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1/27/2025

El tamarell... Tamarix gallica, llamada vulgarmente taray,​ taraje, tamariz...

SILVIA COLOMÉ, en "La Vanguardia", mayo 2021
El árbol de Osiris

Taray en el jardín de Alderdi Eder, Donostia-San Sebastián

   (...) Otro tópico que casi cumplo: los de la capital solo identificamos tres árboles. Palmeras, plataneros y, evidentemente los pinos. Pero por suerte siempre hay alguna mujer sabia dispuesta a compartir sus conocimientos. En este caso, mi amiga mallorquina Magda me escribe en el post: “ Tamariscos floridos”. ¡Gracias!
     Así que estos árboles son tamariscos (tamarells o tamarius en catalán), una especie bastante abundante en nuestro litoral. En la Costa Brava se utilizan para separar fincas, por ejemplo, y no olvidemos el pequeño pueblo denominado Tamariu. En las Islas están bien presentes también en las playas, donde la de Tamarells ha adoptado su otro nombre. Y ha inspirado a poetas como Blai Bonet, que le dedicó el poema:

Si el tamarell és tot verd
i per la soca té sal,
digau que és la mar sembrada
la veu del tomarinar.

Si plora per colorins
de peixos i de coral,
digau que és la mar sembrada
la veu del tomarinar.

Si en rames la sal torna alta
i el color torna salat,
digau que és la mar sembrada
la veu del tomarinar. 

El cuerpo de quien se creía primer faraón de Egipto navegó hasta Biblos, donde chocó contra un tamarisco

     Por fin he podido poner ‘cara’ a un árbol que conocía bastante bien por las diversas narraciones de las antiguas culturas, especialmente una. Imaginariamente me embarco y cruzo este Mediterráneo con destino a Egipto. El viaje todavía es más largo. Atravieso la línea del tiempo hasta el siglo XXV aC, cuando aparece por primera vez escrito en los Textos de las Pirámides el apasionante mito de la muerte y la resurrección de Osiris, el gran dios, sin embargo, de la vida. La historia es larga y existen varias versiones, pero para ir rápido podemos resumir el inicio en una frase: Seth mató a su hermano Osiris y lo lanzó al Nilo dentro de un sarcófago. A partir de aquí, empieza la parte que nos interesa: el cuerpo de quien se creía que era el primer faraón de Egipto navegó hasta Biblos, donde chocó contra un tamarisco. El árbol creció y abrazó el sarcófago en su interior. Pero tenía los días contados. El rey del lugar mandó cortarlo para construir una columna para el palacio. Volvemos a ir deprisa: la diosa Isis, maga y esposa de Osiris, consiguió recuperar el ataúd y dejó la madera del tamarisco en la ciudad, donde a partir de aquel momento fue venerado. Y también en Egipto, donde simbolizaba el árbol de la resurrección.
     El tamarisco está presente en otras historias antiguas. En la Biblia Abraham lo utiliza para hacer un juramento. El libro de Samuel explica que Saül está enterrado debajo de uno (la imagen no nos resulta del todo desconocida). Buda lo citó en sus enseñanzas convirtiéndolo en símbolo de fidelidad y paciencia... Y me detengo aquí. Retorno del pasado y observo de nuevo los tamariscos. Ha valido la pena salir de Barcelona. 

Lo hemos leído aquí

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11/26/2023

Una leyenda sabida pero, una vez mas, reinterpretada

ALBERTO MILO, en Nationel Geogrphic
Los árboles africanos que fueron castigados por los dioses

Entre los árboles más antiguos del planeta están los baobabs, los gigantes africanos que, según la leyenda, desafiaron a los dioses en un intento por alcanzar la perfección. 

     Una antigua leyenda dice que hace mucho tiempo los baobabs eran los árboles más bellos del planeta. Su altura y sus hojas llamaban la atención de todo el reino natural. Los dioses, también cautivados por el esplendor innegable de estos seres, decidieron concederles el don de la longevidad.
     Rápidamente, los baobabs cayeron en la soberbia y la vanidad. Su condición los hizo ambicionar nuevas cualidades, llegando al grado de desafiar a las deidades. Éstas no tardaron en notar su prepotencia, por lo que resolvieron darles un castigo; todos los baobabs fueron arrancados de la tierra y plantados de nuevo pero al revés.
     Esta breve historia busca dar un sentido a la forma tan particular de estos árboles. De acuerdo con la narración africana, los hermosos seres tuvieron que verse forzados a enterrar su copa, fuente primaria de su belleza, y exponer sus raíces al aire.


     Los baobabs son todavía un orgullo del continente africano. Son asociados con la esperanza, la vida y la determinación contra la injusticia. Sus dimensiones, longevidad y naturaleza han hecho de ellos un símbolo.

Baobabs: los árboles de la vida

Los árboles pertenecientes al género Adansonia, que al mismo tiempo forman parte de la familia Malvaceae, son los que se conocen como baobabs. Conforme a lo indicado por Britannica, los Adansonia se dividen en ocho especies: seis son endémicas de Madagascar, una del África continental y la última de Australia.
Según Naturalista, el género de las Adansonia oscila en alturas de entre los 5 y los 30 metros, mientras que el diámetro de la copa puede llegar a superar los 11. En vista de esto, los baobabs son fácilmente distinguibles por el grosor de su tronco
     Estos árboles de grandes proporciones habitan sobre todo en climas tropicales y subtropicales, siendo la mayoría de sus especies, habituales en los paisajes semiáridos. En condiciones adecuadas, se estima que los baobabs están en altas probabilidades de llegar a los 800 o 1,000 años. Sin embargo, existen registros de ejemplares que han superado estas expectativas.
     De acuerdo con Britannica, todas las especies de baobabs son utilizadas de diversos modos por los locales. Algunas son reconocidas por sus frutos y hojas que sirven como remedios herbales. Estos árboles también son fuente de materias primas para la elaboración de diferentes herramientas de uso cotidiano.

