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11/07/2024

De "CUENTOS DIARIOS"
El susurro de las hojas de otoño

En un valle escondido entre montañas antiguas, existía un pequeño pueblo donde las casas parecían susurrar historias con sus techos de paja. Los árboles se erguían como guardianes, y entre ellos, destacaba uno, un viejo roble que, al llegar el otoño, vestía su mejor traje de hojas cobrizas.
     A los pies de este roble vivía Ailen, una niña de mirada serena y paso ligero que amaba recoger las hojas caídas para tejer historias que contaba a su hermanito Mar. En su suave voz reposaba la calma del bosque, y en sus relatos, la imaginación de los vientos.
     Un día, mientras el sol comenzaba a ocultarse detrás de los cerros, un nuevo murmullo acompañó el crujir de las hojas secas. Era un sonido lento y melodioso, uno que ni Ailen ni Mar habían escuchado jamás. Intrigada, Ailen siguió el sonido hasta encontrar a un anciano fauno de barba como la lana de las ovejas y cuernos adornados con hebras doradas.
     – «Buenas tardes, pequeña Ailen,» – dijo el fauno con una voz tan dulce como el néctar de las flores. – «Me llamo Eliel, y he venido a escuchar tus historias.»
     Ailen, sin dejar de sentir curiosidad y un poco de timidez, se atrevió a compartir un cuento con el amable visitante. Con Mar a su lado y el crepitar de la fogata uniéndose a la melodía de la noche, comenzó a relatar la historia de un río que deseaba conocer el mar. Mientras contaba, el fauno Eliel cerraba los ojos y asentía, sumergiéndose en la narración de la pequeña. A su alrededor, los animales del bosque se acercaban cautelosos, atraídos por la calidez de la voz de Ailen y el ambiente de encanto que se había formado.
     – «Oh, querida niña,» – suspiró el fauno una vez terminada la historia. – «Tu voz es un calmante para las criaturas de este bosque, un puente entre corazones solitarios y almas aventureras. Permíteme ofrecerte un don en agradecimiento.»
     El fauno acercó sus manos a la tierra húmeda y, al elevarlas, creó una pequeña figura hecha de hojas y semillas, una réplica diminuta del roble bajo el que estaban reunidos.
     – «Este será un guardián de cuentos,» – explicó -. «Él cuidará tus historias y las llevará en cada hoja que viaje con el viento.»
     Ailen aceptó el regalo con los ojos brillantes y una sonrisa que reflejaba las estrellas. Su corazón rebosaba de gratitud y de un amor aún más profundo por las maravillas del mundo natural.
     Los días pasaron, y con cada historia que Ailen contaba, el pequeño guardián de cuentos echaba raíces. Cada palabra suya alimentaba al ser de hojas y cada noche, bajo el manto celestial, nuevos relatos nacían. Mar, extasiado, observaba cómo las criaturas del bosque regresaban una y otra vez, dejándose mecer por las olas de la voz de su hermana. Era un danzante espectáculo de tranquilidad y magia, un concierto donde cada ser, desde el más pequeño grillo hasta el más sabio búho, encontraba consuelo.
     Con el tiempo, Ailen advirtió que no solo ella era capaz de inventar cuentos; su pequeño guardián también empezó a murmurar su propios relatos. Historias de horizontes lejanos y de estrellas fugaces que tejían sus propias melodías en el cielo nocturno.
     Así, las noches en el valle se llenaban de fantasía y sueños, y las mañanas, de ecos de historias que aún persistían en el aire. La conexión entre Ailen, Mar y el guardián de cuentos se volvió tan fuerte que el propio valle parecía escuchar y responder con susurros dulces y vivificantes.
     Los habitantes del pueblo tomaban esos murmullos como señales de buena fortuna, y cada vez que el viento traía una nueva historia que acariciaba los campos y doblaba suavemente los tallos de los cultivos, las sonrisas florecían como en la más amable de las primaveras.
     En el crepúsculo de un día tranquilo y claro, cuando los colores del atardecer pintaban el cielo de tonos rosa y violeta, Ailen y Mar, junto al roble y el guardián de cuentos, compartieron un instante plácido. Las palabras no eran necesarias, ya que cada latido, cada respiración y cada crujido de hoja contaba una historia más profunda que las palabras.
     El roble, testigo de cada una de esas noches mágicas, parecía ahora más robusto y repleto de vida, como si también él estuviera escuchando y creciendo con las historias. Su follaje se mecía con una delicadeza maternal, protegiendo los sueños de la niña, el niño y su especial amigo.
     La luna, siempre curiosa, bajaba un poco más cada noche para escuchar mejor las historias de Ailen. Hasta las estrellas competían por asomarse entre las ramas del viejo roble mientras las historias fluían como suaves corrientes de un río de sueños.
     Y así, en medio de susurros, cuentos y sueños, Ailen y Mar se sumían en el sueño, abrazados por la calidez del guardián de cuentos, con la tranquilidad que solo la naturaleza puede dar. La noche los acogía, y el valle entero se sumía en una paz profunda y reconfortante.
     Todos en el valle aprendieron que las historias, como las hojas de otoño, no solo caen y se desvanecen; viajan, tocan y transforman. Y en cada transformación, una pequeña semilla de positividad y esperanza germinaba en los corazones de quienes las escuchaban.
     El fauno Eliel regresaba de vez en cuando, solo para verificar que la magia de la narración y la inocencia de las almas puras siguieran tejiendo el tapiz invisible que conectaba cada vida del valle con los hilos del destino y de la imaginación.
     Un día, muchos años después, Ailen, ya no tan niña, pero con la misma mirada serena, observó cómo Mar, ya casi un joven, tomaba su lugar bajo el roble y comenzaba a contar historias a los más pequeños, su voz llenando de sosiego los corazones de una nueva generación. Aquel guardián de cuentos, ya no tan diminuto y casi tan imponente como el roble mismo, escuchaba con orgullo.
     Las historias de Ailen habían florecido en un bosque de relatos que envolvían cada rincón del valle en un abrazo de sueños compartidos y de noches serenas.
     – «Hermana,» – dijo Mar, su voz aún suave como el manto de la noche, – «nuestras historias han crecido, y verlas vivir por sí mismas es el más hermoso de los regalos.»
     – «Así es,» – respondió Ailen, sus ojos reflejando la certeza de que el amor y la belleza de la imaginación son regalos que perduran a través del tiempo, – «nuestras historias son como las hojas de otoño, bailan con el viento, pero siempre encuentran un lugar donde germinar.»
 
