Mostrando entradas con la etiqueta Cambio Climático. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Cambio Climático. Mostrar todas las entradas

30 marzo 2025

¿Cambio en la fecha de la floración de los Cerezos (Sakura)?


Fotografía de Rinko Kawauchi
RINKO KAWAUCHI, en National Geographic, 2024
La floración de cerezos cada vez se adelantará más debido al cambio climático
Un registro de 1200 años de floración de cerezos muestra que nuestro clima actual no tiene precedentes históricos.

Los cerezos en flor (o sakura) de Kioto, Japón, atraen a multitudes de todo el mundo. Pero desde 1850, los delicados capullos que adornan los cerezos de Kioto florecen, de media, casi dos semanas antes de lo que solían hacerlo.

Primero aparece el brote verde, que emerge de la rama de un árbol como un polluelo asomándose al cielo desde el nido de su madre. A continuación aparecen los ramilletes, que se extienden desde el centro de la rama como un pétalo que se despliega para tomar el sol. A esto le sigue el alargamiento de un puñado de tallos florales, de los que finalmente brota un puñado de infladas flores de cerezo que se abren en una deslumbrante floración.
     Los cerezos en flor (o sakura) de Kioto (Japón) congregan a multitudes de todo el mundo, atraídas por el hechizante espectáculo visual y por la oportunidad de percibir el aroma almendrado de las flores. Pero el momento en que los delicados capullos que adornan los cerezos de Kioto florecen en primavera se ha adelantado casi dos semanas con respecto a cuando solían emerger en 1850.
     El investigador Yasuyuki Aono, de la Universidad Metropolitana de Osaka, ha buscado y recopilado las fechas de floración de los cerezos en los diarios y crónicas escritos por emperadores, aristócratas, gobernadores y monjes de Kioto desde el siglo IX. Se trata del conjunto de datos de este tipo más largo conocido en el mundo.


Yasuyuki Aono, de la Universidad Metropolitana de Osaka
    
Conjunto de datos de este tipo más largo conocido en el mundo
Ese momento es uno de los puntos de referencia más valiosos para los científicos que rastrean los efectos del cambio climático en las plantas con flores. "Estamos superando cualquier experiencia climática que hayamos vivido como seres humanos", afirma Elizabeth Wolkovich, profesora asociada de la Universidad de Columbia Británica (Canadá) que estudia las comunidades vegetales y el cambio climático.
     El calentamiento global, impulsado en gran medida por la quema de combustibles fósiles, elevó tanto las temperaturas en 2023 que se
convirtió en el año más caluroso de la historia, seguido de los meses de enero y febrero más cálidos jamás registrados.
     "Para mí, el registro de la floración del cerezo capta realmente lo extremos que son estos cambios", dijo. Wolkovich, coorganizadora del Concurso Internacional de Predicción de la Floración del Cerezo, afirma que el cambio climático antropogénico está provocando primaveras más tempranas, lo que se traduce en una floración más temprana de los cerezos en lugares como Kioto.
     "No habíamos vivido nada igual", afirma Wolkovich; "realmente empequeñece la Pequeña Edad de Hielo o el periodo cálidomedieval... es un mundo nuevo al que nos dirigimos".

El pico de floración se adelanta
     Las primaveras más cálidas que provocan floraciones más tempranas no son un fenómeno aislado de las famosas sakuras de Kioto, sino algo que los científicos también observan en otros lugares, como Washington D.C. (Estados Unidos).
     El 17 de marzo, los característicos cerezos de la capital estadounidense alcanzaron su segundo pico de floración más temprano registrado, casi una semana antes de lo previsto, empatando con el año 2000, según datos de la Agencia de Protección Ambiental (EPA, por sus siglas en inglés).
Puente enmarcado por cerezos en flor en Arashiyama, Kioto. Foto: Rinko Kawauchi
     El pico de floración, o el momento en que se abren casi dos tercios de las flores de un árbol, suele durar al menos una semana, pero varía en función de las condiciones meteorológicas y de la especie. Históricamente, entre finales de marzo y principios de abril es cuando el cerezo Yoshino experimenta su punto álgido de floración, pero los científicos creen que esto está cambiando en respuesta al rápido calentamiento de las temperaturas del planeta.
     Aunque las épocas de floración varían cada año, la tendencia a largo plazo muestra una floración más temprana en Washington, según Patrick González, científico especializado en cambio climático y ecólogo forestal de la Universidad de California en Berkeley.
     En D.C., el adelanto de la floración es coherente con el cambio climático de origen humano, pero no se atribuye científicamente a él", afirma González. Esto significa que, aunque los científicos han detectado un cambio estadísticamente distinto de la variación natural, aún no lo han atribuido al cambio climático antropogénico. Otras posibles causas son el efecto isla de calor urbano.
     Por eso es tan importante la investigación en Kioto. Los registros de sakura de la ciudad se remontan a hace más de 1200 años, lo que supone un tesoro de datos meteorológicos históricos que se ha descrito como el registro anual de fenología, o estudio de los ciclos biológicos, más largo de la Tierra.
     Y, a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en Washington D.C. (donde también abunda el cerezo Yoshino), la investigación sobre floraciones más tempranas en Kioto "se ha detectado y atribuido al cambio climático provocado por el hombre", afirma González.
     En 2020, 2021 y 2023, los sakura de Kioto experimentaron floraciones tempranas récord, las más tempranas jamás registradas, informó la BBC. Según un estudio de 2022, el cambio climático antropogénico es la principal causa de que la primavera se adelante al periodo de floración máxima en Kioto, adelantando la estación unos 11 días.


     En un escenario de emisiones medias, la investigación estima que la llegada más temprana de los cerezos en flor de Kioto se adelantaría casi una semana más en 2100. Para algunos, este
patrón debería considerarse alarmante.
     "Se trata de una de las señales más visibles de los efectos de la excesiva contaminación humana por carbono", afirma González, quien añade que, en el peor de los casos, el cambio climático podría adelantar aún más la floración de los cerezos. "Realmente señala la seriedad con la que debemos reducir nuestra contaminación por carbono para reducir los impactos más drásticos del cambio climático".
 
¿Por qué es importante la floración temprana?
     El adelanto de la primavera y la consiguiente floración acelerada de los cerezos pueden provocar alteraciones ecológicas, como el desajuste de las flores con sus polinizadores y una mayor vulnerabilidad a las olas de frío que afecta a los propios árboles.
     Según Lewis Ziska, fisiólogo de plantas y profesor asociado de la Universidad de Columbia (EE. UU.), aunque no produzcan fruta comestible, los efectos del cambio climático en los cerezos en flor son un buen ejemplo de lo que están sufriendo
simultáneamente otros árboles productores, como los manzanos y los melocotoneros en flor.
     Y si el invierno sigue calentándose más deprisa que el verano en gran parte de EE. UU., es posible que no se cumpla el tiempo de exposición al frío que necesita un árbol en su periodo de latencia invernal, lo que provocará que algunos árboles no lleguen a florecer en primavera.
     Un cerezo en flor necesita un mes de temperaturas por debajo de los cinco grados para florecer completamente cuando hace calor. En zonas de floración de cerezos como D.C., un análisis reciente de los datos del Servicio Nacional de Parques muestra que la temperatura media de primavera en D.C. ha aumentado unos dos grados centígrados desde 1970 hasta 2023. En 2017, una helada tardía mató aproximadamente la mitad de las flores de los árboles.
     "[La fecha de máxima floración] puede acelerarse en el futuro", dijo Ziska; "pero el resultado final de no tener flores, si no hay invierno, puede ocurrir antes de lo que pensamos".

"Un sentimiento espiritual"
     Los cerezos no sólo son una herramienta para que los científicos comprendan el cambio de temperaturas, sino que su floración representa también un símbolo histórico y cultural "muy visible" para que la gente celebre el comienzo de la primavera, afirma Soo-Hyung Kim, ecofisiólogo vegetal y profesor de la Universidad de Washington (EE. UU.).
      "La llegada de la primavera es una sensación... de calidez", afirma Kim, quien añade que la "espectacular" experiencia no se limita a Kioto y Washington D.C. Un bosque de cerezos en flor de Seattle (Estados Unidos), que también ha alcanzado recientemente su punto álgido, se encuentra entre las docenas de lugares donde se puede contemplar el esplendor de la floración en todo el país, una lista que incluye desde un jardín botánico de San Luis (Misuri) hasta un festival anual en Macon (Georgia).
Para quienes no hayan tenido la oportunidad de pasear bajo un dosel de cerezos en flor, el investigador Lewis Ziska, de la Universidad de Columbia (Estados Unidos), afirma que la experiencia es similar a "caminar por una iglesia o una catedral".
     
