"Quién hubiera dicho que estos poemas de otros iban a ser míos, después de todo hay hombres que no fui y sin embargo quise ser, si no por una vida al menos por un rato..." Mario Benedetti.
A los amantes de los árboles,... localización, poesía, cuentos/leyendas, etc.
RAQUEL ALFARO SÁNCHEZ Los anillos de los árboles explican el movimiento de los trópicos desde el siglo XIII
El estudio liderado por Raquel Alfaro Sánchez,
investigadora postdoctoral en el CREAF, alerta de que el movimiento del
límite de los trópicos originó cambios en los regímenes de
precipitación con consecuencias socioeconómicas importantes para las
civilizaciones pasadas.
Raquel Alfaro Sánchez
¿Dónde empiezan y acaban los trópicos? ¿Siempre han ocupado la misma
extensión? El clima en los trópicos viene dominado por el cinturón de
lluvias tropicales. Un cinturón de nubes y lluvias delimitado
aproximadamente por el trópico de Capricornio en el sur, y el trópico de
Cáncer en el norte, pero que no es inmóvil: oscila durante el año
creando una estación de lluvias y otra estación seca. Este mes de octubre, un equipo de investigadores liderados por Raquel Alfaro Sánchez, investigadora postdoctoral en el CREAF, publicaron en Nature Geoscience
un estudio que ha medido por primera vez el movimiento del límite
tropical en el hemisferio Norte durante los últimos ochocientos años.
La zona intertropical ocupa de forma general una banda ancha entre los
30 grados latitud norte y 30 grados latitud sur, pero parece que no
siempre ha sido así. Según Alfaro-Sánchez y su equipo, la frontera norte del cinturón tropical se ha expandido y contraído hasta cuatro grados entre el año 1203 y el 2003.
De hecho, el estudio explica que durante los últimos 800 años se han
experimentado cambios sucesivos en la posición del extremo norte de los
trópicos con consecuencias importantes sobre el clima. En este sentido, los resultados muestran que el periodo de expansión más duradero se registró entre 1568 y 1634. Este periodo coincidió con graves sequías que afectaron a diversas regiones del hemisferio Norte.
"La expansión del cinturón tropical entre 1568 y
1634 coincidió con graves sequías y con la caída del imperio
otomano en la actual Turquía, el final de la dinastía Ming en China y el
casi abandono de la colonia Jamestown en el estado de Virginia, Estados
Unidos, señala Alfaro-Sánchez. Según Valerie Trouet, coautora del estudio e investigadora del Laboratory of Tree-Ring Research,
University of Arizona, «es bastante probable que el cambio en el clima
fuera uno de los factores que más contribuyeron a estos cambios
socioeconómicos». Hace tiempo que se conoce que los trópicos no son una línea fija. Sin
embargo, hasta ahora no se tenían datos de la evolución de estas fronteras geográficas invisibles antes del año 1930, que fue cuando comenzaron a utilizarse sistemas de registro científicamente precisos.
Los anillos de los árboles nos explican el clima pasado aunque no existan datos instrumentales
Para rastrear las fluctuaciones en el límite norte
del cinturón tropical desde 1203 hasta 2003, el equipo se valió de la
información que queda registrada año a año en los anillos de crecimiento
de árboles. Se analizaron árboles situados en cinco regiones diferentes
del hemisferio norte (Este y oeste de América del Norte, la meseta
tibetana, Paquistán del norte y Turquía).
El equipo pudo reconstruir la posición del
límite norte de los trópicos porque la amplitud de cada anillo de
crecimiento refleja las condiciones climáticas anuales.
De esta manera, la influencia que el movimiento de los trópicos tuvo,
sobre todo en el régimen de precipitaciones durante los últimos 800
años, quedó marcada en la anchura del anillo puesto que, anillos más gruesos reflejan más crecimiento, buenas condiciones climáticas sobre todo de humedad y anillos delgados condiciones de sequía y menos crecimiento forestal.
Así, Raquel y su equipo analizaron primero los anillos de los árboles
desde 1930, fecha en la que comenzaron a realizarse registros
meteorológicos sistemáticos y fiables. De ese modo, se pudo equiparar lo
que mostraban los anillos de los árboles con los registros
meteorológicos observados. Una vez evaluado el grado en el que ambos
registros coincidían, se calibró un modelo estadístico y
se pudo extrapolar lo que explicaban los anillos de crecimiento de los
árboles en etapas anteriores en las que no existían aún registros. A parte de detectar la expansión del límite tropical de finales del
siglo XVI, los anillos mostraron que los trópicos se contrajeron
sistemáticamente, hasta 1.56 grados de latitud en el hemisferio Norte,
tras erupciones volcánicas muy virulentas como la del
volcán Tambora en 1815. La explosión de este volcán, situado en la
Indonesia actual, emitió aerosoles y partículas que filtraron la
radiación solar y enfriaron el planeta durante 1816, un año conocido
como “el año sin verano”.
Artículo:
Alfaro-Sánchez, R., Nguyen, H., Klesse, S., Hudson, A., Belmecheri,
S., Köse, N., … & Trouet, V. (2018). Climatic and volcanic forcing
of tropical belt northern boundary over the past 800 years. Nature Geoscience, 1. doi:10.1038/s41561-018-0242-1
RACHEL NUWER (enBBC Future) Los árboles centenarios de Japón guardan en sus anillos el secreto de 2.600 años de cambios climáticos
El hinoki, un tipo de ciprés de larga
vida que crece en muchas partes del centro de Japón, registra en sus
anillos los cambios anuales en la cantidad de lluvia.
En su laboratorio en un bosquecillo al norte de Kyoto, Takeshi Nakatsuka sostiene una bolsa cerrada al vacío. En el interior de la bolsa, flotando en agua marrón, hay un anillo de árbol del tamaño de un plato. Es todo lo que queda de un árbol de entre 2.800 y 3.000 años de antigüedad. Lo
recuperaron de un humedal -incluida el agua, para que la esponjosa
madera no se deforme- en la Prefectura de Shimane, al norte de
Hiroshima, en Japón. Y este antiguo tronco guarda secretos que pueden ayudarnos a prepararnos para el futuro.
El paleoclimatólogo japonés Takeshi Nakatsuka en su estudio con una muestra de árbol de hinoki.
Junto con un variado equipo de 68 colaboradores,
Nakatsuka, paleoclimatólogo del Instituto de Investigación para la
Humanidad y la Naturaleza de Japón, invirtió la última década en
desarrollar un innovador método para descubrir patrones de lluvia del
pasado e interpretar los efectos que tuvo en la sociedad de las
distintas épocas. Los resultados ofrecen una visión sin precedentes de 2.600 años depatrones de precipitaciones en Japón. Gracias
a la información que contiene la madera de los bosques antiguos, los
investigadores pueden cuantificar la lluvia que cayó en el país durante
los últimos dos milenios y medio.
