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4/05/2020

¿Se comunican los pinsapos?

IGNACIO LILLO
¿Se comunican los pinsapos entre sí?

Un estudio científico revela que existen interconexiones entre las raíces de los árboles a través de hongos microscópicos llamados micorrizas
 Las micorrizas permiten que los árboles 'se avisen' sobre ataques de enfermedades. / Migue Fdez.
     La pista surgió durante una serie de visitas de campo, propiciadas por la Academia Malagueña de Ciencias, para preparar unas ponencias sobre la Sierra de las Nieves, en las que los investigadores pudieron observar tocones de pinsapo que permanecían vivos después de 40 años de haber sido talados; que habían cicatrizado e incluso con brotes nuevos. Ahora, las conclusiones de una investigación a cargo de José Carreira, malagueño de Antequera y profesor de Ecología de la Universidad de Jaén, aporta la que previsiblemente sea la clave que explica este comportamiento. El científico acaba de terminar el primer estudio de las comunidades de micorrizas del pinsapar, que apunta a la posibilidad de que los árboles estén interconectados entre sí y con el resto del ecosistema, a través de una vasta red de hongos microscópicos, con mucha diversidad de especies y de funciones, que se asocian simbióticamente con las plantas para obtener beneficios comunes.
      El estudio, que ha dado pie a una tesis doctoral y a un artículo científico, mediante técnicas metagenómicas y muestras captadas a diferentes altitudes, ha permitido caracterizar y describir unas 300 especies diferentes de hongos de este tipo en la Sierra, de los que el 20% no se han podido encontrar en las bases de datos existentes hasta ahora, y posiblemente sean específicos del pinsapo. Además, existe una diversidad amplia, con 10 a 15 tipos de estos en muestras de sólo 3-4 centímetros de raíz, y con distintas funciones.
      El campo de estudio que se ha abierto es enorme, por lo que Carreira anuncia que próximamente se van a hacer nuevas investigaciones para seguir profundizando. En estas también colabora José López Quintanilla, coordinador del Plan de Recuperación del Pinsapo en Andalucía, y la Delegación de Medio Ambiente de la Junta en Málaga, que facilita la logística, los accesos, las localizaciones, los vallados necesarios e incluso aporta propuestas de trabajo.

Relevo generacional. Los estudios sobre micorrizas muestran que los ejemplares jóvenes se pueden desarrollar en condiciones de escasa luz gracias a los aportes de estos hongos. / Migue Fernández
     El problema para su estudio hasta fechas recientes era que estos organismos son microscópicos y se asocian al sistema radical, por lo que era muy difícil observarlos por las técnicas de análisis microbiológico convencionales. Recientemente, la metagenómica ha facilitado esta labor. De esta forma, se ha podido extraer el ADN, secuenciarlo, contrastarlo mediante supercomputadores y conocer las especies asociadas. «Estamos viendo que lo que hay es muchísimo más de lo que se esperaba, y que es universal». Aparte de la función simbiótica, sobre todo en la nutrición mineral (los hongos fundamentalmente aportan fósforo, que es difícil de captar), también se ha observado que por cada centímetro de raíz puede llegar a haber unos 80 centímetros de micorrizas explorando el suelo, lo que le da acceso al árbol a un volumen de terreno al que no podría llegar por su cuenta. A cambio, la planta le aporta nutrientes, fruto de la fotosíntesis, que puede llegar a ser de hasta un 30-40% de su producción.
      Las micorrizas también mejoran la disponibilidad de agua: las raíces sólo tienen capacidad para captar líquido hasta un cierto porcentaje de sequedad del suelo, pero estos microorganismos tienen potenciales mayores de absorción. Junto a las descritas, desarrollan otras funciones que tienen que ver con la protección contra patógenos, pues tienen propiedades antibióticas. De manera que, mientras más diversidad de especies y más población de micorrizas haya en torno a una planta, menos incidencia de enfermedades.

