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3/10/2020




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      El árbol nacional de Colombia está en riesgo. Con el acuerdo de paz firmado entre el gobierno y las Farc, los científicos han redescubierto (y salvan) zonas de palma antes prohibidas.
      En 1991, Rodrigo Bernal, un botánico especializado en palmas, iba conduciendo por la cuenca del río Tochecito —un cañón apartado en la montaña de la zona central de Colombia— cuando tuvo un mal presentimiento.

     Junto a Bernal iban dos expertos en palmas: su esposa, la botánica Gloria Galeano, quien trabajaba con él en la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá, y Andrew Henderson, quien estaba de visita y trabaja en el Jardín Botánico de Nueva York. Estaban en busca de la palma de cera del Quindío, la palma más alta del mundo.
Desde hace mucho tiempo, las palmas de cera han fascinado a los exploradores y a los botánicos por su altura impresionante, algunas llegan a medir hasta setenta metros. Hasta que se descubrieron las secoyas gigantes de California, en Estados Unidos, se creía que las palmas de cera eran los árboles más grandes del planeta. Una capa gruesa de cera recubre su tronco, algo que no se observa en otras palmas, y habitan donde no deberían vivir las palmas: en las laderas frías de los Andes a una elevación de más de 3000 metros de altura. Esto ha hecho que sea muy difícil su recolección y estudio. “Eran unas palmas emblemáticas enormes de las que no se sabía mucho”, dijo Henderson hace poco.
      La palma del Quindío —la especie que predomina en Colombia— fue designada como el árbol nacional del país en 1985, pero ese reconocimiento no implicó que se le brindara una gran protección. En un artículo tras otro, Bernal y Galeano advirtieron que las palmas de cera estaban en peligro. Muchas quedaron abandonadas en pastizales y campos de hortalizas, vestigios de un pasado boscoso. Ese tipo de palmas no pueden reproducirse fuera de algún bosque, ya que sus plántulas mueren si les da de lleno el sol o son devoradas por vacas y cerdos.

      En el lugar más grande de palmas conocido en Colombia, solo quedan unas cuantas miles de ellas. Pero los científicos habían escuchado que existían muchas más escondidas en la cuenca del río Tochecito, por lo que, si ese rumor era cierto, este era el bosque más grande de palmas de cera del mundo. El problema es que nadie podía llegar a ese lugar con seguridad.
     Al entrar al cañón, Bernal supo que estaba controlado por guerrillas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc). Como científico de campo acostumbrado a trabajar en los rincones más anárquicos del país, ya se había encontrado con grupos armados en el pasado y había logrado salir ileso. Pero ahora, con Henderson en el auto —un extranjero que puede ser un blanco fácil para el secuestro—, estar aislados se volvió aterrador. “Me fui en reversa tan rápido, que el auto se dañó”, recordó.
      Pero se habían internado lo suficiente como para ver y fotografiar lugares exuberantes de palmas que caían de las cimas de las montañas como en cascada y sus troncos pálidos cubiertos de cera se alargaban como fósforos desde el sotobosque oscuro. Era el mismo paisaje que había contemplado en 1801 Alexander von Humboldt, el explorador alemán. Humboldt describió el espectáculo como uno de los más conmovedores de todos sus viajes: “El bosque sobre el bosque, donde las palmas altas y esbeltas penetran el velo frondoso que las rodea”.
     Bernal decidió que, si no podían estudiar las palmas de Tochecito, tendría que olvidarse de ellas, “borrarlas de mi mente”. El conflicto de Colombia tenía la peculiaridad de convertir ciertos lugares en zonas tan prohibidas que debían ser olvidadas, quedaban como espacios en blanco en los mapas y en la mente de las personas.
      Para sorpresa de los científicos, pudieron regresar a Tochecito en 2012, después de que el ejército colombiano expulsó a las Farc. Ya sin las guerrillas, descubrieron que los últimos lugares de palmas de cera se enfrentaban a nuevas amenazas. Ahora, Bernal y sus colegas están intentando salvar las palmas y estudiarlas al mismo tiempo.


“Un lugar al que no se podía ir” 
 
     Para cuando Tochecito se volvió un lugar seguro para las visitas, los científicos tenían una nueva colaboradora: María José Sanín, ahora botánica de la Universidad CES en Medellín. Para Sanín, de una generación más joven que la de sus maestros, Tochecito no había sido más que una fotografía seductora que tomaron de prisa en su viaje frustrado de 1991. “Siempre me lo describieron como un lugar al que no se podía ir”, dijo.
     Casi todo lo que se sabe sobre las palmas de cera es gracias a Bernal, Galeano y Sanín, quienes colaboraban entre sí o con investigadores externos. Galeano murió de cáncer en 2016; desde entonces, el equipo de investigación, que solía ser de tres personas, ha sido, en buena medida, un dúo.
      Pese a todo lo que Bernal y Sanín han contribuido a la ciencia de la palma de cera, conservarla sigue siendo una meta inasible.

      El único santuario de palma de cera establecido en Colombia está cerca de Jardín, un pueblo en la zona cafetera. Está administrado por un grupo de conservadores de aves cuya meta es proteger al loro orejiamarillo en peligro de extinción, una especie que anida en los troncos de la palma de cera. El problema es que las palmas deben estar muertas.

