07 julio 2025

El árbol de los zapatos
 
Juan y María miraban a su padre que cavaba en el jardín. Era un trabajo muy pesado. Después de una gran palada, se incorporó, enjugándose la frente.
     -Mira, papá ha encontrado una bota vieja -dijo María.
     -¿Qué vas a hacer con ella? -quiso saber Juan.
     -Se podría enterrar aquí mismo -sugirió el señor Martín-. Dicen que si se pone un zapato viejo debajo de un cerezo crece mucho mejor.
     María se rió. -¿Qué es lo que crecerá? ¿La bota?
     -Bueno, si crece, tendremos bota asada para comer.
     Y la enterró. Ya entrada la primavera, un viento fuerte derribó el cerezo y el señor Martín fue a recoger las ramas caídas. Vio que había una planta nueva en aquel lugar. Sin embargo, no la arrancó, porque quería ver qué era. Consultó todos sus libros de jardinería, pero no encontró nada que se le pareciera.
     -Jamás vi una planta como ésta -les dijo a Juan y a María.
     Era una planta bastante interesante, así que la dejaron crecer, a pesar de que acabó por ahogar los retoños del cerezo caído. Crecía muy bien; a la primavera siguiente, era casi un arbolito. En otoño, aparecieron unos frutos grisáceos. Eran muy raros: estaban llenos de bultos y tenían una forma muy curiosa.
     -Ese fruto me recuerda algo -dijo la señora Martín. Entonces se dio cuenta de lo que era-.    ¡Parecen botas! ¡Sí, son como unos pares de botas colgadas de los talones!
     -¡Es verdad! Parecen botas -dijo Juan asombrado, tocando el fruto.
     -¿Habéis dicho botas? -preguntó la señora Gómez, asomándose.
     -¡Sí, crecen botas!
     -Pedrito ya es grande y necesitará botas -dijo la señora Gómez-, ¿Puedo acercarme a mirarlas?
     -Claro que sí. Pase y véalas con sus propios ojos.
     La señora Gómez se acercó, con el bebé en brazos. Lo puso junto al árbol, cabeza abajo. Juan y María acercaron un par de frutos a sus pies.
     -Aún no están maduras -dijo Juan-. Vuelva mañana para ver si han crecido un poco más.
La señora Gómez volvió al día siguiente, con su bebé, pero la fruta era aún demasiado pequeña. Al final de la semana, sin embargo, comenzó a madurar, tomando un brillante color marrón.
     Un día descubrieron un par que parecía justo el número de Pedrito.
     María las bajó y la señora Gómez se las puso a su hijo. Le quedaban muy bien y Pedrito comenzó a caminar por el jardín.
      Juan y María se lo contaron a sus padres, y el señor Martín decidió que todos los que necesitaran botas para sus hijos podían venir a recogerlas del árbol.
     Pronto todo el pueblo se enteró del asombroso árbol de los zapatos y muchas mujeres vinieron al jardín, con sus niños pequeños. Algunas alzaban a los bebés para poder calzarles los zapatos y ver si les iban bien. Otras los levantaban cabeza abajo para medir la fruta con sus pies. Juan y María recogieron las que sobraban y las colocaron sobre el césped, ordenándolas por pares. Las madres que habían llegado tarde se sentaron con sus niños. Juan y María iban de aquí para allá, probando las botas, hasta que todos los niños tuvieron las suyas. Al final del día, el árbol estaba pelado.
     Una de las madres, la señora Blanco, llevó a sus trillizos y consiguió zapatos para los tres. Al llegar a casa, se los mostró a su marido y le dijo:
     -Los traje gratis, del árbol del señor Martín. Mira, la cáscara es dura como el cuero, pero por dentro son muy suaves. ¿No es estupendo?
     El señor Blanco contempló detenidamente los pies de sus hijos.
     -Quítales los zapatos -dijo, al fin-. Tengo una idea y la pondré en práctica en cuanto pueda.
     Al año siguiente, el árbol produjo frutos más grandes; pero como a los niños también les habían crecido los pies, todos encontraron zapatos de su número.
     Así, año tras año, la fruta en forma de zapato crecía lo mismo que los pies de los niños.
Un buen día apareció un gran cartel en casa del señor Blanco, que  ponía, con grandes letras marrones: CALZADOS BLANCO, S.A.
     -Andaba el señor Blanco con mucho misterio plantando cosas en su huerto -dijo el señor Martín a su familia-. Por fin lo entiendo. Plantó todos los zapatos que les dimos a sus hijos durante estos años y ahora tiene muchos árboles, el muy zorro.
