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11/01/2020

En el tronco de un árbol

COMPAY SEGUNDO (Cuba, 1097-2003)
En el tronco de un árbol


En el tronco de un árbol una niña
Grabó su nombre henchida de placer
Y el árbol commovido allá en su seno
A la niña una flor dejó caer.

Yo soy el árbol conmovido y triste
Tu eres la niña que mi tronco hirió
Yo guardo siempre tu querido nombre
 y tú, ¿qué has hecho de mi pobre flor?
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3/05/2018

LA LEYENDA DE IROKO SOBRE EL CIELO Y LA TIERRA
de Natalia Bolívar, que la recogió de la comunidad africana de Cuba
     
     Hasta hace unas pocas décadas, la comunidad africana de Cuba mantenía en secreto la cultura y las creencias de su extraordinaria religión afrocubana, y tan sólo los iniciados podían acceder al caudal de sus rituales y conocimientos. Fueron dos mujeres blancas, Lydia Cabrera y Natalia Bolívar quienes recogieron de los ancianos el testigo de esta tradición y lo han transmitido al mundo occidental. La propia Natalia Bolívar nos contó con el mismo tono grave y pausado con el que debieron contarle a ella, la leyenda de Iroko, la Ceiba, que habla de cada uno de nosotros y de todo nuestro mundo:
        En el principio reinaba un perfecto entendimiento entre la Tierra y el Cielo. El Cielo velaba sobre la Tierra. La vida era feliz y la muerte venía sin dolor. Todo pertenecía a todos y nadie tenía que gobernar o conquistar. Pero la Tierra comenzó un día a discutir con el Cielo y dijo que ella era más vieja y poderosa, la creadora y sostenedora: “Sin mí el Cielo no tendría apoyo y se desmoronaría, yo creo a todos los seres vivos y los alimento. Todo nace de mí y todo vuelve a mí.” Oba Olorun, el rey Sol, no respondió pero hizo al Cielo una señal y el Cielo se alejó murmurando: “Tu castigo será tan grande como tu orgullo”. Iroko, la Ceiba, comenzó a meditar en medio del gran silencio que sobrevino. Ella tenía sus raíces hundidas en las entrañas de la Tierra, mientras sus ramas se extendían en lo profundo del cielo. Comprendió entonces que había desaparecido la armonía y sobrevendría una gran desgracia.
     El Cielo dejó de velar sobre la Tierra, paró de llover y un sol implacable hizo desaparecer toda la vegetación. Así aparecieron sobre el mundo la fealdad y la angustia, la enfermedad, el miedo y la miseria. Tan solo la Ceiba, que desde tiempos inmemoriales había reverenciado al Cielo, permaneció verde y saludable y sirvió de refugio a aquellos que habían podido penetrar el secreto que estaba en sus raíces. Ellos se purificaron a los pies de la Ceiba. Hicieron ruegos y sacrificios y el Cielo al fin se conmovió y envió grandes lluvias sobre la Tierra. Lo que quedaba vivo en ella se salvó gracias al refugio que les ofreció Iroko. Pero desde entonces, aunque todo reverdeció de nuevo, el Cielo ya no es amigo, permanece indiferente. Iroko salvó a la Tierra y, si la vida no es más feliz, la culpa hay que echársela al orgullo...

    
Este mito coincide con muchos otros por todo el mundo que hablan de los árboles y el bosque como guardianes de la armonía y de la salud física y psíquica del ser humano. Los bosques son incansables tejedores de los delicados equilibrios atmosféricos y climáticos de este planeta, nos alimentan y nos protegen de mil modos distintos. Aún hoy los santeros cubanos se internan en la manigua como quien entra a un templo para recuperar su salud y recoger remedios medicinales para el cuerpo y el espíritu. Las bienaventuranzas del árbol alcanzan todas las dimensiones del ser humano y su entorno.