     “Esa población de palmas es vieja y muere de manera masiva”, señaló Sanín. “Así que eso es bueno para los loros y los observadores de aves, pero terrible para los botánicos”.
      En 2012, los científicos emprendieron una iniciativa para proteger cerca de dos mil palmas de cera cerca de Salento, un pueblo muy visitado por los turistas, pero ahí también hay mucho ganado pastando y existe la amenaza constante de la minería. Lograron que, por poco tiempo, se convirtiera en una causa célebre. Pero su detallado plan de conservación no despertó mucho interés entre las autoridades locales y los terratenientes.
      Pronto volcaron sus esfuerzos al recientemente accesible Tochecito, donde había aproximadamente medio millón de palmas que crecían en tierras privadas y menos propietarios que convencer. El valle se había salvado de la expansión del pastoreo y la minería que muy probablemente habría ocurrido si las Farc no lo hubieran aislado durante tanto tiempo.
      En 2016, unos 13.000 miembros de las Farc se desmovilizaron después de firmar un acuerdo de paz con el gobierno colombiano. Pese a que otros grupos armados, incluyendo algunos formados por disidentes de las Farc, siguen siendo una amenaza, el acuerdo abrió el acceso a extensiones enteras del país para la agricultura, la minería y la conservación, y cada bando compite por tener prioridad.
      Ese año, Bernal y Sanín propusieron un santuario de palmas auspiciado por el gobierno que protegiera las 8300 hectáreas de la cuenca del río. Pero tras dieciocho meses de “reuniones en Bogotá, con los propietarios y con el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible”, comentó Bernal, casi todos los terratenientes de Tochecito se retiraron de la mesa de negociaciones, pues sentían que sus actividades se verían demasiado limitadas.
      Las vacas no son la única amenaza para las palmas; una empresa sudafricana quiere hacer una mina de oro colosal a cielo abierto al otro lado del valle. Un referendo local frenó el proyecto en 2017, pero muchas personas dudan que pueda resistir las impugnaciones legales, en especial por los grandes recursos económicos de la empresa y el apoyo del gobierno nacional de Colombia. 


Bienvenidos los turistas
      En años recientes, grandes cantidades de comunidades rurales de Colombia han rechazado la minería a gran escala y han optado por la agricultura y, cada vez más, por el turismo.
      Bernal comentó que en los primeros años de su regreso a Tochecito no vio visitantes. La carretera que pasa por ahí no aparecía en los mapas digitales, pues estaba prohibido el paso debido a las guerrillas; había quedado en el olvido.
      Ahora hay camionetas todoterreno llenas de jóvenes aventureros, la mayoría europeos, que transitan por este camino todos los días. Proveedores de la industria del ciclismo llevan a los clientes con sus bicicletas a una granja ubicada en la cima de la colina para que puedan disfrutar de los espectaculares paisajes del bosque mientras descienden.


      En una mañana nublada de agosto, Michael Pahle y Teresa Lüdde, de Berlín, tomaron un descanso sobre el césped de un risco y admiraron una ladera con palmas como parte de su excursión en bicicleta. Posteriormente, Pahle dijo que pensaba que, en comparación con estas, las palmas más famosas de Salento parecían “algo más dispersas y tristes”.
      Algunos terratenientes han convertido sus propiedades en reservas de palma de cera. Uno cobra una pequeña cuota de admisión de 1,50 dólares para que los visitantes admiren el paisaje y tomen refrigerios. Otro está deshaciéndose gradualmente de su ganado y recibiendo a turistas e investigadores.
      Aun así, el fantasma de la minería nunca está lejos. Mientras los científicos salían del valle, Sanín observó agujeros hechos por una retroexcavadora en la alta orilla de tierra que flanquea el camino: evidencia de una exploración reciente.

      Bernal mencionó que cree que la esperanza más viable para Tochecito es comprar tierras para establecer una cadena contigua de santuarios privados. Solo dos grandes tramos albergan una cuarta parte de las palmas, afirmó. Si hubiera cuatro, se podría salvar la mayor parte del bosque.
      Detuvo su auto brevemente en la base del valle, donde solía estar el campamento de las Farc. Prácticamente no quedaba nada, solo vestigios de un jardín que las guerrillas solían cuidar en un claro que usaban como salón de baile
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 Photographs and Video by

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10/01/2018

VANESA RESTREPO
La historia de Medellín en árboles, Colombia
Árboles de Antioquia, en "El Colombiano"
Actualidad Arbórea en Medellín y Antioquia
Ceiba, plaza San Ignacio, 1890
      Unos 199 años tiene el árbol más viejo de Medellín. Es una ceiba cuyas ramas dan algo de sombra en el mar de cemento que hoy es la avenida La Playa. Según Mauricio Jaramillo Vásquez, ingeniero forestal e investigador, fue traída desde el cañón del río Cauca por Gabriel Echeverri Escobar, uno de esos primeros “paisas pujantes” que tuvo negocios en la construcción y el comercio.
      Se dice que fue sembrado junto con otra decena de ceibas y varias palmas de vino que se extendieron por toda la carrera Junín hasta la calle Girardot. Pero con los años desaparecieron y hoy queda ese único ejemplar, fuerte y saludable, en estrecho separador.
      La misma suerte corrió un gualanday sembrado hace 147 años. A su alrededor había otros 12 ejemplares similares que estaban alternados, a lado y lado de la vía, con guayacanes rosados y amarillos. La zona se conocía como el paseo Buenos Aires e iba desde la carrera 39 hasta la 41.