     "Puedes imaginar colores. Rosas de todos los tonos, rojos de todas las tonalidades, y el cielo azul detrás de ellos. Y en algún momento las palabras no se aplican... no hay palabras para describirlo", dice Ziska. "Es una sensación espiritual. Toca una parte de tu alma a la que no puedes llegar de ninguna otra forma".

Lo hemos leído aquí
-----

23 septiembre 2024

AMY McDEMONTT, agosto2024
El cambio climático está secando las plantas de dosel, lo que podría significar menos agua para toda la selva tropical

Los ecofisólogos han comenzado a descubrir enorme papel de las epífitas en el movimiento del agua a través de los bosques tropicales, incluso cuando estas orquídeas y helechos se secan.
     Es una mañana de finales de mayo en la brumosa ciudad montañosa de Monteverde, Costa Rica, y la ecofisióloga vegetal Sybil Gotsch está escalando un árbol muy alto. Ataviada con un casco rojo y un arnés, utiliza una llave de cuerda y ascendentes para subir por una línea colgante de unos siete pisos de altura. “Estoy justo debajo del dosel en este momento”, dice por walkie-talkie, antes de pasar la pierna por encima de una rama resistente y desaparecer en la espesura verde de la copa.
Utilizando modelos y experimentos de campo, los investigadores están comenzando a comprender la importancia de las epífitas para el ciclo del agua de la selva tropical y los considerables peligros que enfrentan estas plantas. Crédito de la imagen: Noah Kane (fotógrafo).

     Escondida bajo el dosel, Gotsch, que trabaja en la Universidad de Kentucky en Lexington, entra en un mundo diferente. Cada rama está cubierta de orquídeas, helechos, bromelias y otras epífitas. Esta mañana, la mayoría parece saludable. Las epífitas son atrevidas y regordetas, a pesar de una rara semana sin lluvia. Pero uno, a la izquierda, llama la atención de Gotsch. Es una especie arbustiva, estrechamente relacionada con el arándano, con tallos largos y ramitas y hojas pequeñas y delgadas. Hoy, parece enfermizo y desigual. Al arbusto se le han caído aproximadamente la mitad de sus hojas, señala Gotsch, una señal segura de estrés por sequía.
     Los efectos del cambio climático ya se manifiestan en las altas copas de los árboles del bosque lluvioso. Las epífitas delicadas y sencillas son como un "canario en la mina de carbón", dice Gotsch. Con menos agua las epífitas comienzan a morir, lo que desencadena una cascada de cambios en la recolección y distribución del agua en todo el bosque. El trabajo de campo y los experimentos en invernadero sugieren impactos no solo para Costa Rica, sino también para los bosques de todo el mundo. Las pequeñas plantas de las copas de los árboles ofrecen una ventana y una advertencia de lo frágiles que pueden ser algunos ecosistemas y de cómo los sutiles cambios climáticos pueden, con el tiempo, tener grandes impactos no sólo en la flora, sino también en las personas y animales que dependen de ellos.

Jarras hechas de pétalos

     El estilo de vida de las epífitas es lo que las hace tan vulnerables a la desecación. Crecen a partir de esteras de desechos orgánicos que caen sobre las ramas como alfombras peludas. Si las esteras se secan, las epífitas también lo hacen. En circunstancias normales, las plantas de Monteverde no deberían tener que preocuparse por la humedad. Situado en el centro del país, a lo largo de la columna vertebral de la Cordillera de Tilarán, Monteverde es históricamente muy húmedo, con más de 100 pulgadas (250cm) de lluvia por año. El aire es tan frío y húmedo que las nubes bajas se fusionan y se deslizan entre los árboles para crear un ecosistema de bosque nuboso, un tipo de selva tropical de gran altitud.
     Pero desde la década de 1970, Monteverde se ha vuelto cada vez más caluroso y el número de días secos se ha cuadruplicado, de 25 a más de 110 (1) Las nubes se elevan más con las corrientes de aire cálido y se alejan del alcance de las epífitas, debido en parte al clima y en parte al cambio de uso de la tierra. Para colmo de males, las tormentas eléctricas, cuando llegan, son más intensas. Las lluvias repentinas y fuertes llenan rápidamente las epífitas y los suelos hasta su capacidad de almacenamiento. Gran parte de la lluvia no penetra nada, sino que corre por la tierra, provocando inundaciones y erosión.
     El trabajo de campo y los experimentos de los últimos 10 años muestran que las epífitas de las selvas tropicales de todo el mundo serán las primeras plantas en morir en un clima más cálido y menos predecible: las mismas plantas que desempeñan un papel enorme a la hora de mantener húmeda la selva tropical (para ver un cortometraje, consulte Movie S1). En Monteverde, el dosel de las epífitas absorbe la lluvia, la niebla, la neblina y el rocío, y luego lentamente gotea esa agua hasta el suelo del bosque, ayudando al ecosistema a retener una humedad crucial. La pérdida de estas plantas podría significar el principio del fin de los bosques nubosos, desplazando la región a un hábitat más seco.

En este cortometraje, los investigadores explican por qué se están subiendo a los árboles de la selva tropical para simular los efectos del cambio climático en orquídeas, helechos y otras epífitas.

     "Los mismos atributos que han permitido a las epífitas prosperar en las copas de los bosques en lugares como el bosque nuboso de Monteverde ahora las hacen vulnerables", dice Nalini Nadkarni, ecóloga forestal de la Universidad de Utah en Salt Lake City. La capacidad fisiológica de utilizar nutrientes disueltos en la lluvia, la niebla y las nubes permitió a las epífitas prosperar en el dosel. Pero a medida que el cambio climático trae estaciones secas más largas y una menor humedad, esos mismos rasgos hacen que las plantas sean más vulnerables al estrés hídrico y nutricional que las especies con raíces terrestres, dice Nadkarni.
     A partir de una década de trabajo, Gotsch, como investigador principal (lider PI), y un equipo de co-PI, incluido Nadkarni, ahora están trepando a 20 árboles alrededor de Monteverde para aprender cómo las pérdidas de epífitas cambiarán el paisaje, tanto de bosques como de pastos. Los sensores colocados en estos árboles miden cómo varían la humedad, la temperatura, la luz solar y otros factores en las copas de los árboles con y sin comunidades de epífitas sanas. Todo es parte de un objetivo general: predecir impactos futuros incorporando estos jardines altísimos en modelos de ciclo del agua en Monteverde, modelos que potencialmente podrían aplicarse también a otros bosques tropicales.

Para escalar 90 pies (27 m), la ecofisióloga vegetal Sybil Gotsch (centro izquierda) usa una llave de cuerda, un elevador de pie y un elevador de rodilla, lo que le permite esencialmente caminar por una cuerda hacia el dosel.