---Fin---

1/16/2018

GERTRUDIS GÓMEZ DE AVELLANEDA (Cuba, 1814-1873)
Al árbol de Guernica

Tus cuerdas de oro en vibración sonora
vuelve a agitar, ¡oh lira!,
que en este ambiente, que aromado gira,
su inercia sacudiendo abrumadora
la mente creadora,
de nuevo el fuego de entusiasmo aspira.

¡Me hallo en Guernica! Ese árbol que contemplo,
padrón es de alta gloria...
de un pueblo ilustre interesante historia...,
de augusta libertad sencillo templo,
que al mundo dando ejemplo
del patrio amor consagra la memoria.

Piérdese en noche de los tiempos densa
su origen venerable;
mas ¿qué siglo evocar que no nos hable
de hechos ligados a su vida inmensa,
que en sí sola condensa
la de una raza antigua e indomable?...

Se transforman doquier las sociedades;
pasan generaciones;
caducan leyes; húndense naciones...
y el árbol de las vascas libertades
a futuras edades
trasmite fiel sus santas tradiciones.

Siempre inmutables son, bajo este cielo,
costumbres, ley, idioma...
¡Las invencibles águilas de Roma
aquí abatieron su atrevido vuelo,
y aquí luctuoso velo
cubrió la media luna de Mahoma!

Nunca abrigaron mercenarias greyes
las ramas seculares,
que a Vizcaya cobijan tutelares;
y a cuya sombra poderosos reyes
democráticas leyes
juraban ante jueces populares.

¡Salve, roble inmortal! Cuando te nombra
respetuoso mi acento,
y en ti se fija ufano el pensamiento,
me parece crecer bajo tu sombra,
y en tu florida alfombra
con lícita altivez la planta asiento.

¡Salve! ¡La humana dignidad se encumbra
en esta tierra noble
que tú proteges, perdurable roble,
que el sol sereno de Vizcaya alumbra,
y do el Cosnoaga inmoble
llega a tus pies en colosal penumbra!

¿En dónde hallar un corazón tan frío,
que a tu aspecto no lata,
sintiendo que se enciende y se dilata?
¿Quién de tu nombre ignora el poderío,
o en su desdén impío,
tu vejez santa con amor no acata?

Allá desde el retiro silencioso
donde del hombre huía
al par que sus derechos defendía—,
del de Ginebra pensador fogoso,
con vuelo poderoso,
llegaba a ti la inquieta fantasía;

y arrebatado en entusiasmo ardiente
pues nunca helarlo pudo
de injusta suerte el ímpetu sañudo—,
postró a tu austera majestad la frente
y en página elocuente
supo dejarte un inmortal saludo.

La Convención Francesa, de su seno
ve a un tribuno afamado,
levantarse de súbito, inspirado,
a bendecirte, de emociones lleno...
Y del aplauso al trueno
retiembla al punto el artesón dorado.

Lo antigua que es la libertad proclamas...
¡Tú eres su monumento!—
Por eso cuando agita raudo viento
la secular belleza de tus ramas,
pienso que en mí derramas
de aquel genio divino el ígneo aliento.

Cual signo suyo mi alma te venera,
y cuando aquí me humillo
de tu vejez ante el eterno brillo,
recuerdo, roble augusto, que doquiera
que el numen sacro impera,
un árbol es su símbolo sencillo.

Mas, ¡ah, silencio!... El sol desaparece
tras la cumbre vecina,
que va envolviendo pálida neblina...
se enluta el cielo..., el aire se adormece...
tu sombra crece y crece...
¡Y sola aquí tu majestad domina!


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7/18/2017

América, la leyenda de iriko...

NATALIA BOLIVAR
La leyenda de iroko sobre el cielo y la tierra


Recogido por Ignacio Abella
Hasta hace unas pocas décadas, los negros de Cuba mantenían en secreto la cultura y las creencias de su extraordinaria religión afrocubana, tan sólo los iniciados podían acceder al caudal de sus rituales y conocimientos. Fueron dos mujeres blancas, Lydia Cabrera y Natalia Bolívar quienes recogieron de los ancianos el testigo de esta tradición y lo han transmitido al mundo occidental.


