jueves, 28 de octubre de 2021

LOURDES NAVARRO (Las Palmas, 1988)
"El árbol que crecía en mi pared"


Cómic nominado en los premios del 37 Cómic Barcelona como Mejor Cómic Infantil y Juvenil.

Cuando un problema crece sin control, puede invadir toda nuestra vida… Mucho sabe de esto Mike, un chico que en casa no para de escuchar a sus padres discutir y en el instituto parece invisible, salvo para los matones de clase, que lo insultan e incluso alguna vez lo han agredido… No tiene a nadie con quien hablar ni que le haga compañía y, como consecuencia, es un chico taciturno y solitario. Y todo se complica cuando, en el peor momento, nace un árbol en mitad de la pared de su cuarto.  

Un ejercicio narrativo certero sobre cómo, a través de la fantasía juvenil, se pueden tratar problemáticas familiares sin recurrir a clichés sociales ni moralina.

Biografía de la autora: Nace en Las Palmas de Gran Canaria (1988). Pronto ya comienza esa afición por el dibujo que perdura hasta hoy y que le hace estudiar Ilustración y Diseño Gráfico en la Escuela de Arte y Superior de Diseño de Gran Canaria. Empieza a trabajar en publicidad en unos años que compagina con la realización de pequeños cómics para concursos hasta que se muda a Madrid. Allí empieza sus estudios de cómic en la Escuela de Dibujo Profesional (ESDIP), mientras trabaja en proyectos de ilustración de carácter infantil. Poco después, publica su primer cómic junto a Marc Tinent, Viejos Descubridores (Evolution cómics-Panini Cómics, 2017). A día de hoy, continúa trabajando en el mundo del cómic y espera que por mucho tiempo.

Ficha técnica

  • Título: El árbol que crecía en mi pared
  • Autor: Lourdes Navarro
  • Editorial: Sallybooks
  • Temática: Cómic | Desarrollo personal | Ficción
  • Formato: Tapa dura
  • Nº Páginas: 76
  • Tamaño: 20 x 26 cms.
  • ISBN: 978-84-17255-08-4
  • Fecha de publicación original: 12 de noviembre de 2018
  • Precio: 14€ (envío gratis en la web de Sallybooks)

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domingo, 24 de octubre de 2021

El petirrojo, sembrador de árboles

IGNACIO ABELLA MINA (Vitoria, 1960)
El petirrojo

Como otros pájaros de nuestras latitudes, el petirrojo es sedentario o nómada, ya que unos permanecen siempre en el mismo lugar y otros marchan para nidificar y pasar el verano en regiones más norteñas y países del Este (incluida la taiga rusa y países escandinavos), y regresan de nuevo a los territorios invernales.
     El gran ornitólogo, Alfredo Noval, nos describió la proeza anual de esta emigración que arriba a las costas cantábricas todos los otoños. Así (nos contaba) un petirrojo puede salir del puerto de Brest (en Bretaña) al atardecer de un día cualquiera de septiembre u octubre, y emprender un azaroso vuelo nocturno a casi un kilómetro de altitud y a una velocidad de unos 45 kilómetros por hora, para llegar a la costa cantábrica a primeras horas de la mañana. Ciertamente, estos petirrojos llegan al límite de sus fuerzas, pero encuentran, en los bosquecillos y en los setos, las despensas del bosque repletas de frutillos… de acebo y espino albar, de tejo y de saúco, zarzamora, zarzaparrilla, mirto, evónimo, pudio…

     Prácticamente la totalidad de los frutos silvestres sirven para alimentar al petirrojo, que contribuye eficazmente a la diseminación de todos ellos y, por tanto, a la creación de boques y setos de una gran diversidad, que serán el hogar y despensa de las futuras generaciones de estos pájaros. Algunas semillas como las del aladierno, no solo recurren a las aves o mamíferos para su diseminación, sino que han desarrollado estrategias más elaboradas que les permiten un doble viaje con transbordo. Una vez que los pájaros han comido el fruto y defecado la semilla, ésta está provista de una reserva adicional de sustancias nutritivas oleaginosas, llamada oleosoma, que atrae a las hormigas. La transportan así a los hormigueros, donde comen este oleosoma, dejando la semilla desnuda y aún más lejos, dispuesta para germinar.
     En el bosque, la cooperación es siempre un plus de eficacia y supervivencia y podemos decir, en justa reciprocidad, que si los árboles alimentan y albergan a los pájaros, los pájaros alimentan y siembran los bosques.