Eslabones de una gran cadena  

     Durante la mayor parte del siglo pasado, los ecologistas no creían que las epífitas fueran muy importantes. Las orquídeas tropicales, los helechos y los musgos no son dañinos para los árboles huéspedes ni tienen beneficios obvios. Para muchos, la sabiduría convencional sostenía que estas plantas proporcionaban hábitats para una variedad de aves, insectos y anfibios, pero no eran particularmente importantes más allá del dosel. Esas ideas "simplemente nunca tuvieron sentido para mí", dice Gotsch. Mientras habla, examina las hojas de una epífita Clusia, una planta grande con follaje en forma de paleta que parece un cruce entre una higuera y un cactus. Es una de los cientos de epífitas que crecen en largas planchas de madera en una ladera de Monteverde en una casa con sombra, similar a un invernadero, pero con un techo y paredes hechas de redes.
     Desde 2012, Gotsch ha dirigido un equipo de Estados Unidos y Costa Rica para aprender sobre la biología básica de las epífitas de Monteverde, especialmente cuán vulnerables son a la sequía. Su trabajo incluye más de una docena de estudios. Por ejemplo, el equipo expuso la casa de sombra a una sequía severa que duró un mes y descubrió que las epífitas arbustivas pierden sus hojas, mientras que las suculentas como Clusia drenan sus reservas de agua (2). También han descubierto, de forma tranquilizadora, que la mayoría de las epífitas se recuperan de sequías breves a las pocas semanas de volver a regarlas.
      En la naturaleza, sin embargo, no existe tal retorno a la normalidad. Las condiciones más cálidas y secas tienen consecuencias en cadena, incluida una menor cantidad de nubes bajas en los bosques desde México hasta Argentina (3,4). Las epífitas pueden absorber la niebla a través de sus hojas incluso cuando sus esteras de musgo se secan, por lo que perder lluvia y nubes es un doble golpe. De hecho, en un estudio publicado en 2022, el equipo secó epífitas en dos casas de sombra en Monteverde, una inmersa en las nubes y otra a menor altura (5). A las plantas sumergidas en las nubes “les fue mucho mejor”, dice la autora principal Briana Ferguson, asistente de investigación universitaria en el laboratorio de Gotsch en ese momento. Las epífitas en la casa de sombra inferior cierran sus estomas (poros de las hojas que controlan el intercambio de gases) para conservar agua. Al final del experimento de 10 semanas, la mayoría estaba muriendo: "tócalos y se desmoronaron", dice Ferguson. Por el contrario, las epífitas en la casa de sombra nublada mantuvieron sus estomas abiertos y continuaron absorbiendo agua, permaneciendo regordetas e hidratadas. Los hallazgos sugieren que, si bien la pérdida de lluvia es mala, la pérdida de niebla podría ser peor.
     La combinación de sequía y especialmente la pérdida de nubes podría explicar por qué las epífitas ya están dejando caer hojas en el dosel local. Los hallazgos han sido tan aprensivos que los ecologistas comenzaron a preguntarse qué significaría la pérdida de epífitas para el resto del bosque, particularmente para el flujo de agua a través del sistema. Las epífitas pueden hincharse hasta un 3000% de su peso seco cuando están mojadas, por lo que potencialmente retienen mucha humedad (6).

Vertiendo el cielo al suelo 

     Para los hidrólogos, el ciclo del agua es similar a una serie de jarras que se inclinan, cada una de las cuales se llena y se vacía a medida que se vierte en la siguiente: desde las nubes hasta las hojas de los árboles, la corteza y el suelo. Hace apenas unos años, la suposición generalizada, basada en unos pocos estudios, era que las epífitas silvestres siempre estaban empapadas. Si esto fuera cierto, entonces los nuevos aportes de lluvia, niebla, rocío y neblina básicamente fluirían sobre ellos, hasta el suelo. Los hidrólogos no necesitan incluir a las epífitas como un grupo importante.
     Gotsch y el ecohidrólogo John Van Stan, de la Universidad Estatal de Cleveland (Ohio), no se lo creyeron. Los tapetes de epífitas secas eran lo suficientemente comunes como para que Gotsch trepara con gafas para evitar que la pelusa suelta le picara los ojos. En un artículo de 2019, ella, Van Stan y sus coautores publicaron datos de sensores de humedad instalados en las copas de los árboles de Monteverde, que demostraban que las epífitas se secaban con frecuencia pocos días después de una lluvia o una niebla intensa (7).
     El estudio incluía un modelo dinámico de vegetación llamado LiBry. Calcula la biomasa de epífitas en un lugar determinado a partir de datos climáticos, frecuencia de catástrofes naturales y datos sobre el hábitat, como la superficie arbolada y la superficie foliar. A continuación, introduciendo la capacidad estimada de almacenamiento de agua de las epífitas, su peso y los índices de evaporación conocidos para la región, el modelo simula con qué frecuencia deben empaparse las plantas y con qué frecuencia deben estar secas (6). "Cada hora, obtenemos una estimación de lo lleno que está el cubo de epífitas", dice Van Stan. En consonancia con los datos de campo de Monteverde de Gotsch, LiBry sugirió que la mayoría de las comunidades de epífitas en zonas húmedas pasan alrededor del 15% de su tiempo cerca de la saturación y alrededor de un tercio seco. El agua llena las esteras y se derrama de ellas, "lo que significa que está alimentando otras partes del bosque", dice Van Stan.


Sembrar las semillas del cambio

       Si las epífitas son "el conector entre el cielo y la tierra", como dice Gotsch, entonces el ciclo del agua está destinado a cambiar a medida que estas plantas desaparezcan. En 2021, Gotsch y tres colegas recibieron una subvención de cuatro años de la NSF para averiguar cómo.
     Pero, ¿cómo estudiar la desaparición de un ecosistema de dosel? Una estrategia: deshacer intencionadamente un poco de él y luego registrar las consecuencias, explica el co-investigador Todd Dawson, fisiólogo de árboles de la Universidad de California en Berkeley, mientras se encuentra entre dos higueras en un pastizal de Monteverde. Una de ellas está cubierta de epífitas. La otra ha sido totalmente despojada de ellas. Ambos árboles están atados con cables e instrumentados con detectores de humedad, anemómetros y otros sensores. Cada 15 minutos, estos diversos instrumentos registran la temperatura, la humedad, la velocidad del viento, la penetración de la luz solar (radiación solar) y la humedad de las hojas del árbol. Captan las condiciones hiperlocales de la copa de ese árbol.
     El verano pasado, un equipo de arbolistas e investigadores trepó a este par de árboles y a otros nueve pares alrededor de Monteverde, como parte del mayor experimento de eliminación de epífitas jamás realizado. Un árbol de cada par fue despojado por completo de epífitas, y su corteza fue fregada con un cepillo para botas. El otro árbol se dejó intacto como control. Cada dos semanas, un equipo de técnicos de campo regresaba a cada árbol para tomar los datos de una caja de registro montada en el tronco. Los equipos continuarán monitoreando hasta septiembre antes de pasar al análisis de datos a tiempo completo para comparar las condiciones en las copas de los árboles con y sin epífitas.
     Aunque el proyecto aún no ha publicado los resultados, ya se aprecian algunas diferencias en los datos. La velocidad del viento a través de los árboles, la humedad de sus hojas y la penetración de la luz solar en el dosel difieren significativamente entre los árboles experimentales y los de control, dice Gotsch. De pie en el suelo, mirando hacia arriba a las dos higueras, se puede ver. El árbol
de control, cubierto de epífitas, es denso, imponente y húmedo. Apenas se cuela la luz del sol. Al otro lado, el árbol despojado parece pertenecer a un parque de la ciudad, con su corteza desnuda y visible.
    
Las ramas de un árbol de control (derecha) están cubiertas de esteras florales absorbentes. Pero los árboles despojados experimentales (izquierda) no tienen epiphytes, y sus dosel parecen secarse mucho más rápido. Crédito de la imagen: Chris Pyle (fotógrafo).