Un registro extraordinario
Los
investigadores descubrieron que más o menos cada 400 años la cantidad
de lluvia se volvía extremadamente variable durante un período. El país alternó décadas de humedad e inundaciones con años más cálidos y secos que eran favorables para el cultivo del arroz. Y según si las lluvias eran abundantes o escasas, la sociedad japonesa sufría o prosperaba.
"La
variabilidad multidecenal, es decir, durante unas cuantas décadas, nos
ofrece la posibilidad de transformarnos, así como la posibilidad de
desmoronarnos", afirma Nakatsuka. Independientemente de cómo
acabase al final, el científico destaca que esos cambios provocaron
mucho estrés a las personas que los vivieron.
Dado que los patrones climáticos actuales desafían cada vez más
las expectativas y que los fenómenos extremos son más frecuentes y
severos, esta ventana a la variabilidad climática del pasado puede
darnos pistas sobre lo que nos depararán los próximos años. Nakatsuka
reconstruye lo que sucedió en el pasado usando varios agentes, como
anillos de árboles, corales, estalagmitas, núcleos de hielo y
sedimentos.
Los investigadores pueden extraer celulosa para el
análisis de isótopos cortando la madera en muestras finas.
Pero sus últimos hallazgos se basan principalmente
en un nuevo método que utiliza los índices de isótopos que contiene la
madera para estimar los patrones de precipitación. El centro de Japón es un lugar perfecto para este tipo de estudio gracias a la gran cantidad que hay de hinoki, un tipo de ciprés muy longevo. Para
su estudio, Nakatsuka acumuló datos de 68 hinoki, cuyas muestras sacó
de árboles vivos, troncos enterrados, templos de madera y ataúdes. La madera con la que trabajó tenía entre 100 y 1.000 años de antigüedad.
Una ecuación simple, pero precisa
La
proporción de isótopos de oxígeno que contiene la madera de los anillos
de los árboles está relacionada con las condiciones ambientales en las
que crecieron. En los días secos, las hojas pierden más agua y
tienen una mayor proporción de isótopos que en los días más húmedos, lo
que proporciona información sobre la humedad relativa en la atmósfera. "Se trata de una relación muy simple pero muy precisa", dice Nakatsuka.
De
hecho, las bases de datos meteorológicos modernas confirmaron que la
proporción de isótopos en los árboles de vida más reciente dio una
lectura precisa sobre las precipitaciones de verano. Además, los marcadores isotópicos también sirven como huellas dactilares del tiempo: son exclusivos del año en que se crearon.
Nakatsuka
trabajó a partir de un árbol vivo cuya edad conocía. Se sirvió de
pruebas arqueológicas e históricas para acercarse a los siglos en los
que vivieron las otras muestras de árboles. Luego comparaba sus
marcadores isotópicos con otros árboles de su base de datos que vivieron
más o menos en el mismo tiempo hasta que encontraba el patrón que
compartían. De esta manera, creó una cronología que va desde el 600 a.C. hasta el 2000 d.C.
Las muestras examinadas por el equipo de Nakatsuka
les permitieron reconstruir los patrones de las precipitaciones de los
últimos 2.600 años.
"Todos los árboles de la cronología están conectados
al presente", dice Nakatsuka. "Es muy preciso, pero requiere mucho
tiempo y es un trabajo extenso en comparación con los estudios
tradicionales de anillos de árboles". Si bien su cronología reveló
el errático ir y venir de los niveles de precipitación cada 400 años
aproximadamente, no desveló nada sobre la causa de estos oscilantes
patrones. Sin embargo, en colaboración con arqueólogos e historiadores, Nakatsuka logró desentrañar el efecto que tuvieron estos cambios en las precipitaciones en las sociedades de esa época. Los cambios climáticos tienen efectos sobre la estructura social Como
ejemplo, constataron que el desarrollo de sistemas de riego para
protegerse de la sequía se produjo en momentos en los que su registro
mostró que llovía poco. Lo mismo pasó con la implementación de políticas gubernamentales diseñadas para combatir la inanición durante períodos de hambruna. Y,
todavía más importante, la fluctuación de las precipitaciones
multidecenal coincide perfectamente con las principales épocas
históricas de Japón y China.
"Antes del análisis de Nakatsuka, los
arqueólogos pensábamos en el proceso de formación del Estado
principalmente en términos de cambio social", explica Kunihiko
Wakabayashi, un arqueólogo prehistórico de la Universidad de Doshisha,
en Kyoto.
Entre los siglos III y VI aC, a medida que cambiaban
las jerarquías sociales en Japón, empezaron a aparecer grandes tumbas
conocidas como Kofun .
"Pero ahora entendemos que las inundaciones son el trasfondo de esos cambios sociales". Durante
el período de Yayoi (1000 aC hasta 350 dC), por ejemplo, la mayoría de
los asentamientos humanos cerca del río Yoda, en el centro de Japón, se
establecieron en tierras bajas.
El
cultivo del arroz comenzó en ese momento y se convirtió en una parte
central de la vida. La gente construía casas de turba al lado de
pequeños arrozales y se ocupaban de sus parcelas individualmente.
Si las aguas cambiaban, se mudaban a sitios cercanos.
Un cambio climático decisivo
Sin embargo, hacia el año 100 aC las cosas empezaron a cambiar. La temperatura bajó y la lluvia aumentó. Cada
vez más personas se trasladaron a más y más altura, una señal, dice
Wakabayashi, de la confusión social que causaban las frecuentes
inundaciones. Al comienzo de la era de Kofun (siglos III a VI dC) casi
no quedaban casas en el valle. El cambio climático fue el catalizador de este proceso.
"Los jefes locales utilizaban las crisis ambientales para reorganizar las estructuras sociales", dice Wakabayashi. Por
ejemplo, empezaron a gestionar los arrozales. La gente que trabajaba en
esos campos más grandes ya no vivía al lado, sino a más altura, y ya no
eran los únicos beneficiarios de su trabajo.
Cuando las lluvias
finalmente cesaron, en el siglo VII, la gente comenzó a bajar y se entró
en el período de Asuka, en el que se introdujo el budismo, se crearon leyes y se formó el estado inicial de Japón. Durante
el período de Tokugawa hubo un superávit de arroz. La mayoría de los
historiadores creen que la falta de crecimiento de la población de Japón
fue lo que creó este exceso de oferta de arroz.
Los detalles sobre cómo los japoneses se enfrentaron
a los cambios en su clima en el pasado proporcionan pistas sobre cómo
lo enfrentarán en el futuro
Sin embargo, los datos climáticos de Nakatsuka
indican que las condiciones favorables para el cultivo del arroz
contribuyeron en gran parte al superávit que había detrás de la caída de
los precios. "En ese momento, la demanda se mantuvo estable y
Japón tenía una economía cerrada, por lo que solo el suministro decidía
los precios del arroz", afirma Yasuo Takatsuki, un historiador económico
de la Universidad de Kobe que estudia los barómetros económicos de la
sociedad japonesa moderna. "¿Y qué condicionó la oferta de arroz? Claramente, el clima". El conocimiento de las condiciones climáticas del pasado, dice Takatsuki, "dibuja una imagen más completa de la historia". De hecho, también podría dar información sobre cómo
podrían reaccionar los mercados a una escasez futura causada por el
cambio climático. Una de las conclusiones de estos y otros
hallazgos, según Nakatsuka, es que las personas se acostumbran
rápidamente a las condiciones favorables. "Si hay un buen periodo de solo uno o dos años, la gente no cambia, solo da las gracias a los dioses", asegura. "Pero si las condiciones favorables se dan durante más de diez o veinte años, la gente aumenta su población, cambia de estilo y de nivel de vida y se acostumbra a comer arroz a diario", añade.