Impacto cultural

     Los árboles del género Adansonia han trascendido de lo natural a lo cultural. No sólo han adquirido significado en las leyendas locales que buscan explicar su figura, sino, de igual modo, de la literatura. La muestra más representativa de esto es la que deja "El principito" de Antoine de Saint-Exupéry.

   En esta obra, el Principito ve en los baobabs un peligro para su pequeño planeta. El enigmático niño teme que estas malas hierbas, al ir creciendo, vayan reduciendo el poco espacio con el que cuenta en su lugar de origen. Por eso, cuando llega a la tierra, pide al aviador que dibuje una oveja. Al principio el hombre se muestra confundido por la extraña petición, no obstante, después comprende que el Principito necesita de este animal para detener lo que él considera una amenaza.

Lo hemos leído aquí

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8/04/2022

EL ESPÍRITU DEL ÁRBOL
Cuento africano

     Había una vez una muchacha cuya madre había muerto y tenía una madrastra que era muy cruel con ella. Un día en que la muchacha estaba llorando junto a la tumba de su madre, vio que de la tumba salía un tallo. Éste creció hasta hacerse un arbolillo y pronto un gran árbol. El viento, que movía sus hojas, le susurró a la muchacha que su madre estaba muy cerca y que debía comer las frutas del árbol. La muchacha así lo hizo y comprobó que las frutas eran muy sabrosas y que le hacían sentirse mucho mejor. A partir de entonces, todos los días iba a la tumba de su madre y comía de los frutos del árbol que allí había crecido.
     Pero un día, su madrastra, le vio y pidió a su marido que talara el árbol. El marido lo taló y la muchacha lloró durante mucho tiempo junto al árbol talado, hasta que un día, entre las hojas muertas, vio que algo crecía. Creció y creció hasta convertirse en una hermosa calabaza. Había un agujero en ella del que manaban gotas de jugo. La muchacha probó las gotas y las encontró muy sabrosas. Pero de nuevo su madrastra se enteró y una noche oscura, cortó la calabaza y la arrojó lejos. Al día siguiente, la muchacha vio que la calabaza no estaba, y lloró y lloró hasta que de pronto, oyó el rumor de un riachuelo que le decía "Bébeme, bébeme". Ella bebió y comprobó que era muy refrescante. Pero un día, la madrastra lo vio y pidió al marido que cubriera el arroyo con tierra. Cuando la muchacha regresó a la tumba, vio que ya no estaba el el riachuelo y ella lloró y lloró.
     Llevaba mucho tiempo llorando, cuando un joven cazador salió del bosque, vio a la hermosa muchacha sentada en el árbol muerto y pensó que era justo lo que él necesitaba, una mujer y un árbol para fabricarse un nuevo arco y flechas. Habló con la muchacha quien le dijo que el árbol había crecido en la tumba de su madre. La pareja se gustó mucho y, después de charlar, el cazador fue a hablar con su padre para pedirle permiso para casarse con ella.
     El padre consintió a condición de que el cazador matara una docena de búfalos para la fiesta de la boda. El cazador nunca había matado más de un búfalo de una sola vez. Pero esta vez, tomando su nuevo arco y flechas, se dirigió al bosque. Pronto vio una manada de búfalos que descansan a la sombra. Cogiendo una de sus nuevas flechas disparó y un búfalo cayó muerto. Luego cayó un segundo búfalo, un tercero, y así hasta doce. El cazador regresó a decirle al padre que mandara hombres para llevar la carne para la fiesta de la aldea.
     La aldea nunca había conocido una fiesta tan grande. La muchacha adivinó que todo lo había preparado su madre.
---Fin---

1/28/2022

Leyenda de Kenia

Leyenda chaga del "Árbol de la Historia"(Kenia)

Una historia Chaga cuenta que una muchacha un día salió con sus amigos a recoger hierba. Vio un lugar donde crecía de manera muy abundante, pero cuando puso su pie allí se hundió en seguida en el barro. Sus amigos intentaron sujetarle con sus manos pero ella continuaba hundiéndose más profundamente en el barro hasta que desapareció completamente. Sus amigas fueron a decírselo a los padres y éstos pidieron ayuda a los vecinos y todos fueron al cenagal. Aquí un adivino aconsejó que se sacrificaran una vaca y una oveja. Cuando esto hicieron comenzaron a oír la voz de la muchacha, pero pasado un tiempo la voz fue oyéndose más lejana hasta que acabó por quedar callada. Más tarde, en el lugar en el que la muchacha se hundió comenzó a crecer un árbol que poco a poco llegó a tocar el cielo. El árbol servía de cobijo a los jóvenes que cuidaban el ganado cuando el sol calentaba, resguardándose bajo sus ramas. Un día dos muchachos subieron al árbol y llamaron a sus compañeros diciéndoles que estaban en un mundo anterior. Nunca más volvieron. Desde entonces, el árbol es conocido como el Árbol de la Historia.