Sobrevolando las copas de los árboles 

     Lo ideal sería que los investigadores recolectaran datos de muchos más de 10 pares de árboles, pero los experimentos de desbroce requieren mucho tiempo y son destructivos. Por eso, Dawson utiliza un dron para calcular la distancia que separa grandes franjas de árboles del bosque. Equipado con un sensor térmico y varias cámaras, el dron captura la temperatura, así como el espectro de luz visible y cinco bandas de radiación reflejada que rebota en los árboles. Al pasar en zigzag sobre varios cientos de árboles en tres sitios de investigación, el dron captura la reflectancia espectral del dosel y mide todas las longitudes de onda de la luz que el dosel no absorbe.
      En su computadora portátil, en una soleada cabaña en Monteverde, Dawson analiza los datos para calcular, por ejemplo, el contenido de agua en la copa del árbol. La clave: cuantificar la cantidad de luz del espectro del borde rojo, alrededor de 780 nanómetros, que es absorbida o reflejada por la copa de cada árbol. El agua absorbe la radiación del borde rojo con especial fuerza, por lo que Dawson puede extrapolar el contenido de agua de la copa. Es solo una métrica para evaluar cómo está todo el dosel. Combinado con los datos de los 20 árboles desnudos de epititas y los experimentales, el dron puede mostrar un panorama más amplio de cómo pueden comportarse los bosques ante el cambio climático. Todos estos datos se utilizan para construir un modelo hidrológico que simule el flujo de agua desde el cielo, a través del bosque y hasta el suelo. “Estamos muy interesados ​​en el papel que desempeñan las plantas a la hora de alterar la cantidad de agua que llega al suelo y la cantidad que se libera a la atmósfera”, afirma la investigadora principal adjunta Lauren Lowman, ecohidróloga de la Universidad Wake Forest en Winston-Salem, Carolina del Norte.
     Las epífitas no habían estado representadas hasta ahora en los modelos hidrológicos. El objetivo es representar la comunidad de epífitas como un balde en el bosque que almacena y vierte agua. Un conjunto de entradas llena el balde y otro conjunto de salidas lo vacía. El agua puede entrar en las epífitas a través de la lluvia, la niebla y el rocío, señala Lowman. El agua sale por evaporación, transpiración o absorción por el árbol huésped. El primer objetivo es representar el proceso de llenado y vaciado de la estera de epífitas, dice Lowman. A continuación, probablemente a partir de este otoño, modelarán la interacción del árbol con la estera de epífitas. Y luego, finalmente, utilizando los datos de los drones en 2025, ella y sus colaboradores esperan modelar muchos árboles interactuando con muchas esteras, para crear modelos hidrológicos a escala regional. Con el tiempo, Lowman y su equipo esperan modelar todo el ciclo del agua de los bosques nubosos de Monteverde y, en última instancia, de cualquier ecosistema donde crezcan epífitas. Describir el cubo de epífitas es solo el primer paso, dice Lowman.

Ríos en el cielo 

     Si bien el trabajo en Costa Rica es el más extenso de su tipo, una variedad de estudios más pequeños de todo el mundo, incluido el noroeste del Pacífico y Taiwán, también sugieren que las epífitas tienen un papel importante en el almacenamiento de agua en ambientes húmedos (8, 9). A lo largo de las costas chilenas y peruanas, donde el desierto se encuentra con el mar, las tormentas de lluvia son un evento que ocurre una vez cada década. Los cactus, arbustos y árboles sobreviven con la niebla marina y están cubiertos de líquenes y plantas aéreas, epífitas no vasculares. En 2010, el ecólogo de ecosistemas Daniel Stanton extrajo epífitas de un puñado de plantas en varios sitios, dejando cactus y árboles intactos como controles (10). Stanton, que tiene su base en la Universidad de Minnesota en Saint Paul, luego midió la humedad y la temperatura en la superficie de las plantas hospedantes, así como la humedad del suelo en la semana posterior a una rara tormenta de lluvia. Las plantas despojadas estaban más secas, más calientes y más sedientas en la semana posterior a la lluvia. Absorbieron la humedad del suelo a un ritmo cercano al doble de la pérdida de agua registrada por los grupos de control.
     Hace tres años, Stanton publicó un trabajo en el que se estimaba la biomasa de musgos y líquenes en campos de Minnesota. Luego convirtió esa biomasa en una estimación del almacenamiento de agua entre las epífitas no vasculares. Encontró que podrían almacenar entre el 5 y el 10% de un evento típico de lluvia (11). “Está al borde de lo suficiente como para que probablemente tenga importancia hidrológica”, dice Stanton. Si las epífitas disminuyeran en Minnesota, por ejemplo, en respuesta al cambio climático, probablemente haría que los bosques fueran “más llamativos”, agrega, lo que significa que el agua se precipitaría directamente al suelo y abandonaría el sistema rápidamente, tal como está sucediendo en Monteverde. Todo esto quiere decir que las selvas tropicales no son los únicos lugares que probablemente cambiarán si las epífitas desaparecen.
     Llama la atención porque bosques más secos tienen serias consecuencias para las personas que viven cerca. Las tormentas eléctricas más intensas causan inundaciones. Menos agua se filtra lentamente en el nivel freático y los acuíferos. Las comunidades circundantes sienten la presión sobre su suministro de agua.
     ¿Qué se puede hacer? La respuesta sencilla: más árboles nativos. Sus raíces estabilizan el suelo, lo que frena la erosión, y sus hojas ayudan a retener algo de humedad en el bosque. La Fundación Costarricense para la Conservación, una organización sin fines de lucro, ya dona árboles nativos a los agricultores sin costo alguno. "Nuestra principal misión es reemplazar los bosques lo más cerca posible de su estado natural", dice la bióloga conservacionista Debra Hamilton, cofundadora de la organización. En los últimos 26 años, ha regalado 300.000 árboles, a lo largo de toda la vertiente del Pacífico de Costa Rica. Los técnicos forestales, todos locales y autodidactas, recogen las semillas nativas y cuidan los árboles jóvenes, incluidos algunos de especies en peligro de extinción, en viveros. Luego, los propietarios de las granjas vienen a recogerlos, a menudo para cortavientos en granjas de ganado o para reforestar pastizales abandonados.
     Aunque reemplazar el hábitat es el objetivo principal, plantar árboles también puede ayudar a hacer frente a la pérdida de epífitas. Las nuevas raíces de los árboles ayudan a estabilizar las laderas y a frenar el chorro de agua que se escurre de las montañas. “Necesitamos que estos árboles altos que están surgiendo capten toda la humedad que puedan del aire que pasa”, dice Hamilton.
     Estudiar un sistema que ya está afectado por el clima “realmente me obliga a pensar en formas en las que podemos contribuir a las soluciones”, dice Gotsch. Espera que documentar las pérdidas de epífitas sea un primer paso para lidiar con los efectos perniciosos del cambio climático. Si su investigación ayuda a la comunidad de Monteverde a anticipar, digamos, una pérdida del 10% del almacenamiento de agua en la región, eso da al menos una base para los esfuerzos de mitigación, dice. Esta última subvención se extenderá hasta 2025.
     Es la tarde después de su escalada/trabajo de mayo, y Gotsch está de pie en la entrada de su casa de Monteverde. Por fin, comienza a llover. Las gotas caen sobre los aleros y la grava y, a lo lejos, las nubes brumosas se aglutinan entre los picos de las montañas. Aquí el agua está presente en todas partes. Las preguntas sobre qué será de ella son especialmente obvias, dice Gotsch, “en los bosques nubosos tropicales montañosos hiperverdes, hipermusgosos e hiperhúmedos”. Pero esas mismas preguntas se aplican en todo el mundo. “Los problemas”, dice, “son los mismos en todas partes, creo”.

Lo hemos leído aquí
-----

08 agosto 2024

¿Pueden los árboles paliar la crisis climática? 

El cambio climático se refiere a los cambios a largo plazo de las temperaturas y los patrones climáticos. Las actividades humanas han sido el principal motor del cambio climático, debido principalmente a la quema de combustibles fósiles como el carbón, el petróleo y el gas.
      La reforestación es posible tanto en la ciudad como en el campo. En cualquier lugar se puede crear una zona arbolada, incluso entre el asfalto y el cemento. Stefan Scharfe, un científico forestal que ha creado 14 "minibosques" en Alemania y Polonia, sabe cómo hacerlo. Su explicación del concepto de minibosque, creado por el arquitecto japonés Akira Miyawaki para predios urbanos, es entusiasta: "Con el minibosque, traemos la selva a la ciudad". Stefan Scharfe pone una cubierta vegetal, arbustos y árboles nativos junto al estacionamiento de un hospital en Herford. "Lo importante es el tratamiento del suelo. Imitamos el suelo de un bosque de décadas de antigüedad". Así es como se crea una robusta base vital. La arboleda silvestre ofrece sombra y un hábitat para pájaros e insectos además de reducir la temperatura del aire y del suelo en verano.
      En Brasil, Miriam Prochnow y Wigold Schaffer han dedicado sus vidas a preservar la selva tropical atlántica. Miriam Prochnow explica que "estamos atravesando una crisis humana sin precedentes y no podemos darnos el lujo de rendirnos”. En la década de 1970, los dos comenzaron a cultivar árboles de selva en su terraza. Con 25 empleados, actualmente administran una especie de vivero de árboles sin fines de lucro donde cultivan 200 especies, sobre todo variedades tradicionales. Los rescatistas forestales han plantado nueve millones de árboles hasta ahora para compensar la tala.
      Investigadores e investigadoras de la Universidad de Ciencias Aplicadas de Eberswalde, Alemania, recurren al conocimiento empírico de los pueblos indígenas para comprender mejor el ecosistema forestal enfermo. Por eso invitaron a los kogi, una comunidad colombiana reconocida mundialmente por su visión de la naturaleza. Científicos como Carsten Mann se inspiran en sus opiniones sobre los daños causados por plagas o sequías. "Para mí, el mensaje principal de los kogi es que no tiene sentido luchar contra las leyes de la naturaleza y que perderemos si no lo aceptamos”. Los investigadores e investigadoras ahora quieren proteger mejor los bosques utilizando el conocimiento de los kogi.