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miércoles, 20 de octubre de 2021

Welwitschia mirabilis

ALBERTO QUERO, en "El País"
Welwitschia, la genética revela los secretos de la planta que roza la inmortalidad

Un ejemplar de Welwitschia en el desierto de Namib, en Namibia, en 2016- MICHAEL SCHWAB 

Cuando el director del Real Jardín Botánico de Kew de Londres entre 1865 y 1885, Joseph Dalton Hooker, vio por primera vez un ejemplar de welwitschia no pudo contenerse: “Sin duda, es la planta más maravillosa que se ha traído nunca a este país y una de las más feas”. Esta especie, descrita formalmente por primera vez en 1863, ha sido objeto de controversia casi desde su descubrimiento. Se conoce que es capaz de aguantar durante miles de años en unas durísimas condiciones de vida, lo que la convierte en la planta más longeva del planeta. Pero un reciente análisis genético publicado en Nature Communications ha permitido conocer nuevos datos de esta curiosa especie.
     El genoma duplicado de esta especie hace que algunos de sus genes puedan dedicarse a tareas que no entran dentro de sus funciones. Además, esta planta puede activar ciertas proteínas para protegerse de las condiciones extremas donde viven y tiene un crecimiento lento pero sostenido a lo largo de toda su vida.
     La welwitschia es un ser vivo que habita en la parte noroeste de Namibia y suroeste de Angola. A pesar de estar geográficamente cerca de la costa, estas zonas son desérticas y el nivel anual de precipitaciones es inferior a los cinco centímetros cúbicos. Su forma también es muy característica, ya que cuenta únicamente con dos hojas que cada año pueden aumentar entre 10 y 13 centímetros. Conforme van creciendo, los extremos de las hojas se desmenuzan y se enroscan entre sí, lo que en ocasiones le confiere un aspecto similar al de un pulpo.
     El análisis del genoma de la welwitschia señaló que esta planta tiene todos sus genes por partida doble, lo que los expertos llaman “redundancia genética”. Andrew Leitch, investigador de la Universidad Queen Mary de Londres y uno de los autores del estudio, explica que esta duplicidad, con el paso de millones de años, ha permitido a estos genes dedicarse a tareas parcialmente diferentes a las que les corresponden: “Las copias duplicadas pueden asumir nuevas funciones y hacer cosas nuevas, que serían imposibles si solo hubiera una versión del gen. Tales adaptaciones han impulsado la evolución de las plantas”. Así por ejemplo, los investigadores creen que las hojas son capaces de absorber parte de la humedad de la niebla que se produce a primera hora de la mañana.

Conforme van creciendo las hojas, los extremos se desmenuzan y se enroscan entre sí, lo que en ocasiones le confiere un aspecto similar al de un pulpo