De Natalia Bolívar
En el principio reinaba un perfecto entendimiento entre la Tierra y el Cielo. El Cielo velaba sobre la Tierra. La vida era feliz y la muerte venía sin dolor. Todo pertenecía a todos y nadie tenía que gobernar o conquistar. Pero la Tierra comenzó un día a discutir con el Cielo y dijo que ella era más vieja y poderosa, la creadora y sostenedora: “Sin mí el Cielo no tendría apoyo y se desmoronaría, yo creo a todos los seres vivos y los alimento. Todo nace de mí y todo vuelve a mí.” Oba Olorun, el rey Sol, no respondió pero hizo al Cielo una seña y el Cielo se alejó murmurando: “Tu castigo será tan grande como tu orgullo”. Iroko, la Ceiba, comenzó a meditar en medio del gran silencio que sobrevino. Ella tenía sus raíces hundidas en las entrañas de la Tierra, mientras sus ramas se extendían en lo profundo del cielo. Comprendió entonces que había desaparecido la armonía y sobrevendría una gran desgracia. El Cielo dejó de velar sobre la Tierra, paró de llover y un sol implacable hizo desaparecer toda la vegetación.

Así aparecieron sobre el mundo la fealdad y la angustia, la enfermedad, el miedo y la miseria. Tan solo la Ceiba, que desde tiempos inmemoriales había reverenciado al Cielo, permaneció verde y saludable y sirvió de refugio a aquellos que habían podido penetrar el secreto que estaba en sus raíces. Ellos se purificaron a los pies de la Ceiba. Hicieron ruegos y sacrificios y el Cielo al fin se conmovió y envió grandes lluvias sobre la Tierra. Lo que quedaba vivo en ella se salvó gracias al refugio que les ofreció Iroko. Pero desde entonces, aunque todo reverdeció de nuevo, el Cielo ya no es amigo, permanece indiferente. Iroko salvó a la Tierra y, si la vida no es más feliz, la culpa hay que echársela al orgullo...

Este mito coincide con muchos otros por todo el mundo que hablan de los árboles y el bosque como guardianes de la armonía y de la salud física y psíquica del ser humano. Los bosques son incansables tejedores de los delicados equilibrios atmosféricos y climáticos de este planeta, nos alimentan y nos protegen de mil modos distintos. Aún hoy los santeros cubanos se internan en la manigua como quien entra a un templo para recuperar su salud y recoger remedios medicinales para el cuerpo y el espíritu. Las bienaventuranzas del árbol alcanzan todas las dimensiones del ser humano y su entorno.

---Fin---

5/31/2015

JOSÉ ÁNGEL BUESA (Cuba, 1910-1982)
Parábola del árbol

Todo aquel artificio de que antaño hice gala,
ya no inquieta mi anhelo, cada día más puro:
Tras la ciencia del trino vino el golpe del ala;
bajo el frágil follaje cuajó el fruto maduro.

Abrí surcos de arena con un gesto de audacia,
con el gesto de un río que logró ser torrente;
y hoy se yergue en mis surcos una espiga de gracia,
y el torrente se aquieta con ternuras de fuente.

Y es que al cabo me nutro de la savia divina,
y ya sé lo que valen la raíz y la fronda,
porque he visto que el árbol poco a poco se empina,
y, a medida que crece, su raíz es más honda.

Y por eso en las brisas ya no fluye mi trino,
pues mis alas prefieren abarcar más distancia;
y, a manera de un árbol en mitad de un camino,
doy a todos un poco de quietud y fragancia.

Si los vientos sacuden mi verdor, no me inmuto.
Si algún hacha me quiere derribar, no me asombra.
Y hundo mis raíces, para así dar más fruto,
y alzo más mis ramajes, para así dar más sombra.
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4/07/2014

EMILIO BOBADILLA (Cuba, 1862-1921)
La muerte del árbol

    El viejo tronco bajo el hacha cae
del leñador indiferente. Yerto
sin flores ni ramaje, ya el concierto
de los pájaros músicos no atrae.

