de formas variadas, seguramente se habrá preguntado qué son y qué las produce, si no son frutos. La respuesta es que se trata de agallas vegetales, el resultado de una fascinante, compleja e íntima interacción entre la planta y un organismo inductor, que es casi siempre un insecto. Veamos como ocurre el proceso.
    
Una pequeña avispita, de apenas unos milímetros, se dispone a efectuar la puesta de sus huevos sobre una diminuta yema de un roble. Con el taladro de su ovopositor practica un orificio en el tejido de la planta e inocula los huevos hasta su interior; cuando los huevos eclosionan, una o varias larvas comienzan a alimentarse provocando una reacción profundamente compleja en los tejidos y fisiología de la planta que culmina en la formación de una agalla. La agalla no tiene una forma y estructura indiferenciada sino que está determinada específicamente por la especie de insecto que la induce, de modo que casi siempre el insecto se puede identificar por el tipo de agalla que produce: es decir, sólo provocará la formación de su agalla sobre un determinado tipo de planta y la agalla tendrá una forma y estructura muy reconocible para cada especie gallícola. La planta, que ha respondido a la acción del insecto, produce la agalla, pero es la larva de éste en su interior la que resulta beneficiada, al obtener alimento a través de la rica capa de tejido nutritivo que la rodea, además de protección frente a las condiciones ambientales y el ataque de predadores.

Andricus quercustozae verano
      Esta compleja interacción planta-animal que representa la formación de agallas, no es sino el resultado de la culminación, a través de sucesivas fases de complejidad, de una relación que ha surgido en la naturaleza muchas veces de modo independiente a lo largo de la historia evolutiva. De este modo hay muchos grupos de organismos capaces de inducir la formación de agallas en las plantas, desde algunos tipos de hongos, hasta ciertos ácaros, y dentro de los insectos, algunos coleópteros, lepidópteros, pulgones y psílidos forman agallas, pero los dos grandes grupos mayoritarios de insectos inductores de agallas son los mosquitos cecidómidos y las avispas inductoras de agallas, himenópteros de las familias Tenthredinidae y Cynipidae. Las especies de esta última familia, la de los cinípidos, de la que se conocen casi 140 especies en España y unas 1400 en todo el mundo, son responsables de la formación de las agallas morfológicamente más variadas y de mayor complejidad estructural de todo el amplio mundo de las agallas.
      Las agallas vegetales han llamado la atención del hombre desde antiguo, que las conocía y las recolectaba como remedios para algunas dolencias o enfermedades como diarreas, hemorroides o afecciones bucales, o para otros usos. Algunas de las agallas de los robles más comunes, sobre todo la agalla de Alepo de la región mediterránea, tienen alto contenido en taninos y por esta razón se han utilizado en el curtido de pieles y también en la fabricación de tinta. Se ha publicado que en las excavaciones efectuadas en Pompeya, sepultada por las cenizas del Vesubio, se encontraron restos de agallas de robles puestas a la venta en un mercado. Incluso se ha documentado el consumo para alimentación de ciertas agallas como las que produce una especie de cinípido sobre plantas de Salvia en el mediterráneo oriental, que son de fuerte y agradable aroma a limón.

Importancia ecológica 

      Las agallas vegetales tienen interés científico desde muchos puntos de vista, ya que en su formación ocurren procesos biológicos, fisiológicos, histológicos, genéticos y evolutivos, muy complejos y todavía mal comprendidos. Pero además tienen una gran importancia ecológica ya que representan un recurso que utilizan muchas otras especies para subsistir.