Moraleja: Las historias que compartimos son semillas que plantamos en el jardín fértil de la imaginación. Crecen en la bondad y florecen en la comprensión, nutriendo el alma y conectándonos con la sabiduría de la vida. Así como el suave murmullo de las hojas de otoño, nuestras narraciones tienen el poder de tranquilizar, inspirar y unir, creando un legado de sueños que perdura a través del tiempo.
 
Lo hemos leído aquí
---Fin---

10/11/2024

De "CUENTOS DIARIOS"
El cuento del árbol sabio que contaba historias cuando llegaba el otoño


En un bosque encantado, donde los árboles susurraban secretos y las hojas trazaban senderos dorados bajo sus pies, vivía un árbol más antiguo y sabio que todos los demás. Le llamaban El Gran Cuentacuentos. Su tronco grueso y retorcido estaba lleno de marcas y símbolos que solo él conocía; sus ramas se extendían hacia el cielo como los brazos de un anciano dispuesto a contar una historia. Cada otoño, cuando sus hojas adoptaban tonos de oro y cobre, susurraba historias que capturaban la imaginación de todos en el bosque.
     Era una fresca tarde de octubre cuando Martín y Clara, dos hermanos aventureros, decidieron adentrarse en el bosque en busca del Cuentacuentos. Habían oído historias sobre sus relatos desde que eran muy pequeños, pero nunca habían sido testigos de sus maravillas. «Hoy encontraremos al árbol y escucharemos sus historias,» dijo Clara, llena de determinación. Martín, igual de entusiasmado, asintió, y juntos, con pasos cuidadosos para no perturbar la paz del bosque, comenzaron su búsqueda.
     No habían caminado mucho cuando un zorro de pelaje rojo como las hojas otoñales apareció en su camino. «Buscamos al Gran Cuentacuentos,» le explicaron, y el zorro, con un brillo de complicidad en sus ojos, asintió. «Sigan las mariposas de cobre, ellas les mostrarán el camino,» dijo antes de desaparecer entre los árboles.
     Siguiendo el consejo del zorro, los niños se encontraron rodeados de mariposas de un brillante color cobrizo que parecían danzar a su alrededor, guiándolos a través del bosque. El camino se volvía cada vez más intrigante, con criaturas del bosque asomándose curiosas y hojas crujientes bajo sus pies.
     Finalmente, los niños llegaron a un claro donde se erguía majestuoso el árbol más imponente que jamás habían visto. Sus ramas se mecían suavemente, como si les diera la bienvenida. «Soy El Gran Cuentacuentos,» resonó una voz profunda y cálida, «y ya era hora de que nuestros caminos se cruzaran.»
     Fascinados, Martín y Clara escucharon atentamente mientras el árbol comenzaba a narrar su primera historia: la de un valiente caballero que liberó al bosque de un hechizo maligno. Las hojas brillaban bajo el sol otoñal, creando patrones de luces y sombras que daban vida a la narración.
     La historia fue seguida por otras, cada una más emocionante y misteriosa: un pueblo escondido que solo aparecía con la primera luna llena del otoño, una fuente mágica cuyas aguas podían cambiar los colores de las hojas, y una princesa que encontró su verdadero amor en un joven aldeano con el corazón tan puro como el cristal.
     Mientras el árbol contaba sus historias, sucesos extraordinarios comenzaron a suceder a su alrededor. Animales del bosque, atraídos por la magia de las narraciones, se acercaban y formaban un círculo alrededor del claro, escuchando con una atención que solo los seres mágicos pueden ofrecer. Las mariposas de cobre revoloteaban, creando formas y figuras que ilustraban las historias, y las flores del otoño se abrían de par en par, llenando el aire con sus dulces perfumes.
     Martín y Clara se dieron cuenta de que el Cuentacuentos no solo conocía historias: él era el corazón de todas ellas, el enlace entre la magia del bosque y las criaturas que en él habitaban. Cada palabra que pronunciaba, cada historia que tejía, era un hilo dorado que unía aún más a todos los seres del bosque.
     Al caer la noche, y tras muchas historias, el Gran Cuentacuentos concluyó su relato final, una historia sobre la importancia de la amistad y la aventura, y cómo cada cambio de estación trae consigo nuevas historias por vivir y contar. Los niños, embelesados y llenos de maravillas, sabían que era hora de regresar a casa.
     «Volved cuando deseéis,» dijo el árbol con una voz que parecía una caricia, «las historias nunca se acaban en el bosque, y siempre estaré aquí para compartirlas con quienes tengan corazón de aventurero.»
     Con el corazón ligero y la promesa de volver, Martín y Clara se despidieron del árbol y de sus nuevos amigos del bosque. A medida que se alejaban, las mariposas de cobre los acompañaron hasta el borde del bosque, asegurándose de que encontraran su camino de regreso a casa bajo el manto estrellado de la noche.
     Aquel otoño, y muchos otros después, los niños regresaron al bosque, y cada vez, el Gran Cuentacuentos los recibía con nuevas historias que despertaban su imaginación y los llenaban de asombro. El bosque se convirtió en su lugar secreto, un refugio lleno de magia, amistad y aventuras sin fin. 