     -Dicen que se hará rico con ellos -exclamó la señora Martín con amargura.
     En verdad, parecía que el señor Blanco se iba a hacer muy rico. Ese otoño contrató a tres mujeres para que le recolectaran los zapatos de los árboles y los clasificaran por números. Luego envolvían los zapatos en papel de seda y los guardaban en cajas para enviarlos a la ciudad, donde los venderían a buen precio.
     Al mirar por la ventana, el señor Martín vio al señor Blanco que pasaba en un coche elegantísimo.
     -Nunca pensé en ganar dinero con mi árbol -le comentó a su mujer.
     -No sirves para los negocios, querido -dijo la señora Martín, cariñosamente- De todos modos, me alegro de que todos los niños del pueblo puedan tener zapatos gratis.
     Un día, Juan y María paseaban por el campo, junto al huerto del señor Blanco. Éste había construido un muro muy alto para que no entrara la gente. Sin embargo, de pronto asomó por encima del muro la cabeza de un niño. Era Pepe, un amigo de Juan y María. Con gran esfuerzo había escalado el muro.
     -Hola, Pepe -dijo Juan-, ¿Qué hacías en el jardín del señor Blanco?
     El niño, que saltó ante ellos, sonrió.
     -Ya veréis... -dijo, recogiendo frutos de zapato hasta que tuvo los brazos llenos-. Son del huerto. Los arrojé por encima del muro. Se los llevaré a mi abuelita, que me va a hacer otro pastel de zapato.
     -¿Un pastel?-preguntó María-. No se me había ocurrido. ¿Y está bueno?
     -Verás..., la cáscara es un poco dura. Pero si cocinas lo de dentro, con mucho azúcar, está muy rico. Mi abuelita hace unos pasteles estupendos con los zapatos. Ven a probarlos, si quieres.
      Juan y María ayudaron a Pepe a llevar los frutos a su abuela, y todos comieron un trozo de pastel. Era dulce y muy rico, tenía un sabor más fuerte que las manzanas y muy raro. A Juan y a María les gustó muchísimo. Al llegar a casa, recogieron algunas frutas que quedaban en el árbol de los zapatos.
     -Las pondremos en el horno -dijo María-. E1 año pasado aprendí a hacer manzanas asadas.
     María y Juan asaron los zapatos, rellenándolos con pasas de uva. Cuando sus padres volvieron de trabajar, se los sirvieron, con nata. Al señor y a la señora Martín les gustaron tanto como a los niños. Al terminar, el señor Martín dijo riendo:
     -¡Vaya! Tengo una idea magnífica y la pondré en práctica.
     Al día siguiente, fue al pueblo en su viejo coche, con el maletero lleno de cajas de frutos de zapato. Se detuvo en la feria y habló con un vendedor. Entonces comenzó a descargar el coche. El vendedor escribió algo en un gran cartel y lo colgó en su puesto. Pronto se juntó una muchedumbre.
     -¡Mirad!
     -Frutos de zapato a 5 monedas el kilo.
     -Yo pagué 500 monedas por un par para mi hijo -dijo una mujer. Alzó a su niño y les enseñó las frutas que llevaba puestas-. Mirad, por éstas pagué 500 monedas en la zapatería. ¡Y aquí las venden a 5!
     -¡Sólo cinco monedas! -gritaba el vendedor-. Hay que pelarlos y comer la pulpa, que es deliciosa. ¡Son muy buenos para hacer pasteles!
     -Nunca más volveré a comprarlos en la zapatería -dijo otra mujer.
     Al final del día, el vendedor se sentía muy contento. El señor Martín le había regalado los frutos y ahora tenía la cartera llena de dinero.
     A la mañana siguiente, el señor Martín volvió al pueblo y leyó en los carteles de las zapaterías: "Zapatos Naturales Blanco - crecen como sus niños". Y debajo habían puesto unos carteles nuevos que decían: "Grandes rebajas! ¡5 monedas el par!"
     Después de esto, todo el mundo se puso contento: los niños del pueblo seguían consiguiendo zapatos gratis del árbol de la familia Martín, y a la gente de la ciudad no les importaba pagar 5 monedas por un par en la zapatería. Y todos los que querían podían comer la fruta. El único que no estaba contento era el señor Blanco; aún vendía algunos zapatos, pero ganaba menos dinero que antes.
     El señor Martín le preguntó a su mujer:
     -¿Crees que estuve mal con el señor Blanco?
     -Me parece que no. Después de todo, la fruta es para comerla ¿verdad?
     -Y además -añadió María- ¿no fue lo que dijiste al enterrar aquella bota vieja? ¿Te acuerdas? Nos prometiste que cenaríamos botas asadas.
---FIN---
Información: www.soncuentosinfantiles.com