---Fin---

6/14/2018

MARIE-LOUISE TAOS AMROUCHE (Túnez, 1913-1976)
El roble del ogro,
de "El grano mágico"

     Se cuenta que en la antigüedad había un pobre anciano que pervivía solo en su choza esperando la muerte. Vivía a las afueras del pueblo. No entraba ni salía porque estaba paralítico. Su cama había sido puesta cerca de la puerta, que se cerraba con un cerrojo del que pendía una cuerda.
     Aicha, una niña pequeña y sus padres vivían al otro lado de la aldea. Éstos enviaban cada día a la niña con el almuerzo y la cena del anciano.
     Ese día la niña llevaba un pastel y un plato de cuscús y tarareó tan pronto como llegó: Abre la puerta, oh, papá Inoubba, ¡oh, mi papá Inoubba!
     Y el abuelo respondió: Haz sonar tus pequeños brazaletes, ¡oh, Aicha, hija mía!
     La chica estaba golpeando sus pulseras una contra otra y él ya estaba tirando del cerrojo. Aicha entró, barrió la casucha y estiró la colcha de la cama. Al abuelo le encantaba verla llegar. Luego sirvió la comida al anciano y le dio de beber.
     Después de acompañarlo un largo rato, dejándolo tranquilo y a punto de quedarse dormido, regresó a su casa. Todos los días la niña les contaba a sus padres cómo había cuidado al anciano, al que le decían "su abuelo", y lo que le había dicho para que se distrajera. 
     Pero un día el Ogro vio a la niña. La siguió escondido hasta el cobertizo y la escuchó tararear:
Ábreme la puerta, papá Inoubba, mi papá Inoubba! Después escuchó decir al anciano: "¡Haz sonar tus brazaletes, oh Aicha, hija mía!
     El Ogro se dijo a sí mismo; "Ya he entendido. ¡Mañana volveré, repetiré las palabras de la niña, me abrirá y me lo comeré!
     Al día siguiente, poco antes de que llegara la niña, el Ogro apareció frente al cobertizo y dijo con su gran voz: Abre la puerta, oh, papá Inoubba, ¡oh, mi papá Inoubba! 
     Márchate maldito! respondió el viejo. ¿Crees que no te reconozco?
     El Ogro regresó varias veces, pero el viejo siempre sabía quién era. El Ogro finalmente fue a buscar al hechicero.  

     -Hay un viejo solitario que vive a las fueras del pueblo. Él no quiere abrirme la puerta porque mi gran voz me traiciona. Dime la forma de tener una voz tan fina, tan clara como la de su pequeña niña.
     El hechicero respondió: Vale, llénate la garganta de miel, acuéstate en el suelo con la boca abierta. Las hormigas entrarán y picarán tu garganta. Pero tu voz no se afinará en un solo día.
     El Ogro hizo lo que el hechicero le dijo; compró la miel con la que llenó su garganta, y fue a tumbarse al sol, con la boca abierta. Un ejército de hormigas entró en su garganta.
     Después de dos días, el Ogro fue al cobertizo y cantó: Abre la puerta, oh papá Inoubba, ¡oh, mi papá Inoubba!
     Pero el viejo lo reconoció: Mantente alejado, maldito! le gritó. Sé quién eres! -lo reconoció de nuevo-.
     El Ogro regresó a su casa. Comió miel una y otra vez. Estuvo largas horas bajo el sol. Permitió que legiones de hormigas entraran en su garganta. Al cuarto día su voz era tan delgada, tan clara como la de la niña. El Ogro volvió a la casa del anciano y cantó frente a su choza: Abre la puerta, oh, papá Inoubba, ¡oh, mi papá Inoubba!
     El abuelo respondió: Toca tus brazaletes, ¡oh, Aicha, hija mía!
     El Ogro tenía una cadena; él la hizo chocar. La puerta se abrió. El Ogro entró y devoró al pobre anciano. Y luego se vistió como el abuelo, tomó su lugar y esperó a que la niña llegara para devorarla.
     Tan pronto como la  niña llegó frente al cobertizo se dio cuenta de que la sangre fluía por debajo de la puerta. Ella se preguntó: "¿Qué le pasó a mi abuelo?" aseguró la puerta desde afuera y cantó: Abre la puerta, oh papá Inoubba, ¡oh, mi papá Inoubba! 
     El Ogro respondió con su voz fina y clara: Toca tus brazaletes, ¡oh, Aicha, hija mía! 
     La niña, que no reconoció la voz de su abuelo, dejó el pastel y el plato de cuscús en el camino y corrió a la aldea para alertar a sus padres. 

     -El Ogro se comió al abuelo, -les dijo, llorando-. Cerré la puerta. Y ahora, ¿qué vamos a hacer?  
     El padre gritó la noticia en la plaza pública. Los hombres corrieron desde todos lados para llevar leña al cobertizo y prenderle fuego. El ogro, en vano, intentó huir. Empujó con todas sus fuerzas pero la puerta resistió.  
     Así es como se quemó. Al año siguiente, en el mismo lugar donde se quemó el Ogro, nació un hermoso roble que fue llamado el "Roble del Ogro". Desde entonces, se muestra a todos los viajeros.

---Fin---

2/03/2018

EL BAOBAB, leyenda africana
De Kioko, relatos en vivo

    Cuentan que en el principio de los tiempos el baobab era el árbol más espectacular de la Tierra. Tenía hermosas y brillantes hojas y unas flores delicadas de bonitos colores y agradable perfume. Sus creadores, maravillados de su perfección, le concedieron también el don de la longevidad. Él, al hacerse adulto, se vio elegante, fuerte, hermoso... llegó a tal punto su vanidad, su chulería, su presunción que hasta deseó ser más importante que sus creadores, los dioses. Le ocurrió como aquellos personajes de la Biblia -Luzbel o los arquitectos de la Torre de Babel- que quisieron emular a dios.
     Los enojados dioses lo arrancaron de cuajo y lo plantaron al revés, dejando sus preciosas hojas y flores bajo tierra. Comenzó a desfallecer, no podía respirar, sus hojas se marchitaron y sus flores desaparecieron. Ahora sus raíces miraban al cielo sin saber qué función podrían tener. Comenzó a pedir clemencia, pidió perdón...
     Los dioses se apiadaron de él pero no lo cambiaron de posición para que por siempre recordara que la vanidad no es cualidad benefactora. Los dioses le concedieron que le salieran nuevas y sabrosas hojas que los animales apreciaron por su sabor, le salieron nuevas y elegantes flores muy olorosas pero que sólo se abrirían durante la noche y durarían un sólo día.
     Pasaron los lustros y los humanos se enemoraron del baobab ya que en tiempos de sequía podían recurrir a él para dar de comer a sus rebaños y sus frutos eran sabrosos y medicinales. También entendieron que podía comunicarse con sus antepasados, que podía conectar con el inframundo, con lo oculto.
     Ahora los pueblos de África conversan, firman tratos o establecen compromisos sentados bajo ese árbol. Es el árbol testigo de la palabra.
     Algunos pueblos entierran en los viejos baobabs de troncos huecos a sus griots -los poetas, cantantes o músicos- los transmisores de la tradición oral, los depositarios de la cultura en África. Y también cuentan las leyendas que nadie puede quedarse dormido bajo sus ramas porque los dioses se lo llevarían al cielo.
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12/29/2017