-----

21 julio 2024

LAURA ARAGÓ, en la Vanguardia-enero24
La velocidad de un árbol: los bosques huyen del cambio climático
Dolors Rodríguez, guarda forestal del Montseny, observa con prismáticos un grupo de pinos rojos muertos. Foto: Xavier Cervera
En el Montseny hay cadáveres de cinco metros de altura. “Mira, aquí los tenemos”, señala Dolors Rodríguez al doblar la curva. Clava el freno de mano y detiene la furgoneta blanca al margen del camino. En frente, una masa arbolada peina la ladera de la montaña. “Veis esas manchas rojas? —pregunta la guarda forestal mientras señala un puñado de copas desnudas que emerge entre el verde— “son pinos rojos muertos.” La sequía los ha matado. La crisis climática ha iniciado un éxodo silencioso de los bosques europeos: el calentamiento global provoca que las áreas de crecimiento de los árboles se trasladen hacia al norte, según muestran las proyecciones de EU-Trees-4Future, un consorcio de investigación europeo.
     Los árboles no migran como los animales pero se desplazan lentamente a través de su regeneración: los ejemplares en latitudes más bajas mueren y crecen otras más altas, donde sus condiciones para sobrevivir y reproducirse son mejores. Bajo la sombra de esos pinos rojos muertos ahora se asoman pequeños ejemplares de encinas, imperceptibles desde lejos. “No podemos adivinar el futuro, pero el sotobosque nos da pistas de cómo vamos a estar dentro de unos años”, añade Dolors. Y se avecinan cambios. Para finales de siglo, la crisis climática por sí sola alterará sustancialmente la distribución de las áreas adecuadas para la mayoría de las especies de árboles europeos, generando graves desajustes entre los nichos de las especies y las condiciones climáticas locales. El pino rojo es una de las especies que está condenada a desaparecer del sur de Europa antes de fin de siglo.

Cambio de hábitat del pino rojo
Proyección de la distribución del pino silvestre según su hábitat idóneo para finales de siglo



     Los procesos de transformación de los bosques son extremadamente lentos: “las consecuencias de lo que ocurre hoy las vamos a ver dentro de muchos años”, advierte Jordi Vayreda, investigador en el Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF). Los bosques, como en el Montseny, cubren el 35 % del territorio de la UE y desempeñan un papel económico y ecológico fundamental. Además de su contribución a la biodiversidad, los bosques son grandes sumideros de carbono, reguladores de agua y el hogar de miles de especies.
     Si el aumento paulatino de la temperatura ya dificulta la supervivencia de los árboles, los episodios extremos —como la sequía prolongada de ahora— todavía más. Redefinen a golpe de timón el futuro de los bosques: no dan margen a las especies a recuperarse y provocan la mortalidad masiva de ejemplares. “Estos episodios determinan la supervivencia, la presencia o la ausencia de una especie”, cuenta Michele Bozzano jefe del de los estudios del mediterráneo del Instituto Forestal Europeo (EFI), un organismo que trabaja para convertir el conocimiento científico en recomendaciones para los gestores forestales.
       Estos eventos cada vez más frecuentes, severos y duraderos por el cambio climático, atacan el corazón de los ecosistemas y sacuden su equilibrio. Muchas veces no es el evento en sí sino sus consecuencias: tras tres años de sequía los árboles se debilitan y son atacados por plagas de hongos e insectos.

     “En algún momento el equilibrio se romperá: serán tres meses, de sequía, una helada tardía o un invierno demasiado cálido pero llegará un momento que toda la población de una especie desaparecerá de un día para otro”, advierte Bozzano, desde las oficinas de EFI, en el corazón del Hospital de Sant Pau.
      La clave para evitar que este proceso de transformación de la masa forestal se rompa es hacerla más resiliente. Magda Bou Dagher Kharrat, principal investigadora del área mediterránea del EFI, defiende que hay que asegurar que cada bosque tenga la diversidad que le permita sobrevivir. “Es lo que da a los bosques la capacidad de adaptarse a los golpes climáticos”, explica la investigadora.
     “Sobre terreno la gestión es más complicada”, cuenta Daniel Guinart, biólogo y director de conservación del Parc del Montseny. Desde la masia Mariona, enclavada a los pies del Turó del Home, Guinart defiende un bosque con diversidad de especies autóctonas que resistan el cambio climático y un bosque maduro que necesite menos agua.
     “Somos conscientes que las sequías prolongadas van a ser habituales y por esto promovemos reducir la densidad del bosque”, detalla Guinart. Esto permite reducir la competencia ante la falta de agua y asegurar que los ejemplares que se quedan tengan más posibilidades de sobrevivir.
     A efectos de gestión forestal también significa eliminar las plantaciones de especies exóticas, que al estar menos adaptadas al clima actual resisten peor los episodios de sequía, y reemplazarlos por otras más resilientes. En un parque donde tan solo un 20% de la masa forestal es pública, el margen de acción se complica.
      Durante el siglo pasado fincas privadas del Montseny promovieron las plantaciones de abeto douglas, una especie de Canadá con un gran rendimiento económico. Con el cambio climático, estas especies están teniendo dificultades para sobrevivir y es mejor apostar por otras más resilientes.
     Dolors retoma la marcha y conduce cuesta abajo el camino que serpentea la vertiente sur de la montaña. La fotografía actual del Montseny no se puede explicar sin los cambios de uso tradicional de la montaña. Más arriba de las copas de los pinos muertos, en lo alto de las colinas el abandono de los prados de pastura ha dejado vía libre a los hayedos. “Cada año el bosque, que requiere más agua que un campo, le gana metros a los prados”, cuenta Dolors, que lleva más de tres décadas observando estos bosques. “Somos los ojos, los oídos y la nariz del parque: y ahora el parque tiene sed.”
Metodología

     Para elaborar los mapas de las especies de árboles se han tomado como referencia las siguientes especies: Abies Alba (Abeto), Quercus Ilex (Encina), Quercus Robur (Roble), Pinus Sylvestris (Pino Rojo), Fagus Sylvatica (Haya) y Olea Europaea (Olivo).
     Para hacer la comparación entre sus áreas de distribución, se ha tomado como referencia las proyecciones elaboradas por EU-Trees4F para 2095. En concreto se ha tomado como referencia el modelo "climatic-ensamble" para el escenario RCP 4.5, también conocido por business-as-usual como referencia a que es el escenario más probable si continuan las emisiones actuales.

Lo hemos leído aquí, donde se pueden ver diferentes mapas con el haya, encina, roble, pino y olivo.