     El origen de esta duplicidad se produjo hace aproximadamente unos 86 millones de años y fue provocada por el estrés de estar sometidas constantemente a unas condiciones ambientales extremas (de temperatura, radiación ultravioleta, salinidad, etcétera). Ante esta amenaza constante, la welwitschia siempre tiene sobreactivadas una serie de proteínas que le permiten mantener a raya el estrés provocado por estas condiciones. Leitch lo explica con un ejemplo culinario: “Cuando se pone un huevo en agua caliente, las proteínas del huevo se desnaturalizan y la clara se endurece. Esta desnaturalización es un problema para las plantas y los animales que viven en condiciones de calor extremo, y la welwitschia activa ciertos genes para evitar que esto ocurra”.
     Además, a diferencia del resto de las plantas, el crecimiento de la welwitschia no se produce en los extremos de las hojas, sino en su base. Esta zona está fuertemente protegida por dos labios de leña, que se encargan de cubrir el meristema basal, la parte que suministra las nuevas células. Esta especie de bulbo está formado por tejido prácticamente embrionario, aún poco diferenciado, que va transformándose en tejido para las hojas a un ritmo muy lento. Mientras este bulbo está vivo, la planta nunca deja de crecer. De hecho, su nombre en afrikáans (una lengua que se habla en el cono sur de África) es tweeblaarkanniedood, que literalmente significa “dos hojas que no pueden morir”. Tanto es así que los investigadores tuvieron que comprobar la edad de algunos ejemplares mediante la prueba del carbono-14, que se utiliza para datar restos fósiles. Los resultados confirmaron que algunos individuos tenían más de 1.500 años de antigüedad.
     Leitch considera que este descubrimiento puede ser clave a medio-largo plazo para la supervivencia de nuestra propia especie. “Identificar genes que permitan sobrevivir en condiciones hostiles será útil cuando busquemos cultivar en zonas cada vez más marginales del planeta, algo que tendremos que hacer para alimentar a los 9.000 millones de personas que seremos dentro de 50 años con una dieta de alto nivel, además de encontrar espacio para los biocombustibles. Todo ello en un contexto de cambio climático y cambios en las precipitaciones y las temperaturas”, asegura.
     Sobre esta posible aplicación, Alfonso Blázquez, investigador y profesor del departamento de Biología de la Universidad Autónoma de Madrid que no ha participado en el estudio, tiene algunas dudas. “Sobreexpresar solo uno o dos genes en cultivos comerciales probablemente no consiga el mismo efecto, porque esta planta tiene un montón de genes de protección activados a la vez, aunque a lo mejor sí que adquieren algún tipo de resistencia mayor al calor o a la falta de humedad. Eso puede ser una aplicación intermedia que hay que investigar”, considera.

Otro artículo sobre la Welwitschia 

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sábado, 16 de octubre de 2021

Takahashi en Saitama 3, el cronista de Japón (012 y 053)

TAKAHASHI HIROSHI (Yamagata, 1960)
El kominekaede del templo de Saizenji (prefectura de Saitama)

El follaje otoñal de los bosques japoneses pasa por ser el más bello del mundo. Esto se debe a la abundancia de especies latifolias de hoja caduca. Entre ellas, las más emblemáticas son las diversas especies de arce japonés, llamadas genéricamente momiji, palabra que se ha pasado a significar, por extensión, este bello fenómeno estacional. Los tonos que adquieren son especialmente atrayentes. No solo colorean montes y valles: armonizan de modo inimitable con santuarios y viejas casas.
     Por lo que se refiere a su tamaño, pocas especies alcanzan grandes dimensiones, siendo las principales el ichō (Ginkgo biloba), el keyaki (Zelkova serrata, especie de olmo) y los cerezos sakura. Los tonos más uniformes y llamativos los alcanza el ichō. Hay otros árboles cuyas hojas adquieren tonos parecidos y el amarillo del katsura (Cercidiphyllum japonicum) es desde luego espectacular, pero esta especie suele crecer en zonas recónditas de montaña y sus galas otoñales se extienden y retiran sin muchos testigos. Por el contrario, el ichō, que suele crecer en áreas habitadas, estamos acostumbrados a verlo en bulevares o como árbol sagrado en santuarios sintoístas. Es, pues, una presencia muy familiar para los japoneses. Las largas hileras de ichō situadas en los jardines de Meijijingū Gaien (Tokio), en el bulevar de Midōsuji (Osaka) y en otros muchos puntos próximos a zonas céntricas y comerciales congregan, ya bien entrado el otoño, a un gran número de visitantes. La forma en que las amarillas hojas van cubriendo los recintos de los santuarios sintoístas, parques y calles está entre los fenómenos que mejor transmiten a los japoneses la sensación de otoño.