      “Esos árboles vieron llegar y marcharse al primer tranvía de Medellín, pero solo uno resistió para ver el nuevo tranvía”, dice Jaramillo.

Buscando el patrimonio
      ¿Cuántos árboles cargados de historia hay en Medellín?
      Esa fue la pregunta que se planteó un equipo de ingenieros y biólogos liderados por Lucenit Solano, funcionaria de la Secretaría de Medio Ambiente. Ellos tienen la misión de identificar, catalogar, evaluar e inventariar los árboles de Medellín para lograr el sueño de declararlos patrimonio cultural arbóreo de la ciudad.
      “No se trata solo de los más grandes o exóticos. El valor patrimonial lo da la gente, la memoria, la historia. Puede ser un chamizo, pero si alrededor se creó un barrio, tenemos un elemento de valor”, cuenta.
      El proyecto empezó con 252 árboles en 2016, y para la fecha ya se han identificado 606. La meta es que entre 2018 y 2019 esté listo el decreto que los consolida como bienes de interés cultural.
      Solano explica que los árboles se clasifican según cuatro valores: histórico, paisajístico, simbólico o ecológico. “Un árbol puede tener uno o varios valores. Y para identificarlo consultamos desde contratos de siembra de 1912, hasta revistas, periódicos y los testimonios de 700 adultos mayores de los barrios”, dijo.
      La figura de patrimonio, detalla, permitirá que los árboles estén blindados ante amenazas como la tala, pero también que la ciudad tenga otros elementos para mostrar. “Lo que más impresiona a los extranjeros de Medellín es su verde. ¿Se imagina una ruta turística con estos árboles y la historia de la ciudad?”, señala Solano.
      Una de las postales antiguas de Medellín tiene a la calle Ayacucho como protagonista. Allí, en medio de un par de casas campesinas, se ve un “túnel verde” de gualandayes y guayacanes rosados.

Gualanday, Tranvía Ayacucho (1865 – 1875)
     De todos ellos solo queda este individuo, que sobrevive dándole sombra a una de las catenarias del nuevo tranvía de Ayacucho, el segundo que ve en su vida (el primero llegó en 1921 y se fue 30 años después).
     A su lado hay almacenes y edificios, mucho cemento y poco verde. “Muchos proyectos constructivos han pretendido talar el árbol, porque además es el único de la calle. Pero ese árbol llegó primero que todos, tenemos que cuidarlo”, dice Mauricio Jaramillo, investigador.
      Y aunque al lado del gualanday hay una placa donde dice que el árbol fue sembrado entre 1865 y 1875, pocos vecinos lo miran. “Hasta ahora me entero que era tan viejo”, dice José Restrepo.

Algarrobo, barrio San Pablo (1890)
      Justo al lado del zoológico Santa Fe hay un algarrobo que hoy se apoya en “muletas” de metal. Mauricio Jaramillo cuenta que el algarrobo perteneció, a finales del siglo XIX, a una finca de maíz y algodón. Rafael Ramírez, dueño de la droguería San Pablo, recuerda que de niño esa finca tenía un lago, animales y el árbol grande. Él lo veía cada fin de semana cuando iba de La América al hipódromo San Fernando (cerca a la estación Ayurá). Luego la finca se dividió y nació el barrio. “De allí salieron algunos sicarios que pusieron una virgen y le prendían velas incluso dentro de la madera, porque decían que era milagrosa”, agregó Jaramillo. Lucenit Solano reconoció que esta fue una de las recuperaciones más difíciles. “Hicimos concertación con la comunidad para sacar la virgen, que hoy está al lado. Aunque el árbol estaba listo para talar logramos salvarlo y ya es un emblema”.
Piñón de oreja, Robledo (1875 – 1880)
     En la loma que lleva al parque de Robledo, en toda la curva, un piñón de oreja le da sombra a los vecinos. En la salsamentaria Buser, Raúl Restrepo -que vive hace 30 años en el barrio- recuerda a “Bandido”, uno de los hombres que participó en la construcción de la que fuera la fonda más antigua de Medellín. “Él vivió más de 100 años, no me acuerdo cómo se llamaba. Pero nos decía que cuando llegó a poner el techo de El Jordán, el árbol ya llevaba 15 años ahí”, dijo.
      Con el declive de la fonda, el árbol también cayó en desgracia: cada semana había por lo menos un carro estrellado contra su tronco y los vecinos lo cogieron de basurero. Hace unos 6 años lo rescataron: la Alcaldía le instaló unas “muletas” metálicas para prevenir su inclinación, se hizo una limpieza de la zona y Eugenia Pérez, vecina, se comprometió a sembrar flores y otras plantas cerca. Su hija Adriana dice que el árbol fue adoptado.
      La plazuela San Ignacio es -junto con el parque de Bolívar- la zona de Medellín que conserva los árboles con más historia de la ciudad.
      Hay dos ceibas a cada lado de la plazoleta, dos palmas reales al frente de las naves laterales de la iglesia, un guayacán amarillo y un piñón de oreja, junto a árboles jóvenes. El ingeniero Mauricio Jaramillo asegura -con base en sus investigaciones- que los árboles fueron plantados por religiosos cuando pudieron volver a la plazoleta, pues durante varios años fue tomada por José María Córdova como trinchera. “Uno de los mitos que hay alrededor de estos árboles es que la ceiba que da a Ayacucho (plantada en 1890) fue usada como paredón de fusilamiento”, dijo. Por eso un grupo de ingenieros forestales le propuso a la Universidad Nacional usar tecnología disponible para escanear el árbol y determinar si hay perdigones en su tronco.