La escasez de recursos genera conflictos
Pero
cuando esos buenos tiempos se terminan abruptamente, continúa
explicando, la sociedad no puede adaptarse lo suficientemente rápido. Y
la devastación tiende a aparecer en forma de hambruna. En
estos casos la sociedad también se vuelve más propensa a los
conflictos, especialmente si los impactos ambientales no se distribuyen
de manera uniforme en todo el país, lo que divide a la población entre
los que tienen y los que no. Por
supuesto, el mundo de hoy es mucho más globalizado y tecnológicamente
avanzado que el de hace siglos. "Ahora, si la temperatura baja, podemos
importar arroz de países extranjeros y no morir de hambre", dice
Nakatsuka. Pero seguimos siendo seres humanos, añade, y seguimos
atados por el hecho de que el cambio desencadena estrés, cosa que a su
vez impulsa la agitación social.
Probablemente el aumento del malestar y el miedo a
cambios culturales, demográficos, climáticos y económicos empeorará en
los próximos años, lo que favorecerá a gobiernos de estilo autoritario y populista.
Nakatsuka
y sus colegas esperan que su proyecto inspire a otros científicos de
todo el mundo a emprender investigaciones similares de los factores que
determinaron si las sociedades pasadas se desmoronaron o sobrevivieron
al cambio climático. Y como se espera que el clima actual
experimente niveles de cambio sin precedentes en las próximas décadas,
el pasado puede dar pistas sobre lo que deberíamos hacer para estar
preparados.
"La historia humana contiene muchos ejemplos de los
que podemos extraer lecciones para el cambio ambiental global
contemporáneo", concluye Nakatsuka. "La lección es que debemos prepararnos para reducir el daño".
Las historias que se esconden en los troncos de los árboles
De todas las insensateces que hemos cometido los humanos, hay una de la que se habla sorprendentemente poco, quizás porque su coprotagonista (y víctima) fue un árbol.
Los anillos del interior del tronco reflejan las épocas de crecimiento del árbol. Aina S. Erice
Las circunstancias que la rodean son controvertidas, pero nadie discute lo que sucedió el 6 de agosto de 1964 en el Estado de Nevada (EE UU). Como relata Stefano Mancuso en su último libro, La pianta del mondo, los implicados fueron tres: el ejemplar de Pinus longaeva marcado como WPN-114, el servicio forestal estadounidense, y el que probablemente sea el investigador más odiado de la historia de la dendrocronología, Donald Currey. Tampoco existen dudas sobre el trágico resultdo: un tocón y un tronco seccionado que revelaban, por fin, la información que Currey andaba buscando.
Todos hemos visto espectáculos parecidos en multitud de ocasiones, más o
menos felices: una serie de círculos concéntricos de anchura y color
variables, que llamamos "anillos de crecimiento", y que dibujan el
análogo arbóreo a una huella dactilar. No hay dos ejemplares que formen
exactamente el mismo patrón de anillos; cada uno es, como nosotros,
único e irrepetible.
En climas templados,
donde un ciclo anual consta de estaciones favorables y desfavorables
para el crecimiento vegetal, aparece este patrón anillado que refleja de
forma aproximada el paso de los años. Aina S. Erice
La existencia de los anillos de crecimiento no es ninguna novedad: desde que el ser humano emplea madera sabe que están ahí, que forman bellos
diseños al cortar el tronco para convertirlo en vigas, mesas o tablas de
pared. Sin embargo, una de las primeras personas que se interrogó y
dejó testimonio de sus reflexiones sobre la naturaleza de estos anillos
fue Leonardo da Vinci, que en su Tratado de la pintura
escribe: "Los círculos de las ramas de los árboles talados muestran el
número de sus años, y cuáles fueron más húmedos y más secos según su
mayor o menor anchura". Intuición genial, que ve en estos anillos la
memoria de los árboles. La planta sedimenta sus recuerdos —capa tras
capa, anillo tras anillo— desde su más tierna infancia; al igual que
nosotros, guarda en su interior la marca de todo lo que le ha sucedido a
lo largo de su vida. A diferencia de nosotros, sin embargo, los árboles
no olvidan fácilmente: en el caso de las especies más longevas
conocidas, como el bien llamado Pinus longaeva, las memorias arbóreas pueden abarcar varios milenios.
Para acceder a estos anillos hay que tener una llave y saber emplearla bien: conocida como barrena de Pressler, se trata de un pequeño instrumento que permite horadar el tronco de un árbol y extraer un cilindro de madera, sin causar mayores daños al ejemplar. Se requiere habilidad y práctica (hay que aprender a orientar la barrena correctamente, y no todas las maderas te ponen fácil su perforación); no se requiere, en cambio, el sacrifi
cio de ningún árbol... a no ser, claro está, que seas Donald Currey. Al no lograr obtener muestras de WPN-114 mediante barrena, se decidió talar el árbol para consultar su memoria arbórea.
¿Pero, por qué? ¿Qué pueden decirnos un montón de anillos que sea interesante? El primer dato que pueden ofrecernos es, por supuesto, la edad aproximada del árbol en cuestión —un dato que a veces se revela dramático, como le sucedió a Currey al contar los anillos de WPN-114 y descubrir que acababa de talar a Prometeo, el Pinus longaeva más viejo de la Tierra.
Anillado de una rama de enebro de la miera (Juniperus oxycedrus). Aina S. Erice
En segundo lugar, la secuencia de anillos —cuya madera muestra
diferencias anatómicas según si fue temprana, hija de la primavera, o
más tardía— proporciona una crónica de las condiciones de crecimiento
del árbol: como ya decía Leonardo da Vinci, puedes saber en qué años
creció más, y en cuáles menos. Si eliges al árbol adecuado y tomas
muestras con cuidado, quizás puedas incluso detectar el rastro de
incendios o heridas de rayo, que generalmente dejan cicatrices
reconocibles en el tronco, unidas a tejidos que el vegetal desarrolla
como reacción a la herida, y que un ojo entrenado logra distinguir.
Quizás esta crónica parezca algo sosa y aburrida de buenas a primeras,
pero si sabes interrogarla puedes desvelar tesoros; y la disciplina que
se ocupa de bucear en los recuerdos de la madera y acercarse al tiempo (cronos) de los árboles (dendron) se conoce como dendrocronología.
