"Sangrando en verde" nos cuenta la simbiosis entre Robles, Encinas y sus Micorrizas
Una cooperación vital para su supervivencia
Cuando
sembramos una bellota, ya sea de roble o de encina, si lo hacemos en
tierra vegetal comercial que carece de hongos micorrizas, la germinación
se produce sin problemas y el nuevo arbolito se desarrolla bien durante
el primer año gracias a las reservas nutricias de los cotiledones de la
bellota, pero en cuanto éstas se acaban, deja de crecer y languidece
poco a poco hasta morir de ¡inanición! Sin los nutrientes que el micelio
de la micorriza absorbe del sustrato y posteriormente transfiere a las raíces de la pequeña fagácea a través de pequeñas anastomosis micelio-raíz, el joven árbol no puede alimentarse y muere literalmente de hambre.
Joven
encina de tres años sembrada de bellota en una maceta con tierra
vegetal comercial, pero regada con agua de manantial de montaña cargada
de esporas de micorriza de las encinas que crecen alrededor de la
surgencia de la fuente, cuyas raíces están profusamente micorrizadas por
el micelio blanco del hongo.
Inmenso
encinar de la alta montaña mallorquina prácticamente virgen, cuyas
raíces crecen en un sustrato pedregoso muy pobre tanto en tierra como en
nutrientes, millones de veces lavado por las fuertes lluvias que se
llevan los minerales aguas abajo, y que sin embargo crece exuberante y
lleno de vida gracias a la maraña de filamentos del micelio de los
hongos micorrizas, que rodean sus raíces en un abrazo simbionte en el
que ambos seres vivos salen ganando.
Nada
mas nacer la bellota, su primera raíz pivotante es rodeada
rápidamente por una micorriza que le aporta los minerales que tanto
necesita para crecer, y el arbolito recién nacido le devuelve el favor
transfiriéndole azúcares, proteínas, grasas y vitaminas sintetizadas por
sus hojas con la fotosíntesis. Tu me das, yo te doy, una simbiosis
positiva que durará toda la vida del árbol, a veces varios siglos. Las
encinas mediterráneas son verdaderas campeonas de la supervivencia.
Resisten sin problemas tanto el calor tórrido del verano como el frío
intenso del invierno.

Raíz
de encina rodeada por el micelio blanco del hongo micorriza. Ambos
seres vivos simbiontes están unidos por microscópicas anastomosis o
conexiones, idénticas a las de los axones y las dendritas de nuestras
neuronas cerebrales, salvo que en lugar de transferirse
neurotransmisores con órdenes precisas se transfieren nutrientes. Este
micelio huele a tierra buena, sana, llena de vida, el mismo aroma
delicioso de la hojarasca del sotobosque de un encinar o un robledal.
Alcornocal
virgen todavía no hollado por el hombre en el municipio gaditano de
Jimena de la Frontera. El sustrato bulle de vida con toneladas y
toneladas de micelio micorriza rodeando las raíces, no sólo de los
alcornoques sino también de todos los arbustos que visten el sotobosque,
cada uno de ellos con su micorriza simbionte específica.(...)
Con el permiso del autor he reproducido una parte de este interesante artículo, podéis leerlo completo AQUÍ
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