La red social del bosque

      El máximo nivel del estudio es constatar –como ya ha ocurrido– que las micorrizas llegan a interconectar las raíces de distintos árboles entre sí. «Es el culmen de esta maravilla, demostrar que la cooperación no se limita al microorganismo y la planta, sino que sirven de nexo en un 'network' (red cooperativa) en el bosque que conecta a diversos individuos». En esta dirección apunta la observación de grandes regenerados de pequeños plantones que no reciben apenas luz, pero que se mantienen con vida. En este punto intercede Quintanilla: «En el pinsapar de la Sierra de las Nieves se han observado tocones que siguen vivos incluso 40 años después de talados, e intentan cicatrizar como si fueran heridas de poda». Ello da una pista de la existencia de vínculos subterráneos entre ejemplares, que deben estar motivados por las micorrizas, dado que el sistema radical del pinsapo tiene poca capacidad de extensión en un suelo tan pedregoso.
      La universidad de British Columbia ya ha descubierto que las hifas (filamentos) de hongos conectan a individuos, especialmente en el mundo de las coníferas. En la comunidad científica ya se habla de la 'Wood Wide Web' (la red social del bosque), un tipo de comunicación que permite compartir alimentos o favorecer la supervivencia de los retoños. Pero incluso hay evidencias de laboratorio sobre señales químicas que tienen que ver con la advertencia de unos árboles a otros ante el ataque de patógenos.

     
El tocón que seguía vivo. Uno de los hitos más sorprendentes fue el descubrimiento de este tocón, talado hace más de 40 años, que había cicatrizado la herida y de hecho seguía vivo. / Migue Fernández
     Los estudios multidisciplinares en el pinsapar comenzaron en la etapa de Miguel Ángel Catalina al frente del parque natural –en breve, nacional– hacia 1992, y entonces se centraban en el control de plagas y enfermedades. Posteriormente, han avanzado hacia cuestiones ecosistémicas, en las que se tienen en cuenta los múltiples factores que intervienen. José Carreira empezó a trabajar en este espacio en 1999, con los primeros estudios de caracterización y funcionamiento ecológico, y ahora se ha centrado en los componentes ocultos del bosque milenario malagueño, de los que no se sabía nada hasta ahora. Y es que la Sierra de las Nieves todavía guarda grandes secretos por descubrir.

Cooperación entre especies vinculada a la evolución

      Desde la perspectiva evolutiva, la posibilidad de que las algas pudieran salir del mar y colonizar el medio terrestre se vincula precisamente a la asociación con hongos, que les suministraban los nutrientes del suelo, el agua, etc. Ese tipo de asociación es casi universal en el reino vegetal, donde más del 98% de las plantas a nivel global tienen micorrizas que interactúan con sus raíces de manera muy íntima, incluso penetrando dentro de ellas, para ayudarse mutuamente.
      Así lo explica el malagueño José Carreira, que dirige el grupo de investigación sobre Ecología Forestal de la Universidad de Jaén: «Ahora que está tan de moda hablar de la competencia en la Naturaleza hay que reclamar que los mecanismos de cooperación son fundamentales. Y este es uno de ellos».

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4/03/2020

El abeto recupera espacios

JESÚS A. CAÑAS en "El País"
El abeto prehistórico recupera sus fueros al sur de España

      “De aquí a 15 años habrán destruido el último pinsapo”. Tan preocupado se quedó el naturista Abel Chapman cuando visitó la sierra de Grazalema (Cádiz) en 1909 que no se ahorró el categórico vaticinio en su libro Unexplored Spain publicado un año después. Talas masivas, desprendimientos e incendios incontrolados amenazaban a esta especie única de conífera, encapsulada en las montañas de Cádiz y Málaga desde hace más de 12.000 años. Lo que no pudo la subida de las temperaturas posterior a la última Glaciación (durante el Cuaternario superior), lo iba a lograr la mano destructora del hombre: a principios del siglo XX apenas subsistían 100 hectáreas de pinsapar en la Sierra de Cádiz.
     Pero, contra todo evidente pronóstico, Chapman se equivocó. Más de un siglo después de su aseveración, la realidad de esta especie endémica en peligro de extinción es bien distinta. “Ha pasado de esas 107 hectáreas a tener entre 450 y 500 hectáreas en la sierra del Pinar de Grazalema. Aunque nunca sabremos cómo de extensos llegaron a ser, podemos afirmar que el pinsapo está recuperando sus dominios ancestrales”, reconoce a pie de bosque José Manuel Quero, director del parque natural Sierra de Grazalema. Y con esta conífera relicta en plena fase expansiva, ahora el reto es averiguar cómo le afectará el cambio climático que ya sufre el planeta.
      El buen estado de conservación del pinsapar hoy es visible en las 8.146 hectáreas de superficie por las que se extiende, ubicadas entre las sierra de las Nieves, los Reales de Sierra Bermeja (ambos en la provincia de Málaga) y la sierra de Grazalema. Todos son hoy espacios naturales protegidos. En la cordillera gaditana el área de distibución del pinsapo alcanza las 1.988 hectáreas, aproximadamente. Dentro de ella, han sobrevivido bosques densos, bien puros o mezclados con encinas y quejigos, en una superficie cercana a las 500 hectáreas. Su extraordinaria supervivencia en estos páramos sureños, contra toda aparente lógica climática, no es casual.
      Desde tiempos inmemoriales, en la sierra de Cádiz, los vecinos reconocían al pinsapo bajo el nombre común de pino. Pero no fue hasta 1838 cuando el ginebrino botanista Pierre Edmond Boissier lo identifica bajo el nombre de Abies pinsapo en su obra Voyage botanique dans le Midi de l´Espagne. Ahí la ciencia empieza a bosquejar la importancia y trayectoria histórica de este abeto, considerado una reliquia de los bosques de coníferas que cubrían vastas extensiones de Europa durante el Terciario (era iniciada hace 66 millones de años). Con el ascenso térmico postglacial “se quedó en diferentes reductos mediterráneos y fue evolucionando”, como detalla Quero. 