La memoria de los árboles es, por ejemplo, una extraordinaria fuente de pruebas que muestran cómo está cambiando el clima. Sin embargo, para ello debes escoger bien a tus compañeros vegetales, y asegurarte de que sus recuerdos son fiables. Las palmeras, por ejemplo, no te servirán de nada, pues ni siquiera forman anillos de crecimiento; si te adentras en los trópicos e interrogas a un árbol cualquiera, quizá la respuesta no sea satisfactoria, pues la madera de la mayoría de especies tropicales no muestran patrones anillados. Incluso hay árboles con tendencia a la amnesia, como los tejos (Taxus baccata); existen varios ejemplares, como el famoso tejo de Llangernyw, en Gales, cuya edad exacta nos resulta imposible determinar, porque sus troncos se han quedado huecos, borrando los primeros siglos —quizás milenios— de las crónicas.
(El fenómeno de los troncos huecos también puede suceder como consecuencia de podas realizadas de forma incorrecta, mal cicatrizadas, que facilitan la aparición de infecciones —por ejemplo fúngicas— capaces de horadar el tronco. Ello, además de suponer un riesgo estructural que compromete la estabilidad del árbol, es un caso de alzhéimer arbóreo al que por desgracia se ven sometidos muchos árboles de nuestros barrios y plazas.) Pero si escoges a árboles en plena posesión de sus facultades mnemónicas, y entrevistas a un número suficiente de ellos (¡nunca te fíes de un único testimonio!), un mundo de posibilidades extraordinarias se abre ante ti.
¿Necesitas confirmar tus sospechas de que la minería a cielo abierto en Siberia del norte, tal y como se ha desarrollado en los últimos noventa años, es un desastre ecológico directamente responsable de la destrucción del bosque boreal en la región? Está en la memoria de los alerces y píceas del lugar.
La cantidad de anillos
no siempre se corresponde con la edad del ejemplar: hay árboles que 'se
saltan' años (sobre todo cuando han sido muy duros y no se ha producido
crecimiento alguno). Por ello es importante calibrar cualquier lectura
dendrocronológica con otros métodos, como el del Carbono 14. Aina S. Erice
¿Quieres entender si la expansión del imperio mongol en el s. XIII estuvo ligada a un cambio climático en sus tierras, y de qué tipo? Los pinos siberianos (Pinus sibirica) de la región aún se acuerdan de aquellos años locos. La madera tiene, además, una ventaja evidente sobre el cerebro como sede de la memoria, y es que los recuerdos conservados en anillos de crecimiento pueden sobrevivir al árbol que los creó. No hace falta encontrar a ningún venerable matusalén vegetal para saber qué tal tiempo hacía en tiempos de la república romana, o en la Francia napoleónica: un tocón de la edad adecuada puede ser suficiente, incluso un palo. Eso significa que toda la madera maciza que te rodea está ahíta de recuerdos. Las planchas de los violines Stradivarius pueden revelarte sus orígenes —de qué especie provenían (Picea abies), en qué región crecieron, en qué período, qué climatología vivieron—, igual que las vigas de la catedral de Segovia (hechas de Pinus nigra), o cualquier escultura japonesa de madera (p. ej. de Chamaecyparis obtusa). Todos cuentan una historia para quien sabe interpretar su lenguaje. La memoria es un componente imprescindible de nuestras vidas; si la perdemos, se lleva consigo parte de nuestra identidad, nuestra capacidad de aprender y madurar. La sabiduría no existe sin memoria; cada anciano que se apaga nos priva —a ti, a mí, a todos los seres humanos— de una raíz hecha de recuerdos, raíz que ancla, pero que a la vez nos permite seguir creciendo hacia la luz (y, se espera, sobrevivir a los temporales futuros). Incluso si nos han dejado una crónica pormenorizada de su vida, interrogar memorias vivas es más bello que consultar archivos inertes —más aún, cuando la muerte de aquel ser vivo no era necesaria. ¿Quién no se indigna al pensar en los 4900 anillos de crecimiento que Donald Currey contó en la madera de su Pinus longaeva, cuyo último recuerdo fue una sierra en agosto de 1964? Nadie se atrevería a defender la tala de seres vivos cuya memoria abarca milenios... pero ¿y si son cinco siglos? ¿O uno? ¿O varios lustros? ¿A partir de qué momento la memoria de un árbol merece ser conservada, cuidada, estimada? Quizás llegue un día en que veamos y tratemos a los árboles de nuestras ciudades, no como muebles baratos, sino como archivos vivos: una infinidad de pequeñas bibliotecas que sedimentan y atesoran la historia del lugar que habitan junto a nosotros (y, de regalo, dan sombra y mejoran las condiciones urbanas). En silencio, sin que nos demos cuenta, los árboles escriben nuestras crónicas; ojalá sean dignas de pervivir en sus memorias de madera.
Troncos rectos con anillos excéntricos: izquierda, robinia que crecía junto a un muro, la parte lobulada son los contrafuertes del tocón.
Centro, álamo temblón la parte mas ancha crecía en dirección a un acequia.
Derecha, ciprés de Arizona, la excentricidad de este tronco proviene de crecer junto a otro tronco
Si bien los anillos de crecimiento de los árboles según su situación y su grosor nos pueden dar información de cómo creció el árbol en un momento determinado, su forma también nos va a dar información.
Imagino que hasta hora cuando pensamos en un anillo de crecimiento de un árbol, nos los imaginamos de forma anular, es decir circular, concéntrico, etc…, bueno pero esto no es así siempre. Hay especies en las que su crecimiento secundario (en anchura) es irregular, creando un perímetro lobulado que varia rápidamente según nos desplazamos por el tronco, siendo esta un características de sabinas y enebros; en este caso los anillos nos servirán para tener una idea de su edad pero poca más información podremos sacar.
Madera de reacción de troncos inclinados, en los dos caso consideramos que la fuerza proviene de la parte superior de la imagen.Izquierda en un abeto (conifera), la marea de compresión se forma en el lado opuesto a la fuerza aplicada.Derecha en un quejigo (frondosa) la madera de tensión se forma en el
mismo lado donde se aplica la fuerza, (la parte oscura es el duramen)
En el resto de la especies con un característico tronco de sección circular, cualquier cambio en esta forma nos servirá para obtener información, siempre que tengamos el cuidado de no considerar la zona del tocón donde los contrafuertes creados por el árbol para aumentar su resistencia nos van a dar un cambio en la forma esperada. El cambio en la forma del perímetro de circular a ovalado, y en los anillos de concéntricos a excéntricos puede deberse a varias causas, y cada una la deberemos explicar con las condiciones del lugar donde viven.
Si el suelo no es homogéneo en cuanto a estructura o humedad, las raíces y con ellas el tronco, se desarrollará más hacia el lado más favorable, es el caso de un árbol que crece junto a una pared junto a otro tronco, o junto a un curso de agua. Si el suelo es homogéneo pero la luz llega de una forma sesgada y domina más en una zona concreta ocurrirá algo parecido, el árbol desarrollara más ramaje hacia la luz y eso quedara reflejado en el tronco.
En caso de árboles solitarios expuestos a vientos fuertes de dirección constante, el árbol desarrolla más madera, llamada de reacción, en la zona donde se concentran las tensiones, en el caso de la coníferas en el lado del tronco opuesto a la dirección viento y cerca del suelo que es donde mas sufre el tronco.