Carbonero, parque de Bolívar (1960)
     Este carbonero, aunque no tiene centenares de años, es un tesoro para Medellín por varias razones. La primera es su origen: “a diferencia de los otros árboles, este es propio del Aburrá. No fue traído ni del Cauca ni de Jamaica (como la Palma de vino)”, cuenta el forestal Mauricio Jaramillo.
      La otra razón es que su reproducción es muy difícil y, según los cálculos de la Secretaría de Medio Ambiente, en la ciudad quedan menos de 20 individuos como este.
      Por eso, a pesar de su corto tamaño, es uno de los más cuidados en el parque de Bolívar, donde crece a la sombra de grandes palmeras, zapotes y árboles de caucho, que hoy son hogar de ardillas y loras.
      Lucenit Solano, de la Alcaldía, reveló que en la ciudad se han hecho varios intentos de propagar el árbol, pero pocos han culminado con éxito.

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8/08/2016

DENITH URANGO TUIRAN (Colombia, 1951)
A los árboles caídos

Los que sostienen la armonía de la tierra,
los que alzan sosteniendo combates con el viento
y atajando el furor del fuego
se yerguen indomables.

Los que le dieron majestad a la tierra Zenú,
cayeron una mañana o una tarde
bajo un hacha sin piedad
y no tuvieron ni uñas ni garras
ni dientes ni amigos.

El poder depredador
más fuerte que su longevidad;
y la guerra contra la armonía fue cruel.
Acaso supieron los hombres
qué los troncos lloraban a cada corte
Qué la tierra gemía
cuando caía un hijo suyo.

Han caído los que formaron la tierra,
los que le dieron consistencia y vigor,
han caído
y quién su semilla ha plantado
para verlos de nuevo crecer.

Está la tierra sin ellos,
sin sus aires, sin sus juegos, sin sus aguas,
sin sus ritos hacia el cielo.
Dónde sus elementales descansan
Los hombres saben eso

Ahora lloran las ninfas del bosque,
porque no tienen frondas para sus rondas,
ahora ya un venado
no juega al escondite,
esos tiempos de primaverales árboles se han ido.

La tristeza está sin árboles,
la alegría no tiene ramas ni corolas,
sólo el recuerdo de la tierra los tiene
y alguien que los vio morir una tarde.
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4/01/2016


ALFREDO ZULOAGA Y GUTIÉRREZ (Colombia)
Los árboles

En el día azul del verano traslúcido del mes de Julio
ando
por el agrio camino que serpea
y cúrvase
bajo los árboles, solicitando
la piedad de las sombras.
Buenas sombras de árboles
que franjeadas por el sol,
cariñosas extiéndense
al azar
cual mujeres vencidas al amor.
Pobre
camino,
lengua
mordida
por
el bochorno abrazador!
¡Pobre
camino,
brazo
agobiado
de hombre
caído
sin esperanza de resurrección!
¡Pobre camino
que no tiene fin
ni reposo en aldea ni ciudad,
y se pierde cansado en el confín
como una ansia imposible de llorar...!
Así me ofrezco yo sobre la vida
a los fuegos del mal
como un
infinito sendero de dolor,
sin hallar
ningún
punto final...
Los árboles están,
abiertos;
dados
al sol;
transfigurados,
en la luz;
arrobados,
en la quietud.
¡Inmensos en el aire sin límite
de claridad plenisolar!

Todo el azul en su ramaje,
quiébrase;
el rigor todo en su verdura,
témplase.
Y su sombra dulcísima
como un alma que inclínase
al paso de los tristes,
ábrese
en blanda seda fácil,
sobre las gijas áridas
y las ríspidas
zarzas.

Los gajos verdes, ya fructificado
y sazonado
su tesoro,
se rinden con la carga
de miel y oro;
y parecen
como múltiples manos dadivosas
que se ofrecen
amorosas.
¡Oh florido banquete de los pájaros!
¡Oh rica mesa al ágape
de los alados huéspedes,
munífica
ofrecida!

¡Oh paraíso mágico sin verjas
ni cerrojos,
vertical
símbolo del ideal!

Palacio de esmeralda de los coros
de los ligeros céfiros canoros
y las aves,
de día dado a la iluminación
y de noche a la música callada
de la constelación...

Alhambra de capricho estremecida
de secreta virtud
perenne,
que si se calla es la elación vivida,
y si se puebla es un laud
solemne.