EL ÁRBOL DE LA PALABRA
de "Kioko" grabación oral

En el centro de los poblados de África y en otros muchos lugares del mundo, hay un árbol que suele ser majestuoso, enorme, con buena sombra... es el árbol de la palabra.

     Cuentan que los niños y las niñas de un pueblo, cada día, para ir a la escuela, atravesaban la plaza del árbol. Le preguntaron a la maestra por el origen del nombre del árbol y les contestó que cuando ella nació el árbol ya estaba allí, que debían averigurar el origen del nombre preguntando a sus padres y madres, a sus abuelos y abuelas o a aquellas personas mayores que pudieran conocer la procedencia de un nombre tan extraño y tan hermoso para un árbol, el "árbol de la palabra". Los niños se entusiasmaron con la idea, ya sabéis que a todos los niños les encanta investigar. 
    Imaginaos cuál sería su pesar cuando comprobaron que ni los padres, ni las madres, ni los abuelos, ni las abuelas,... nadie pudo ayudarlos porque todos recordaban que el árbol siempre estuvo allí, que cuando todos ellos nacieron, el árbol ya estaba allí. 
     Los niños se sentaron bajo aquel árbol junto a un anciano en busca de alguna información que les aclarase el misterioso nombre. No la encontraron, pero sí vieron que a su alrededor se habían ido sentando otras personas contándose mil cosas, mil historias, mil cuentos...  La persona que necesitaba que alguien le escuchara, acudía al árbol porque sabía que siempre encontraría a algún vecino o vecina con quien hablar.
    Al día siguiente llegaron con la solución a la escuela, habían descubierto el origen del nombre. A la sombra de aquel árbol las gentes iban a hablar, a ser escuchados y a compartir todo aquello que les preocupaba, era el árbol del diálogo, de la palabra.
    Cuando visitaban a los parientes en otros lugares también vieron que en el centro de sus aldeas un árbol invitaba a sentarse y compartir la charla. Los pueblos tenían un lugar donde dialogar.
    Cuando visitéis una aldea en África acercaros y sentáos bajo ese árbol central, como los viejos. Allí oiréis cómo se evocan historias, fábulas y leyendas. Se acoge a viajeros que traen noticias y algunos os pedirán que relatéis las vuestras...
---Fin---

3/30/2017

WANGARI MUTA MAATHAI (Kenia, 1940-2011)
Seré un colibrí


Seis años...
https://youtu.be/TlG4bDuveXg
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2/12/2013

Leyendas africanas: El árbol que hablaba

EL ÁRBOL QUE HABLABA
Leyendas africanas

Había un lobo en la selva que vagando, vagando encontró un árbol que tenía unas hojas que parecían caras de personas. Puso mucha atención y creyó oír... Oyó hablar al árbol.
     El lobo se asustó y dijo:
     -Hasta el día de hoy nunca me había encontrado con algo tan raro como un árbol parlante.
    Tan pronto como hubo dicho estas palabras, algo, que no pudo ver, lo golpeó y lo dejó inconsciente. Cuando despertó, no supo durante cuánto tiempo había estado allí tendido en el suelo, pero estaba demasiado asustado para pensar. Se levantó e, inmediatamente, empezó a correr. Cuando al fin se calmó y se paró, comenzó a pensar acerca de lo que le había ocurrido y se dio cuenta de que podía usar el árbol para su provecho. Paseando se encontró a un antílope. Le contó que conocía un árbol que hablaba, pero el antílope no le creyó.
     -Ven y lo verás tu mismo -dijo el lobo- pero cuando llegues delante del árbol asegúrate de decir estas palabras: "Hasta el día de hoy nunca me había encontrado con algo tan raro como un árbol parlante". Si no las dices, morirás.
     El lobo y el antílope se acercaron hasta el árbol que hablaba. El antílope dijo:
     -Has dicho la verdad, lobo, hasta el día de hoy nunca me había encontrado con algo tan raro como un árbol parlante.
    Tan pronto como dijo esto algo lo golpeó y lo dejó inconsciente. El lobo cargó con él a su espalda y se lo llevó a casa para comérselo. "Este árbol que habla solucionará todos mis problemas", pensó el lobo. "Si soy inteligente nunca más volveré a pasar hambre."
Al día siguiente el lobo estaba paseando como de costumbre. Al cabo de un rato se encontró con una tortuga. Le contó la misma historia que le había contado al antílope y la llevó hasta el lugar. La tortuga se sorprendió cuando vio al árbol parlante.
    -No creía que esto fuera posible -dijo- hasta el día de hoy nunca me había encontrado con algo tan raro como un árbol parlante.
    Inmediatamente fue golpeada por algo que no pudo ver y quedó inconsciente. El lobo la arrastró hasta su casa y la puso en una olla. Pensó en hacer una estupenda sopa.
     El lobo estaba orgulloso de sí mismo. Después del antílope y la tortuga cazó un ave, un jabalí, y un ciervo. Nunca antes había comido mejor. Siempre usaba la misma estrategia. Contaba a sus presas que debían decir que nunca antes habían visto un árbol hablar y que si no lo decían morirían. Todos ellos hicieron lo que el lobo les dijo y todos ellos quedaron inconscientes. Luego el lobo cargaba con ellos hasta su casa. Era un plan perfecto, él lo creía simple e infalible, y agradecía a las estrellas el hecho de haber encontrado ese árbol. Esperaba comer como un rey durante el resto de su vida.
    Un día, que se sentía con algo de hambre, el lobo fue a pasear de nuevo. Esta vez se encontró con una liebre. El lobo le dijo:
    -Hermana liebre, he visto algo que no se había visto desde el tiempo de tus antepasados.
    -Hermano mayor, ¿qué puede ser? -preguntó la liebre.
    -He visto en la selva un árbol que habla -dijo el lobo.
    Le contó la misma historia de siempre a la liebre y se ofreció para llevarla a ver ese árbol parlante. Fueron juntos hasta el lugar. Cuando se acercaban al árbol el lobo le dijo:
    -No olvides lo que te he contado.
    -¿Qué me contaste? -preguntó la liebre.
    -Lo que debes decir cuando llegues junto al árbol, o si no, morirás -dijo el lobo.
    -¡Oh!, sí -dijo la liebre-.
    Y empezó a hablar con el árbol.
    -¡Oh! árbol, ¡oh! árbol -dijo-. Eres un árbol precioso.
    -No, esto no -dijo el lobo.
    -Perdona -dijo la liebre. Entonces habló de nuevo-. Árbol, ¡oh! árbol, nunca pensé que pudieras ser tan maravilloso-.
    -¡No, no! -dijo el lobo- no un árbol precioso, un árbol parlante. Te dije que tenías que decir que nunca habías visto antes a un árbol parlante.
   Tan pronto como hubo dicho estas palabras, el lobo cayó inconsciente. La liebre se fue andando y mirando hacia el árbol y el lobo. Luego sonrió:
    -Entonces, este era el plan del señor Lobo -dijo-. Se pensaba que este lugar era un comedero y yo su comida.
La liebre se marchó y contó a todos los animales de la selva el secreto del árbol que hablaba. El plan del lobo fue descubierto, y el árbol, sin herir a nadie, continuó hablando solo.