Madera de compresión en dos pinos, en ambos casos la dirección de la fuerza proveen de la parte superior de la imagen. Izquierda, pino piñonero, la causa es el viento, no inclino el tronco pero si le hizo desarrollar un contrafuerte. Derecha, pino negro en este caso el tronco lo inclino un alud.
Hasta ahora hemos considerado troncos verticales, pero si el tronco se inclina las tensiones ya no están repartidas deforma homogénea, y hay una que domina de forma constante, el propio peso del árbol. Entonces el árbol desarrolla en las zonas de mayor esfuerzo madera de reacción; en el caso de la coníferas esta actúa como contrafuerte en el lado opuesto, y es denominada madera de compresión y es rica en lignina, más o menos como ocurría con el viento. En las frondosas ocurre al revés la madera de reacción trabaja como un tirante por tensión en el mismo lado donde se produce el esfuerzo depositando más celulosa. De todas formas unos y otros, coníferas y frondosas, forman la madera donde la necesitan y no donde nosotros creemos que debería estar, pues en algunos ejemplares de abeto con el tronco curvado se observa en un corte longitudinal como cambia la excentricidad y la madera de reacción pasa de compresión a tensión.
Nosotros con los anillos de crecimiento podemos poner fecha al momento en que los anillos cambian de forma, y esa es al fecha en que el árbol se inclino.
La causas pueden ser varias y las tenemos que buscar con las condiciones del lugar. En un rivera fluvial troncos inclinados a favor de la corriente pueden ser debidos a una riada. En una ladera con alta innivación e inclinados a favor de la pendiente puede ser un alud de nieve (más info. ver entradas de este bolg septiembre 2015). En una ladera inestable puede ser por un deslizamiento de tierra. Incluso el viento puede inclinar los troncos y hacer que estos crezcan postrados (más info. ver entradas de este blog diciembre 2019). De todas formas para interpretarlos correctamente tenemos que tener varios árboles con características parecidas para poder extrapolar la información, si solo encontramos un tronco inclinado puede que sea que sea por un hecho aislado y que no afecte al resto de los árboles; os contare un caso, en Benasque, Huesca, tuve la oportunidad de curiosear a gusto entre los pinos negros afectados por un alud, no solo había árboles tumbados sino arrancados por el impacto de la nieve, y alguno habían cortado posteriormente por lo que se podían ver bien los anillos y el momento en el que se inclino, la información era clara pero,… había un árbol inclinado en dirección contraria dentro de la zona de efecto del alud y además estaba junto al camino, cada vez que pasaba no podía evitar el intentar comprender su posición, hasta que un día se lo comente a un vecino que me acompañaba a lo que me dijo: “ese no te preocupes, fue el de la maquina quitanieves, al recular no lo vio y lo dejo así”
JONATHAN AMOS, en Ciencia de la BBC Así es el árbol "más solitario" de la Tierra y qué dice sobre la humanidad
Hace mucho tiempo que se le llama "el árbol más solitario del planeta".
Es un ejemplar de Picea sitchensis, de la familia pícea de Sitka, y más allá de ser un árbol gigantesco sin ningún amigo a su alrededor, dice mucho sobre la época en la que vivimos. Situado en la isla Campbell en el Océano Antártico, en su madera hay una clara huella de radioactividad de las pruebas de bombas atómicas de las décadas de 1950 y 1960. Para los científicos, esto podría ser la marca que han estado buscando para definir el inicio del Antropoceno,
también llamada "edad de los humanos": una nueva propuesta para definir
la era geológica en la que las actividades humanas han tenido más
repercusiones en el planeta.
La
definición de esa época busca darle dimensión a la llamada "gran
aceleración" del impacto humano en el planeta, el momento en la línea
del tiempo en el que se volvió intenso y global. Esto se produce después de la Segunda Guerra Mundial y se ve, por ejemplo, en la gran explosión en la producción de plásticos.
Chris
Turney, de la Universidad de Nueva Gales del Sur, Australia, y sus
colegas dicen que este árbol pícea de Sitka capta este cambio de forma
única en sus anillos de crecimiento. "Estamos poniendo esto como un serio contendiente
para marcar el inicio del Antropoceno. Tiene que ser algo que refleje
una señal global", dijo el profesor Turney a la BBC. "El problema
con los registros del hemisferio norte es que reflejan ampliamente en
dónde ha ocurrido la mayor actividad humana. Pero este árbol de Navidad registra la naturaleza histórica de esa actividad, y no podemos pensar en ningún lugar más remoto que el Océano Antártico", indicó.
Un gran testigo
Este
árbol, similar al abeto, en realidad no debería estar en la isla
Campbell, que está a unos 600 kilómetros de la punta sur de Nueva
Zelanda. Su hábitat natural se encuentra en las latitudes del norte del Pacífico, pero un solo ejemplar fue plantado en esta isla subantártica alrededor de 1905, posiblemente como el inicio de una reforestación. El árbol más próximo se encuentra en las islas Auckland, a unos 200 kilómetros al noroeste.
El profesor Turney y sus colegas hicieron una
perforación el en árbol, que tiene anillos de crecimiento anchos y muy
bien delineados. Los examinaron y encontraron un gran aumento en la cantidad de carbono-14 —un isótopo radioactivo del carbono— en una parte de un anillo que corresponde al último semestre de 1965. Este pico es una firma inequívoca de la atmósfera de pruebas nucleares que se produjeron después de la Segunda Guerra Mundial. El isótopo radioactivo de las bombas se incorporó al árbol mediante la fotosíntesis, según el análisis de los expertos.
Mark
Maslin, del University College de Londres y coautor del estudio que lo
analizó, dice que la adición de elementos químicos se produjo justo
después de la prohibición de pruebas nucleares en la atmósfera (1963). Sin embargo, en el árbol quedaron esas huellas de las consecuencias de detonaciones anteriores que se realizaron en todo el mundo y que contaminaron la biósfera del planeta. "Si se quiere representar el Antropoceno con el
inicio de la Gran Aceleración, entonces este es el registro perfecto
para definirlo", dijo. "Y lo que es realmente interesante es que
plantamos (como humanidad) un árbol en donde no debería estar, pero nos
ha dado este hermoso registro de lo que le hemos hecho al planeta",
continuó.
Una nueva era
La
comunidad geológica internacional está evaluando la forma de actualizar
la línea de tiempo oficial de la historia de la Tierra, llamada Carta
Cronoestratigráfica. El grupo de trabajo encargado de dirigir la
discusión recientemente llegó a la conclusión de que la actual época
—llamada Holoceno y que abarca los últimos 11.700 años— no puede incluir
los inmensos cambios que tienen lugar en la Tierra como resultado de la
actividad humana. El panel está buscando un marcador que defina el inicio del Antropoceno propuesta.