Baizongia pistaciae

     En este sentido, se puede hablar de la agalla como un ecosistema en miniatura del que dependen, además de la especie que induce la agalla, otras especies en distintos niveles tróficos: especies inquilinas, que viven en el tejido de la agalla, parasitoides e hiperparasitoides que viven a expensas de inductores e inquilinos, y un último nivel de sucesores que aprovechan la estructura de la agalla para albergarse o nidificar, entre los que se encuentran desde ciertas hormigas, avispas esfécidas, arañas, pequeños coleópteros y otras especies de insectos y ácaros. Todas estas especies están conectadas entre sí por medio de intrincadas redes tróficas, de ahí la importancia de este recurso como generadora de diversidad biológica y su importancia en conservación, ya que toda la red dependiente se vendría abajo si se eliminara el recurso que la sustenta.

Algunas especies llamativas y comunes en nuestros campos y bosques 

     En las especies de Quercus, quizás las más conocidas de todas sean las vulgarmente llamadas “bogallas” o “gallarones” en muchos de nuestras zonas rurales donde existen robledales o quejigares. Las causan dos especies de avispas de las agallas o cinípidos:

Diplolepis rosae

Andricus quercustozae (que produce la agalla más grande, reconocible por una corona de apéndice en la parte apical) y A. kollari, la especie productora de agallas esféricas más pequeñas, o “canicas” de los robles.  
     Estas dos especies pueden ser enormemente abundantes en ciertos años y en ciertas zonas, pudiéndose observar entonces árboles prácticamente cubiertos de agallas. Pero además de estas especies nuestros robles, encinas y alcornoques albergan muchas otras especies de cinípidos, formadores de agallas muy variadas en prácticamente cualquier órgano de la planta, desde las raíces hasta las partes aéreas, y en éstas, en yemas, ramitas, hojas, flores o frutos.

El peculiar ciclo biológico de las avispas de las agallas de los robles

      Las avispas de las agallas de los robles, que son las evolutivamente más complejas, poseen un interés añadido en virtud del peculiar ciclo biológico que presentan. Se trata de un ciclo con alternancia obligatoria de dos generaciones morfológicamente diferentes, una sexual compuesta de machos y hembras que se reproducen por vía sexual normal, y otra asexual integrada tan solo por hembras que se reproducen por partenogénesis. Estas dos generaciones además de diferenciarse entre sí, a veces profundamente, en las características morfológicas de los insectos, se distinguen por la morfología de las agallas que originan, ya que éstas son siempre distintas en las dos generaciones, aparte de que están por lo general situadas sobre diferentes órganos de la planta.

Pontania proxima

     Para comprender mejor este ciclo biológico podemos poner de ejemplo la especie Neuroterus quercusbaccarum que es relativamente frecuente en nuestros robles. Las agallas de la generación sexual son de forma esférica y aparecen en primavera sobre las hojas y los amentos. A finales de primavera comienza la emergencia de los insectos, machos y hembras, que están provistos de alas. Después de fecundadas, las hembras efectúan la puesta en las hojas comenzando la formación de otras agallas distintas, esta vez de forma lenticular, que comienzan a ser visibles en el envés de las hojas al final del verano y están plenamente desarrolladas en otoño. Estas agallas lenticulares caen al suelo al tiempo que las hojas y permanecen en el suelo todo el invierno. A finales del invierno o comienzos de primavera del siguiente año comienza a emerger de estas agallas otra generación que está formada sólo por hembras, que después de poner sus huevos sobre nuevas yemas vegetativas o florales producirán la aparición nuevamente de las agallas esféricas de la generación sexual, completando así un ciclo denominado heterogónico.