     En las sierras de Cádiz y Málaga, el pinsapo consiguió sobrevivir encapsulado en laderas y cumbres montañosas de los 800 a los 1.800 metros de altitud, como explica José Luis Sánchez, técnico del parque natural de Grazalema. La conífera se aclimató a zonas escarpadas y sombreadas de orientación norte, resguardadas de los vientos secos de levante, con clima fresco y elevada humedad. Ahí pueden alcanzar hasta los 500 años de vida y los 30 metros de altura. Posee copas piramidales, de hojas punzantes verde oscuro y dispuestas en ramas preparadas para las nevadas. La parte superior del ramaje concentra los conos femeninos y la inferior, los masculinos. “Eso facilita que, en las laderas, ambas se toquen y se fecunden”, como relata José López Quintanilla, coordinador del Plan de Recuperación del Pinsapo. 

Una cápsula del tiempo

      En la Sierra de Grazalema, de singular orografía, la especie se hizo fuerte en un bosque gracias a que las borrascas atlánticas convierten a la zona en el punto de mayor pluviosidad del sur peninsular. “Estas condiciones especiales de microclima y relieve abrupto también ayudaron a que, para el hombre, fuese complicado esquilmar la especie”, reconoce Sánchez. Con todo, los intentos fueron constantes, como añade el técnico: “Por ejemplo, en 1904 el pinsapar sufrió una intensa corta, pero el elevado coste del desembosque y transporte hizo que los troncos se quedaran desparramados allí mismo en la finca y fueran utilizados posteriormente para hacer carbón”.
      En una economía de subsistencia, basada en el aprovechamiento intenso de los recursos naturales, el pinsapo era un árbol de cierta aptitud maderera que ayudó a sobrepasar las penurias del siglo XIX y principios del XX. Pero la situación cambió cuando, en junio de 1972, el Estado decidió comprar por 18 millones de pesetas (108.000 euros) las dos fincas donde se conservaba la masa del pinsapar. “Fue un momento fundamental”, resalta Quero. Entonces cambió el modelo de gestión: se suspendieron los aprovechamientos madereros, se acotó el pinsapar al pastoreo y se inició la práctica de una selvicultura preventiva de incendios. Tan solo cinco años después de ese primer paso, la UNESCO declara la zona Reserva de la Biosfera y, en 1985, se convierten en un parque natural de 51.695 hectáreas.
      La decisión pronto encontró la respuesta de un abeto milenario y con una capacidad colonizadora que favorece su pronta regeneración natural. “La especie invierte años en distintas fases. Los primeros 20 años crece lento porque se esfuerza en asentarse y luego toma altura”, explica el director el parque. La regeneración natural ha sido tan exitosa que, en Grazalema, pueden fijar sus miras en más necesidades, como añade Quero: “Ahora nos centramos fundamentalmente en proteger y favorecer la extensión del pinsapar”
      De ahí que en la actualidad se trabaje también en la identificación y caracterización de zonas adultas de pinsapar. Con ello, en el Parque Natural buscan ejemplificar la importancia de los denominados bosque maduro en la conservación de la biodiversidad. Es una línea de trabajo en la que ya están inmersos paises mediterráneos como Francia o Italia y que impulsa la Federación de Parques Nacionales y Naturales de Europa (Europarc), en su Grupo de Conservación. “Tenemos la idea de que un bosque es una foto fija sin madera muerta en el suelo y perfectamente limpio. Pero la realidad es que evolucionan constantemente y la riqueza está en la existencia de árboles muertos que son hábitat de especies o claros creados por derribos que permiten la regeneración. Y de eso, tenemos muy pocos ejemplos como éste en Europa”, sentencia Quero con orgullo.
      Y mientras el pinsapar se convierte en ejemplo europeo de madurez, la regeneración del abeto en la sierra de Grazalema ha hecho posible que, por sí solo, haya comenzado a recuperar dominios que fueron suyos mucho tiempo atrás. En zonas cercanas a la masa del bosque histórico se aprecian diversas coníferas que asoman entre encinas y quejigos que, previsiblemente, acabarán claudicando ante el milenario regresado. En contra de toda previsión, la conífera incluso ha llegado a introducirse en laderas con orientación sur en un fenómeno apreciable también en las sierras malagueñas.
 