Técnicamente se conoce como "Sección estratotipo y
punto de límite global" (GSSP, por sus siglas en inglés), pero
comúnmente es llamado "clavo de oro", o golden spike en inglés. Para
el inicio del Holoceno, el GSSP es una sección de hielo perforado de la
capa de hielo de Groenlandia. La química del hidrógeno registra un
aumento en el calentamiento a medida que salimos de la última edad de
hielo. El famoso Cretácico-Paleógeno de los dinosaurios tiene su
límite hace 66 millones de años, cuando un asteroide impactó con la
Tierra y desencadenó la extinción de los grandes seres. El
pico es un afloramiento de roca en Túnez, el cual contiene una fuerte
huella del elemento iridio que se generó por el impacto de la roca
espacial. Lo que será clave para cualquier "clavo de oro"
elegido para representar el límite Holoceno-Antropoceno es que sea algo
de larga duración: que los geólogos en un millón de años sean capaces de
apuntar y decir: "Ahí está. Es el comienzo de la época del
Antropoceno".
"El radiocarbono perdura en cantidades medibles en el orden de 50.000 a 60.000 años.
Después de eso, otros radioisótopos asociados con las pruebas de la
bomba, como el plutonio, todavía estarán en el medio natural,
preservando esa marca", explica el profesor Turney.
"Tenemos
registros de la madera de abeto recogidos en la Universidad de Nueva
Gales del Sur en Sídney y en Invercargill, en Nueva Zelanda, en un museo
y una galería de arte, por lo que la gente puede ir a visitar y poner
su dedo en el momento actual que estamos sugiriendo como inicio del Antropoceno". El profesor Turney y sus colegas han publicado su estudio en la revista especializada Scientific Reports.
Diferencia entre los anillos de crecimiento de un pino carrasco (conífera) y una carrasca (frondosa de anillo difuso)
Las plantas son buenos indicadores de las condiciones ambientales de un lugar, si conocemos los requerimientos de la especies o sabemos interpretar su aspecto como tamaño hojas, desarrollo, etc. Los árboles además almacenan esta información de los años que han vivido en su madera, por lo que podemos obtener información sobre clima, eventos, o su relación con otros seres vivos (competencia, depredación, etc. ). Eso si no nos van a dar cifras concretas, solo si ha sido un buen año o malo y en que año, lo que es especialmente interesante en lugares donde no hay registros por escrito de esta información. La madera es un material bastante perdurable en buenas condiciones puede ser casi eterno, incluso se puede fosilizar. La madera permite la árbol crear la estructura de ramas y troncos que soporte al fronda. El árbol tiene dos crecimientos uno en altura a partir de la yema terminal y otro en anchura desde el cambium, una fina capa de células situada entre la corteza y el leño.
Abeto, tres anillos muy estrechos como consecuencia de las larvas
defoliadoras de un lepidóptero. Quejigo series de anillos estrechos y
anchos como consecuencia de la poda.
De manera que el tronco crece hacia el exterior en la época vegetativa, cuando llega el invierno por frío o en algunos casos en verano por la sequia el árbol deja de crecer, ese parón queda reflejado en un anillo, en las zonas donde no hay estos descansos no se forma anillo, el crecimiento es continuo como ocurre con algunos árboles como el baobad. Los anillos de los primeros años suelen ser siempre mas anchos que la media. Donde
mejor se aprecian los anillos es el las coníferas (pinos, abetos,
cipreses y similares), en frondosas de anillo poroso como el roble
también se aprecia bien y en otras de anillo difuso como la carrasca es
mejor no intentarlo, al menos al principio, pues sus anillos son
difíciles de ver. Volviendo a los anillos de una conífera, en
primavera desarrolla un anillo ancho y de color claro, anillo de
primavera o madera temprana, a final de la época vegetativa a final de
verano o en otoño desarrolla un anillo estrecho y oscuro.
Liberación en abeto, los anillos pasan de estrechos a anchos,
como obsecuencia de la tala de los arboles que le hacían sombra.
Decaimiento en enebro de la miera, anillos progresivamente
más estrechos como consecuencia del creciendo de pinos de repoblacion
que le fueron dejando sin sol directo.
Si el año es bueno para el árbol, en un clima mediterráneo es un año lluvioso y en un clima de alta montaña o de latitudes altas es un año cálido, el árbol ha crecido mucho luego el anillo es ancho. Si el año ha sido malo (seco/frío) el anillo será estrecho incluso es posible como ocurre en árboles de grandes dimensiones que no se forme en todo su perímetro, por lo que la correspondencia entre anillo año no siempre es correcta; por eso hablamos de anillos de crecimiento y no anuales (puede haber anillos ausentes y anillos dobles). Es labor de los dendrocronólogos asignar una fecha a cada anillo partir de unos años de referencia característicos para cada zona, formados por condiciones climáticas excepcionales y de carácter general, así para el NE peninsular son1871, 1931, 1963, 1972-73 por frío y 1984, 1986, 1995, 2005 y 2012 por sequia. Bueno ya tenemos nuestros anillos datados así podremos poner fecha a la información que nos aportan, es evidente que cuanto más viejo sea el árbol mayor información tendremos. Pero no nos vale un solo árbol hay que procurar encontrar al menos diez de la misma especie y misma zona para que la información sea extrapolable y no es necesario cortarlos, con una barrena especial se saca una muestra de los anillos procurando no causar daños al árbol. En línea generales de los anillos más estrechos deducimos: los años malos climáticos suelen ser anillos aislados, dos o tres anillos puede deberse a una plaga por ejemplo un insecto defoliador y el árbol se recupera después, series de anillos estrechos intercaladas con anillos normales más anchos puede deberse a podas repetidas como por ejemplos en los trasmochos. Si pasamos de anillos muy estrechos a anchos de forma brusca es un liberación, ha desaparecido la competencia por ejemplo el árbol que le quitaba la luz a otro; puede ocurrir el caso contrario los anillos son cada vez más estrechos, el árbol esta en decaimiento, bien por enfermedad o que la competencia lo esta arruinando. De todas formas cada caso hay que verlo en su contexto para buscar la información.
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6/06/2018
CÉSAR-JAVIER PALACIOS (Valladolid, 1964) Pinos del Pirineo esconden información sobre los volcanes de Lanzarote
Volcanes del Parque Nacional de Timanfaya, en Lanzarote.
En septiembre de 1730 se inició una larga erupción en el volcán canario de Timanfaya que modificó completamente la morfología de la isla de Lanzarote. Cientos de toneladas de cenizas fueron lanzadas a la atmósfera y empujadas por los vientos a lugares remotos. Lo mismo ocurrió en 1815 con el Tambora, en Indonesia, que oscureció Europa y eliminó ese año el verano. Los cambios atmosféricos que provocaron hace siglos estas espectaculares erupciones volcánicas también dejaron huella en los bosques centenarios de la alta montaña de la Península Ibérica. Así lo constata un artículo publicado en la revista Science of the Total Environment en el que participa la profesora Emilia Gutiérrez, de la Facultad de Biología de la Universidad de Barcelona. El rastro químico de los gases que liberaron a la atmósfera estas erupciones volcánicas se puede identificar hoy en día en los bosques más antiguos de coníferas de los Pirineos, explica la Universidad de Barcelona a través de una nota de prensa.