---Fin---

1/14/2013

LA FUERZA DE LA PALMERA
Cuento del Magreb

      Había una vez un hombre malvado llamado Ben Sadok que tenía un carácter tan violento que no podía ver nada sano, ni bonito, sin estropearlo. Llegó a orillas de un oasis. La visión de una joven palmera que crecía con energía hirió los ojos de Ben Sadok. Entonces tomó una pesada piedra y la puso encima de la corona de la palmera y continuó su camino.
      La joven palmera se sacudió y se inclinó intentando deshacerse de la pesada carga. Por más que empujaba sus fuerzas no eran suficientes para deshacerse de la pesada piedra. Era demasiado peso para la joven palmera.
     Conforme pasaba el tiempo la joven palmera arañó el suelo, excavó y con mucho esfuerzo se mantuvo en pie a pesar de la pesada carga. Como no podía estirar sus ramas, fue hundiendo y hundiendo sus raíces tan profundamente que encontró las vetas de agua más escondidas del oasis. Esas profundas y frescas aguas la alimentaron y la fortalecieron, dándole tanta energía que fue empujando la piedra tan alto, que ningún otro árbol le pudo hacer sombra. El agua de las profundidades y el sol del desierto convirtieron a la joven palmera en la reina del desierto.
     Al cabo de unos años volvió el malvado Ben Sadok al oasis. Quiso ver el árbol enfermo que, él pensaba, había estropeado. Buscó sin éxito.
     Entonces la orgullosa palmera bajó su corona, le enseñó la piedra y le dijo: “Ben Sadok, tengo que darte las gracias porque tu carga me ha hecho más fuerte.”

---Fin---

1/03/2011

EL PESCADOR COCOTERO
Nueva Guinea

     Bueno, ya sabéis cómo son las cosas: algunas personas siempre van a la suya. Siempre lo han hecho y siempre lo harán. De modo que, cuando en el origen de los tiempos, los habitantes de Nueva Irlanda decidieron que lo mejor era que todos se ocuparan de todo —un poco de pesca, cierto cuidado de la granja y algo de caza—, uno de los hombres no aceptó la decisión de los demás.
     —Yo soy pescador —reclamó—. Es lo que conozco y a lo que me dedico. No pienso perder el tiempo esperando a que la comida brote de un trozo de estúpida tierra marrón, pudiendo estar en el luminoso mar azul, recogiendo los alimentos que están ahí, esperándome.
     —Pero es más justo compartir el trabajo —apuntaron los demás—. Debemos turnarnos y hacer un poco de todo.
     —No pienso hacerlo —sentenció el pescador, y se alejó para ocuparse de sus cosas.
     Es posible que él fuese el mejor a la hora de capturar peces y que otros tuviesen más traza que él para crear  jardines o cultivar huertos. Pero ésa no era la cuestión. Los habitantes del poblado estaban molestos y decidieron darle una lección. —Entonces, dejemos que cuide de sí mismo —exclamaron—,Y que se quede todo lo que pesque. ¿Por qué habríamos de preferir el pescado a la batata y la colocasia que tanto trabajamos para cultivar, o a la dulzura de la miel que encontramos en el bosque?
     De modo que, cuando aquella noche el pescador regresó al poblado con su pes­ca, no le hicieron el menor caso. No le dirigieron la palabra, ni le saludaron siquie­ra y, por supuesto, nadie comió con él ni trocó un alimento por otro.
     Cansado como estaba después de pasar todo el día en el mar, el pobre pescador fue de puerta en puerta, hasta llegar al inicio del bosque. Para entonces, ya había caí­do la noche.
     «Tal vez encuentre algo de batata silvestre», se dijo, al tiempo que improvisaba una antorcha con un trozo de bambú. Se adentró en el bosque hasta que llegó a un lugar que le pareció prometedor. Fijó la antorcha en su espalda para ver dónde cavaba.
     Pero cuando se inclinó para sacar una raíz, la llama de la antorcha le prendió fue­go a su pelo. Cayó sin poderlo remediar y, como no había nadie cerca para ayudar­le, murió en el agujero que él mismo había cavado.
     Al día siguiente, cuando los habitantes del poblado encontraron su cuerpo, se arrepintieron de su comportamiento. Pero mientras le enterraban, se dijeron: «El quiso ir a la suya».
     Y probablemente le hubieran olvidado sin más de no ser por el extraño brote que creció sobre su tumba. Poco a poco, el tallo se fue haciendo grueso hasta con­vertirse en un tronco y, al cabo de muchos meses, al árbol le nacieron unas largas hojas. Nadie sabía lo que era, pero todos se esmeraban en cuidarlo.
     Al cabo de un año, el árbol dio un extraño fruto verde y redondo, y los niños del poblado acudieron a verlo madurar. Cuando por fin cayó al suelo, todos los isle­ños se congregaron para ver qué contenía.
     Quitaron una gruesa cáscara verde y encontraron un fruto del tamaño de la cabeza de un hombre. Era rugoso y marrón como un rostro curtido por el viento y el sol, y tenía tres agujeros que recordaban la cuenca de dos ojos y el orificio de una boca.
     Entonces, los habitantes del poblado lo entendieron todo. ¡El pescador había regresado! Pero en aquella ocasión, en lugar de peces, les proporcionaba bebida y alimento: el agua dulce y la carne blanca y firme del coco.
     Y así fue como el hombre que nunca había cultivado nada a lo largo de su vida dio, con su muerte, el mejor de todos los frutos.
---Fin---