Especie: KominekaedeAcer micranthum Sieb. et Zucc., familia Aceraceae, género Acer) ※Algunos lo consideran de la especie irohamomiji (Acer palmatum).
Dirección: Yokoze 598, Yokoze-machi, Chichibu-shi, Saitama-ken 368-0072
Perímetro del tronco: 3,8 m.       Altura: 7,2 m.          Edad: 600 años.
Designado Monumento Natural de la Prefectura de Saitama.
Tamaño ★★★   Vigor ★★★★    Porte ★★★★★      Calidad del ramaje ★★★★★
Majestuosidad ★★★★

        El templo de Saizenji es la octava escala en la ruta de los 34 Santuarios de Kannon de Chichibu y, como tal, recibe un gran número de visitantes. La trinidad budista venerada en el pabellón principal del templo se ha ganado la fe de quienes aspiran a tener una larga vida, siendo conocida desde tiempo inmemorial por el sobrenombre de Bokefūji (“Libradora de la senilidad”).
     La otra celebridad de este famoso templo es su árbol, un kominekaede (Acer micranthum Sieb. et Zucc, especie de arce japonés) cuyo encanto se renueva con cada estación de año, no aburriendo nunca al visitante habitual. Su ramaje tiene una envergadura de 18,9 m Norte-Sur y de 20,6 m Este-Oeste, con un perímetro de copa de 56,3 m, medidas que hacen de este ejemplar uno de los mayores de su especie en el país. En una entrega anterior de esta serie de artículos tratamos ya de este ejemplar (“El kominekaede del templo de Saizenji”), pero entonces lo presentamos en la primavera, cuando su corteza queda cubierta por una aterciopelada capa de musgo. No habrá que decir lo hermoso que es el intenso verde de sus hojas, pero es que el color del árbol se intensifica todavía más cuando la temporada de lluvias que sigue a la primavera lo recubre con un musgo siempre húmedo, lo que le da un aspecto inigualable. Como una verde alfombra, el musgo se extiende también a los pies del árbol, creando una atmósfera de misterio. Pues bien, en el mes de noviembre, ya en pleno otoño, sus hojas van tiñéndose de rojo, un nuevo acto de este drama, igualmente digno de verse. Conforme avanza el proceso, puede disfrutarse un bello degradé, pues con las hojas rojas van mezclándose otras amarillas. Pero el espectáculo continúa en invierno, porque en Chichibu no es raro que este traiga nieve, dándonos oportunidad de contemplar nuestro árbol embozado con su blanco manto. Nunca se cansa uno de mirar este famoso momiji de la región de Kantō. El mejor momento para verlo rojear es entre mediados de noviembre y principios de diciembre. Durante esta temporada el lugar siempre está lleno de visitantes que aspiran a disfrutar de alguna de las fases de su gradual transformación. Y el Saizenji no se acaba en este árbol. A principios del verano alcanzan su máximo esplendor las peonías y al llegar el otoño lo hace el kinmokusei (Osmanthus fragrans, olivo fragante). Estamos en el “Templo de las flores”, tal como se lo conoce, y no falta el mukuge (Hibiscus syriacus, rosa de Siria o altea) ni el sarusuberi (Lagerstroemia indica, árbol de Júpiter o lila de las Indias). No en vano el Saizenji ocupa el primer lugar entre los templos de la prefectura de Saitama incluidos en la lista de los 100 más floridos de la mitad oriental del país. Un templo para disfrutar a lo largo de todo el año.