Moraleja: La verdadera magia reside en las historias que compartimos y en la conexión que estas crean entre nosotros y el mundo que nos rodea. Cada historia nos invita a mirar con ojos de asombro, a explorar lo desconocido con corazón valiente y a creer en la posibilidad de lo imposible. Como las hojas que cambian con cada otoño, cada historia nos transforma y nos invita a crecer.

Lo hemos leído aquí

---Fin--- 

9/29/2023

BRITTA TECKENTRUP (Alemania, 1969)
El árbol de la memoria

Te acompañamos con un entretenido Cuento en Casa titulado “El árbol de la memoria”, de Britta Teckentrup. ¡Que lo disfrutes!

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10/27/2017

EL ÁRBOL CONFUNDIDO
     Había una vez en algún lugar que podría ser cualquier lugar y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un hermoso jardín adornado de manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales, todos ellos felices y satisfechos. 
     Todo era alegría en el jardín excepto para un árbol, que estaba profundamente triste.
     El pobre tenía un problema: "No sabía quién era"...
     -Lo que te faltaba es concentración, -le decía el manzano- Si realmente lo intentas, podrás tener sabrosísimas manzanas. ¿Ves qué fácil es?
     -No lo escuches...-exigía el rosal-. Es más sencillo tener rosas... ¿Ves qué bellas son?
     Y el árbol, desesperado, intentaba todo lo que le sugerían, y como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más frustrado.
     Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, le dijo: -No te preocupes, tu problema no es tan grave, es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra. Yo te daré la solución: ¡No dediques tu vida a ser como los demás quieren que seas. Sé tu mismo, conócete y, para lograrlo, escucha tu voz interior!
     Y dicho esto, el búho desapareció.
     -¿Mi voz interior?... ¿Ser yo mismo?... ¿Conocerme?... - Se preguntaba el árbol, desesperado,... 
    Cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón. ¡De pronto comprendió! una voz interior le decía: -Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera, porque no eres un rosal. ¡Eres un roble!. Tu destino es crecer grande y majestuoso. Dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros, belleza al paisaje. Tienes una misión: ¡Cúmplela!.
     Y el árbol se sintió fuerte y seguro de si mismo, y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba destinado. Pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos. Y sólo entonces el jardín fue completamente feliz.
     Miro a mi alrededor y me pregunto: ¿Cuántos serán robles que no se permiten a si mismos crecer?.... ¿Cuántos serán rosales que, por miedo al reto, sólo dan espinas?.... ¿Cuántos los naranjos que no saben florecer?
     Vivamos nuestro destino, embellezcamos nuestro espacio. No permitamos que nada ni nadie nos impida conocer y compartir la maravillosa esencia de nuestro ser.

---Fin---

3/11/2017

RAS RAS
Manifiesto proárbloles de la Comunidad del Bosque

     Cuando Ras Ras decidió crear el mundo que había imaginado desde la eternidad, eligió como principal creación los árboles.
     Con los árboles, conseguiría ligar las diferentes capas que formaban el suelo acogedor… Porque allí crecerían raíces que sostendrían toda clase de vida sin salir volando hacia el limbo. Sería un lecho donde todo podría descansar: comer, dormir, reptar, despegar, hacer nidos y guaridas, escarbar, reproducirse, surgir y un día regresar a esa misma tierra…
     Con los árboles conseguiría también acercar el cielo a la tierra y a los mares. Y a los mares con la tierra y los ríos… Regando lo que crece y a los que se alimentaran con lo que crece… Con los árboles conseguiría que todos los seres vivos del mundo guardasen su memoria, que narrasen su historia, que los acompañasen aún cuando dejasen de respirar… Con los árboles la tierra se auto-regeneraría, en un sinfín, a sí misma... Sí, los árboles serían su mejor creación. En ellos se mutualizarían todos los elementos.
     Pero llegó un tiempo en que una de sus creaciones, una especie que aprendió a moverse sobre dos de sus extremidades, una especie nómada que adquirió el hábito de emigrar por diferentes rutas de ese mundo, que aprendió a comunicarse con una lengua de signos especial para cada zona del planeta... decidió afincarse en lugares elegidos por sus comunidades y a sacarle a la tierra toda clase de frutos que ellos planificaban con sentido y con trabajo.
     Y esa especie, eligió el árbol como centro de reuniones y, en torno al árbol, articularon su lengua, celebraban sus asambleas, impartían juicios, se hacían promesas, soñaban y hacían nacer sus mejores ideas.
     Pero también llegó un tiempo en que, alejándose del árbol, hicieron nacer sus peores ideas…
Sí, podían plantar y talar árboles por capricho, sin sentido común y así llegó la era de la esclavitud de los árboles… Los árboles dejaron de tener voz y voto en la vida del planeta. Ellos, que sostenían el lecho donde todos los seres vivos brotaban, tenían permanencia y descansaban para siempre, eran los olvidados.
     La especie sedentaria creyó que era la creación más importante de Ras Ras y no atendieron al pacto con la Naturaleza de sus ancestros. Sembraban árboles en lugares que éstos nunca hubieran elegido. Luego los mutilaban sin importarles su dignidad de árboles. O los trasplantaban cuando más les dolía. Y lo hacían, incluso, con los árboles que habitaban secularmente su propio espacio libremente deseado…Sí, a los árboles se les perdió el respeto como seres vivos esenciales, inmortales y dadores de vida.
     Dicen que ahora, en algunos asentamientos humanos, los árboles se rompen, se pudren, se dejan morir... dicen que están enfermos de indignidad e incomprensión... Pero dicen también que Ras Ras, despojado de su creación, ha soplado sobre la tierra y, de esa inspiración, ha surgido una nueva subespecie de bípedos.
     Les reconocerás porque van por ahí entonando un canto de sanación de árboles... Y mientras cantan la canción de los árboles, portan ungüentos mágicos que les aplican, según el protocolo de la revolución de los cuidados, desde las raíces a la punta de las yemas...