Y oro:
Dios azul, ojo inmenso,
mano regalada como espiga sin dueño,
bondad sin regateo como fuente de terreno baldío,
misericordia abierta como huerto
sin espina de cerco.

Dios azul, como cielo de verano,
abierto, como sol de mediodía,
elévame,
verdéceme,
ilumíname.

¡Hazme divino!

Sean mis virtudes
amplio ramaje de aromada fronda,
solaz de cuantos sufren
mal de nostalgia,
-pena sin origen...-

Hazme ramo de bien fructificado,
de caridad florida,
que vivífico ofrécese
a toda mano;
mano,
de fiera;
mano,
de lepra;
mano,
de nieve,
mano,
de rosa...

Hazme banquete de piedad;
holganza
de amor, ávida
de cuantos tienen avidez;
generoso,
sin número,
ni tasa,
ni medida,
como las fuentes de la vida
y como los anhelos de tu raza.


Hazme vasto,
en tu cielo;
firme,
en tu tierra;
libre,
en tu viento;
sano,
en tu lodo;
puro,
en tu lumbre.
Hazme como tus árboles, Señor,
vaso de miel
y cántaro
de frescor.


¡Como tus bellos árboles en flor,
en días de rigor
azul del verano translúcido del mes de Julio,
sea yo, Señor!
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No tengo referencias de este escritor, agradecería que alguien me mandase alguna reseña, biografía...

2/20/2016

DANITH URANGO TUIRAN (Colombia)
Ceiba

Necesito un pedazo de tierra nueva
donde sentarme libre,
donde la poesía no desfallezca,
donde conciba en verano y de a luz en invierno.

Necesito una isla en el centro del río.
La voy a formar con piedras vivas,
le sembraré un ceibal,
un ceibal guerrero
que combata al viento
cuando venga violento contra mí.

Luego erigiré mi casa
sobre una planicie de verbos.
Mi casa de ceiba blanca,
de blanca ceiba que parezca nieve
entre la neblina del verano,
que sea nube
cuando bajen las nubes sobre ella.

Haré las puertas de ceiba roja,
el piso de ceiba amarilla:
producto de mi gran ceibal
será el lecho donde duerma;
sobre la ceiba roja
color de mi corazón
pondré mi espalda para luego soñar.

La ceiba yema de huevo
me dará el comedor familiar
donde comamos el duro pan;
no la mataré
seguirá dando combates
a la lluvia, al aire, al sol,
será viva.

Que no sirva para mi muerte,
mejor abonarla con mis cenizas.
Crecerá hasta tocar la luna,
hasta tocar el sol,
me servirá de escalera viva,
conocerá las latitudes
no quedará pobre la tierra.

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1/31/2016

MAGDA STELLA QUINTERO (Colombia, 1935-1998)
Árbol

Soy un árbol sin ramas,
la soledad es mía.
Ajena la alegría
sobre la voz que clama.

Desnuda y honda llama
gimiendo cada día,
envuelta en lejanías
reposo me reclama.

Árbol sin flor, sediento
golpeado por el viento
desarraigado, inerte.

Árbol que ya no vive
y solo sobrevive
esperando la muerte.

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8/26/2015

JOSÉ SANTOS CHOCANO (Colombia, 1875-1934)
Árboles viejos 
"Sábado" revista semanal, Medellín 13 de Julio de 1929


Hasta el árbol tronchado en el camino
Sin hojas, sin frutos y sin flores,
Puede prestar asiento a los pastores
Y un báculo al peregrino.

Así el anciano de experiencia y tino
Máximas da que evitan sinsabores,
Y sin savia ni aromas ni colores
Cumple su ley y tiene su destino.

Oh labrador! Escucha mi consejo:
Te debes resistir cual me resisto
A cortar ramas aunque estén desnudas

Porque puede salir de un árbol viejo
Quizás la cruz en que sucumba Cristo.
Quizás la rama en que se cuelgue un Judas

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7/28/2015


MIGUEL MÉNDEZ CAMACHO (Colombia, 1942)
Escrito a la espalda de un árbol


No recuerdo si el árbol daba frutos
o sombra,
sólo sé que dio pájaros.

Que era en el centro del patio
y de la infancia.

Que en la madera fácil
tallé tu nombre encima
de un corazón deforme.

Y no recuerdo más:
tanto subió tu nombre con el árbol *
que pudiste escaparte
en la primera cosecha que dio pájaros.

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*Miguel Méndez incurre en un pequeño error bastante generalizado al creer que el árbol, al crecer, eleva sus ramas o su corteza en altura. El árbol al crecer "deja" esas ramas primeras que vemos a la misma altura. Lo que sucede es que esas ramas primeras, bajas, suelen secarse por falta de luz y actividad, el árbol las desecha.
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7/13/2015