En concreto, erupciones como las del volcán Timanfaya, en Lanzarote
-una de las más poderosas en todo el país por haber durado seis años
ininterrumpidos y por el volumen de materiales expulsados-, y el Tambora
-uno de los episodios volcánicos más gigantescos de los que hay
registros-, desprendieron cantidades enormes de hierro que modificaron la composición química de los anillos anuales de crecimiento de los árboles pirenaicos.
Según este artículo, el estudio del registro de los anillos de crecimiento de los árboles (dendrocronología) podría ayudar a conocer la frecuencia y la intensidad de los fenómenos volcánicos en la era moderna.
Investigación dendrocronológica en un pino centenario del Pirineo.
La respuesta está en los anillos de los árboles El nuevo estudio, dirigido por la experta Andrea Hevia, investigadora
del Centro Tecnológico Forestal y de la Madera (CETEMAS), en Asturias,
ha analizado los cambios temporales de la composición química en los anillos anuales de crecimiento de los árboles centenarios de los Pirineos, en especial los de los bosques subalpinos de pino negro (Pinus uncinata) de los parques nacionales de Ordesa y Monte Perdido, y de Aigüestortes i Estany de Sant Maurici.
En la investigación también participan Julio Camarero (Instituto
Pirenaico de Ecología, IPE-CSIC, Zaragoza), Raúl Sánchez Salguero
(Universidad Pablo de Olavide, Sevilla) y Allan Buras (Universidad
Técnica de Munich, Alemania), entre otros expertos.
Por primera vez, esta investigación ha permitido analizar los efectos
del cambio climático sobre los ciclos de nutrientes en los bosques, y
ha confirmado que los bosques pirenaicos pueden registrar la huella química de episodios a escala global
(por ejemplo, las erupciones volcánicas en lugares remotos) y los
efectos de las emisiones de gases a la atmósfera desde la Revolución
Industrial.
Tal como explica la profesora Emilia Gutiérrez, del Departamento de
Biología Evolutiva, Ecología y Ciencias Ambientales de la UB, “la
información registrada por estos árboles que crecen a altitudes
superiores a los 2.000 metros es representativa de los cambios globales,
ya que su crecimiento no está influenciado por los efectos de las
actividades humanas locales (talas, industria)”.
Los expertos han aplicado una nueva metodología no destructiva que
analiza los cambios atmosféricos en los últimos setecientos años -con
resolución anual e incluso estacional- a partir del análisis de los
anillos de crecimiento de los árboles. Entre otros resultados, el
estudio revela un incremento del contenido en elementos como el fósforo, el azufre y el cloro a partir del 1850,
cuando se inicia la Revolución Industrial en Europa. También se han
analizado datos de elementos químicos esenciales en el desarrollo de la
madera, como el calcio. “La fijación de estos elementos en los anillos
de crecimiento de la madera se ha visto además favorecida por el aumento
de las temperaturas a escala global”, remarca la investigadora Andrea
Hevia.
La
erupción del Tambora desprendió enormes cantidades de hierro que
modificaron la composición química de los anillos de crecimiento de los
árboles pirenaicos.
Los árboles, centinelas del cambio global en el planeta Según el citado estudio, los árboles que crecen en lugares con suelos
más alcalinos (por ejemplo, gran parte del Parque Nacional de Ordesa y
Monte Perdido) podrían tener una mayor capacidad de amortiguar los fenómenos de acidificación global,
al contrario de lo que se ha observado en lugares con suelos más ácidos
(por ejemplo, el Parque Nacional de Aigüestortes i Estany de Sant
Maurici).
“El aumento de las emisiones de sulfatos y nitratos en la atmósfera
puede limitar la fijación en el suelo y la absorción por parte del árbol
de elementos esenciales como el calcio, el magnesio o el manganeso,
entre otros, todos ellos esenciales para el crecimiento y desarrollo de
los bosques”, detalla Emilia Gutiérrez.
El estudio de los efectos del cambio climático en esta región y de la
variación histórica de elementos químicos en los árboles puede
contribuir significativamente a conocer los efectos potenciales que podrían soportar muchos de los bosques de coníferas en el siglo XXI, apuntan los autores.
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Referencia bibliográfica: Andrea Hevia, Raúl Sánchez-Salguero, +4 authors, Emilia Gutiérrez (2018). Towards a better understanding of long–term wood–chemistry variations in old–growth forests: A case study on ancient Pinus uncinata trees from the Pyrenees. Science of The Total Environment 625:220-232. June 2018. DOI: 10.1016/j.scitotenv.2017.12.229.
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2/23/2018
JAVIER YANES El astrónomo que miraba el interior de los árboles
A muchos el nombre de Andrew Ellicott Douglass
no les resultará familiar. Pero quizá sí hayan visto su rostro, incluso sin saberlo. En su imagen más conocida, Douglass aparece de pie ante una sección de tronco de árbol que le dobla en altura y en la que unos carteles señalan cuál era el grosor de aquella secuoya gigante en ciertas épocas históricas. La gran contribución de Douglass a la ciencia, la datación de los árboles por los anillos de crecimiento de su tronco, es hoy enormemente conocida; pero no tanto el hecho de que las aplicaciones de estos estudios exceden la curiosidad botánica, para servir como registros del paleoclima y como calendarios que en su día permitieron fechar los principales yacimientos arqueológicos de Estados Unidos. Y todo ello a pesar de que, en realidad, Douglass perseguía algo muy diferente que jamás llegó a demostrar.
A.E. Douglass muestra el corte original de una secuoya a un visitante. Crédito: Arizona State Museum
La trayectoria de Douglass como segundo de Lowell terminó bruscamente
a causa de la obsesión de este por demostrar la existencia de una
civilización marciana. Lowell se empecinaba en ver canales artificiales en Marte, algo que ni Douglass ni el resto de la comunidad científica
apoyaban. El conflicto entre ambos terminó con el despido de Douglass
en 1901. Según Donald J. McGraw, biólogo e historiador de la ciencia que
ha escrito extensamente sobre el trabajo de Douglass, fue entre este
momento y su traslado a la Universidad de Arizona, en Tucson, en 1906
cuando el astrónomo comenzó a interesarse por la datación de los anillos
de crecimiento de los árboles. La naturaleza anual de los anillos aparece por primera vez en los escritos de Leonardo da Vinci, quien reconoció que su grosor dependía de las condiciones de humedad. En los siglos XVIII y XIX, otros científicos avanzaron en el estudio de los anillos y su relación con el clima,
comenzando a cruzar fechas para efectuar dataciones. Por su parte,
Douglass consolidaba su carrera como astrónomo en Tucson, fundando en
1916 el Observatorio Steward en un terreno de la Universidad donde anteriormente se ubicaba una granja de avestruces.