Nº 012-053 -----

martes, 12 de octubre de 2021

Los almácigos de Tafira, GC, del cronista de Canarias

JUAN GUZMÁN OJEDA, Ing. Téc. Forestal
Los almácigos de Tafira que los piratas juraron quemar

El entendimiento humano, en general, considera que un árbol grande junto a una casa debió de haber sido plantado por su propietario. Y, seguramente, cuanto más antigua y señorial sea la casa, tanto más vetusto y enorme es el árbol. Y es que el entendimiento suele hacer caso a la costumbre y raro es el caso, al menos en las islas Canarias, que cuando se ocupa un territorio el arbolado natural acabe integrado en sus jardines. Dicen que las primeras casas que comenzaron a construirse alrededor del bosque del Monte Lentiscal, en la zona de Tafira, eran sólo para el disfrute estival de nobles con residencia en el Real de Las Palmas, agraciados, cómo no, por datas terrenales tras la conquista de la isla.
      En islas producto de una fuerte deforestación histórica, como Gran Canaria o Fuerteventura, solemos observar y estudiar muchos de sus árboles en condiciones relícticas, normalmente con escaso desarrollo al ocupar suelos poco profundos, en pendientes más bien elevadas. Guardando esta proporcionalidad, podemos imaginar que los árboles con mayores alturas y diámetros debieron ser aquellos que ocupaban las mejores tierras, localizándose en zonas aplaceradas y abiertas. Los almácigos de Tafira, protagonistas de
este artículo, vienen a corroborar rotundamente esta teoría.
      Junto a la GC-110, en el carril de bajada, a la altura del Campus Universitario, se encuentran dos sobrevivientes vegetales de la especie Pistacia atlantica. Se trata de dos individuos de gran porte, si bien el de sexo femenino –al que la carretera se encuentra inusualmente cercana, y no al contrario–, posee un tamaño muy superior al masculino que se encuentra justamente detrás.
     Sobre la posición 28º 04´ 11´´ Norte y 15º 27´ 12″ Oeste, con sus doce metros de altura y sus más de tres metros de diámetro, se levanta este imponente almácigo, con toda probabilidad el mayor de su especie en el archipiélago. Aproximarnos a la edad de este árbol resulta muy complicado, al tratarse de una frondosa en la que no existen anillos que marquen su actividad fisiológica anual. Además, es un árbol de notable resistencia; en Gran Canaria, sólo el incendio ha logrado acabar con la vida de algunos ejemplares.
      De cualquier modo, a juzgar por sus dimensiones, no sería muy desventurado pensar que debió de ser uno de tantos que conformaba aquella foresta tan impenetrable que, por temor a las emboscadas, frenó la incursión de Van der Does sobre el ocaso del siglo XVI. Uno de tantos que el pirata juró quemar si los canarios que se escondían en el bosque no se entregaban.
      Ambos ejemplares fueron el epicentro vegetal de la zona que se conoció durante muchos años como el Jardín de La Rocha. Hace unos 150 años la finca cambió a la propiedad de la familia Van Isschot, cuyo patriarca eligió la sombra de estos árboles para la construcción de la residencia. Corría el año 1970 cuando la sombra de la expropiación pasa de planear a aterrizar directamente en la finca de la casa roja, afectando también a la zona contigua conocida como Plan de Loreto donde ya se ubicaba el Vivero Forestal de Tafira. El desdoblamiento de la carretera de Tafira no estuvo exento de polémica, la firme oposición de la propiedad, apoyada por el ilustre biólogo y escritor Carlos Bosch Millares, no sólo retrasaron las obras durante varios años, sino que también consiguieron salvar de la tala ambos ejemplares. La Palmera de Tafira, la tercera en altura en la isla, también logró exceptuarse de la corta, pasando de ocupar un lugar respetable junto a la entrada del Vivero Forestal a convertirse en una palmera medianera y aislada por el asfalto.
     La familia que todavía conserva un mal recuerdo de aquella convulsa época de máquinas y talas (121 árboles y 20 palmeras según informe de la Jefatura Provincial de Carreteras. El Eco de Canarias. 10/04/1976), al menos pudo consolarse con la conservación de estos ejemplares, así como con una entrañable carta de condolencias escrita por uno de los grandes: Günther Kunkel.
      Actualmente son muchos los usuarios de la GC-110. Yo mismo paso a diario por la sombra del gran almácigo. Saber de su existencia, conectar con estos embajadores del tiempo, me invita a relajarme y, de paso –por qué no decirlo–, a evitarme más de una sanción de tráfico. Creo que no estaría mal un cartel o una alusión que los significara: “Pasa usted por una sombra de interés botánico e histórico. ¡Buen Viaje!”.