https://analani-compost.blogspot.com.es/search/label/arboles

---Fin---

5/25/2015


JORGE MORA
El árbol enamorado
(del libro Piel Desnuda)

Un árbol macho nació y creció cerca de un árbol hembra, en una planicie abierta, donde el horizonte daba el sentido de infinitud del espacio y del tiempo.

Días y años, primaveras y veranos, otoños e inviernos, compartieron su arraigada naturaleza.

En época de vendavales se abrazaban enredando sus ramas, muchas de las cuales se quebraban, produciéndoles dolor. Pero era un dolor agradable. Podría incluso decirse que era un dolor hermoso.

Así vivían su arbórica presencia, sin mayores contratiempos.

Pero un día, llegaron unos ornamentadores, con el fin de arrancar el árbol hembra, para transplantarlo a la avenida de una gran ciudad.

Cuando los obreros comenzaron el desarraigo, el árbol macho reaccionó con desesperación. Quiso abrazar al otro árbol con sus ramas; pero éstas se quedaron quietas. Miró al cielo y suplicó por un vendaval, pero el cielo, inerte, no lo escuchó. Quiso gritar pero no tenía voz. Quiso llorar, pero no tenía lágrimas. Quiso correr detrás del árbol hembra, pero no tenía piernas.

Entonces por primera vez, envidió a los hombres.

Y... ¡se secó!
http://www.jorgemoraforero.com/el_arbol_enamorado.pdf
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2/26/2015

23 historias de un viajero

MARINA COLASANTI (Eritrea, 1937)
La ciudad de los cinco cipreses, 
de "Veintitrés historias de un viajero", 2005


No era un hombre rico. Tampoco era un  hombre pobre. Era un hombre, simplemente. Y ese hombre tuvo un sueño.
     Soñó que un  pájaro se posaba en su ventana y le decía: "Hay un tesoro esperándote en la ciudad de los cinco cipreses". Pero cuando el hombre quiso abrir la boca para preguntar dónde estaba esa ciudad, sus ojos se abrieron y el pájaro levantó el vuelo, llevándose el sueño en el pico.
     El hombre preguntó a los vecinos, a los conocidos, si conocían aquella ciudad. Ninguno sabía nada. Preguntó a los desconocidos, a los viajeros que llegaban. Ninguno la había visto ni había oído hablar de ella. Preguntó por fin a su corazón, y su corazón le respondió que cuando se quiere lo que nadie conoce, es mejor buscarlo personalmente.
Vendió la casa y con el dinero compró un caballo, vendió su huerta y compró los arreos, vendió sus escasos bienes y depositó las monedas en una bolsita de cuero que se colgó del cuello.
     Ya podía partir.
     Se dirigiría al sur, decidió, espoleando el caballo. "Las tierras del sol son más propicias para los cipreses", pensó, apartando la capa del cuello.
     Galopó, galopó, galopó. Bebió agua de arroyuelos, bebió agua de ríos, se tendió de bruces sobre la orilla de un lago para beber y vio reflejarse en él su rostro agotado. Pero no tardaba en reanudar su marcha, porque un tesoro lo estaba esperando.
Parecían cinco torres trazadas a carboncillo sobre el cielo azul, cuando al final los vio a lo lejos coronando la cima de una colina. "¡Mis cipreses!", cantó altísimo su corazón. Y a pesar de lo cansado que estaba su caballo, le pidió aún un último esfuerzo. Hoy te daré un establo y paja fresca en mi ciudad, prometió sin atreverse a clavarle las espuelas.
     Fueron al paso. Sin embargo, conforme se reducía la distancia, el hombre se dio cuenta de que no podría cumplir su promesa. Ningún perfil de tejado, ninguna esquina de casa, ningún muro festoneaba en lo alto de la colina. Subieron lentamente la pendiente sin caminos. En lo alto, los cinco cipreses reinaban altaneros y solitarios. No había ciudad alguna.
     La noche ya se ovillaba en el valle, "Mejor será dormir", pensó el hombre, "mañana veré qué hacer". Soltó el caballo para que pastara. Se cubrió con la esclavina, hizo de su decepción almohada y se durmió.
     Lo despertó la conversación de los cipreses en la brisa. El aire fresco de la noche todavía coronaba su frente, pero ya un diluvio de oro el polvo desbordaba el horizonte anegando el valle, y los insectos hacían temblar las alas, listos para lanzarse hacia el sol que asumiría pronto el mando del día.
El hombres se levantó; se hallaba en una delicada cima del mundo. Los sonidos le llegaban desde lejos, suaves, como traídos en el cuenco de las manos. En lo alto, cinco puntas verdes ondeaban dibujando el viento.
     "He aquí que encontré mi tesoro", pensó el hombre, lleno de paz. Y supo que allí construiría su nueva casa.
     Una casa pequeña con una buena galería, al principio. Después, con el pasar de los años, otras casas, la de él, que había fundado una familia, y las de otras familias y gentes atraídas por la seducción de aquel lugar. Un poblado en ciernes, transformado en una aldea que desciende por la cuesta como rastro de caracol y que un día sería una ciudad.
     A quien pregunta, le responden: es la ciudad de los cinco cipreses.
     En lo alto, olvidado, un baúl lleno de monedas de oro duerme en el oscuro corazón de la tierra, entrelazado con cinco hondas raíces.
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Sinopsis del libro:
     Un viajero llega a un reino en donde un príncipe vive aislado del resto del mundo. Mientras ambos recorren juntos las tierras de la comarca, el visitante cuenta al príncipe historias recolectadas a lo largo de sus viajes.
     Al estilo de Las mil y una noches, "Veintitrés historias de un viajero" es una colección de historias enmarcadas, es decir, de narraciones contenidas en una historia principal. En esta serie de relatos que sorprenden por su carga mítica y fascinan por su modernidad, un viaje espera al lector: el viaje sutil a través del lenguaje poético de Marina Colasanti.