04 julio 2025

El mayor anacardo del mundo, del narrador de historias

TOMÁS CASAL PITA
El mayor "cajueiro" del mundo
 
Quienes consuman en alguna ocasión anacardos conocerán este fruto, procedente del árbol del mismo nombre (Anacardium occidentale), pero también llamado cajú, nuez de la India, anacardo, merey, marañón, cajuil, caguil, pepa, y algunos nombres más, que es originario de Centroamérica, nordeste de Brasil y sur de Venezuela. Menos personas sabrán que el fruto es doble: un pseudofruto formado por la estructura carnosa del pedúnculo, que se consume en fresco como fruta y la semilla que, cruda o tostada, llega a todo el mundo como fruto seco. 
     Mi intención ahora era hablar del mayor anacardo (cajueiro) del mundo que crece en la playa de Piranji, cerca de la ciudad de Natal -estado de Río Grande del Norte- en el extremo este de Brasil. Según los vecinos más antiguos de la zona, el árbol fue plantado en 1888 por Sylvio Pedrosa, ex prefecto de Natal y propietario del terreno en esa fecha. Aunque el terreno era suyo, sin duda, otras voces apuntan a que la plantación fue obra de un pescador local. 
     Sea quien fuere el plantador, el caso es que desde entonces no ha parado de crecer de modo continuo y en la actualidad cubre un área de entre 7.300 y 8.400 m2, equivalente a lo que ocuparía una plantación de 70 anacardos normales o dos campos de futbol. ¿A qué se debe esto? Según los estudios científicos, el árbol presenta dos anomalías genéticas debido a las cuales sus ramas no crecen en vertical, si no en horizontal, por su propio peso acaban tocando suelo y enraizando formando nuevos troncos. El tronco original, ya casi indistinguible en este laberinto de troncos, poseía originalmente cinco ramas, de las cuales cuatro sufrían esa alteración.
     Convertido en atracción turística de la zona, desde el año 1994 figura registrado en el “Libro Guiness de los Records”. Hay una serie de pasarelas por el interior, preparadas para visitarlo (previo pago, eso sí) y la parte exterior está urbanizada, con lo que posiblemente se detenga su crecimiento, también se ha levantado una torre para hacer un mirador panorámico. Aparte de esto, el anacardo está rodeado por una superficie igual o mayor de tierra dedicada a tiendas de suvenires de todo tipo con temática de anacardos, incluida cachaça (alcohol brasileño a base de caña de azúcar) con sabor a anacardo. De septiembre a diciembre también se pueden saborear sus frutas, que continúa produciendo. En 2010, se recogió la mayor cosecha en época reciente: una tonelada de frutos.







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01 julio 2025

RAFAEL MORALES CASAS (Toledo, 1919-2005)
La acacia cautiva

Cercada por ladrillos y cemento,
por asfalto, carteles y oficinas,
entre discos de luz, entre bocinas
una acacia cautiva busca un viento.

Busca un campo tranquilo, el soñoliento
río sonoro que en sus aguas finas
lleva luces que fluyen diamantinas
en sosegado y suave movimiento.

Busca el salto del pez, el raudo brillo
de su escama fugaz y repentina,
con rápida sorpresa de cuchillo.

Busca la presurosa golondrina,
no la brutal tristeza del ladrillo
que finge roja sangre en cada esquina.

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28 junio 2025

ANTONIO MADRIDEJOS
Las sabinas de los Monegros y la leyenda de la Armada Invencible