Agallas comunes en otras plantas

Neuroterus quercusbaccarum sexual

      En los rosales silvestres es frecuente la agalla conocida como “bedeguar” del rosal, también producida por un cinípido: Diplolepis rosae; esta agalla es grande, formando una masa cubierta de ramificaciones pelosas a modo de cabellera, por lo que no pasan desapercibidas.
En los sauces de nuestro ríos y riberas es fácil ver muchos tipos de agallas en las ramitas y en las hojas, inducidas por diversas especies de avispas porta-sierra (unos himenópteros de la familia Tenthredinidae) y de dípteros cecidómidos. Una de las más comunes son las de forma de habichuela inducidas por Pontania proxima en las hojas de las mimbreras.
      La cornicabra, un arbusto del género Pistacia, es atacada por muchas especies de pulgones que forman agallas. De las más llamativas son las de forma de cuerno de cabra inducidas por la especie Baizongia pistaciae y que dan nombre vulgar a la planta.
      Muchos otros árboles, arbustos y plantas herbáceas de nuestra flora presentan agallas inducidas por insectos, ácaros u hongos. Algunas son más o menos llamativas, pero la mayoría pasan desapercibidas por su pequeño tamaño o formarse en plantas o en órganos de las mismas que no son comunes o no son fácilmente observables. Su estudio y catalogación en nuestro país dista mucho de estar completado a pesar de ofrecer numerosos alicientes científicos.

Neuroterus quercusbaccarum asexual

(*) José Luis Nieves-Aldrey trabaja en taxonomía, biología y ecología de insectos himenópteros y, desde hace muchos años, especialmente en el estudio de las cecidias o agallas vegetales. (Todas las fotos: Jose Luis Nieves-Aldrey ©). 
Esta entrada tiene el permiso del autor

Descubrimiento de la agalla y ciclo biológico de Neaylax versicolor (Nieves-Aldrey) (Hymenoptera, Cynipidae): primer registro de un cinípido asociado a plantas papaveráceas del género Fumaria
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sábado, 7 de mayo de 2022

Una picea de Sitka en la playa, del narrador de historias

TOMÁS CASAL PITA
En la playa de Kalaloch, estado de Washington, EE.UU.
      Las fotos de este árbol son de las que circulan por Internet, usadas como salvapantallas, y en listas de arboles milagrosos y cosas así; en ocasiones mezcladas con dibujos y fantasías varias y casi siempre tratadas con poco rigor. Casi todos la hemos visto en alguna ocasión, pero pocos sabrán algo de ella. 
     La imagen es real, se trata de un árbol que crece a la orilla del mar, en un pequeño acantilado de terreno blando, sobre una playa. A la poca consistencia del terreno, hay que unirle que nació sobre un pequeño afloramiento de agua que ayudó a ir lavándole el terreno bajo los pies y haciendo hueco para la entrada del agua del mar con ocasión de los grandes temporales que periódicamente afectan la zona. 
     La playa se llama Kalaloch (abajo en el mapa) y está dentro del denominado Parque Nacional Olímpico, en la costa del Pacífico en el estado de Washington en EEUU, y muy próxima a la frontera con Canadá. Durante años fue una zona muy remota, a la que era muy difícil llegar, pero en la actualidad tiene muy próximos una serie de hoteles, a los que se llega por la antigua Autopista Olympic Loop (hoy Autopista 101) y un acceso a la playa muy cerca del árbol para favorecer el turismo. El árbol, pese a que se suelen referir a él como abeto, en realidad es una pícea de Sitka (Picea sitchensis), una conífera que suele andar entre 50-70 m de altura. Es originaria de la costa oeste de América, desde el norte de California hasta Alaska, pero sólo en los 80 Km de la franja costera.
     La posición inestable del árbol, sujeto sólo por las raíces laterales, que deben sufrir una tensión enorme, ha supuesto una fuente de ingresos para la zona. No tiene un nombre oficial y se le denomina “el árbol de Kalaloch”, aunque también han dado en llamarle “el árbol de la vida”, supuestamente porque sólo por la magia se explicaría su supervivencia. Dejemos a los americanos con su turismo y que cada cual crea lo que quiera.
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martes, 3 de mayo de 2022

