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11/10/2024

El aumento de la masa forestal

ENRIC JULIANA, en "La Vanguardia", Sept-2024
Cuando los árboles dejan ver el bosque

España es el país con más masa forestal de Europa después de Suecia

El Montseny en otoño

 Este texto pertenece a 'Penínsulas', el boletín que Enric Juliana envía a los lectores  de 'La Vanguardia' cada martes. Si quieres recibirlo, apúntate aquí.

     Cuando un viajero se aproxima a Madrid en avión tiene la sensación de visitar un país muy llano, muy seco y con pocos árboles. “África empieza en los Pirineos”. Esa frase, de timbre francés, fue atribuida a Alejandro Dumas y con toda seguridad fue alimentada por Stendhal en sus notas sobre la vida de Napoleón, en las que llegó a escribir que en España todo era africano excepto la religión. El norte de África empieza al sur de los Pirineos, puede pensar el viajero que mira por la ventanilla mientras el avión se aproxima al aeropuerto de Barajas. Si el visitante viaja en tren o en coche desde Barcelona a Madrid tendrá esa misma impresión al atravesar el desierto de los Monegros.
     España, país seco con bosques menguantes, cada vez más castigados por los incendios forestales y el cambio climático. Playas repletas de turistas y un interior árido y despoblado, con un gigantesco campamento cosmopolita en el centro de la península, muy conectado con Latinoamérica. Esa podría ser una caricatura geográfica de la España actual. Una caricatura muy alejada de la realidad, en lo que a la masa forestal se refiere. Presten atención: España es en estos momentos el segundo país con mayor masa forestal de Europa, por detrás de Suecia. Es el país con una mayor proporción de masa forestal en relación a su superficie, detrás de Suecia, Finlandia, Eslovenia, Estonia y Lituania, superando a Noruega y Suiza, y muy por delante de Alemania y Francia. En España hay 7.800 millones de árboles. 160 árboles por habitante.
     Hace unos meses, el geógrafo Santiago Fernández Muñoz puso el tema de los árboles sobre la mesa y me sorprendió. Habíamos quedado en Madrid para tomar un café y hablar de geografía y política. Fernández Muñoz es profesor de Geografía Humana en la universidad Carlos III, ha trabajado en la AIReF (Autoridad Independiente de Responsabilidad Fiscal) en el control de políticas públicas, y dirigió hasta hace un año la unidad de seguimiento del Plan de Recuperación en el gabinete de la Presidencia del Gobierno. Tiene los mapas en la cabeza, conoce los puntos débiles de las políticas públicas y sabe de qué van los fondos de recuperación europeos y cómo se negocia en Bruselas. Fue muy interesante conocerle. Le gustaba el enfoque de Penínsulas y propuso una serie de temas, ese tipo de temas aparentemente desconectados de la trepidante actualidad que explican cosas de cierto calado. A partir de aquella conversación, Santiago Fernández colabora con este boletín aportando ideas y datos. “Seguramente no te imaginas que España es uno de los países con más masa forestal de Europa”, me dijo. “Hemos ido construyendo la imagen de un país reseco, un país en grave riesgo de desertización, muy castigado por los incendios forestales; no voy a negar ese riesgo, pero la realidad es que en España los bosques se han hecho más grandes”, añadió. Me interesó mucho el tema de los árboles. Todos aquellos enfoques que desmienten tópicos son especialmente atractivos. Por lo tanto, hoy hablaremos de árboles con la ayuda de Santiago Fernández.
Coníferas en verde oscuro, Frondosas en verde claro y Masas mixtas en naranja