Una especie adaptada a la estepa

     En la carretera que lleva de Castejón a Sariñena, justo antes de llegar al pueblo de Pallaruelo, se puede observar una de las últimas representaciones del sabinar que antiguamente cubría buena parte de los Monegros. No son ejemplares solitarios que han sobrevivido en lindes o terrenos abruptos, como suele ser más común en esta comarca de Aragón, sino que los hay a centenares. Vistos desde lo lejos, los árboles, que crecen marcando la frontera entre pequeñas fincas, se observan como un bosque denso que destaca sobre el suelo claro.
     Mi colega periodista Ernest Alós, buen conocedor de la zona, me comenta que más al sur de Bujaraloz, en la llamada Retuerta, se encuentra otro sabinar de tamaño aún mayor y menos modelado por la mano del hombre. Son de una belleza desconcertante. Una visita ineludible. 
Sabinar cerca de Pallaruelo de Monegros, en el municipio de Sariñena. @arbolesconhistoria.com
       El follaje perenne y oscuro de las sabinas albares dio nombre a la comarca -los Montes Negros-, pero los Monegros nunca fueron el bosque impenetrable que de repente fue esquilmado para la construcción de los navíos de la Armada Invencible (o Gran Armada), como todavía reiteran algunas guías turísticas e incluso sesudos ensayos. «Cada poco tiempo se repite el mismo mito», lamenta Gemma Grau, técnica de la Oficina de Turismo de los Monegros, en Sariñena. La deforestación fue un proceso gradual que se inició en los siglos XIII-XV y cuyos principales motores fueron la transformación del terreno para el pastoreo del ganado, la agricultura y el aprovechamiento de la leña. En definitiva, «un resultado del crecimiento demográfico de la comarca en aquellos siglos», expone Grau.
     «En la actualidad únicamente quedan retazos forestales en lugares con relieve, pues todo aquello, productivo o no, que pueda labrarse ha sido labrado», sintetiza César Pedrocchi, biólogo del CSIC, ya jubilado, en Ecología de Los Monegros. 
La paciencia como estrategia de supervivencia. Los cultivos, tanto de secano como de regadío, constituyen ahora el elemento paisajístico más común de la comarca, muy por delante de las zonas forestales y las estepas.
     Afortunadamente, el proceso se ha revertido en las últimas décadas. «La presión de la ganadería se ha reducido -explica Ramiro Muñoz, biólogo de la reserva de la Laguna de Sariñena-. Al no haber tanto ramoneo, los árboles crecen con más facilidad». Lo que pasa, añade Muñoz, es que «aquí llueve poco y la recuperación va lentamente». 
Sabinar cerca de Monegrillo, con la sierra de Alcubierre al fondo. @arbolesconhistoria.com
      La sabina albar (Juniperus thurifera) es una conífera adaptada a la dureza del clima estepario de los Monegros, caracterizado por unos inviernos muy fríos, unos veranos cálidos, viento y en general unas precipitaciones muy modestas, del orden de 350-400 litros anuales por metro cuadrado [En las zonas más elevadas y sin inversión térmica, como ocurre en la sierra de Alcubierre, aparece el pino carrasco.] Aunque estas condiciones se mantienen relativamente estables desde hace al menos 8.000-10.000 años, tras finalizar la última glaciación, el paisaje ha sufrido una transformación completa debido a la influencia humana. 
Tronco de sabina albar
     Así, por ejemplo, los abundantes bosques abiertos de sabina que sugieren los registros geológicos han quedado esquilmados y ahora en su lugar florecen plantaciones de maíz o alfalfa. Y los ejemplares solitarios que aún pueden observarse se han conservado para marcar límites entre propiedades o como hitos para una buena orientación. En cualquier caso, «el sabinar nunca ha sido un bosque tupido. Ni aquí ni en ningún sitio. La sabina vive en lugares muy duros, con pocos recursos de agua, y para resistir ha desarrollado un gran sistema radicular que dificulta que los árboles crezcan muy juntos», insiste Ramiro Muñoz. Además, según el biólogo, «la salinidad de la comarca difícilmente permitiría el desarrollo de un bosque muy denso».
     Una manera de comprobar cómo fue la desaparición gradual de los sabinares monegrinos es acudir a la geología. En este sentido, el delta del Ebro es un inmejorable «testigo» del proceso, según la definición de César Pedrocchi. La deforestación a partir del siglo XIII debido a la presión ganadera y las necesidades de leña supuso una erosión del terreno que se tradujo en unos grandes aportes de sedimentos en el cauce del río. Como consecuencia, el antiguo estuario del Ebro, situado casi 200 kilómetros aguas abajo, se fue convirtiendo progresivamente en el delta que hoy en día conocemos. La Armada Invencible llegó más tarde. Así que, como dice Pedrocchi, «muy posiblemente lo que se taló en los Monegros [para construir los navíos] serían los restos del gran bosque que sobrevivió al primer milenio». 
Sabina cerca de Castejón de Monegros. @arbolesconhistoria.com
       El relato de la flota naval resulta poco creíble. Se estima que para la construcción de un galeón del siglo XVI se necesitaban 900 robles o pinos, que fueron los árboles más empleados, y un poco menos, unos 200-300, para una galera. La escasez de madera fue efectivamente un grave problema en la industria naval española entre los siglos XVI y XIX, lo que motivó la redacción de varias leyes para fomentar la explotación más sostenible de los bosques, pero difícilmente se echó mano de las sabinas. O, como mínimo, las sabinas de los Monegros nunca fueron la primera opción. 
Sabinar de Pallaruelo. @arbolesconhistoria.com
     Su madera es muy apreciada por su resistencia a la putrefacción por humedad, pero los ejemplares suelen ser de altura moderada -no aptos para mástiles y otras piezas de las largas dimensiones- y en sus troncos abundan los nudos. «Creo que se pudieron talar algunas sabinas de los Monegros, pero serían solo las insignes, las que superaban unas determinadas dimensiones», dice Ramiro Muñoz. En opinión del biólogo de Sariñena, el motivo fundamental de la deforestación de la comarca fueron las quemas que se realizaron para obtener prados para que pastara el ganado.
     «La leyenda de la Armada Invencible se sigue explicando pese a que hay numerosas evidencias en su contra», insiste Gemma Grau. La técnica de la Oficina de Turismo de los Monegros comenta otro motivo de escepticismo: «Trasladar grandes troncos hacia el Cantábrico, desde donde partió la flota, remontando el Ebro a contracorriente y con un cauce cada vez más pequeño sería sumamente difícil». Lo habitual es que la madera de Aragón demandada para la construcción (no solo de barcos) procediera de los Pirineos, avanzara a través del Cinca y luego se trasladara por el Ebro hasta Tortosa. Fueron las actuales comunidades de Asturias y Cantabria las que suministraron la mayoría de los árboles necesarios para la construcción naval. Quizá no todos, pero sí la mayoría.