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5/10/2013

JUAN ANTONIO URBANO CARDONA L'arbre màgic
Adaptació publicada en el Diari "Información" (2-5-2013)


Això diu que era, en temps molt llunyans, un lloc sagrat en el que hi havia un arbre màgic. Quasi ningú no sabia en quin vall perdut es trobava, a excepció del monjos que el cuidaven.
Que si feia falta aigua, el prodigós arbre ja havia produït pluja. Que si feia falta pa, l'esplèndid arbre ja haurà proporcionat bona collita de blat...
Els habitants d'aquella regió vivien feliços. Fins que un "boig d'enveja i ambició" va voler apoderar-se del meravellós arbre, i d'eixa manera tindre poder sobre la naturalesa, i poder dominar els altres.
Per això havia planejat arrasar amb els seus sequaços aquella pacífica regió i no detindre's fins que li digueren on es trobava la vall de l'arbre màgic.
Quatre homes d'esmolades espases van arribar al poblat, i al mig de gents espantades van parlar: -En nom de Buckang volem saber, doncs ell ens envia com missatgers. Digueu-nos el lloc on es troba la vall de l'arbre perdut o arrasarà tot quant posseïu, cremant cases i collites. Parleu si morir no voleu.
Ningú no coneixia el lloc. Tots tremolaven de por. Alguns ploraven.
-Pietat senyor, pietat! No sabem res, som uns pobres llauradors que vivim del nostre treball. Som gent de pau -va dir amb veu tremolosa acostantse fins al genets un d'aquells habitants.
Però des de dalt del cavall, aquell que portava la veu cantant, amb gest dur va cridar:
-Vosaltres l'heu volgut -i pegant mitja volta se'n van anar aquelles quatre malèvoles figures.
Els tres xicots estaven bocabadats escoltant aquella fascinant història portada des dels temps antics. Un relat que es prometia fascinant de la boca d'aquell ancià de traços bondadosos i mirada neta.
Eixe home estrany els havia eixit a l'encontre al mig de la pineda que havien de travessar per a anar a "Terra Giner" que estava a huit quilòmetres de Benissa en direcció a Calp.
-I què va passar amb aquells quatre genets...? ...i amb Buckang?
-Espera, no sigues impacient Joan -i va seguir el seu relat-. Una remor llunyana en l'asolellada vesprada arrossegava una densa polseguera que les potes de desenes de cavalls alçaven cobrint l'horizó. Els pobletans van eixir a l'entrada del poblat amb la intenció de descobrir la causa d'aquell persistent remor  que cada vegada es feia més intens. I quan van veure de què es tractava va embogir de tots el cor, d'homes, de dones i de xiquets, de la intensitat amb què bategaven colpejant en les caixes de costelles que formaven els seus pits i esquenes.
Els tres xicots estaven atònits escoltant les paraules d'aquell misteriós home que els havia eixit al pas al matí per sorpresa. Tenien els ulls oberts com a plats vivint aquella estranya però trepidant aventura d'un arbre màgic. I la veu d'aquell peculiar narrador prosseguia:
-Al galop! -va cridar enèrgicament Buckang que estava al front dels seus sequaços traient la seua espasa. I tots esperonant els seus cavalls van galopar amb les espases nues assenyalant al front, buscant algun pit on clavar-se.
Però quan faltaven uns cinquanta metres per a arribar a on estaven aquelles espantades persones va eixir un d'el mig d'ells amb un sac com el que teníeu vosaltres a la mà, i es va col-locar davant de tots. Va obrir la boca del sac, i, d'ell va eixir un blanc colom que va voletejar mentre ascendia.
Per art de màgia aquells genets van frenar els seus cavalls quasi a l'uníson, o els cavalls van frenar els seus genets per art de màgia quand ja faltaven pocs metres per a la catàstrofe. Silenci. Les ombres eren estàtues gelades dibuixades en el sòl.
A Joan, Pepita i Josep el cor els anava a cent per hora. I el vell savi continuà:
-Es va sentir una veu que deia: "Jo sóc un dels monjos que custodien lárbre que estàs buscant. Deixa en pau a estes persones! I aquell monjo, per salvar la vida del habitants d'aquell poble, va revelar el seu més profund secret.