      Mapas, mapas, mapas. Dicen las estadísticas que la masa forestal empezó a crecer en España a partir de 1975. Podríamos afirmar que después de la muerte de Franco empezaron a crecer los árboles. Esta no la vimos venir. El crecimiento de la masa forestal no figuraba ni en el programa de la Junta Democrática, ni en los pactos de la Moncloa. La foresta empezó a expandirse en 1975 como consecuencia de una constante reducción de la población rural y de las tierras de cultivo. Los expertos coinciden en señalar que 1940 fue el peor año para la masa forestal en España. La miseria de la posguerra empujó a miles de familias a una economía de supervivencia en los aledaños de los bosques. La gente buscaba más leña y roturaba pequeños campos de cultivo para poder comer. Esa situación empezó a cambiar entre los años sesenta y setenta del siglo pasado a medida que se desplegaban los efectos del Plan de Estabilización de la economía: entrada de capitales extranjeros, nuevas industrias, turismo, emigración masiva del campo a la ciudad, definitiva mecanización de las labores agrarias y lenta disminución de las zonas de cultivo. Los expertos dicen que 1975 fue el año de inflexión. El día en que murió Franco, los bosques ya estaban creciendo.
     Desde entonces España ha ganado más de siete millones de hectáreas de arbolado. Ello quiere decir que la superficie ocupada por los bosques ha crecido un 63%. Un proceso similar se ha registrado en la mayoría de los países europeos, aunque con menor intensidad. Cambios demográficos y políticas de reforestación explican el fenómeno. A medida que la población se concentra en las ciudades, el bosque tiende a crecer si hay políticas que lo favorecen. Cuando la población rural disminuye, menguan los cultivos, se recoge menos leña, avanzan los arbustos y, después, los árboles. En los últimos años, a medida que la defensa del medio ambiente iba calando en la sociedad, muchas grandes empresas han querido mejorar su imagen pública financiando importantes campañas de reforestación. Nunca en España había habido tantos árboles como ahora.
     El país cuenta en estos momentos con 28 millones de hectáreas de masa forestal, que ocupan el 56% de la superficie total. 18,5 millones de hectáreas de esa masa forestal son bosques y otros 10 millones corresponden a zonas de arbusto y matorral, con árboles dispersos. En la última década se han perdido un millón de hectáreas de tierras cultivadas, con la consiguiente disminución del número de personas empleadas en la agricultura. Después de 37 meses consecutivos de caída, el empleo agrícola se sitúa por primera vez por debajo del millón de personas y no llega al 5% del total de los afiliados de la Seguridad Social. Son datos muy recientes, de los que informaba Jaume Masdeu en La Vanguardia de este pasado lunes. Hace un siglo no era ese el paisaje. Hay estadísticas sobre la masa forestal desde 1861. Los viajeros que escribieron sobre la España del siglo XIX hablaban de paisajes desolados y desarbolados, como si los españoles odiasen los árboles o se hubiesen lanzado masivamente a por leña. Entre 1860 y 1960 tuvo lugar una intensa deforestación como resultado combinado de la desamortización de los montes públicos y de las propiedades eclesiásticas, y el incremento de las pequeñas parcelas de cultivo para la subsistencia del paupérrimo campesinado español.
     Un libro de reciente aparición, Primavera revolucionaria, del historiador británico Christopher Clark, explica la importancia que tuvo la privatización de los prados y bosques comunales en la germinación de las revueltas sociales que confluyeron en casi toda Europa en 1848. Plagas, hambrunas (terrible en Irlanda), prohibición de extraer leña y pastorear en las antiguas tierras comunales, más la miseria y el hacinamiento de los campesinos transformados en obreros industriales, hicieron fermentar la ola revolucionaria que recorrió Europa mediado el siglo XIX. Una ola que en España, en una muestra más de su singularidad histórica, catalizó el carlismo: la causa tradicionalista del infante Carlos María Isidro de Borbón. El carlismo es uno de los surcos profundos de la moderna historia española. Otro Carlos, Karl Marx, escribió su primer artículo en la prensa criticando la implantación de una nueva ley forestal en Renania. Su padre, Heinrich, era el abogado de los campesinos que pleiteaban contra el nuevo Código Forestal.
     Volvemos al bosque encantado. El Plan de Estabilización de 1959 empezó a cambiar la España desforestada. Recomiendo vivamente una película rodada en 1951, Surcos, dirigida por José Antonio Nieves Conde, con un guión estilizado por el escritor Gonzalo Torrente Ballester. Un encargo de Falange para desalentar el éxodo rural. La gran ciudad es una trampa para el noble campesinado español. Ese era el mensaje. No se trata de una película menor. Es una apreciable adaptación del neorrealismo italiano a las circunstancias españolas. “Hasta las últimas aldeas llegan las sugestiones de la ciudad, convidando a los labradores a desertar del terruño con promesas de fáciles riquezas. Estos campesinos son árboles sin raíces, astillas de suburbio que la vida destroza y corrompe. Esto constituye el más doloroso problema de nuestro tiempo”, decía el texto inicial de la película, firmado por el escritor falangista Eugenio Montes.
     El Plan de Estabilización del 1959, promovido por los tecnócratas del Opus Dei, con la notoria aportación intelectual del economista catalán Joan Sardà Dexeus, antiguo colaborador de Josep Tarradellas en la Generalitat republicana, se llevó por delante el guión de Montes y Torrente Ballester, abrió la economía española al exterior con tasas de crecimiento del 7%, y estimuló un gran éxodo del campo a la ciudad. Después de recuperar Surcos hay que ir a ver El 47, película de reciente estreno, dirigida por Marcel Barrena, que narra la lucha del barrió barcelonés de Torre Baró, levantado por emigrantes llegados de Extremadura, para conseguir que una línea de autobús llegase hasta sus empinadas calles en 1978. Manuel Vital, conductor de la compañía municipal de transportes, militante del PSUC y de Comisiones Obreras, vecino de Torre Baró, secuestró un autobús para demostrar que aquel trayecto era posible. Aquel año, dicen las estadísticas, los bosques ya habían comenzado a crecer.
     Hay más árboles que nunca y ese dato choca con los negros presagios de desertización. Hay más árboles que nunca, por ahora. La población empleada en la agricultura baja por primera vez del millón de personas y la despoblación sigue creciendo en muchas provincias. La región metropolitana de Madrid quiere llegar a los diez millones de habitantes en la próxima década, mientras en los viejos surcos crecen las encinas. Los recientes resultados electorales de la extrema derecha en la antigua Alemania del Este traen consigo diversos mensajes. No todo es culpa de la inmigración. Turingia y Sajonia son los estados con las mayores tasas de despoblación de toda Alemania. Sus habitantes se sienten abandonados y están reaccionando con rabia. Tienen miedo al futuro. Eso sí, hay muchos árboles. El Bosque de Turingia, de 150 kilómetros de longitud, es magnífico.
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12/04/2017