Un producto del árbol, el ámbar

ÁMBAR

El ámbar, succino o succinita (del latín succinum) -sólido amorfo-, es resina fosilizada de origen vegetal, proveniente principalmente de restos de coníferas y algunas angiospermas. Etimológicamente su nombre proviene del árabe عنبر, ámbar 'lo que flota en el mar', aunque originalmente se refería al ámbar gris, secreción biliar de los intestinos del cachalote. Presenta color naranja amarronado, aunque existen variedades amarillas, tono miel y verdosas. Puede ser transparente o translúcido. Está considerada como piedra semipreciosa, muy apreciada por su color y belleza natural desde el Neolítico. El ámbar es utilizado en joyería y como agente curativo en la medicina popular.
     Existen cinco clases de ámbar, definidas en base a sus componentes químicos. Su composición varía dependiendo del árbol del que proviene, aunque todos tienen terpenos, compuestos que son comunes en las resinas endurecidas.
    
En origen fue la resina de los árboles, fluido suave y pegajoso que fluye de los árboles, a veces envolviendo al caer, animales, plantas y demás desechos orgánicos o minerales. Los árboles producen la resina como una protección contra enfermedades e infestaciones de agentes externos (insectos, bacterias u hongos). Se endurece en zonas deltaicas de ríos, por polimerización en el interior de rocas arcillosas o arenosas y algunas veces calizas, asociadas, generalmente, a mucha materia orgánica, conservándose en su interior durante millones de años.
     En Europa el ámbar se formó a partir de la resina del Pinus succinifera y en América proviene de la leguminosa Hymenaea courbaril, conocida en Chiapas (México) como guapinol, y en Nicaragua, Cuba y República Dominicana como algarrobo, perteneciente al período geológico terciario.
     El primer lugar que se tiene registrado como fuente original del ámbar es la región del mar Báltico. La pieza de ámbar más antigua trabajada por el hombre data de hace 30.000 años y se encontró en Hannover, Alemania. En España está presente desde el Solutrense, Cueva de Altamira. En Europa se encuentra ámbar en España, Francia, Lituania, Polonia, Alemania, Letonia y Rusia, y en América Latina se encuentra en México, República Dominicana, Nicaragua y Colombia.

     En la Antigüedad se pensaba que el ámbar poseía propiedades místicas o mágicas, siendo utilizado por muchas culturas como un talismán o remedio medicinal. En Chiapas el ámbar aún se usa para proteger a los niños contra el «mal de ojo». Los griegos se percataron de sus propiedades eléctricas producidas al frotar el ámbar con paños, de ahí la etimología de la palabra electricidad que viene del griego ἤλεκτρον (élektron) que quiere decir ámbar.
     Hace 3000 a. C. el ámbar del Báltico ya era cambiado por las mercancías de la Europa meridional dando lugar a rutas de comercio que cruzaban Europa y terminaban en el lejano Oriente. Alrededor de 58 d. C., el emperador romano Nerón envió a un emisario romano en busca de este "oro del norte", regresando a Roma con cientos de libras.
     Aunque el ámbar se halla por todo el planeta, sólo existen veinte regiones susceptibles de explotación minera rentable. En la actualidad la mayor parte se extrae de la región báltica de Europa Oriental, la República Dominicana y en algunos estados de México.

Composición y formación
     El ámbar es heterogéneo en su composición, pero consta de varios cuerpos resinosos más o menos solubles en alcohol, éter y cloroformo, asociados a una sustancia bituminosa insoluble. El ámbar es una macromolécula por polimerización por radicales libres de varios precursores de la familia labdano. Estos labdanos son diterpenos (C20H32) y trienos, que equipan al esqueleto orgánico con tres grupos alqueno para la polimerización. A medida que el ámbar madura a lo largo de los años, se produce una mayor polimerización, así como reacciones de isomerización, reticulación y ciclación.
     Calentado a más de 200 °C (392 °F), el ámbar se descompone, produciendo un aceite de ámbar, y dejando un residuo negro que se conoce como «colofonia ámbar» o «tono ámbar»; cuando se disuelve en aceite de trementina o en aceite de linaza, este forma el «barniz de ámbar» o «laca de ámbar». 