RICARDO OLANO (Colombia)
Juventud

HUYENDO del sol canicular que tuesta los prados, me arrimo al linde del bosque. Grata sombra dan los árboles, y un perfume viene de adentro, tropical y lascivo. El bosque me brinda descanso con la frescura de su alfombra de hojas secas, en el místico silencio del mediodía. Tendido allí, dulce somnolencia me invade, y mi pensamiento se aduerme también, como un pájaro...
     Maquinalmente arranco la hoja de un árbol que extiende hacia mi sus ramas. Es una hoja casi redonda, gruesa como un cartón, de un verde pálido suavísimo. Sin pensarlo, como si mis manos no supieran otros rasgos, escribo su nombre en la hoja pálida. Las líneas se avivan, surgen los caracteres. Así también en mi alma vibrante y en mi cuerpo joven, su recuerdo. ¡Oh, sus labios rojos, cómo me dejaron miel eterna en el único beso, furtivo, y cómo sueñan mis manos acariciar sus senos redondos! Ardientes como el sol canicular son sus ojos, y tiene su cuerpo embriagador un perfume igual al del bosque.
     Sol, perfumes, vibrante recuerdo de su carne gloriosa, todo me sumerge en un éxtasis erótico...
     Y al despertar de él salieron del bosque a perderse en el abrasado cielo dos mariposas, locas como mis deseos, rojas como llamas.

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6/12/2015

AURELIO MARTÍNEZ MUTIS (Colombia, 1884-1954)
Palmera musical

      Mi palmera de dátiles, que erguida
ondula en la llanura de mi vida
tiene alma y cuerpo de mujer; su entraña
guarda un chorro de músicas que alegra
la triste soledad de la montaña.
Su tronco a veces luce la vestidura negra,
que es bella y dolorosa como el amor que pasa.
Otras se envuelve en llamas como el amor que llega;
vístese con la aurora de fugitiva gasa.
Súbito, al haz fastuoso de su abanico llega
la luz, y es gualda el tono que triunfa en su vestido.
Tiene todo el arco-iris a su elección, prendido
                                  y oculto en su ropero,
                                  tal como un camarero
                                  que cumple sus antojos.
Es tentadora cuando con sus collares rojos
orlada, y sus racimos y la amplitud redonda
de sus caderas, baila la danza de las brujas
ante el estupefacto silencio de la fronda.
Es bella cuando erguidas las móviles agujas
de su tocado, y muerta la tarde en los esteros,
rinde una milagrosa cosecha de luceros.
                                Pero será divino
su encanto, más que las palmeras todas,
cuando, ceñida en su trousseau de lino
me dé a beber el vino
supremo, el día anhelado de las bodas!

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5/28/2015

GONZALO RESTREPO JARAMILLO (Colombia, 1895-1966)
La selva

LA SELVA tiene toda la majestad de un rito.
Maravilloso templo de verde columnata,
se inciensa con las brumas de ronca catarata
que ruge bajo el ábside azul del infinito.

Salmodian las torcaces en el palmar bendito,
y bautismales fuentes el peñascal recata.
En los copudos robles su orquestación desata
del huracán potente el órgano contrito.

La selva es templo santo de Dios. Allí resuena,
creador de maravillas, el poderoso acento
que de incontables seres el universo llena.

En su vivir humilde predica cada caña
-a quien oírla sabe- movida por el viento,
el dulce y milagroso Sermón de la Montaña.

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5/13/2015

JORGE ERNESTO LEIVA (Colombia, 1937)
El árbol

El Gran Tsun-Tzu, Jefe de la Guerra,
movió a combate a los pusilánimes.
¡Brava fue mi cimitarra!
Un día
hizo luchar a las concubinas del Dinasta
hasta quedar estáticas.
¡Grande fue su valor!
Al ser atravesado por su grueso venablo,
se incorporó diciendo:
"Dejen que en mí eche raíces..."
Después,
un árbol nació de sus entrañas,
y el guerrero, ahora,
da sombra al caminante.

Jorge E. Pardo, Lola de Acosta y Jorge Ernesto Leiva
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4/08/2015

JOSÉ EUSTASIO RIVERA (Colombia, 1889-1928)
Con pausados vaivenes

Con pausados vaivenes refrescando el estío,
la palmera engalana la silente llanura;
y en su lánguido ensueño, solitaria murmura
ante el sol moribundo sus congojas al río.

Encendida en el lampo que arrebola el vacío,
presintiendo las sombras, desfallece en la altura;
y sus flecos suspiran un rumor de ternura
cuando vienen las garzas por el cielo sombrío.

Naufragada en la niebla, sobre el turbio paisaje
la estremecen los besos de la brisa errabunda;
y al morir en sus frondas el lejano celaje,

se abandona al silencio de las noches más bellas,
y en el diáfano azogue de la linfa profunda
resplandece cargada de racimos de estrellas.          
                           
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1/25/2015

GERMÁN PARDO GARCÍA (Colombia, 1902-1991)
Al volver de los bosques (fragmento)

He vuelto de los bosques y escucho en mi subsangre
moverse universos acabados de nacer entre verdes espumas.

¡Así sois, oh, magníficos pobladores de la tierra;
oh, consumadas estaturas
que defendéis la actividad del hombre
y la multiplicación de sus sueños!