JOSÉ MARÍA NAVAJAS PUERTA
Olmo, el árbol de los pueblos 

     Enrique Loriente Escallada (Santander, 1933-2000) dedicó buena parte de su vida a recorrer los paisajes de su tierra, Cantabria, pasando por ríos y bosques, valles y prados, desde la costa hasta las altas montañas, en lo que fue sin duda su gran pasión: la botánica.
Antiguo Olmo de Aras (Navarra), muerto por la grafiosis.
Antiguo Olmo de Aras (Navarra), muerto por la grafiosis
Olma de Polientes (1969)
Olma de Polientes (1969) 
      En uno de aquellos viajes, en los que catalogó los más extraordinarios árboles que habitaban la región, y a los que dedicó diversas obras como Guía de los árboles singulares de Cantabria (1990), Loriente se encontró con la magnífica Olma de Polientes, en Valderredible. Era esta vieja Olma el centro político y social del pueblo y del valle. Bajo su sombra se realizaba el mercado, se celebraban los acuerdos y contratos, y en la corteza de sus dos enormes troncos se publicaban las noticias nuevas y las ordenanzas. Y es que este emblemático árbol, hoy día casi extinto, solía presidir desde tiempos inmemoriales las plazas de las villas y pueblos, era testigo de la vida diaria de cada habitante desde el día de su nacimiento, de sus trabajos y negocios, de sus descansos y charlas, hasta el día de su muerte. "Hasta que me vea pasar La Olma", nos contaba Loriente que solían decir los paisanos del lugar.
      La ninfa Ptelea para los griegos, Ulmus para los romanos. En la tradición de los pueblos queda la memoria de este árbol ligado a su carácter onírico, de muerte y resurrección. Así lo sitúa Virgilio en el Inframundo al ser visitado por Eneas: "En el centro despliega sus añosas ramas un inmenso olmo, y es fama que allí habitan los vanos Sueños, adheridos a cada una de sus hojas". Pero junto a esta expresión mágica, el olmo atraviesa la historia de los pueblos desde el más rutinario y usual aspecto terrenal.
     Son muchas las menciones de autores clásicos sobre los usos del olmo: el abundante follaje se empleaba para alimentar al ganado, las ramas para fabricar las cercas de los campos; la madera de raíces y tronco era ideal para construir puertas y carretería según Teofrasto; Terencio Varrón lo considera el mejor árbol para delimitar los predios, pues a todos los usos antes mencionados añade el cultivo de la vid.
      En efecto, y a falta de otro emparrado, griegos y romanos empleaban los árboles como soporte para el crecimiento de las vides —seguramente por ello, entre las ocho ninfas griegas de los árboles, el escritor Ateneo de Náucratis coloca a Ampelos, la vid—. De entre todas las especies, el olmo aparece como una de las favoritas para los romanos. La descripción que hace Columela en el Libro de los árboles sobre el cultivo y maridaje olmo-vid, quizás sea la mejor que ha llegado hasta nuestros días: «En cuanto al olmo, el que los campesinos llaman 'atinio' es de muy buena casta, crece muy bien y trae mucha hoja".
Vid maridada con olmo, Italia, +/-1930
      Fue muy probablemente ese olmo 'atinio' el que exportaron los romanos por todo el Mediterráneo e introdujeron en la Península Ibérica. Y parece que esta tradición, tanto en el cultivo de la tierra como de las letras, sobrevivió durante siglos hasta el renacimiento de los clásicos:

¿Cuál es el cuello que, como en cadena,
de tus hermosos brazos anudaste?
No hay corazón que baste,
aunque fuese de piedra,
viendo mi amada hiedra,
de mí arrancada, en otro muro asida,
y mi parra en otro olmo entretejida,
que no se esté con llanto deshaciendo
hasta acabar la vida.
Salid sin duelo, lágrimas, corriendo.


     Así nos recita Garcilaso de la Vega en la ‘Égloga I’ (vv.13-140), imitando al propio Virgilio:

¡Ah Coridón, Coridón! ¿Qué locura se ha apoderado de ti? Tienes la vid a medio podar en el olmo frondoso. ¿Por qué no te dispones mejor a entretejer al menos algo, de lo que hace falta, con mimbres y junco reblandecido? Encontrarás otro Alexis, si éste te desdeña.


     También Quevedo, en ‘El Escarmiento’, devuelve al olmo y su inseparable compañera la vid aquel originario carácter mortuorio.

Estos que han de beber, fresnos hojosos,
la roja sangre de la dura guerra;
estos olmos hermosos,
a quien esposa vid abraza y cierra
de la sed de los días,
guardan con sombras las corrientes frías;
y en esta dura sierra,
los agradecimientos de la tierra,
con mi labor cansada,
me entretienen la vida fatigada.