11/14/2009

LA LEYENDA DEL BAOBAB
Cuento adaptado del folklore africano
(Fuente: Francois Valleys)

     El Baobab es un árbol que crece en las zonas de bosque claro de África. Posee un tronco muy grueso, una corteza muy dura y enormes ramas con hojas divididas como la palma de mano. Dicen que tiene un corazón, es una especie de núcleo bastante áspero, casi irrompible y, aunque ahora ese “corazón” sea sólo una bola oscura y vacía, hace bastante tiempo no era así..., definitivamente no lo era.
     Cuenta la historia que, en un paraje muy lejano de la enigmática África, hace muchísimo tiempo, vivía una familia de conejos muy pobres. Papá conejo se ganaba la vida como podía para llegar al anochecer a su casa con tan sólo unas cuantas monedas y así poder comer con su familia lo poco que podían comprar. La vida era muy difícil para esta familia de conejos. Mamá preparaba la comida para sus hijos con mucho cariño pero con pocas patatas y en una cocina ya demasiado vieja.
     Cierto día, papá conejo se cansó de tanto caminar por el caluroso desierto llevando unos recados que le habían designado y simplemente se echó a descansar bajo la sombra de un árbol grueso y de enormes ramas.
     - ¡Oh, qué buena sombra da este árbol! -dijo el conejo- creo que descansaré un rato, hace mucho calor y no he almorzado todavía.
     Y así, el conejo se sentó a la sombra del árbol a lamentar su suerte. Comenzó por maldecir al sol que tanto le quemaba, a la arena que siempre se le metía entre las patas, a la lluvia por inundar su aldea y todo el mundo. Cuando de pronto, el robusto árbol bajo el cual él estaba empezó a hablarle con una voz muy dulce.
     - Amigo conejo, ¿por qué te lamentas por tu suerte? ¿Acaso no estás contento de ser como eres? -replicó el árbol.
     - Vaya, qué triste y desdichada es mi vida. Si tan sólo pudiera ser un árbol como tú... ¡Claro!, todo el día ahí de pie, sin tener que trabajar, tan sólo estiras tus hojas y recibes el alimento del sol y de la lluvia. ¡Qué más podrías pedir! -se lamentaba el conejo.- En cambio yo, tengo que trabajar muy duro, tengo que padecer de hambre por dar de comer a mis hijos... ¡Qué triste es mi vida!
     El árbol se puso muy triste por las palabras del conejo y le dijo con su melodiosa voz:
     - ¿Sabes?, soy un Baobab, y, a pesar de que nunca hablo con los animales, me has conmovido mi joven amigo conejo.
     Después de estas palabras, el conejo se puso de pie y miró al árbol de arriba a abajo. El conejo no se había percatado de que aquel árbol era en realidad un baobab, y el conejo, que no era nada bruto, sabía lo que decían todos sobre el baobab : ”El baobab guarda muchas riquezas en su corazón, pero son pocas las personas que logran descubrir tal tesoro”. Después de esto, papá conejo se asustó mucho y se arrodilló ante el baobab.
     - Perdóneme señor baobab por maldecir a la naturaleza, le prometo que no volveré a quejarme de mi suerte, sólo déjeme ir, seguiré trabajando firme y no me lamentaré por lo que soy -dijo el conejo mientras se disponía a seguir con su trabajo.
     - Espera un momento amigo conejo, no te vayas aún...
     De pronto, el baobab estiró fuertemente sus ramas y dejó al descubierto el corazón que tenía entre ellas. Papá conejo se quedó asombrado, pero a la vez temeroso de que el baobab le hiciera alguna especie de daño por hablar mal de la naturaleza. El baobab, en cambio, dio un suspiro de regocijo y, después de unos segundos de silencio, el corazón del baobab se abrió lentamente. Ese oscuro núcleo comenzó a descubrir todo lo que tenía en su interior y ¡oh sorpresa!, el baobab tenía en el interior de su corazón muchos tesoros: joyas, diamantes, monedas de oro, perlas, rubíes, piedras preciosas, telas finas, etc. Papá conejo se quedó asombrado ante tal espectáculo y el baobab le dijo con voz tierna :
     - Toma lo que creas conveniente, vamos, acepta esta poca ayuda que quiero ofrecerte mi buen amigo conejo.
     El conejo, muy agradecido, cogió lo que cabía entre sus manos y se marchó contento después de darle las gracias al baobab por tal muestra de generosidad.
     Al llegar a su casa, les contó todo a su familia y, por fin, pudieron cambiar su forma de vida. Papá conejo iba en carro al trabajo, vestía bien, ya estaba muy gordito y siempre andaba limpio. Mamá usaba ropas finas, ahora podía cocinar ricos manjares para sus hijos, remodelaron su casa, y hacía todas esas cosas que hace la gente rica. Ahora mamá conejo llevaba siempre su collar de perlas a las reuniones de sus amigas, y fue en una de esas reuniones donde la señora hiena observó con mucha envidia las riquezas de mamá conejo. La señora hiena, que era muy autoritaria, le exigió a su marido que también le comprase a ella un collar de perlas, que le comprase un auto, que le comprase telas finas y todas las cosas que el marido de mamá coneja le había comprado a ésta.