     La polimerización molecular, que resulta de las altas presiones y temperaturas producidas por el sedimento suprayacente, transforma la resina primero en copal, etapa intermedia entre la resina y el ámbar. El calor y la presión sostenidos eliminan los terpenos y producen la formación de ámbar.
     Para que esto suceda, la resina debe ser resistente a la descomposición. Muchos árboles producen resina, pero en la mayoría de los casos este depósito se descompone por procesos físicos y biológicos. La exposición a la luz solar, la lluvia, los microorganismos (como las bacterias y los hongos) y las temperaturas extremas tienden a desintegrar la resina. Para que la resina sobreviva lo suficiente como para volverse ámbar, debe ser resistente a tales fuerzas o producirse en condicones que las excluyan.

Origen botánico
     Las resinas fósiles de Europa se dividen en dos categorías, la famosa ámbar del Báltico y otra que se asemeja al grupo Agathis. Las resinas fósiles de América y África están estrechamente relacionadas con el género moderno Hymenaea, mientras que se cree que el ámbar Báltico son resinas fósiles de plantas de la familia Sciadopityaceae que solían vivir en el norte de Europa. 

Atributos físicos
     La mayoría del ámbar tiene una dureza entre 2.0 y 2.5, un índice de refracción de 1.5-1.6, un punto de fusión de 250-300 °C y una gravedad específica entre 1.06 y 1.10. En el fondo del mar Báltico se encuentran grandes reservas de ámbar. Este mar tiene una salinidad de entre 6 y 18 gramos por litro, muy por debajo de los 35 gr del Atlántico, es pues agua salobre. Después de grandes tormentas, cuando las olas han removido el fondo, se puede encontrar en las playas y en la superficie de aguas poco profundas.

Inclusiones
     Los efluvios de resina en los árboles (succinosis) puede originar la formación de ámbar. Las impurezas están presentes, especialmente cuando la resina cae al suelo, por lo que el material puede ser inútil, excepto para la fabricación de barniz.
     La inclusión de ciertas sustancias puede hacer que el ámbar tenga un color inesperado. Las piritas pueden dar un color azulado. El ámbar huesudo debe su opacidad nublada a numerosas burbujas pequeñas dentro de la resina. Sin embargo, el llamado ámbar negro es en realidad solo un tipo de reacción.

     En muchas ocasiones, la resina, al escurrir sobre la corteza de troncos y ramas, llegó a atrapar burbujas de aire, gotas de agua, partículas de polvo, o pequeños seres vivos como plantas (orquídeas, musgos, líquenes, semillas y un sinfín de flores diminutas), hongos, insectos (hormigas, mosquitos, abejas, termitas, mariposas o libélulas), arañas, escorpiones, gusanos e incluso pequeños vertebrados, como lagartijas o ranas, que quedaron preservados como inclusiones fósiles deshidratadas, pero sin el encogimiento que normalmente causan las deshidrataciones, conservándose de tal forma que parte de su estructura celular y hasta fragmentos de su ADN pueden encontrarse en la actualidad.
      Estas inclusiones agregan no solo belleza a una pieza de ámbar, sino una gran cantidad de información de suma importancia para los científicos, pues de esta manera se tiene conocimiento de la vida de hace millones de años, disponiendo, incluso, de especies ya desaparecidas. Existen muestras de ámbar de gran valor desde el punto de vista paleoambiental, lo que permite que científicos reconstruyan un modelo de un ecosistema de hace milenios. El tamaño, el tipo de espécimen, su visibilidad, la cantidad y hasta la posición son factores importantes que intervienen en la evaluación de una inclusión.


La Cámara de Ámbar en el Palacio de Catalina es un ejemplo de la utilización extrema para decoración. Ver la historia de la Cámara de Ambar.

Fotos e Información de Internet

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