Hacia vosotros voy seducido por mágicos influjos
y en vuestra soberanía dejo clavar mi carne
como porción de madera en el costado de un roble.
Así sois, oh, clementes.
Así voy hacia vosotros cuando el sol más violento asedia
la integridad de todas las figuras;
cuando del aire bajan electrones
a saturar la solidez del mundo;
cuando la luz de misteriosas venas
invade los eternos logaritmos;
cuando el cuerpo camina más seguro
de su gravitación sobre las cosas,
y cuando la distancia de la muerte
no labra todavía por nosotros
sus jardines de sal adonde llegan
servidumbre y formas apagadas...
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1/12/2015

DANITH URANGO TUIRAN (Colombia)
El polvillo

-Canario vegetal-

Si el polvillo no florece
el verano no sonríe amarillo,
si el polvillo no florece
el estío está perdido.
Si el polvillo florece
otro sol alumbra
y una siempre luz
decora ciudades y montes.
Entonces canta un canario vegetal,
un canto silencioso
un grito de júbilo
y una oda elemental.

Quiero verte en los rincones,
fulgoros en las avenidas
adornando los palacios,
que en los patios seas bandera,
en los parques estandarte,
en los montes alegría.
Que en un eterno diciembre
y en un perenne enero y en un estático abril
sea polvillo, sólo polvillo
el alba y el amanecer.

Que en mi mano,
en cada falange, en cada palmo
un polvillo esté,
que mis ojos sean monte
para que en ellos el árbol
no deje de florecer.

Que mi corazón palpite,
que en su ramaje de invierno como pájaro yo esté,
que por mis venas corra su savia
y por sus nervaduras mi sangre
y con mi boca el árbol hable.

Quiero otra tierra
a lo largo de estos dos ríos
donde en un eterno abril
el himno de la sinuanía
como un cantor canario
el polvillo cante.
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11/08/2014

MAGDA STELLA QUINTERO (Colombia, 1935-1998)
El árbol

El árbol amigo
que das tu sombra,
árbol hermano
que frutos das,
árbol que entregas
tantos aromas
nidos y trinos,
aves y paz.

Árbol amigo
yo te saludo,
árbol hermano
cúbreme ya!

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10/17/2014

JUAN JOSÉ HOYOS (Colombia, 1953)
El señor de los árboles

Relato basado en hechos reales. Publicado originalmente en el periódico El Colombiano de la ciudad de Medellín (Colombia) el 2 de Enero de 2006

     Antes de ponerse el saco y la corbata para irse a trabajar, el señor de los árboles se levanta casi todos los días con el sol y camina por las calles de mi barrio con los ojos puestos en el cielo, mirando uno a uno los árboles que ha sembrado durante muchos años. Mientras camina, habla con sus hijos; los toca; los acaricia; les arranca líquenes y hongos; los limpia de plantas parásitas dañinas que ha traído el viento. Si es verano, les echa agua. Cada cierto tiempo, les quita las hierbas y la maleza que los asfixian y les echa los abonos que compra con plata de su propio bolsillo.
      El señor de los árboles es alto, grueso y de ojos azules. Y aunque hace tiempos es un hombre de ciudad, sus manos tienen la misma apariencia de las de un hombre del campo. Nació en la vereda Santa Isabel, situada en Andes, en el suroeste de Antioquia. Su familia fue propietaria de miles de hectáreas de bosques. Antes de que él naciera, su abuelo compró muchas tierras en los límites de Antioquia y Chocó para librarlas de la mano criminal del hombre y cuidar las cuencas de algunos ríos que todavía hoy surten de agua a miles de campesinos que habitan los valles de los ríos San Juan y Tapartó.
     Trabajó durante años en empresas del Estado que fueron creadas para velar por la protección de las cuencas de los ríos y la conservación de los árboles. Pero no aguantó más cuando empezó a ver de cerca tanta politiquería, tanta corrupción y tantos abusos contra la Madre Tierra cometidos por esos funcionarios cuyo deber era hacer todo lo contrario de lo que hacían. Desilusionado, decidió conseguir un puesto de profesor en una universidad de Medellín. Sin embargo, jamás renunció al legado de su abuelo. Y en los últimos cuarenta años, trabajando solo, como un lobo de las estepas, o a veces con la ayuda de algunos estudiantes de Calasanz, pobló de árboles las cuencas de las quebradas y las calles de varios barrios del occidente de Medellín, entre ellas -muchas gracias, Don Nicanor, en nombre de todos- las calles de mi barrio. Por eso hoy esas calles están llenas de acacias amarillas y rojas, guayacanes rosados y amarillos, tulipanes africanos, mangos y gualandayes, flores de reina, cerezos del gobernador, confites, nísperos, acacias forrajeras, jazmines de la India?
      Cada uno de esos árboles tiene una historia. Los muertos y los vivos. Entre los muertos, está "el árbol de mamá", una flor de reina que él sembró en memoria de su madre y que unos vecinos mandaron cortar. Está el árbol que cortó una empresa de vallas publicitarias para montar en su lugar un aviso invitando a votar por la senadora Piedad Córdoba. También están los árboles que mandó secar a punta de aceite lubricante el dueño de unos buses que se quejaba de que las ramas de los árboles estaban rayando las carrocerías de sus carros.
     Entre los vivos, están los árboles que él siembra cuando muere un amigo. "Cada árbol tiene una historia" dice, mientras camina, llevando una carretilla con un árbol que piensa sembrar antes de que el sol esté muy alto. "Por ejemplo, este árbol. Aquí vivía un señor al que lo secuestraron y lo mataron. Yo lo sembré en su honor".
     El señor de los árboles vive en una casa con un solar donde uno se siente como en una selva del trópico. El solar está lleno de árboles y helechos y bandejas de comida para los pájaros, que llegan a montones. En la mitad del solar hay un letrero que dice: "Prohibido cazar".
     El señor de los árboles no dice su nombre. Dice que es un ciudadano más de nuestra ciudad que sólo está haciendo lo que debería hacer el Estado, lo que debemos hacer todos: cuidar la vida, cuidar la Madre Tierra, cuidar el aire que respiramos, cuidar los árboles.
     A veces, el señor de los árboles se pone de mal genio. Sucede cuando llegan los trabajadores del Municipio de Medellín armados de motosierras y empiezan a cortar los mismos árboles que él ha sembrado con paciencia durante décadas. Ellos dicen que lo hacen para que no dañen las líneas telefónicas y eléctricas. Él les dice que hoy ya existen cables eléctricos ecológicos que pueden convivir sin problemas con los árboles. Pero ellos no le hacen caso, piensan que está loco, y siguen con su tarea de muerte. Detrás de ellos va un camión con una trituradora que convierte en aserrín, en un abrir y cerrar de ojos, cada rama, cada trozo de árbol que ellos cortan. De vez en cuando, el señor de los árboles también pelea con los trabajadores del Municipio que vienen a podar los árboles. "Ellos no los podan, los mutilan" dice. Cuando ve que llegan al barrio contratistas de las Empresas Públicas, él gasta varias horas de su día vigilando las cuadrillas de obreros que rompen las calles y las aceras para que no vayan a tocar las raíces de sus hijos porque ya han matado a varios.
     La semana pasada me levanté a recorrer con él las calles de mi barrio y a sembrar unos cuantos chumbimbos, unas acacias amarillas, un tulipán africano. Entonces me di cuenta de que el señor de los árboles es un hombre terco. "Vea" me dijo, mostrándome un hueco. "Aquí he sembrado más de cinco y todos se los han robado. Pero hoy voy a sembrar otro". Le dije que yo quería sembrarlo. Era un chumbimbo. Cuando acabamos, los dos estábamos sudando porque en el cielo el sol ya estaba muy alto. "Ya tiene su árbol en el barrio" me dijo él, con una sonrisa, viéndome echarle agua con una regadera. "Espero que tenga muchos más". Sus palabras me quedaron resonando. Desde ese día, lo confieso sin pena, cada que paso junto a él, le hablo y le toco las hojas. Si no hay gente cerca, a veces hasta me orino en sus raíces para que crezca rápido, antes de que se lo roben.
      Colombia es un país de contrastes. De un lado, por ejemplo, tiene parlamentarios que son capaces de aprobar con trampas, a pupitrazo limpio y sin el menor asomo de vergüenza, una ley que permitirá a las compañías madereras convertir en aserrín millones de árboles de nuestros bosques, despojando "legalmente" de sus tierras a miles de negros y de indios que los habitan desde hace siglos; una Ley Forestal que debería más bien llamarse La Ley de las Motosierras.
     Pero del otro lado, gracias a Dios, Colombia también tiene gente que no sólo piensa en el dinero y que ama la vida y lucha por ella cada día? Como el señor de los árboles.