-----

24 junio 2023

JUAN F. SAMANIEGO (en febrero, 2023)
Los árboles tienen memoria climática


Humanos y animales tienen sus estrategias para lidiar con los impactos del cambio climático. Pero, ¿y los árboles, cómo sobreviven? Una investigación de la Universidad de Oviedo desvela que disponen de mecanismos para recordar situaciones ambientales desfavorables.
Foto: Vick Mellon

     Cuando no llueve, los humanos buscamos el agua debajo de las piedras. A lo largo de la historia, hemos desarrollado técnicas más o menos efectivas (y más o menos respetuosas con el entorno) para tener siempre algo para beber y con lo que regar. Los embalses, los pozos o las plantas desalinizadoras nos ayudan, cuando están disponibles, a sobrellevar los periodos de sequía. Los animales también tienen sus estrategias para lidiar con la falta de agua, como desplazarse (a veces grandes distancias) en busca de nuevas reservas o reducir las necesidades de hidratación bajando la actividad. Pero, ¿cómo sobrevive un árbol?
     Estos seres vivos están anclados a un mismo lugar, en el que pasan decenas, cientos e incluso miles de años. Por eso, sus estrategias para lidiar con situaciones estresantes, como una sequía, una ola de calor o una plaga, son muy diferentes a las de los animales. «Nosotros los humanos disponemos de muchos recursos para afrontar estas situaciones, desde la lucha o huida, hasta la construcción de herramientas y refugios. La supervivencia animal radica en gran medida en la experiencia, que nos permite una mejor evaluación, anticipación y respuesta ante un riesgo. Y esta experiencia se basa en la memoria», explica Lara García-Campa, investigadora predoctoral Severo Ochoa del Área de Fisiología Vegetal de la Universidad de Oviedo.
     «Las plantas no tienen la capacidad de desplazarse ni tampoco tienen una memoria compleja basada en un sistema nervioso como el de los animales, pero cuentan con sistemas más simples a nivel celular, que desencadenan estrategias diferentes a las que poseen los animales», añade. La última investigación publicada por García-Campa y otros investigadores del Área de Fisiología Vegetal de la Universidad de Oviedo ha concluido que los árboles tienen mecanismos para recordar situaciones ambientales desfavorables, responder cada vez mejor a situaciones de estrés y transmitir esa información a su descendencia. Los árboles tienen una especie de memoria climática en los genes.

Las muchas memorias de los árboles
     La primera vez que tocamos el fuego, nos quemamos. Pero lo más probable es que esto no se vuelva a repetir. Los seres humanos, como muchas otras especies, recordamos la situación y sus consecuencias negativas para evitarlas en el futuro. De hecho, es muy probable que ese primer contacto con el fuego nunca se llegue a producir, porque nuestros padres o nuestros abuelos nos hayan advertido de las probabilidades de quemarnos y nos hayan transmitido información que se pasa de generación en generación como parte de una memoria colectiva que va acumulando conocimiento útil para nuestra especie.
     La memoria humana está basada en un sistema nervioso complejo del que carecen las plantas. Sin embargo, esto no significa que estas no tengan sistemas propios para transferir información internamente y entre generaciones. El estudio de la memoria de las plantas, de su habilidad para retener información de estímulos pasados y responder a ellos en el futuro, ha descrito que las plantas cuentan con diferentes mecanismos para recordar. Son mecanismos muy distintos a los de los animales, pero persiguen el mismo objetivo: aprender para adaptarse a los cambios.
     Algunas plantas, por ejemplo, reducen o aumentan la concentración de una sustancia química determinada en ciertos tejidos como respuesta a un suceso estresante. Mantienen esta concentración durante un período de tiempo y la usan como señal para una respuesta de recuperación. Otras presentan respuestas epigenéticas, modificando la forma en que se expresan sus genes para responder de forma más efectiva a las situaciones de estrés en el futuro. «Siempre que hablamos de adaptación deberíamos entenderlo como una coordinación de varios procesos más que uno de ellos llevando la voz cantante», explica Lara García-Campa.
     La investigación de la Universidad de Oviedo ha profundizado en el conocimiento de una nueva respuesta genética que los árboles usan para recordar situaciones ambientales desfavorables como las olas de calor o los periodos de sequía. Este mecanismo les permite responder mejor a sucesivos periodos desfavorables, cada vez más frecuentes en el contexto de cambio climático, y transmitir el “conocimiento” a su descendencia.

Memoria intergeneracional frente al cambio climático
     «Cuando las plantas perciben un estrés por primera vez, encienden las alarmas, como cualquier otro ser vivo», detalla la investigadora. «En un primer lugar, se activan unos mecanismos generales de respuesta, que son suficientes para afrontar niveles de estrés bajo. Estos mecanismos tratan, principalmente, de prevenir el daño oxidativo en la célula y de mantener la integridad de las distintas estructuras y orgánulos que forman las células. Pero si el estrés es más intenso, se activa una maquinaria molecular con respuestas más avanzadas y, generalmente, más específicas».
     Tal como explica García-Campa, esta respuesta se basa en activar genes específicos que hasta ese momento estaban dormidos y en modificar la forma en que estos genes se transcriben (se traducen en proteínas) mediante un mecanismo conocido como splicing alternativo. «Este proceso puede originar distintas proteínas a partir de un mismo gen», puntualiza. «De igual forma que cuando preparamos una receta de cocina debemos adaptarla a los ingredientes que tengamos, las células, a través de la transcripción y el splicing alternativo, pueden adaptar el funcionamiento de los genes para que respondan mejor en determinadas situaciones».
     Una vez pasa la sequía o la ola de calor, las plantas recuerdan esto y mantienen un pequeño número de formas genéticas alternativas, lo que les permite responder de forma rápida y eficiente cuando la situación se repite en el futuro. Es decir, recuerdan para aprender del pasado y reducir los daños en el futuro. El estudio de la Universidad de Oviedo se llevó a cabo en pinos, pero el mecanismo se ha descrito en otras especies, lo que hace pensar a los investigadores que probablemente sea algo extendido. «Por lo tanto, las plantas, al igual que los animales, son capaces de percibir, recordar y aprender de experiencias negativas para poder afrontarlas mejor la próxima vez que se presenten», añade Lara García-Campa.
     Porque lo más probable es que se vuelvan a presentar. De acuerdo con el informe especial sobre la tierra y el cambio climático del Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC), la salud y el funcionamiento tanto de árboles individuales como de los ecosistemas forestales se están viendo afectados por el aumento de la frecuencia, la gravedad y la duración de eventos meteorológicos extremos, como las olas de calor y las sequías e inundaciones. Además, son vulnerables a nuevas plagas y enfermedades que aumentan su zona de distribución al subir las temperaturas y sufren también las consecuencias de las temporadas de incendios más prolongadas.
     «Las células vegetales tienen una gran plasticidad celular y son capaces de hacer frente a condiciones adversas y aprender de ellas. Pero invertir esfuerzos en paliar el estrés también conlleva consecuencias fisiológicas negativas como la ralentización del crecimiento», concluye Lara García-Campa. «Además, el cambio climático es más rápido que la velocidad de adaptación de las plantas, por lo que, lamentablemente, estamos cerca de un punto de no retorno en el que la realidad ambiental sobrepase la capacidad máxima de aclimatación de muchas especies. No debemos olvidar nuestra responsabilidad con nosotros mismos y con las generaciones futuras ahora que todavía estamos a tiempo y podemos dar pasos de gigante hacia un mundo más sostenible».

 Lo hemos leído aquí

-----

10 agosto 2019

Instituto Politécnico RENSSELAER
Daños a la capa de ozono y al ciclo de retroalimentación que forma el cambio climático.
(24 de junio de 2019)