     El señor hiena, sintió curiosidad acerca de cómo el conejo había adquirido tantas riquezas así que un buen día se le acercó y le preguntó qué es lo que éste había hecho. Pues bien, papá conejo, que era de un corazón noble, le contó al señor hiena todo lo sucedido con el baobab. Le contó cómo había llegado a la sombra de éste árbol y el montón de tesoros que había en el interior de su corazón. El señor hiena se emocionó muchísimo y sin perder ni un segundo se fue hacia donde estaba el baobab para robarle todos los tesoros que había en su corazón y así llenarse de lujos como los que poseía el conejo.Esta malévola hiena fue hacia donde estaba el apacible baobab y sin perder mucho tiempo se echó bajo la sombra de éste, como le había indicado el buen conejo. Luego, empezó a gritar con voz muy fuerte:
     -“¡ Ay! ¡qué desdichada es mi vida, qué pobre soy, qué mala suerte la mía, soy tan desdichado!”. El baobab, empezó a sacudir sus ramas suavemente...
     - Mi buen amigo hiena, qué grata visita me has dado, ¿por qué te quejas de tu suerte?, ¿es que acaso no eres feliz con lo que eres? -dijo el baobab.
     - Pues no, la verdad no soy lo suficientemente feliz como debería, si tan sólo pudiera tener tantos tesoros como el conejo mi vida sería distinta. Si tan sólo fuese poseedor de las riquezas que tiene el conejo me sentiría más aliviado -mencionó la hiena con un tono muy sarcástico.
     De pronto, las hojas del baobab se estiraron muy fuerte y éste dio un gran y tierno suspiro. La hiena estaba impaciente, no podía dejar de caminar de un lado para otro sin dejar de pensar en lo que descubrirían las hojas del baobab. Entonces, como ya había sucedido antes, el corazón de este árbol se quedó a la vista de la hiena que lentamente empezaba a sacar las garras. El baobab dio otro suspiro y comenzó a abrir el oscuro núcleo que albergaba tantos tesoros, a los pocos segundos el corazón del baobab quedó totalmente al descubierto y, también, los tesoros que poseía en su interior. A la hiena se le salían los ojos ante tanta maravilla. El baobab dijo con su tranquilo tono de voz :
     - Toma lo que creas conveniente, vamos, acepta esta poca ayuda que quiero ofrecerte mi estimado señor hiena.
     El señor hiena, que tenía una intención muy distinta a la del conejo, pensó que si le arrancaba el corazón al baobab no sólo se llevaría lo que podrían contener sus manos, sino todos los tesoros del árbol. El señor hiena pensaba que el baobab tendría muchos tesoros mas escondidos en su interior, así que se lanzó salvajemente sobre el baobab y, con sus fuertes garras, empezó a desgarrar el corazón del árbol. Lo rasgó y lo rasgó, comenzó a hacerle mucho daño al pobre baobab; mordía e hincaba los dientes en la corteza del corazón para arrancárselo y así quedarse con absolutamente todos los tesoros que estaban en su interior.
     Fue un momento muy doloroso para el baobab, que lloraba de dolor y de tristeza por la decepción sufrida a causa de la hiena. De repente, el corazón del baobab se cerró bruscamente y se ocultó nuevamente entre sus hojas que se habían tornado de un verde muy tenebroso. La hiena, que no pudo conseguir ningún tesoro comenzó a maldecir al árbol, rasgó su tronco pero fue inútil, pues ahora el tronco del baobab se había vuelto áspero de nuevo y de un aspecto mucho más frío. El señor hiena, muy cansado, dio la media vuelta y se fue a su casa sin ninguna clase de tesoro ya que, a causa de su avaricia, no consiguió nada.
     Cuenta la leyenda que desde ese momento nadie ha vuelto a ver jamás el corazón del baobab y que éste ya no deja que se le acerquen muchos animales debido a que su áspero tronco emana mal olor. Cuentan también que las hienas siempre andan en manada por el desierto en busca de algún otro baobab para conseguir los tesoros que oculta éste árbol.
     Y cuentan también que el baobab se parece mucho a las personas ya que, a pesar de que éstas aparentan tener una corteza muy dura y áspera, poseen un corazón lleno de tesoros. Sin embargo, las personas, al igual que el baobab, tienen un corazón escondido, muy duro y muy difícil de abrir... ¿Por qué es tan difícil para las personas abrir su corazón?, ¿Por qué se les hace tan complicado demostrar las riquezas que hay en su interior? ¿Por qué ocultan tan gran corazón entre sus grandes hojas? ¿Por qué rehúsan a volver a entregar su corazón, como lo hicieron alguna vez, a cierto conejo? ¿de qué hienas se acordarán?