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4/23/2013


Ben el Valiente
Mathilde Stein y Mies van Hout. 
Intermón Oxfam, 2007, Cuento infantil sobre los temores. Cuento perteneciente al Proyecto Cuentos para Crecer.


«¡Soy tan cobarde!», se dijo Ben. «Cuando alguien se cuela en la fila de la panadería, no digo nada. Cuando llevo mi peto de flores preferido, tengo miedo de que se rían de mí. Y cuando oigo ruidos raros por la noche, pienso que hay un fantasma debajo de la cama. Necesito ayuda».
Ben consultó la sección de «Ayuda para cobardes» de las Páginas Amarillas, y encontró el número de «El Árbol Mágico».
El anuncio decía: «Previa petición hora. Éxito garantizado». «¡Mágico! Es justo lo que necesito», pensó Ben, y llamó para pedir cita. A la mañana siguiente Ben se internó en el oscuro y agreste bosque donde vivía el Árbol Mágico.
«Estoy en el agreste bosque en compañía de todas las agrestes y extrañas criaturas», había dicho el árbol por teléfono. «Pero son inofensivas, así que no tengas miedo».
Menos mal que el Árbol Mágico había advertido a Ben. Un terrible dragón apareció de repente en el sendero del bosque. Expulsaba grandes nubes de humo por la nariz y, de vez en cuando, escupía fuego.
—¿Dónde crees que vas? —rugió el dragón.
Lo único que pudo hacer Ben fue tragar saliva. Pero recordó que el Árbol Mágico le había dicho que no tuviera miedo, así que miró a los amarillos ojos del dragón y dijo:
—Hola, Dragón. Voy a ver al Árbol Mágico. Tengo cita.Para sorpresa de Ben, el dragón le contestó con suma cortesía:
—Sigue todo recto y gira a la izquierda en el tercer esqueleto colgante. Dale recuerdos de mi parte al Árbol Mágico, si eres tan amable.
Tan pronto como Ben entró en el bosque, oyó un fuerte siseo… y antes de darse cuenta de lo que ocurría, se encontró colgando cabeza abajo de una telaraña.
Una enorme araña peluda se arrastraba hacia él.
—¡Hummm! —siseó ella—. ¡Mi comida favorita!
Menos mal que Ben sabía que la araña era inofensiva, porque si no se hubiera muerto de miedo.
—Hola, Araña. ¿Podrías soltarme, por favor? Tengo que ver al Árbol Mágico.
—Vaya —dijo la araña suspirando—. Qué pena —pero desató todos los nudos—. Dile al Árbol Mágico que su bufanda está casi lista —añadió—. Y que tengas buen viaje.
Ben siguió recorriendo el bosque. Estaba tan oscuro que no podía ver el sendero. Por fin distinguió una flecha con las palabras «Árbol Mágico», pero en ese preciso momento una mano helada le agarró del cuello.
Horrorizado, Ben se dio la vuelta. Una fea bruja se alzaba ante él. De su pelo colgaban arañas y cucarachas, olía mal y sus ojos centelleaban con maldad.
—¿Qué haces en mi jardín? —cacareó. «¡Cáspita!», pensó Ben. «Menos mal que sé que no hace nada horrible».
—Buenos días, señora —dijo muy educado—. No sabía que estaba en su jardín. Voy de camino al Árbol Mágico.
—Bueno —dijo la bruja—. No te preocupes. Aquí tienes una calabaza para el Árbol Mágico. Le saldrá un pastel estupendo.
Ben siguió adentrándose en el bosque. Los murciélagos revolotearon sobre su cabeza y oyó aullar a los lobos y otros alaridos espeluznantes, pero no hizo ningún caso. Giró a la izquierda en el tercer esqueleto colgante.
Allí estaba el Árbol Mágico, grande e imponente.
—Hola, Árbol Mágico —dijo Ben—. Soy Ben. Tengo una cita…
—Perfecto —dijo el Árbol Mágico—. ¿Has visto al dragón?
—Uy, sí —dijo Ben—. Me pidió que le diera muchos recuerdos.
—¿Algún problema con la araña? —Ninguno. Ya casi ha acabado de tejer su bufanda.
—¿Y la bruja? —Me dio esta calabaza para usted —replicó Ben.
—Ah —dijo el Árbol Mágico—. Bien, bien. Um. Esto. Er. Biennnnnn… Y después no dijo nada durante largo rato. Por fin preguntó:
—¿En qué puedo ayudarte?
—Quiero ser menos miedoso —susurró Ben.
El árbol asintió y dijo muy serio:
—Todo lo que ha ocurrido hoy ha servido para resolver eso. Ahora ya eres valiente de verdad.
Ben volvió a casa feliz. Pensaba: «Que árbol tan fantástico. Me ha convertido en Ben el Valiente como por arte de magia. Ya no volveré a tener miedo nunca más».
Al llegar a casa, Ben se puso su peto de flores favorito y se acercó a la panadería.
—Perdona, pero yo estaba primero —le dijo a la chica que intentaba colarse.
Compró dos pasteles. Uno para él y otro para el fantasma de su cama.