nº 61 de Gran Canaria
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viernes, 8 de octubre de 2021

El viejo árbol

JOSÉ MANUEL GLEZ. CANO
El viejo árbol, cobijo de fauna 

Veterano pino royo en el cerro de Rosa María (Gúdar)

A lo largo de la vida de un árbol vamos viendo cómo su fisonomía va cambiando. Llega un momento en el que las ramas superiores alcanzan un tope, la guía principal deja de crecer y la copa se ensancha adquiriendo una forma aparasolada. Las raíces del árbol han tocado fondo en el terreno, la raíz principal ya no puede profundizar más y las laterales no pueden ganar más territorio, pues la roca o las raíces de los árboles más próximos constituyen una barrera insuperable. En este momento comienza la senectud del ejemplar, antes o después, en una circunstancia adversa secará parte de las ramas y el tronco empezará a secarse. A partir de este momento comienza el declinar, poco a poco irá perdiendo porción verde y los distintos adversarios le irán atacando.

Pico carpintero (Dendrocopos major). Foto: Rodrigo Pérez
Pensando en aprovechar la madera antes de que se deteriore, los forestales recomendamos cortar, pues no se debe dejar que los árboles lleguen a la vejez, pero para la vida del bosque el árbol viejo es el hogar de la fauna más activa de la foresta; allí, los aficionados a la naturaleza encontramos un mundillo animal de mucha mayor riqueza que en los árboles en pleno vigor.

Es casi seguro que el pico carpintero habrá excavado una oquedad donde alojar su nido aprovechando que la madera en descomposición se trabaja con mayor facilidad que la verde. Pero lo que atrae más a los picos es toda la gama de insectos perforadores que están taladrando la madera. Así pues, el árbol seco, sustenta y cobija a los destructores de madera y sus predadores, con lo que entre ambas poblaciones se produce un equilibrio, ya que el ave desaparecería al escasear el sustento, y el insecto proliferaría sin trabas tras la desaparición del pájaro.

Larva de Saperda carcharias

En un monte, los insectos perforadores siempre encuentren suficientes recursos con los que alimentarse y criar a sus pollos. Por este motivo, eliminar todos los árboles viejos del bosque supone que desaparecen los picos carpinteros, pero no las plagas de perforadores, con lo que en caso de debilidad de la masa boscosa, se puede dar una explosión demográfica de los insectos perforadores que alcance proporciones de daños mucho más elevados que si se respetan unos cuantos árboles decrépitos y secos.

Los orificios abiertos por los picos carpinteros son posteriormente utilizados por gran diversidad de pájaros insectívoros, con lo que un árbol viejo puede ser el inmueble donde se alojan otros muchos desinsectadores del bosque.

En los bosques jóvenes carentes de oquedades, las cajas nido pueden albergar a estas aves, pero siempre da más alcurnia al bosque una vieja mansión que un chalet prefabricado.