---Fin---

1/20/2009

CUANDO MUERE UN CEDRO
Marruecos
Recopilación de Francisco Salgueiro
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I
Aspiró el aire, lo bebió con ansias, a raudales. El bosque era una caricia ofrecida. Montes lejanos se rendían a la nieve. Bajo los cielos, sintió una sombra prodigiosa.
Aquel hombre venía de otras tierras. Anduvo mucho, en soledad. Era pobre, profundo. No tenía nombre. Ni siquiera un nombre le cantó en los labios. No recordaba quiénes fueron sus padres ni el barro en que cayó al nacer. Un día, alguien le llamó Ahmed y desde entonces, él mismo se reconoció con ese nombre.
Venía de otro horizonte. Le habían visto pasar las sedientas barrancas, las pitas que vibraron bajo el sol de fuego. Le vieron las noches profundas de verano, esas noches que quiebran el la lejanía aullidos de chacales. Los niños de poblado se asomaron por verle, y a veces, tropezó con el buey somnoliento, y los perros ladraron a su sombra.
Un día, sin saberlo, llegó a la tierra de Ketama. El aire era un inmenso corazón de secretos. Alguien le dijo al oído, muy levemente, en una lengua que sólo él conocía:
-Aquí hay árboles altos como el mundo; la hierba y el silencio se comban al peso del rocío.
Ahmed se sentó a la orilla del llano. Era hermoso tenderse sobre el césped. Ahmed adivinó unas voces lejanísimas. Sólo en su corazón y en ansia profunda, Ahmed era ciego.

II
Allá en la hondonada se agrupa el cedral milenario. Un alto cedro lo preside. Un gigante de frente rumorosa. Parece que sostiene el cielo. Le llaman el Rey.
Los días de zoco en Telata, los campesinos bullen en la plaza que rodean los árboles de siglos. Desde las primeras horas de la mañana, todo se llena de un rumor caliente; los seres y las cosas van saliendo de un sueño.
Primero es el piar suave, como risas de muchachas veladas. Poco a poco, irrumpen las voces del hombre. Llegan pastores con su ganado, comerciantes de carbón y hierbabuena. Instalan pequeñas tiendas a ras de suelo. Tiembla un alegre bullir de teteras. De los coches de línea descienden numerosas chilabas. Las voces vuelan y se entrecruzan como saetas guturales.

III
Hoy ha caído la primera nieve. La nieve es ciega, la nieve es blanca como los ojos de Ahmed. Algunas ramas se desgajaron bajo el peso silencioso. Ya se presienten nuevos riachuelos. Los niños más pequeños no pudieron acudir a la escuela.
Después de la nevada, todo está limpio, tan claro el aire. No hay apenas una pisada ni la pluma de un pájaro. Todo permanece en amorosa quietud. Las sendas se perdieron con los últimos copos. El bosque parece más solo en su hondo murmullo. Al pie de los altos cedros, se adivina una hierbecilla aterida. El césped y el agua sueñan el calor de la tierra. El aliento del hombre se hace humo en el aire.

IV
Él puede saberlo, sentirlo en su carne, en su alma. Es como si el hacha se hundiese en su sensibilidad finísima, como si súbitos leñadores le clavasen el acero en el corazón.
Ahmed ama estos árboles. Los cree hijos suyos, sangre suya, viejos hermanos. Cuando va solo a través del bosque, cuando camina en su noche oscura, guiado por un soplo, por extraños signos… Ahmed acaricia los cedros, y les habla.
¿No habéis presentido la muerte de un cedro? ¿No encontrasteis, de pronto, a los leñadores? Aparecen en lo más íntimo del bosque. Nadie les esperaba. Un miedo oscuro asciende en vuestras venas. El acero es antiguo. Qué profundo es el golpe.
Cuando un cedro cae, surge un eco de lo más hondo del bosque. Luego se hace un gran silencio. El universo no existe. Sólo existe el silencio. Los pájaros, como heridos, se pierden en la gruta del cielo.

V
¿Qué busca Ahmed por el bosque? ¿Qué espera ansiosa, oscuramente? ¿Es que cada árbol posee un alma, un lenguaje ignorado? En la altura de las ramas ¿cómo besa la luz? ¿Qué vida recóndita, purísima, brota desde las raíces?
Esta tarde Ahmed se ha sentado, y reclina su espalda sobre el viejo Rey. Allí cerca está el cementerio. De las tumbas flota una paz inefable.
El tiempo de nieve es bellísimo. Unos pájaros picotean sobre el suelo. Alo lejos, una voz vuela en la diafanidad del ambiente. Los bueyes lentos del crepúsculo arrastran una luz suave, el aroma, las ramas…
Ahmed tiende su corazón sobre el césped, lo abriga bajo el cedral rumoroso, y comprende que la belleza es como el vuelo de la brisa. Sobre sus sienes, una luz fresca se remansa. Una vaga somnolencia, un hondo sueño, se exhala de los altos árboles milenarios.

VI
De pronto, Ahmed se ha estremecido. Adivinó un golpe. Un golpe a lo lejos. Un eco que brotó de lo más hondo.
Se puso en pie. Un vivo temblor lo sacudía. Se irguió terrible. Apretó los puños. Su corazón latía con fuerza. Se levantó con los brazos abiertos, en un gesto de amparar a un hijo.
Echa a correr. Quiere gritar. Los hombres escuchan su voz cálida. Su voz rompe el murmullo de las altas ramas. Nadie se mueve. Nadie intenta contenerle. Los niños le miran con miedo. El pastor no abandona sus ovejas. Los campesinos clavan sus pies en el surco. Ahmed sigue, como un poseído, en su loca carrera.
Y es que en la hondonada, un cedro, quizá el que él acariciaba como un hijo, acaba de derrumbarse, lento, callado, para siempre.

---Fin---