---Fin---


3/02/2013

AGUSTÍN COMOTTO
Los viajes del abuelo


Todas las noches antes de acostarse, el abuelo se sienta sobre la cama, abre su cofre de madera y mira las cosas que hay dentro. Luego, lo cierra y vuelve a ponerlo en su sitio.
Me gusta observarlo, en silencio, desde la puerta.
Nunca le he interrumpido. Pero me intriga mucho lo que el abuelo guarda con tanto interés. Por eso, y porque creía que el abuelo no estaba, he cogido el cofre para tocarlo y ver si podía adivinar lo que contenía.
¿Qué guardará aquí dentro? Entonces ha aparecido el abuelo.
-¿Qué buscas debajo de mi cama?
-Te gustaría saber lo que hay dentro del arcón, ¿verdad?. Ven, Jorge, siéntate conmigo. Te voy a contar una historia...
-Mucho antes de que tú nacieras, incluso de que naciera tu madre, fui marinero de La Celeste, una fragata mercante que me llevó a lugares muy lejanos y en la que recorrí los siete mares.
Soy perezoso para escribir, pero quería recordar los lugares fascinantes por los que anduve. Así que, se me ocurrió guardar, en este cofre, semillas de árboles originarios de los sitios que recorrí en mis viajes.
Ahora, al verlas, como tengo buena memoria, recuerdo lo que ocurrió tanto tiempo atrás.
Esa semilla que tienes en tus manos es del Polo Norte. Para que allí fructifique, como hace tanto frío, tiene que caer en un hueco del terreno y permanecer abrigada bajo la superficie helada. De la semilla nace una plantita tan frágil y transparente que, si la tocas, se quiebra como el cristal. Aquel invierno fue tan duro que el hielo nos atrapó y tuvimos que quedarnos hasta que llegó la primavera. Encontré la semilla, un día que salí a explorar los alrededores.
-¿Y esta que parece un granito de arena, abuelo?
-Una vez, encallamos en una playa de los Mares del Sur. Los habitantes de esa isla eran enormes. A los pocos días, un grupo de ellos se acercó por el barco. Pese a su fiero aspecto eran afectuosos, y nos trajeron comida y regalos. Una mujer depositó un granito de arena en mi mano. Era una semilla. Con dibujos y señas, me explicó que esta semilla sólo crece en el desierto y que, cuando brota, apenas vive unos minutos antes de secarse abrasada por el sol.
-Esta grandota la encontré en la selva brasileña. La Celeste ancló en el delta de un río enorme lleno de yacarés y rayas venenosas. Nos internamos en nuestras chalupas, río arriba. Nuestro propósito era comerciar con un pueblo que vivía en la selva y tejía unas telas vistosas. Por desgracia, caí enfermo de unas fiebres extrañas. Estuve muy grave. El hechicero de la tribu me curó con raíces y plantas medicinales que él mismo recogía.
-Durante mi convalecencia, el curandero me contó muchas historias; cómo surgió el cielo, la tierra, el sol, todo lo que conocemos. También me habló del secreto de la selva madre, que mantiene y renueva el Universo. Fue allí donde me hablaron de un árbol que hoy no existe. Entonces quedaban unos pocos de esa especie, pues sólo algunas de sus semillas germinan. Pero, si una de ellas logra brotar, el árbol se hace tan inmenso como una montaña.
-¿Por qué, abuelo?
-No lo sé, nadie lo sabe. Al regresar de mis viajes traje dos de esas semillas. Una, como ves, está en la caja, la otra la planté hace años, fuera, junto a la casa. Todas las tardes la riego pero no ha brotado nada...
-Abuelo, ¿todos los árboles dan semillas?
-Los árboles dan frutos y los frutos tienen semillas. Las semillas tienen memoria. Si supieran hablar nos contarían nuestra historia y la de nuestro planeta, pues las plantas llegaron a la Tierra mucho antes que nosotros. Las semillas han viajado siempre. Algunas flotando por los mares y los ríos antes de que nadie inventase un barco; otras, arrastradas por el viento mucho antes de que los pájaros volasen.
Esta semilla tiene una historia triste. La recogí de un lugar de África donde el paisaje es seco y árido.
La Celeste nos dejó junto a una ciudad hecha de barro. Mientras conseguíamos provisiones, pude ver cómo hacían una casa. Las paredes eran de adobe: un barro hecho con paja y arcilla; pero allí, en vez de paja, usaban semillas. Las plantas crecían por los muros como un ser más de la familia.
En las afueras de la ciudad encontré una llanura con restos de una antigua guerra. Me explicaron que la misma semilla que usaban para construir, también les servía como proyectil. La semilla, tan llena de vida, era, al mismo tiempo, un instrumento de muerte.
-¿Y ésta otra, abuelo?
-La encontré en Asia, en una isla muy pequeña. La gente del lugar me contó que en las noches calurosas, las madres ponen esta semilla dentro de la mano de sus hijos. Si éstos le dan calor, brota una plantita que los cubre y protege mientras duermen para que nada malo les suceda.
No oí las últimas palabras del abuelo ya que me quedé dormido en su regazo.
Soñé con un árbol enorme que crecía y crecía hacia el cielo. Más grande que la Tierra. Incluso más grande que el mismo Universo.
Siguió hablando un rato. Ya era de noche y no iba a salir a regar su semilla. Me llevó con suavidad a mi cama y me acostó.