     El aumento de la radiación solar que penetra a través de la dañada capa de ozono está interactuando con el clima cambiante, y las consecuencias se están propagando a través de los sistemas naturales de la Tierra, afectando a todo, desde el clima hasta la salud y la abundancia de mamíferos marinos, como focas y pingüinos. Estos hallazgos se detallaron en un artículo publicado en Nature Sustainability por miembros del Plantel de Evaluación de los Efectos Ambientales del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, que informa a las partes del Protocolo de Montreal.
     "Lo que estamos viendo es que los cambios en el ozono han cambiado los patrones de temperatura y precipitación en el hemisferio sur, y eso está alterando las condiciones donde están las algas en el océano, lo que altera las condiciones de los peces, las morsas y las focas, por lo que "Estamos viendo muchos cambios en la red alimenticia", dijo Kevin Rose, investigador del Instituto Politécnico Rensselaer que trabaja en el  y es coautor del artículo.
     El Protocolo de Montreal de 1987 sobre sustancias que dañan la capa de ozono, el primer acuerdo ambiental multilateral ratificado por todas las naciones miembros de las Naciones Unidas, fue diseñado para proteger el filtro principal de la Tierra contra la radiación ultravioleta solar al eliminar la producción de sustancias nocivas hechas por el hombre, como la clase de refrigerantes clorofluorocarbonos. El tratado se ha considerado en gran parte como un éxito, ya que se prevee que la media global de la capa de ozono se recuperará a niveles anteriores a 1980 para mediados del siglo XXI.
      Sin embargo, a principios de este año, los investigadores informaron haber detectado nuevas emisiones de sustancias que dañan la capa de ozono provenientes del este de Asia, lo que podría amenazar la recuperación de la capa de ozono.
      Desde hace tiempo se sabe que el dañar la capa de ozono aumenta la radiación UV dañina en la superficie de la Tierra, su efecto sobre el clima se ha hecho evidente recientemente. El informe apunta al hemisferio sur, donde un agujero en la capa de ozono sobre la Antártida ha empujado la Oscilación Antártica, el movimiento de norte a sur de un cinturón de viento que rodea el hemisferio sur, más al sur de lo que ha estado en aproximadamente mil años. El movimiento de la Oscilación Antártica, a su vez, contribuye directamente en el cambio climático en el hemisferio sur.
     A medida que las zonas climáticas se han desplazado hacia el sur, los patrones de lluvia, las temperaturas de la superficie del mar y las corrientes oceánicas en grandes áreas del hemisferio sur también han cambiado, afectando a los ecosistemas terrestres y acuáticos. Los efectos se pueden ver en Australia, Nueva Zelanda, la Antártida, América del Sur, África y el Océano Austral.
En los océanos, por ejemplo, algunas áreas se han vuelto más frías y productivas, mientras que otras áreas se han vuelto más cálidas y menos productivas. Los océanos más cálidos están vinculados a la disminución en los lechos de algas marinas de Tasmania y los arrecifes de coral de Brasil, y los ecosistemas que dependen de ellos. Las aguas más frías han beneficiado a algunas poblaciones de pingüinos, aves marinas y focas, que se benefician de mayores poblaciones de krill y peces.
Un estudio informó que las albatros femeninas pueden haberse vuelto un kilogramo más pesadas en ciertas áreas debido a las aguas más frías más productivas relacionadas con el agotamiento de la capa de ozono.
      Rose también señaló los bucles de retroalimentación más sutiles entre el clima y la radiación UV descritos en el informe. Por ejemplo, las concentraciones más altas de dióxido de carbono han llevado a océanos más ácidos, lo que reduce el grosor de las conchas calcificadas, lo que hace que los mariscos sean más vulnerables a la radiación UV. Incluso los humanos, dijo, es probable que usen ropa más liviana en una atmósfera más cálida, haciéndose más susceptibles al daño de los rayos UV.
      El informe encontró que el cambio climático también puede estar afectando la capa de ozono y la rapidez con la que la capa de ozono se está recuperando. 
      "Las emisiones de gases de efecto invernadero atrapan más calor en la atmósfera inferior, lo que conduce a un enfriamiento de la atmósfera superior. Las temperaturas más frías en la atmósfera superior están desacelerando la recuperación de la capa de ozono", dijo Rose.
      Como uno de los tres planteles de científicos que apoyan el Protocolo de Montreal, el Plantel de Evaluación de los Efectos Ambientales se centró en particular en los efectos de la radiación UV, el cambio climático y el agotamiento de la capa de ozono. Treinta y nueve investigadores contribuyeron al artículo, titulado "Agotamiento del ozono, radiación ultravioleta, cambio climático y perspectivas de un futuro sostenible". Rose, una ecóloga acuática, forma parte del grupo de trabajo sobre ecosistemas acuáticos, que es uno de los siete grupos de trabajo que forman parte del plantel.
      "Esta colaboración internacional centrada en un problema acuciante de importancia mundial ejemplifica la visión de investigación de The New Polytechnic en Rensselaer", dijo Curt Breneman, decano de la Escuela de Ciencias de Rensselaer ".

Versión original
-----

30 julio 2019

ANGEL ENRIQUE SALVO TIERRA
El braquichito rebelde

     Junto a la Estación Universidad (Málaga) hay una higuera y un azufaifo. Una simpática pareja de orígenes orientales, que llevan conviviendo con nosotros muchos siglos. Sus frutos han formado parte de la dieta de nuestros ancestros y de los asientos de nuestras culturas. Era la pareja perfecta que rodeaba cualquier pueblo o morada campesina. Las azofaifas y los higos y brevas garantizaban la dosis vitamínica suficiente de las familias durante todo el año. Entre ellos comentan que nunca vieron un Junio tan caluroso, dando la razón a los datos de la Agencia Americana de Medio Ambiente que acaba de publicar que ha sido el mes dedicado a Juno en el que nuestro planeta, en sus mares y continentes, ha sufrido más altas temperaturas medias desde que se tienen registros, es decir al menos en estos últimos 140 años. Como no cambie la cosa, comenta la higuera, me veo dando cabrahigos. Por su parte, el azofaifo le replica que estando cuajado de frutos presiente que madurarán demasiado pronto, antes de que retornen del norte las aves que se encargan de diseminar sus semillas.
    Debéis ser optimistas, les comento, habéis sobrevivido a peores momentos. Entonces me señalan a un braquichito de hojas de arce que cercano a ellos ha sido talado en pleno centro del inteligente Campus, para mayor gozo de quienes desean aparcar sus coches. El árbol de fuego se ha revelado ante tal mutilación, y ha rebrotado de su tocón con fuerza inusitada. Lo ves, me incide el azofaifo, a pesar de su fuerza está condenado a desaparecer. Esa es la diferencia entre la Ley de la Naturleza y la condición humana. Entonces la higuera me cuenta la historia de un nogal de Pakistán que lleva encadenado desde hace más de un siglo, siendo el reo más antiguo que la humanidad ha conocido. La razón fue que un oficial británico en sus delirios de paranoia etílica pensó que era perseguido por el árbol al sentir la agitación de sus ramas. En su sobervia humana no dudó en condenarlo a estar encadenado de por vida. Al igual que a nuestro braquichito, es el más representativo monumento a la estupidez con la que la humanidad trata a la Naturaleza. Que Agosto se apiade de todos.
Foto: Angel Enrique Salvo Tierra
-----

22 marzo 2018

LOS BOSQUES MÁS DIVERSOS SON MÁS RESISTENTES A LA SEQUÍA
Bosques en Borneo (Malasia)
Bosques en Borneo (Malasia) - CSIC
     Un trabajo llevado a cabo por investigadores del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), en colaboración con científicos del Danum Valley Field Centre y el Forest Research Centre (Malasia), así como de la Universidad de Oxford (Reino Unido), muestra que los bosques más diversos son más resistentes al estrés hídrico causado por la sequía. Los resultados del estudio, que relacionan biodiversidad con una mejor capacidad de afrontar los efectos del cambio climático, aparecen publicados en el último número de la revista Nature Ecology & Evolution.
     Los científicos han empleado plántulas de árboles tropicales, en mezclas y en monocultivo (de una sola especie), procedentes de Borneo (Malasia), y láminas de plástico para excluir la lluvia y simular eventos de sequía similares a los causados por el fenómeno climático de El Niño. El objetivo era alterar la cantidad de lluvia y, al mismo tiempo, la diversidad de las plántulas para probar la relación entre la diversidad y la sequía.
     «Las plántulas respondieron a la sequía severa en todas las situaciones, pero, cuando la diversidad era más alta, se reducía el estrés hídrico en comparación con las plántulas en monocultivo», explica el investigador del CSIC Michael O’Brien, que trabaja en la Estación Experimental de Zonas Áridas (CSIC).
      La menor competencia de las plantas más diversas por el agua permite que se mantenga su crecimiento durante episodios de sequía, mientras que, en el caso de los grupos de la misma especie, la competencia es mayor y, por tanto, el crecimiento se resiente. «La complementariedad entre especies retrasa el punto en el cual el agua se muestra limitante para el crecimiento», agrega el investigador del CSIC.
     Las conclusiones del estudio ahondan en la comprensión de la dinámica de los bosques tropicales. Por un lado, la diversidad promueve la resistencia de las distintas especies de árboles a la sequía, un dato a tener en cuenta cuando las sequías sean más frecuentes según los escenarios de cambio climático previstos para los próximos años. Por otro lado, el hecho de que las plántulas en monocultivo estén más afectadas por la escasez de agua sugiere que la sequía tiene un papel en el mantenimiento de la diversidad en bosques tropicales.
     «Hemos demostrado que existe una retroalimentación por la cual la sequía fomenta la diversidad, al tiempo que los bosques más diversos son más resistentes. Las estrategias de gestión y restauración son, por tanto, clave para mejorar la resistencia de los bosques al cambio climático», concluye O’Brien.
-----