Christine Buisman, H. Heybroek, Wageningen
     No es de extrañar que a través lenguaje popular nos llegara, si bien de forma residual, esta práctica agrícola en la expresión "no le pidas peras al olmo". En efecto, aunque ya nadie se acuerde, al olmo se le piden uvas. Todavía en la década de los años 30 sobrevivía este tipo de cultivo, el maridaje de vid y olmo, en ciertas regiones italianas. Tal y como nos legó la botánica holandesa Christine Buisman (1900-1936) a través de las fotografías en su estudio sobre la grafiosis, enfermedad del árbol que ya comenzaba a afectar las regiones europeas.
     Sea con vid o sin ella, el olmo siguió siendo parte del paisaje, de la vida cotidiana y la economía rural, hasta hace apenas medio siglo. Su duro tronco y raíz pivotante lo hizo ideal para contener la tierra en construcciones viarias, diques y canales. Su resistencia a la humedad y podredumbre lo convirtió en materia prima para la industria naval, y las olmedas se extendieron en el siglo XVIII por la Península para surtir los astilleros de material de construcción de navíos. Fue viga de techos y pilar de puentes, banco y borriqueta de talleres, apero de labranza y yugo de bueyes. Y en las plazas de las villas su abundante sombra mitigó fatigas.
     A principios de siglo XX, Antonio Machado le dedicó unos versos a ese olmo seco y longevo, podrido por innumerables primaveras, sin llegar a imaginar el trágico fin que a tan noble especie le esperaba:

Antes que te derribe, olmo del Duero,
con su hacha el leñador, y el carpintero
te convierta en melena de campana,
lanza de carro o yugo de carreta;
antes que rojo en el hogar, mañana,
ardas de alguna mísera caseta,
al borde de un camino;
antes que te descuaje un torbellino
y tronche el soplo de las sierras blancas;
antes que el río hasta la mar te empuje
por valles y barrancas,
olmo, quiero anotar en mi cartera
la gracia de tu rama verdecida.

Emblema de Alciato, por Plantin, Amberes (1589).
     Poco durarían estos jóvenes vástagos verdes que admiraba el poeta. Desde mediados de siglo XX, la epidemia de grafiosis comenzó a asolar los campos y montes peninsulares, durando hasta nuestros días. Fue una científica, la ya mencionada holandesa Christine Buisman, quien demostró en 1927 que tal dolencia era causada por un hongo, Ophiostoma ulmi.
      Esta grave enfermedad, que afecta con enorme virulencia a los olmos, se extiende a través de un pequeño insecto, una especie de escarabajos llamados escolitinos. Estos insectos portan en su cuerpo las esporas del hongo y, al alimentarse de la madera del árbol, las van diseminando por el interior del mismo. El hongo colapsa los vasos conductores de savia, por lo que el árbol comienza a marchitarse. En pocos meses las verdes copas se secan y el árbol muere.
      Prácticamente el noventa por ciento de los olmos desaparecieron en España en las últimas décadas, hasta convertirse hoy día en una especie en peligro de extinción. Las nuevas generaciones lo desconocen por completo, pues difícilmente pueden ya encontrarse olmos en el paisaje, ni siquiera rural, que nos den testigo del importante papel que tuvieron estos árboles en la vida cotidiana de nuestros antepasados.
      Desde los años 80 se intentó poner remedio a la enfermedad. Recientemente y tras largas investigaciones lideradas por la Universidad Politécnica de Madrid, se han logrado obtener algunos ejemplares de olmo resistente a la grafiosis. Diversos programas como el Proyecto Europeo Life + Olmos Vivos están en marcha para recuperar a la especie y devolver su hábitat, la olmeda, al paisaje ibérico.
      Quizás en un futuro cercano los olmos vuelvan a poblar las riberas, y sus frondosas copas cubran con agradable sombra las plazas y parques, como en su día hiciese la Olma de Polientes. Pues, como ya nos advirtió Enrique Loriente:
      «No debemos privar a las generaciones futuras de un paisaje, de un espectáculo como el que nuestros mayores y nosotros mismos hemos contemplado».
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11/24/2017

El pinsapo de don Ramón, del narrador de historias

TOMÁS CASAL PITA nos propone este relato...

Un hombre, un árbol, ...una historia

Artículo publicado originalmente en la revista de la “XI Feria de la Plantación” (San Sadurniño, A Coruña, 2006) y de nuevo en 2011