Tecnología y naturaleza

      Su aparición en puntos que, de entrada no parecían óptimas para su crecimiento, intrigaba a Quintanilla hasta que la aplicación de la tecnología le dio la respuesta que necesitaba. En colaboración con distintas entidades científicas andaluzas, han conseguido desarrollar un Modelo Digital de Incidencia Solar por el cual se emplean sistemas de información geográfica para localizar zonas de umbría. Así han descubierto todas aquellas localizaciones que, con independencia de su orientación, presentan condiciones óptimas para la supervivencia de la especie.
      “Gracias al modelo podemos avanzar hacia nuestro próximo objetivo, la creación de masas diversificadas”, reconoce el técnico. Porque hoy, con el acceso controlado por permisos (por ejemplo, en Grazalema para hacer rutas por la zona es necesario solicitar autorización previa) “la única gran amenaza sigue siendo el incendio”, como explica Francisco Jarillo, coordinador adjunto de los agentes de Medio Ambiente en la sierra gaditana. Todo ello, pese a las amplias medidas de prevención que van desde la vigilancia, construcción y mantenimiento de cortafuegosa la mejora de infraestructuras contra incendios, como las balsas de agua.
      “Ante este eventual riesgo, se trata de no jugársela todo a una carta”, añade Quero. Pero no es el único reto al que ayudará tanto el Modelo de Incidencia Solar como los estudios que se hagan en la zona. Con un cambio climático en ciernes, aún es una incógnita la incidencia que éste tendrá para estas masas de coníferas, necesitadas de menores temperaturas y humedad constante. Es de imaginar que posibles aumentos de la temperatura media y los largos periodos de sequía podrían afectar a un abeto con el que no pudo ni la última postglaciación.
      Tampoco es menos cierto que ese carácter relicto capaz de sobreponerse a las más adversas circunstancias también es su mejor baza de superviviencia. “Hay muchas investigaciones en cuanto al cambio climático, pero nada es concluyente. Lo que hoy por hoy tenemos claro es que el pinsapo ahora está en buen estado de conservación y que es una especie resistente. El tiempo dirá”, remacha Quero.

El primo marroquí del pinsapo

      Además de su similitud a otras coníferas, el pinsapo o ‘Abies pinsapo’ tiene un primo directo que sigue vivo a pocos kilómetros de las sierras de Cádiz y Málaga. Se trata de los abetos Abies maroccana y Abies tazaotana, ambos supervivientes de la postglaciación en el Parque nacional de Talassemtane, ubicado en el norte de Marruecos. Su similitud llevó a que, durante años, se llegase a pensar de que se trataba de la misma especie que el pinsapo andaluz. Sin embargo, los últimos estudios genéticos lo descartaron, aunque confirmaron la cercanía de ambas variedades. El primo marroquí del pinsapo “susbiste recluido en zonas altas, en una extensión de 3.000 hectáreas, y amenazado por una importante deforestación impulsadas por talas para dedicar los terrenos a cultivos”, reconoce José López Quintanilla, coordinador del Plan de Recuperación del Pinsapo. 

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6/12/2018

LOS PINSAPOS DE LA SIERRA DE LAS NIEVES, Málaga
Información: Diario Sur,  extracto del escrito de PILAR R. QUIRÓS

La compra del pinsapar por el Patrimonio forestal para protegerlo a mediados del siglo XX, la regeneración ejecutada por los ingenieros forestales y la dotación de un número adecuado de guardas han sido claves para supervivencia del pinsapo en esta sierra