(El Colombiano, 2 de Enero 2006)
Protesta en la 43, Medellín, 2013
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10/11/2014

DANITH URANGO TUIRAN (Colombia, 1951)
Bonga*

Gorda vegetal,
sinuanía redonda,
círculo gigante
donde cabe el lenguaje del Sinú.
Ábrete para meterme,
en tu mundo cerrado
labraré un verso fantástico.

Préstame tu anchura
préstame tu longevidad
para ser antiguo contigo,
saber la profundidad de la tierra,
el tiempo de la tierra,
y cuando el Sinú empezó su carrera hacia el mar.

Me iré por caminos
a escribir en cada bonga
la canción montuna,
la décima, el canto de vaquería,
el grito del monte,
la epopeya de los árboles,
la tragedia de las hojas,
la épica de las raíces.

Entrégame tu cuerpo
bonga de todos los caminos,
para tatuar los versos
sin erir tu carne,
para grabar
sin afectar tu corazón
poemas que den sentido
a la vida de los caminantes,
a la vida de los que cargan el hacha
para que no se ensañen,
de los que cargan la motosierra
para que no sean violentos.

Soplad sobre los frutos abiertos,
soplad oh viento,
llevad la semilla "más allá del río
después de los árboles"
los que aún no nos miran
conocerán la inmensidad de la sinuanía.

*Bonga = Ceiba petandra

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9/29/2014

LUIS EDUARDO CARO MONTEJO (Colombia, 1955)
Grande ceiba

En la plazuela solitaria,
están las viejas casas coloniales
fantasmales espacios sostenidas en alegres paredes de antaño,
paredes carcomidas por el tiempo,
y habitadas por el polvo del olvido,
manto de recuerdos fenecidos,
y sostenidos en el hilo de tiempos perdidos,
y en el centro de la plazuela
la gran ceiba.

Hermosa Ceiba,
Bailarina estática, vestida de túnica verde tal la diosas griegas,
testigo silencioso por trescientos años mirando con los ojos de las hojas,
el desarraigo de las gentes y el pronto olvido de otra aldea de mi tierra natal.

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