     Ramón Otero Pedrayo (1888-1976), está considerado, junto con Rosalía de Castro, el patriarca de las letras gallegas. Miembro de la llamada generación “Nós”, profesionalmente fue catedrático de geografía en un instituto de Ourense y, años después, de la Universidad de Santiago. Su obra escrita abarca non sólo obras acerca da su especialidad si no también cuento, ensayo, poesía, teatro, novela y artículos de prensa. Fue miembro de la Real Academia de la Historia e de las Reales Academias Española y Gallega. Durante la segunda república fue también diputado en cortes, pese a no ser un político vocacional.
     Aunque vivió durante muchos años en Ourense capital, su lugar preferido fue siempre su casa del Pazo de Trasalba, a unos treinta Km de esta ciudad. Esta casa, heredada de su padre y a la que añadió una galería diseñada por Castelao, fue su refugio permanente. A su muerte, viudo y sin hijos, fue donada al pueblo gallego a través de la Editorial Galaxia de la que él fuera presidente. Allí, como le gustaba siempre contar a los amigos y a las numerosas visitas, en el llamado jardín de la Solaina, vivía su “Irmanciño” (Hermanito).
     El Irmanciño era un árbol que según contaba D. Ramón fuera plantado por su padre cuando él nació, siguiendo una costumbre familiar (cuando naciera su padre, su abuelo había plantado un naranjo, que puede ser uno que aún vive en el jardín). Como nunca tuvo hermanos siempre se refirió al árbol como su hermano, el "Irmanciño". Y a él se refirió en numerosas ocasiones en estos términos y otros parecidos: “Era una araucaria preciosa, yo la saludaba y hasta le daba abrazos, un día le puse un collar de flores”. Incluso le dedicó un cuento, ”Meu irmao”, escrito cuando ya el árbol cayera, y que se publicó en el periódico del Instituto Virgen de Covadonga de Ourense en 1976. En este cuento, Otero también hablaba de la muerte del árbol: “Cuando le abrí el pecho, con gran dolor, lloró lágrimas de una resina, de fino olor, gruesas como gotas de lluvia de tormenta”
     Tan allegado estaba al Irmanciño que, cuando cayó, tuvo un hondo pesar, y la premonición de que con la caída de uno de los hermanos no tardaría en seguir la del otro. Fue el día 5 de febrero del año 1972 cuando un violento temporal, que alcanzó máximas de hasta 150 km/h, tumbó al Irmanciño sobre el Pazo de Trasalba causando serios daños. Otero Pedrayo estaba en Ourense, donde recibió la noticia con pesar, desplazándose al Pazo para dar las oportunas instrucciones para retirar el árbol y arreglar los daños de la casa. Aún así, debido a su tamaño y a la falta de maquinaria adecuada, no se consiguió sacarlo hasta el verano.
     Mientras tanto, en un homenaje a Otero, sus amigos organizan la fiesta del árbol en Trasalba, al mes siguiente de la caída. De los viveros del Centro Forestal de Lourizán, se llevaron tres araucarias de especies distintas, porque nadie sabía realmente cual era la que cayera (y ninguna se le parecía). De ellas, una murió porque no era adecuada al clima de la zona, otra la tiró años después el ciclón Hortensia, de mal recuerdo en toda Galicia, y la tercera sobrevive en la actualidad a tres metros de donde crecía el Irmanciño.
     Otero le vende el tronco a un maderista, pero sus amigos, siempre sin su conocimiento, hablan con el tratante y lo convencen de deshacer el trato. Ellos mismos, a través de otro maderista que hizo de intermediario, mejoran substancialmente la oferta (Otero necesitaba efectivo de inmediato para arreglar el Pazo) y se quedan con el tronco del Irmanciño que, cortado en trozos, va al aserradero para ser transformado en tableros.
     Los tableros del Irmanciño quedan guardados y sin uso durante un tiempo, porque realmente no saben en qué usarlos. Dos años después a la esposa de Otero, Doña Fita, se le descubre un cáncer irreversible y los amigos de Otero, viendo lo que iba a suceder, deciden encargar un féretro con la madera del Irmanciño. El féretro quedó terminado a tiempo, pero el problema llegó a la hora de barnizarlo, la madera aún estaba verde, rezumaba resina, y no cogía el barniz. Encargaron otro igual, hecho en la misma fábrica y del mismo modelo, pero con otra madera, y aquel quedó esperando en la funeraria por quien, después de toda la vida juntos, habría de ser su usuario final: el hermano humano.
     Cuando en abril de 1976, murió D. Ramón el féretro estaba listo y, aunque él nunca llegó a saberlo, compartió su última morada con su Irmanciño. En la oración fúnebre pronunciada en la Catedral de Ourense, se dijo, entre otras cosas: “Dentro del ataúd también se guardó tierra de Trasalba, con un manojo de camelias blancas, de su jardín, que besaban los pies de D. Ramón. Y, en el sepulcro se le juntó tierra de Padrón, un ramo de laurel de la huerta de Rosalía y también una palma perfumada por los aires de las masías catalanas y por la brisa del mar de la cultura occidental: griega y latina.”
     Esta historia, con muchos más pormenores que los aquí comentados, era conocida al detalle sólo por los que fueron sus protagonistas: los amigos íntimos de D. Ramón. Para los demás era desconocida o sólo sabían una parte y, a veces, parecía que había una especie de leyenda alrededor de la figura del insigne erudito.
     Treinta años después de caer el árbol, otro erudito, en este caso el doctor en botánica D. Carlos Rodríguez Dacal, investigador de la flora de los pazos de Galicia, dirigió su atención a la historia del Irmanciño. Quedó intrigado por ella cuando, en una de sus visitas al Pazo de Trasalba, alguien que recordaba el árbol aún en pié, le enseñó otro árbol del jardín de la Solaina que, al parecer, era igual al que cayó. La sorpresa fue que el otro árbol no era una araucaria, sino un tipo de abeto poco frecuente en Galicia, llamado pinsapo.
     A partir de este momento Rodríguez Dacal, dirige todo su esfuerzo investigador a conocer la realidad del Irmanciño. Puesto a buscar, localiza fotografías en viejos archivos, recortes de prensa, personas que fueron protagonistas de la época de la que hablamos, gente que trabajó en el Pazo y conocían el árbol, el aserradero donde se hicieron los tableros, la fábrica donde se hizo el féretro, etc...y hasta localizó dónde quedaron guardados ¡los tableros no usados del Irmanciño!.
     Con todos los datos y la madera, no sólo recompuso toda la historia, también pudo comprobar que la datación cronológica de la madera correspondía con el nacimiento de D. Ramón, con una pequeña variación de 3 ó 4 años que tendría ya el árbol cuando fue plantado en el jardín. La sorpresa inicial del botánico, de que el Irmanciño no era una araucaria si no un pinsapo, también se ve confirmada por la documentación fotográfica, los testigos vivos y el análisis de la madera. El pazo de Trasalba fue durante décadas un punto de encuentro de la elite cultural de Galicia, pero nadie sacó a Otero Pedrayo de su error. Puede que no pasase por allí ningún conocedor de los árboles, o tal vez que no quisieran contrariar al ilustre geógrafo, eso nunca lo sabremos.
     Después de tener realizada toda la investigación, el profesor Rodríguez Dacal, escribió con todos los datos recogidos un hermoso libro “O IRMANCIÑO DE OTERO PEDRAYO, Pinsapo memorable de Galicia (*)” editado por la Diputación Provincial de Ourense.
     Una tarde de sábado, a finales de la primavera, visité junto a un grupo de estudio de los jardines, el Pazo de Trasalba. Allí, al calor de la tarde, sentados en el jardín de la Solaina, tuvimos la honra de escuchar el cuento “Meu irmao”, leído nada menos que por el hombre que, después de D. Ramón, mejor llegó a conocer al Irmanciño: el profesor Rodríguez Dacal. Mientras el leía, y nosotros escuchábamos en silencio, vi lágrimas en algunos, tristeza en otros y emoción en todos. Yo sentí que aquellos momentos eran mágicos, que a nuestro alrededor parecía haber mucho más de lo que veíamos, espíritus del pasado, del más remoto y del más reciente, de toda Galicia, y la propia tierra gallega, juntándose con nosotros en homenaje a dos de sus hijos: Ramón Otero Pedrayo y el Irmanciño.
(*) -Fotos tomadas del libro con el permiso del autor, D. Carlos Rodríguez Dacal