    El jugo de la tierra ya no extrae
y al comparar su ayer de hojas cubierto
con su presente escuálido de muerte,
cuánta tristeza al pensamiento trae.

    Puede al hombre aún ser útil,
hecho leña,
de sus inviernos suavizar el frío,
o convertirlo en barca ribereña,

    De una orilla llevarle a otra del río,
y hasta servirle de mortuoria caja
al mismo leñador que lo descuaja...

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3/17/2011

JOSÉ ANGEL BUESA (Cuba, 1910-1982)
Poema del árbol

"La gracia de tu rama verdecida"
ANTONIO MACHADO

Árbol, buen árbol, que tras la borrasca
te erguiste en desnudez y desaliento,
sobre una gran alfombra de hojarasca
que removía indiferente el viento...

Hoy he visto en tus ramas la primera
hoja verde, mojada de rocío,
como un regalo de la primavera,
buen árbol del estío.

Y en esa verde punta
que está brotando en ti de no sé dónde,
hay algo que en silencio me pregunta
o silenciosamente me responde.

Sí, buen árbol; ya he visto como truecas
el fango en flor, y sé lo que me dices;
ya sé que con tus propias hojas secas
se han nutrido de nuevo tus raíces.

Y así también un día,
este amor que murió calladamente,
renacerá de mi melancolía
en otro amor, igual y diferente.

No; tu augurio risueño,
tu instinto vegetal no se equivoca:
Soñaré en otra almohada el mismo sueño,
y daré el mismo beso en otra boca.

Y, en cordial semejanza,
buen árbol, quizá pronto te recuerde,
cuando brote en mi vida una esperanza
que se parezca un poco a tu hoja verde...
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4/28/2010

JOSÉ MARTÍ (Cuba, 1853-1895)
Árbol de mi alma


Como un ave que cruza el aire claro
Siento hacia mí venir tu pensamiento
Y acá en mi corazón hacer su nido.
Ábrese el alma en flor: tiemblan sus ramas
Como los labios frescos de un mancebo
En su primer abrazo a una hermosura:
Cuchichean las hojas: tal parecen
Lenguaraces obreras y envidiosas,
A la doncella de la casa rica
En preparar el tálamo ocupadas:
Ancho es mi corazón, y es todo tuyo:
Todo lo triste cabe en él, y todo
Cuanto en el mundo llora, y sufre, y muere!
De hojas secas, y polvo, y derruidas
Ramas lo limpio: bruño con cuidado
Cada hoja, y los tallos: de las flores
Los gusanos del pétalo comido
Separo: oreo el césped en contorno
Y a recibirte, oh pájaro sin mancha
Apresto el corazón enajenado!

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1/02/2009

DULCE MARIA LOYNAZ - La selva

DULCE MARIA LOYNAZ (Cuba, 1903-1977)
La selva

Selva de mi silencio
apretada de olor, fría de menta...

Selva de mi silencio: En ti se mellan
todas las hachas; se despuntan
todas la flechas;
se quiebran todos los vientos...

Selva de mi silencio, Selva Negra
donde se pudren las canciones muertas...

Selva de silencio... Ceniza de la voz
sin boca ya y sin eco; crispadura de yemas
que acechan
el sol
tras la espesa
maraña verde... ¿Qué nieblas
se te revuelven en un remolino?

¿Qué ala pasa cerca
que no se vea
succionada en el negro remolino?

(La selva se cierra
sobre el ala que pasa y que rueda...)

Selva de mi silencio
verde sin primavera,
tú tienes la tristeza
vegetal y el instinto vertical
del árbol: En ti empiezan
todas las noches de la tierra;
en ti concluyen todos los caminos...

Selva
apretada de olor, fría de menta...

Selva con su casita de azúcar
y su lobo vestido de abuela;
trenzadura de hoja y de piedra,
masa hinchada, sembrada, crecida toda
para aplastar aquella
tan pequeña
palabra de amor...
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