A.E. Douglass nunca logró encontrar rastros del ciclo solar en los anillos de los árboles. Crédito: Arnoldius
El acercamiento de Douglass a los anillos de los árboles tenía un propósito meramente instrumental. El astrónomo estaba, en palabras de McGraw, “consumido por una pasión”: demostrar la influencia de los ciclos solares en el clima terrestre. “Como astrónomo, su interés primario era la actividad solar”, señala McGraw a OpenMind. “Creía que el ciclo de manchas solares de 11 años podía encontrarse en la historia
del clima en los anillos de los árboles”. Esto le llevaría a “crear por
cuenta propia la entonces nueva ciencia de la dendrocronología”,
prosigue McGraw, y a fundar en 1937 el Laboratorio de Investigación en
Anillos de Árboles de la Universidad de Arizona, el primero de su
especialidad.
Así, Douglass se convirtió en la principal autoridad en el estudio de los anillos, gracias sobre todo a los cortes de las milenarias secuoyas gigantes. Su trabajo y sus primeras publicaciones llegaron al conocimiento de los arqueólogos del Museo de Historia Natural de EE. UU., que solicitaron su ayuda para datar las ruinas de los antiguos asentamientos anasazis en el suroeste del país a través de las vigas de madera empleadas por los nativos en sus construcciones.
El astrónomo comenzó a trabajar en esta línea en 1916, pero durante
años solo fue factible asignar a las vigas cronologías “flotantes”; es
decir, relacionadas unas con otras, aunque sin posibilidad de fijarlas
en el calendario, ya que existía una brecha temporal entre estas y las
dataciones absolutas obtenidas en Flagstaff. Por fin, el 22 de junio de
1929, el análisis de una viga denominada HH-39, recogida en Showlow
(Arizona), permitió por fin solapar ambas cronologías y fechar las
ruinas anasazis. En diciembre de 1929, Douglass escribía en la revista National Geographic
que la viga HH-39 estaba destinada a ocupar un lugar en la arqueología
americana “comparable a la piedra Rosetta de Egipto”. Y así fue; hoy la dendrocronología se emplea en todo el mundo para labores de datación, así como para reconstruir el clima del pasado y entender el actual.
Douglass falleció a los 94 años sin ver cumplido su sueño de
demostrar la huella de los ciclos solares en los anillos de los árboles.
“Nunca fue capaz de probarlo, ni lo ha hecho nadie”, apunta McGraw.
“Pero algunos estudios sugieren, aunque es una conjetura, un posible ciclo de 22 años en los anillos, el doble del ciclo de las manchas solares.
Su significado, si es que es real, es confuso”. Aun así, para McGraw
Douglass siempre será, como las secuoyas que estudió, un “gigante
imperecedero”.
FAUSTINO GARCÍA MÁRQUEZ La lección del Pino de Pilancones
Arquitecto urbanista, exdirector de la Agencia Canaria de Desarrollo Sostenible y Lucha contra el Cambio Climático
En defensa del territorio en Canarias ante tanta depredación del ser
humano, a propósito de la desaparición en un incendio forestal...
El
Pino de Pilancones era mucho más que un símbolo: era un ser vivo, un
resistente, un superviviente. Emociona ver ahora la tremenda amplitud
del espacio vacío de su ausencia, y lo levantamos de nuevo, inmortal, en
nuestro recuerdo. Pero a él, a su colosal tamaño, a sus 400 años, no le
bastan nuestra pequeña emoción ni nuestra efímera memoria. Caído en
pedazos, sigue destilando vida en las gotas de resina que caen
lentamente hasta el suelo, en el millar de piñas cargadas de semillas
que era aún capaz de generar. Para perpetuarse en otros, no sólo en
nosotros.
El Pino de Pilancones no murió porque le dejaran de poner unas
muletas imposibles y humillantes, ni porque no le hicieran alrededor un
cortafuegos que nos hubiera privado de su grandeza, de su carácter de
parte singular de un todo. Murió porque era un ser vivo gigantesco, viejo y generoso que dio
de comer su propia sangre, su resina, en tiempos de hambre y de miseria
pavorosas, aunque le costara una negra y enorme herida que terminaría
acabando con él.
Los responsables
Y sólo nosotros, todos nosotros, somos los responsables. Somos
responsables de nuestra propia historia y de nuestro propio futuro.
Somos responsables de ser los felices herederos de una sociedad que no
le dejaba a muchos otra salida que vaciar los bosques y sangrar a los
gigantes. Somos responsables de pertenecer a una sociedad que reclama de
los poderes públicos el cuidado de la naturaleza, pero no a costa de
las autovías que nos permitan llegar, a 80 kilómetros por hora, al
último rincón de la isla. No a costa de nuestra comodidad, de nuestra
propiedad, de nuestro consumo desaforado de bienes, de recursos
naturales, de combustible, de energía, de agua, de territorio.
Hace 114 años, alguien dijo que esta tierra no es nuestra, que
nosotros sólo somos sus administradores, encargados de gestionarla
cuidadosamente para entregarla, mejorada, a sus legítimos y únicos
propietarios, las generaciones futuras. Administrar bien ese préstamo,
esa herencia del futuro, no nos obliga a resucitar al Pino de
Pilancones, pero nos exige crear las condiciones necesarias para que
sigan viviendo sus nietos y los nietos de sus nietos, junto a los
nuestros.
Y
para eso, tenemos que cambiar muchas cosas, empezando por nosotros
mismos. Tenemos que hacer un uso más cuidadoso de unos recursos
limitados y tenemos que compartirlos con millones de personas que están
muriendo por falta de ellos, a nuestras mismas puertas, ante nuestros
brillantes escaparates. Limitado es el planeta que estamos calentando y
deshelando con el humo de nuestros coches, con la luz escandalosa de
nuestras bombillas, con el confort artificial de nuestras casas, con el
agua que dejamos perder, con la basura que producimos. Limitado es el
territorio que ocupamos, que acosamos, que compartimentamos, que
destruimos. Limitada es la isla que decimos querer, el pinar que
queremos asfaltar, la finca que vamos a urbanizar.
Podemos ahorrar futuro, pero tenemos que reprimirnos, limitarnos,
sacrificarnos. Aprender a compartir espacio, a preservar el suelo, a
reducir gastos, a habitar en pisos. Aprender de nuevo a movernos, a
caminar, a compartir con otros el transporte. Aprender a indignarnos
ante el derroche, la destrucción y la injusticia. Aprender a vivir
mejor, a vivir con menos, a transformar una sociedad del despilfarro en
una sociedad atenta, austera, alegre, feliz, viva.
Última lección
Aprendamos la última lección del Pino de Pilancones. Aprendamos a
respetar y a transmitir la vida hasta después de que haya terminado la
nuestra, para que podamos vivir en otros, para que, dentro de 400 años,
pueda acostarse un niño soñando que a la mañana siguiente va a hacer su
primera gran caminata, a ver su pino de Pilancones, ése que está
germinando, justo ahora, al pie del coloso caído.
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Datos del Pino de Pilancones en las redes... Edad: 550 años Circunferencia: 5,65 m Altura: 45 m Muerte: 30 Enero 2008
Paraje: Barranco de Ayagaures Municipio: San Bartolomé
de Tirajana, Gran Canaria