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Segundo pinsapo caído en el pazo de D. Ramón

Notas de Internet: 

O temporal tumba o pinsapo de Trasalba, árbore coa que se identificaba Otero Pedrayo (25-1-2009)

Esta entrada está relacionada con la del 26/11/17

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11/16/2017

EL CEDRO DEL LÍBANO, 
testigo milenario de la desertificación de la Tierra, de FORESTTA

     Plagas, incendios, las cualidades de su preciada madera, sus propiedades curativas, ser la morada de los dioses, el cambio climático...  todos estos y otros motivos han llevado a que seamos testigos de la supervivencia de los últimos ejemplares de los bosques que cubrían las laderas del monte Líbano, los llamados Cedros de Dios. Elegidos para permanecer en la tierra durante milenios ahora vemos cómo su supervivencia es verdaderamente dramática, desaparecen y no hacemos nada.

Cedros de Dios
     Las referencias a los cedros del Líbano se remontan a los comienzos de la escritura. La epopeya de Gilgamesh, que narra una visita de Gilgamesh y Enkidu a la montaña del Líbano para cortar árboles, puede remontarse al tercer mileno a.
C.:

«Contemplaron la montaña de cedros, morada de dios,
Trono de Irnini.
Desde la faz de la montaña
Los cedros elevan a lo alto su frondosidad.
Buena es su sombra, llena de delicia.»

Epopeya de Gilgamesh
Cedars of God
Cedars of God
     Su madera fue explotada por los asirios, los babilónicos y los persas así como los fenicios. El templo de Salomón se construyó con ella. Su incorruptibilidad llevó a los egipcios a construir ataúdes, bajeles, estatuas, amuletos…
Lebanon Cedar Forest
Lebanon Cedar Forest

     Hubo un tiempo en que los árboles, y por encima de todos los cedros, hacían del Líbano uno de los principales pulmones de Oriente Próximo. La vegetación cubría las montañas de Monte Líbano, haciéndolo un lugar tan abrupto que las minorías buscaban refugio en su intrincada topografía cuando se sentían perseguidas.
     La palabra inglesa cedar procede del hebreo “qatar”, que significa purgar, indicando que la madera de cedro se usaba para los rituales de purificación y limpieza. En los Himalayas, el cedro es llamado “deodar” de la palabra sánscrita “devdar”, que significa la madera de los dioses.
     El cedro es el símbolo nacional del Líbano, que aparece en su bandera sobre un fondo blanco y flanqueado por dos franjas rojas. Incluso el propio nombre del país parece provenir de la palabra Luban, que significaría “montaña de perfumes”, siendo una de sus más apreciadas características el intenso aroma que desprende la corteza del árbol.
     Usos medicinales del Cedrus Libani – Formas galénicas – posología:
  • Emplasto se aplica sobre las heridas para desinfectar.
  • Cápsulas (25 a 50 mg/caps), 2 o 3 al día.
  • Supositorios (10- 40 mg/sup), 1 a 3 al día.
  • Aceite esencial 1 a 3 gotas, 2 o 3 veces al día.
  • Bálsamo.
Cedar of Lebanon
Cedar of Lebanon