Lo hemos leído aquí: https://www.arbolesconhistoria.com/2021/06/30/sabinas-monegros-armada-invencible/
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24 junio 2025

Premio AEMO 2019, Olivo del Arroyo del Ojanco, Fuentebuena

EL OLIVO DE FUENTEBUENA
en Arroyo del Ojanco, Jaén

Jaén es tierra de olivos pero también del olivo. Hay olivos muy ancianos y los hay también de gran porte (lo que no tiene que ver con su edad) repartidos por diferentes municipios de la geografía provincial. Pero tiene uno único en la Sierra de Segura, más concretamente en el término municipal de Arroyo del Ojanco, en Fuentebuena. Allí reside el árbol más grande del mundo de esta especie, un olivo con más de diez metros de altura y un tronco con casi cinco metros de perímetro. Así está recogido en el libro Guinness World Records sobre un olivo cuya copa tiene una proyección de 116 metros cuadrados y sus dos gruesas ramas, en las que se divide el tronco, miden 2,10 y 2,80 metros de diámetro. A ello habría que sumar su capacidad productiva, que ronda los 600 kg. de aceituna por campaña (un olivo adulto en regadío no suele llegar a los 70 kg.).
     Una auténtica maravilla de la natural del cual una leyenda cuenta que fue plantado por unos monjes mendicantes poco después de la reconquista cristiana de estas tierras que estaban en manos de los musulmanes. Según cuenta el mito lo hicieron un Domingo de Ramos,
procurando que no les faltase el aceite de oliva destinado a los Santos Óleos, y es por esto que el árbol ha alcanzado estas descomunales dimensiones. Lo que es completamente cierto y contrastado es que su riqueza medioambiental ha hecho que la Junta de Andalucía lo tenga catalogado como Monumento Natural.


       Otro de los motivos por el que este olivo es único es porque hasta hace muy poco albergaba dos variedades distintas de aceitunas: picual y arbequina.
     Desde el Ayuntamiento de Arroyo del Ojanco aseguran que se trata de uno de los símbolos del pueblo, uno que «ha resistido tantas generaciones entre cierzos y vendavales, entre hielos de crudos inviernos y veranos de sequedad extenuante».
     Para acceder a la oliva de Fuentebuena hay que dirigirse desde el núcleo urbano de Arroyo del Ojanco, a la carretera local JV-7.005 en dirección a Beas de Segura. Al pasar por el cruce de Prados de Armijo, el olivo queda a unos cincuenta metros de la carretera.


Información: https://www.aemo.es/page/historial-de-premios-olivos


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