Sarga trasmocha en el Regajo de Jorcas.
Original
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martes, 5 de octubre de 2021

Historias con árboles, del narrador de historias

TOMÁS CASAL PITA
Historias con árboles

      Este es el tejo de Ankerwycke, en la orilla izquierda del Támesis y no lejos del aeropuerto de Heathrow, próximo a Londres. Según se cree, tiene al menos 1.400 años, aunque podría tener hasta 2.500, pero como casi siempre, suele citársele por la mayor. Se trata de un tejo macho de unos 8 metros de circunferencia, medidos tan sólo a unos 30 cm del suelo. Si importante es su edad y tamaño, no lo son menos las circunstancias que lo rodean, que se adentran en el terreno de la leyenda. 
     Cerca del tejo se encuentran las ruinas del Priorato de Santa María. Sus muros derruidos fueron un convento de monjas construido durante el reinado de Enrique II, alrededor del 1.160, y dedicado a Santa María Magdalena. Nunca fue gran cosa, no llegó a albergar a más de 10 monjas. Después de la disolución de los monasterios, el priorato pasó a manos privadas y fue reparado muchas veces a lo largo de los años. Durante los siglos XIX y XX, el edificio cayó en el abandono y hoy solo quedan de él unas pocas paredes cubiertas de maleza. 
     En el siglo XIII, esta área pantanosa formaba parte de la llanura de inundación del Támesis. El tejo de Ankerwycke está en un zona de tierra ligeramente elevada, por lo tanto seca, de la que se dice que podría haber sido un 'axis mundi', el centro sagrado de un territorio tribal y por la proximidad del Priorato quizás se otorgue cierta credibilidad a lo que allí se dice que ocurrió y que puede ser o no leyenda. 
     Se dice que el 15 de junio de 1215 se firmó bajo este árbol la Carta Magna entre Juan I y un grupo de barones sublevados. Aún sin ser una constitución tal y como hoy en día se conoce, su importancia legal fue poca, pero tuvo tal importancia simbólica que marcó desde entonces la historia de Inglaterra e incluso impregnó, entre otras, la constitución de EEUU. 
     Hoy existen cuatro copias auténticas de la carta de 1215: dos en la Biblioteca Británica, una en la Catedral de Lincoln y otra en la Catedral de Salisbury. El 3 de febrero de 2015, en conmemoración del 800º aniversario, se exhibieron en la Biblioteca Británica las cuatro cartas originales de 1215.
     Según la creencia popular también fue bajo este árbol que Enrique VIII cortejó a Ana Bolena y donde le propuso matrimonio. Nadie dice si fue aquí también donde pensó en decapitarla, pero… podría ser. En la actualidad el terreno está administrado por el National Trust, un grupo privado especializado en la conservación de los bosques ingleses.
(Las fotos proceden de Internet).

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viernes, 1 de octubre de 2021

GIOCONDA BELLI (Nicaragua, 1948)
Sin palabras

Yo inventé un árbol grande,
más grande que un hombre,
más grande que una casa
más grande que una última esperanza.
Me quedé con él años y años
bajo su sombra
esperando que me hablara.
Le cantaba canciones,
lo abrazaba,
le rascaba su rugosa corteza
entretejida de helechos,
mi risa reventaba flores en sus ramas,
y a cada gesto mío le crecían hojas,
le brotaban frutas...
Era mío como nunca nada ha sido mío,
pero no me hablaba.
Yo vivía pendiente de sus ruidos,
oyendo su suave aleteo de mariposa,
su crujido de animal de la selva
y soñaba su voz como un hermoso canto,
pero no me hablaba.
Noches enteras lloré a sus pies,
apretujada entre sus raíces,
sintiendo sus brazos sobre mí,
viéndolo erguido sobre mí,
sabiendo que me estaba pensando,
pero no me hablaba...
Aprendí a cantar como pájaro,
a encenderme como luciérnaga,
a relinchar como caballo.
A veces me enfurecía y hacía que se le cayeran
todas las hojas,
lo dejaba desnudo y avergonzado
ante los guanacastes,
esperando que tal vez entendería por mal,
como algunos hombres,
pero nada.
Aprendí tantas cosas para poder hablarle,
me desnudé de tantas otras necesidades
que olvidé hasta cómo me llamaba,
olvidé de dónde venía,
olvidé a qué especie de animal pertenecía
y quedé muda y siempreverde
-esperanzada-
entre sus ramas...
 
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