     Por desgracia los frondosos bosques de cedros que aparecen en las descripciones del país de los historiadores de la antigüedad han ido desapareciendo a lo largo de los siglos. La desertificación ha avanzado mucho desde aquellos viejos tiempos. Los cedros que se mantienen hoy en pie son objeto de especial protección por parte de las autoridades, tanto por su valor natural como por su carga cultural. Buena parte de estos últimos supervivientes se concentra en las laderas del Monte Líbano, altura que domina Beirut, la capital del país. Es el famoso bosque de cedros de Bechare.
     A mediados del siglo XIX (…) los bosques estaban esquilmados y hubo gran preocupación por la pérdida de esta importante especie. Desde entonces, los gobiernos sucesivos, las comunidades locales y la comunidad internacional se han esforzado por proteger y restaurar los bosques de cedros del Líbano.
     La falta de equipamiento para combatir los incendios, que este año ya han devorado 1.400 hectáreas de terreno en un país de 10.400 kilómetros cuadrados, sumada a la falta de prevención y el calentamiento global hacen de la situación algo dramático. “En los años 70 teníamos un 30% de superficie verde; hoy sólo queda el 13%”, explica Mitri. “Sólo el año pasado perdimos un 2,5% de nuestros bosques. Si no hacemos nada para evitarlo, en 10 años no quedará ni un solo árbol“.

Tannourine-Hadath El-Jebbeh
Tannourine-Hadath El-Jebbeh
     El significado cultural del Cedrus libani ayuda a explicar por qué el Gobierno del Líbano recientemente, consideró prioritario, defender los árboles contra una plaga grave anteriormente desconocida, Cephalcia tannourinensis.
     La situación era particularmente crítica en el bosque de Tannourine-Hadath El-Jebbeh, al norte del Líbano (…). Hasta el 80 por ciento de los cedros de este bosque estaban infectados. El insecto se había extendido también al «Bosque de los Cedros de los Dioses» en Bcharreh, incluido en la Lista del Patrimonio Mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).

Cedar Forest
Al-Shouf Cedar Nature Reserve
    Para combatir la amenaza, se formó un equipo compuesto de científicos de la Universidad Americana de Beirut, el Ministerio libanés de Agricultura y expertos franceses. La FAO aportó fondos y medios especializados mediante su Programa de cooperación técnica. Tras casi cinco años de esfuerzos, la plaga está ahora reducida a un nivel económico, pero es todavía necesaria una vigilancia constante de la situación.
     Los incendios son otro gran problema. La reforestación es insuficiente y jamás podrá compensar el bosque quemado, como explica el ciéntifico de la ACDB. “En 2007, en sólo tres días se quemó el equivalente a todo lo replantado en los últimos 17 años”. De ahí que todas las campañas civiles se centren en mentalizar a los libaneses de que el monte es responsabilidad de todos. “No hay ninguna conciencia social. Nuestro símbolo, la herencia de nuestros antepasados es precisamente un árbol. Si queremos estar orgullosos de él, debemos preocuparnos”, concluye Hani. En caso contrario, habrá que eliminar el cedro de la bandera libanesa.
Cedros del Libano
Cedros del Libano

¡Qué hermoso eres, amado mío
qué delicioso!
Todo verdor nuestro lecho.
Vigas de nuestra casa son los cedros,
cipreses los artesonados.
(Cant 1,16-17)
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Contenidos extraidos de:
El cedro, árbol nacional del Líbano. ACTUALIDAD VIAJES.
Los Cedros: Símbolo de Immortalidad. Cristales y Gemas.
El país de los cedros se desertifica. Crónicas desde Oriente Próximo. El Mundo.
El cedro del Líbano, Cedrus libani –un emblema cultural–, y los trabajos para su salvación. Depósito de Documentos de la FAO.
El Cedro del Líbano: Emblema de Eternidad. AMBIENTE ECOLÓGICO WWW
Cedrus libani. WIKIPEDIA.
Lebanon’s most beautiful Cedars trees. Hadath Cedars Forest.
Cedars of Lebanon. Bcherri Grove.
Cedars of God. Wikipedia.
Cedar. LookLex Encyclopaedia
El cedro del Líbano, Cedrus libani –un emblema cultural–, y los trabajos para su salvación
Tannourine Cedars Forest Reserve
Tannourine Cedars Forest Reserve
Imagen destacada del artículo:
By Jerzy Strzelecki – Own work, CC BY-SA
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10/21/2017