---Fin---

3/04/2010

Shel Silverstein - The giving tree

SHEL SILVERSTEIN (EE.UU. 1932-1999)  
The giving tree

Once there was a giving tree who loved a little boy.
And everyday the boy would come to play
Swinging from the branches, sleeping in the shade
Laughing all the summer’s hours away.
And so they loved,
Oh, the tree was happy!
Oh, the tree was glad!

But soon the boy grew older and one day he came and said,
"Can you give me some money, tree, to buy something I’ve found?"
"I have no money," said the tree, "Just apples, twigs and leaves."
"But you can take my apples, boy, and sell them in the town."
And so he did and
Oh, the tree was happy!
Oh, the tree was glad!

But soon again the boy came back and he said to the tree,
"I’m now a man and I must have a house that’s all my home."
"I can’t give you a house" he said, "The forest is my house."
"But you may cut my branches off and build yourself a home"
And so he did.
Oh, the tree was happy!
Oh, the tree was glad!

And time went by and the boy came back with sadness in his eyes.
"My life has turned so cold," he says, "and I need sunny days."
"I’ve nothing but my trunk," he says, "But you can cut it down
And build yourself a boat and sail away."
And so he did and
Oh, the tree was happy!
Oh, the tree was glad!

And after years the boy came back, both of them were old.
"I really cannot help you if you ask for another gift."
"I’m nothing but an old stump now. I’m sorry but I’ve nothing more to give"
"I do not need very much now, just a quiet place to rest,"
The boy, he whispered, with a weary smile.
"Well", said the tree, "An old stump is still good for that."
"Come, boy", he said, "Sit down, sit down and rest a while."
And so he did and
Oh, the trees was happy!
Oh, the tree was glad!
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El árbol generoso

Había una vez un árbol que amaba a un niño.
Cada día el niño iba a jugar
Columpiándose en sus ramas, durmiendo bajo su sombra
Riendo a lo largo de todo el verano
Así se querían
¡(Umm), el árbol era feliz!
¡(Umm), el árbol estaba contento!

Pero pronto el niño creció y un día llegó y le dijo:
"¿Puedes darme algo de dinero, árbol, para comprar algo que he encontrado?"
"No tengo dinero", dijo el árbol, "Sólo tengo manzanas, ramitas y hojas."
"Pero puedes coger mis manzanas, muchacho, y venderlas en la ciudad".
Así lo hizo
¡(Umm), el árbol era feliz!
¡(Umm), el árbol estaba contento!

Pero de nuevo el chico volvió y le dijo al árbol,
"Ahora soy un hombre y debo tener una casa propia".
"No puedo darte una casa", dijo el árbol, "El bosque es mi casa".
"Pero puedes cortar mis ramas y construirte tu propio hogar"
Así lo hizo.
¡(Umm), el árbol era feliz!
¡(Umm), el árbol estaba contento!

Y el tiempo pasó y el chico regresó con ojos tristes.
"Mi vida se ha vuelto tan triste", dijo, "que necesito días llenos de sol."
"No tengo nada, sólo mi tronco," dijo el árbol, “Puedes cortarlo
Y hacerte un barco y zarpar lejos ".
Así lo hizo.
¡(Umm), el árbol era feliz!
¡(Umm), el árbol estaba contento!

Después de muchos años, el muchacho regresó, los dos eran viejos.
"Yo realmente no te puede ayudar si me pides otro regalo."
"Ahora no soy más que un viejo tocón. Lo siento, pero no tengo nada más que darte"
"No necesito mucho más ahora, sólo un lugar tranquilo para descansar",
Susurró el muchacho, con una sonrisa cansada.
"Bueno", dijo el árbol, “un viejo tocón todavía es bueno para eso".
"Vamos, muchacho", dijo, "Siéntate, siéntate y descansa un rato".
Así lo hizo.
¡(Umm), el árbol era feliz!
¡(Umm), el árbol estaba contento!
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1/23/2010

EL ÁRBOL DE LOS PROBLEMAS
Tomado con permiso de: www.gooachi.com

El carpintero que había contratado había tenido un duro día de trabajo. Su cortadora eléctrica se paró varias veces y le hizo perder tiempo y paciencia. Ahora que su jornada había finalizado, su antigua camioneta se negaba a arrancar. Mientras lo llevaba a su casa, permaneció en silencio. Una vez que llegamos, me invitó a conocer a su familia. Mientras nos dirigíamos a la puerta de su casa, se detuvo frente a un pequeño árbol y tocó las puntas de las ramas con ambas manos. Cuando abrió la puerta, ocurrió una sorprendente transformación: su bronceada cara estaba plena de sonrisas. Abrazó a sus dos pequeños hijos y le dio un beso a su esposa. Después me acompañó hasta el coche.
Cuando pasamos cerca del árbol, sentí curiosidad y le pregunté acerca de lo que le había visto hacer en el árbol un rato antes.
Él me respondió: -"Oh, ése es mi Árbol de los Problemas. Sé que yo no puedo evitar tener problemas en el trabajo, pero una cosa es segura: Los problemas no pertenecen a la casa, ni a mi esposa, ni a mis hijos. Así que simplemente los cuelgo en el árbol cada noche cuando llego a casa. Por la mañana los recojo otra vez. Lo divertido es -dijo sonriendo- que cuando salgo por la mañana a recogerlos, no hay tantos como los que recuerdo haber colgado la noche anterior".
...A veces podemos pensar que un albañil, un fontanero, o un carpintero no pueden enseñarnos nada nuevo...


---Fin---