21 diciembre 2017

YURI MILLARES
Secretos del bosque canario y sus árboles
El cuadro 'Pinar quemado' de Lucas de Saá, acrílico y óleo sobre lienzo, creado para el proyecto Nisfade de identificación y protección de los pinos singulares de El Hierro.| FOTO: JAVIER PÉREZ MATO

     El archipiélago canario tiene, en este siglo XXI por el que ya nos adentramos, 130 mil hectáreas de bosque y aún dispone de capacidad en su suelo para albergar otras 90 mil hectáreas más. Y aunque el ritmo de las repoblaciones varía de año en año (en función de las posibilidades presupuestarias de las administraciones públicas en cada ciclo económico), técnicos forestales consultados por PELLAGOFIO estiman que “esas 90 mil hectáreas las podríamos conseguir en 70 años”, algo que, en cualquier caso, “deberíamos intentar acortar, haciendo un esfuerzo en los próximos 30 ó 40 años para repoblarlas con ayuda del proceso natural que está en marcha”. 
      La mayor parte de los bosques canarios son pinares (unas 70 mil ha.), siendo el monteverde (nuestra exuberante y relicta laurisilva) el que ocupa el segundo lugar en extensión (unas 25 mil ha.) y el bosque termófilo el tercero en este ranking, con los palmerales, que tienen sus mayores extensiones en Gran Canaria y La Gomera.
Pinar de Pilancones, en Gran Canaria.| FOTO: TATO GONÇALVES
     Estas cifras contrastan con la realidad de cien años atrás (por ejemplo, los bosques de Gran Canaria apenas tenían a principios del siglo XX una superficie de 6 mil hectáreas). Ya a finales del XIX el navegante, naturalista y explorador francés Dumont d’Urville (Viaje pintoresco alrededor del mundo) escribía entre alarmado y sorprendido:  
El mayor error de la administración española es no haber velado por la conservación de los bosques, que son para estas islas el gran alambique de la destilación pluvial. (…) Hoy en día la expansión de este suelo pelado es tan fuerte que la nubes no hacen más que pasar sobre las islas”.

     Lo cierto es que los gobiernos españoles empezaron a tomar sus primeras medidas por esa época, enviando a conservadores de montes en una labor muy poco eficaz que el antropólogo, también francés, René Verneau explicaba porque el campesino, que “se queja de la sequía”, sigue talando “los maravillosos bosques del país en las propias barbas de los guardas”.

Monumento a la bombona
     La primera mitad del siglo XX, con sus guerras mundiales y la propia guerra civil en España, no hizo sino agravar la situación de los bosques. Con el comercio portuario bajo mínimos, los escasos recursos forestales eran lo único de que disponía la población para tener leña y carbón con la que cocinar, o los puertos para suministrar a los barcos. “A la bombona había que hacerle un monumento, porque cuando vino el gas butano la gente dejó de hacer los cortes clandestinos”, solía decir Jaime O’Shanahan, figura clave en el inicio de las grandes repoblaciones forestales que dieron la vuelta a esta dramática situación a partir de 1951.
     Las leyes que, por esa época, se dictaron en España tuvieron su efecto sobre las reforestaciones emprendidas en Canarias, aunque no exentas de sus controversias. “La ley estatal decía que todas las superficies por encima de los 900 metros debían ser forestales. En Canarias, por encima de esa altura, había agricultura y pastoreo y supuso un cambio radical en el uso del territorio. Y por eso, de alguna forma, hoy todavía se mantiene esa aversión a los pinos”, señala uno de los técnicos forestales consultados. “Pero, objetivamente –añade–, las Canarias necesitaban bosque. Gran Canaria especialmente”. El progresivo abandono de algunas actividades tradicionales, “como el pastoreo intensivo o la siega de monte de forma superficial”, tuvo como resultado que a partir de los años 70 del siglo XX, el territorio entrase en un proceso que los técnicos forestales llaman “de cicatrización”: se produce una regeneración natural tanto de los antiguos pinares, como de los relictos de monteverde e, incluso, de los palmerales. “Ayudados por el viento y sobre todo por las aves (especialmente el mirlo), las semillas viajan fuera de la superficie ocupada por el bosque, incrementando de una forma considerable la superficie forestal”, que se extiende por territorios en los que se ha abandonado la agricultura o ya no se practica el pastoreo.

Frutales forestales, también
     
Las repoblaciones forestales refuerzan notablemente esa regeneración y ampliación de los bosques canarios que, aunque en los años 50, 60 y 70 eran mayoritariamente con pino (sobre todo Pinus canariensis, pero también insigne, halepensis y pinea), a partir de los años 80 se añaden a las repoblaciones otra serie de especies: palmeras, laurisilva e incluso frutales forestales, “que es importantísimo, porque son mucho más aceptados por la población rural”, reconocen los técnicos. Se refieren a castaños, nogales, álamos negros (olmos, como son más conocidos popularmente), higueras… “Toda esa lista de especies la Administración también los ha fomentado, sabiendo que es una forma de crear ecosistema porque la fauna los necesita”, añaden.
     Llegados a este punto del artículo, puede que al lector le asalte la pregunta: ¿para qué tanto pino en vez de frutales? Los técnicos forestales lo tienen claro: “No hay que plantearse qué nos genera el pinar, sino ¿qué pasaría si no estuviese ese pinar? Es uno de los mejores usos del territorio, porque si hay un incendio el pino canario rebrota otra vez; en zonas accesibles nos produce una madera de muy buena calidad (tenemos que ser pacientes y esperar 200 años hasta que nos produzca tea, pero es un factor importante); también produce leña y pinocha (para cama de ganado, para hacer estiércol)”.
Son unos beneficios que, hasta hace poco, habían estado muchas veces vetados, de ahí esa aversión de la población rural al no permitírsele pastorear, disponer de leña o ni siquiera recoger pinocha. Incluso se multaba por cortar pasto.

Las multas: “leyenda urbana”
      Eso es hoy algo impensable (“Hace 15 años que no se tramita una multa. Lo que queda son leyendas urbanas”, aseguran en el Cabildo de Gran Canaria), pues todos reconocen ya que esas son labores (junto a los tratamientos selvícolas para sanear el bosque, con talas selectivas) que benefician al propio bosque y evitan incendios: “El pastoreo controlado es un uso sostenible muy adecuado, porque mantiene el sotobosque a raya y allá donde crece el pino muchas veces no te crece otra cosa. Lo que no tiene sentido es plantar pinos donde podemos plantar laurisilva, castaños u olmos”, reconocen hoy los técnicos que cuidan nuestro patrimonio forestal.
     Y sean de pinos o de cualquier otra especie, los bosques son –más allá de un recurso paisajístico para disfrute de la población urbana, o de un sostenedor de actividades rurales tradicionales– una necesidad para el territorio y su clima. Entre las funciones fundamentales del bosque están la producción de agua, la protección de suelos y, especialmente, la fijación de CO2 tan necesaria ante el uso y abuso de combustibles fósiles como el petróleo y el carbón. “Tenemos que pertrecharnos contra el cambio climático, y la mejor defensa es tener mucha superficie arbolada porque mejora el microclima y podemos hacerle frente, de forma mucha más óptima, al desgraciado cambio climático que nos espera”, insisten.
___________________________________
NOTA
*El contenido de esta página se basa en entrevistas con los técnicos forestales Carlos Velázquez, Alejandro Melián y Juan Guzmán, además de la consulta de diversa documentación a la que PELLAGOFIO ha tenido acceso y datos de investigaciones propias.

-----