Historia de árboles de Buenos Aires

LOS ÁRBOLES TAMBIÉN TIENEN HISTORIA
Diario "Clarin.com" (Abril-2012), Buenos Aires
Los árboles también tienen historia
Costanera Norte. Junto al río, una típica arboleda porteña.
      El temporal ocurrido hace unos días quedará en la memoria de los habitantes de Buenos Aires como lo que fue: una tragedia. Con los años se recordará a los 16 muertos que hubo en Capital y GBA, a los heridos y a los problemas y destrozos que causó. Y en este último rubro, seguramente muchos también recordarán la pérdida de cientos de árboles, esos elementos vivos que, entre otras virtudes y además de su aporte estético, suelen proveernos de buen oxígeno.
     Según los últimos estudios, en las calles y plazas porteñas hay más de 420.000 árboles, lo que equivale a un ejemplar cada siete habitantes. Y en ese escenario verde, el ranking de especies dice que la primera posición en el podio la tienen los fresnos americanos, seguidos por plátanos, tilos y jacarandaes. Pero para demostrar que Buenos Aires es una ciudad bien ecléctica, no sólo en su gente o en sus construcciones, también se encuentran –entre muchos más– tipas, paraísos, robles, limoneros, ombúes, eucaliptus, araucarias, lapachos, pinos y hasta 3.000 palmeras (hay pindó y fénix) que le aportan un toque tropical.
     Como todo en la Ciudad, el arbolado porteño también tiene su historia. Por ejemplo se sabe que a comienzos del siglo XVII se aplicaban penas a quienes destruyeran algarrobos. Y que, entre 1778 y 1784, durante el gobierno de Juan José de Vértiz y Salcedo (el único virrey español que había nacido en América), se diseñó un paseo junto al río, al que se conoció como “La alameda”, aunque en sus orígenes la mayoría eran ombúes.
     En los tiempos en que en estas tierras Juan Manuel de Rosas era el mandamás, en muchas quintas se instalaron pequeños montes de árboles. Y con la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento (1868-1874) aquella tendencia de “plantar árboles”, como solía reclamar el sanjuanino, se mantuvo como una constante. Siempre se dijo que fue él quien trajo desde Estados Unidos los plátanos, esos que generan quejas de los médicos alergistas y de quienes sufren las alergias por la pelusa que sueltan. También, aportó las semillas de los árboles de la nuez Pecan, originario de ese país. Y que fue el promotor de la plantación de eucaliptus, como muchos de los que aún se ven en muchos barrios.
     Claro que el título de “paisajista mayor” de Buenos Aires, lo sigue manteniendo el francés Carlos Thays quien, desde 1893 (cuando ganó por concurso el puesto de director de Parques y Paseos de la Ciudad), recorrió todo el país buscando especies que sirvieran para decorar calles, parques y plazas. Así, desde el Norte trajo tipas (llegan a medir más de 30 metros) y jacarandaes, esos que, al final de cada primavera, visten de violeta muchos rincones ciudadanos. Obviamente hay otros árboles que van camino a su erradicación como los simpáticos paraísos (sus ramas y troncos se ahuecan y caen con mucha facilidad) y los ficus (está prohibido plantarlos), cuyas raíces suelen causar estragos en veredas y cañerías.
     Como se ve, el tema de las arboledas porteñas tiene todavía mucha savia para aportar y con ellos se podría hacer hasta un tratado sobre sus colores, sus sombras y sus leyendas. Sobre todo con aquellos que tienen relación con el pasado, como es el caso de ese retoño del aromo que Manuelita Rosas plantó en 1838 en los jardines de la residencia familiar que tenían en Palermo. Dicen que junto a ese árbol, la hija de Don Juan Manuel consiguió indultos a favor de algunos sentenciados por cuestiones políticas. Y, por eso, se lo conoció como “el aromo del perdón”. Pero esa es la siguiente  historia.

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6/13/2017

CHISTOPHER THOMOND & PATRIC BARKHAM
Un año en la vida de un roble
Quien no quiera saber del cambio climático que no escuche a este granjero, Peter Duxbury. Aquí sólamente voy a reproducir las fotos del artículo.










































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5/04/2017

THOMAS DAMBO (Dinamarca)
Artista 

Este joven artista danés piensa a lo grande, dándole a la basura una segunda vida y a los espacios públicos, otro aire. Le gusta sobre todo la madera. En los últimos 3 años ha creado unas 25 grandes esculturas recicladas y repartidas por todo diferentes rincones el mundo. De madera es Míster Jack y Wilson, un encargo para un festival en Puerto Rico.
Pero si por algo es famoso Thomas en Dinamarca es por sus seis gigantes de madera y que escondió en su ciudad natal, Copenhague. Se encuentran en algunos de sus sitios favoritos de la ciudad, donde la gente no va a menudo, alejados de los caminos habituales. Un proyecto planteado como un juego. Ocultos en el bosque ofrece un mapa para aquellos que quieran encontrarlos dándoles pistas para encontrar el resto de los gigantes. 
Seiscientos palets, un cobertizo deshecho, una valla y cualquier cosa que encontró sirvieron para el proyecto. Cada una de ellas fue hecha con ayuda de voluntarios locales, y todas llevan el nombre de un voluntario.
      Así nos topamos con Oscar sujetando un puente. A Thomas descansando entre las montañas. Con sus 28 pajareras da cobijo a muchos pájaros. El sueñecito que se está echando Luis da ideas al propio turista que puede dormirse en su interior.  Quien se resiste a subirse en las manos de Trine y disfrutar de la vista.
      Thomas Dambo confía que su arte inspire a los demás para ver el gran potencial del reciclaje y del mejor cuidado del planeta.

El generoso Tilde

Thomas en la montaña


Oscar bajo el puente

Trine en la colina





Louis el durmiente

Teddy el amigable



Información:
Website
http://culturainquieta.com/es/arte/escultura/item/11966-un-artista-construye-gigantes-de-madera-y-los-esconde-en-los-bosques-de-copenhague.html
http://www.abc.es/cultura/abci-thomas-dambo-esconde-seis-5420223627001-20170503022143_video.html

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