Pinsapar Cueva del Agua (Yunquera) en 2004.
    Cuando se habla de pinsapos en la provincia de Málaga, en las sierras que desembocan en la Costa del Sol, hay que decir que es una especie relíctica que se quedó acantonada en estos bosques de cuento, que parecen impropios de estas latitudes. El pinsapo es una reliquia de los bosques de coníferas del Terciario. Es un endemismo estricto de la Serranía de Ronda, estando emparentado con especies norteafricanas. Se encuentra únicamente en la Sierra de las Nieves (Ronda, Tolox y Yunquera), Sierra del Pinar (Parque Natural de la Sierra de Grazalema) y Sierra Bermeja (Estepona).
     José Quintanilla, jefe del Departamento de Actuaciones en el Medio Natural de la Consejería de Medio Ambiente en Málaga, en su discurso de entrada a la Academia Malagueña de Ciencias, que conoce la Sierra de las Nieves como la palma de su mano, mencionaba al botánico valenciano Simón de Rojas Clemente -principios del siglo XIX- en la primera descripción somera del pinsapo, diciendo que es el árbol más común de en Grazalema y Ronda, pero que, continúa diciendo, sólo sirve para tablas, vigas de casa y para leña, al tiempo que explica que el guarda sólo custodia el quejigo, el alcornoque y la encima. Con este texto deja claro que en 1809 no se protegían porque no se sabía de su importancia botánica.
     El ‘Abies pinsapo’ fue dado a conocer a la ciencia internacional por el suizo Boissier, que en 1838, fue guiado por los botánicos, el malagueño Prolongo y alemán Haenseler, por estas sierras.
Visita de Edmond Bossier a los pinsapares de Estepona (arriba). Abajo, a la izquierda Pinsapar Cueva del Agua en el año 1936 y a la detalle detalle de la misma zona en 2004. / Fotos: SUR

     Con Boissier empiezan los estudios del abeto español, que se recogen en su libro Voyage botanique dans le Midi de l´Espagne (Viaje botánico por el sur de España), 1838. Es a partir de sea fecha cuando empiezan a aparecer escritos que denuncian el deficiente estado de conservación de la sierra de las Nieves.
     En 1858 el ingeniero de Montes Laynez habla de la gravedad en que se encuentra la especie, con árboles reviejos y en decadencia, sin regeneración. Allí menciona una cifra: quedaban 26.000 pinsapos en la sierra de las Nieves, todos ellos de las últimas edades, cuenta Quintanilla.
    La situación sigue deteriorándose y en 1874 el primer presidente de la Sociedad Malagueña de Ciencias, Domingo de Orueta y Aguirre, declara la situación tan penosa del árbol, llamando la atención a las autoridades del Gobierno, donde ya había leyes para preservarlos que no se cumplían.
     En 1928 el ingeniero de Montes Luis Ceballos hace alusión a la publicación en el Diario El Sol de la compra del pinsapar por el Estado a causa del deterioro manifiesto, la alta mortandad de árboles viejos y la falta de regeneración para que lo sustituyese, y así mismo con la intención de declararlo parque nacional. Luis Ceballos ponía de ejemplo las montañas de Sicilia donde el ‘Abies nebrodensis’ estaba desapareciendo y decía que en Málaga acabaría pasando lo mismo si no se ponía remedio.
     El ingeniero forestal Máximo Laguna en 1958 hacía hincapié en que su destrucción, en breve plazo, era inevitable. Y explicaba que, aunque tiene poca importancia por su capital y renta (piensen que en aquella época sólo se pensaba en montes que fuesen productivos, no en parques naturales, como ahora), su importancia botánica y paisajística es importantísima. En esa época se llevaban semillas del abeto a los principales parques y jardines de otros países europeos, que eran “el orgullo y el primer adorno”.

Miguel Álvarez Calvente y José Ángel Carrera Morales
     En 1945 el Estado había comprado el pinsapar de Ronda y se empiezan a controlar los rebaños de cabra, que se comían los brotes tiernos de las nuevas plantas.
     Por fin, la verdadera restauración empieza cuando el Patrimonio Forestal del Estado se hace cargo de las gestión de los montes de El Burgo, Yunquera, Tolox y Parauta, como bien cuenta Quintanilla, y es con la llegada de los ingenieros de Montes José Ángel Carrera Morente y Miguel Álvarez Calvente cuando se empieza a repoblar la sierra de las Nieves. En concreto, a partir de 1958 se realiza una repoblación de más de 74.000 hectáreas de los montes de El Burgo y Tolox y otras muchas sierras de la provincia para mejorar las masas forestales. Ceballos cuenta que en 1959 se realizan reforestaciones en la Sierra de las Nieves con 20.000 pinsapos criados en macetas, y se alegra de que los citados esfuerzos hayan mejorado ostensiblemente este enclave. A este trabajo de repoblación se sumó la dotación de guardas forestales para llevar a cabo los trabajos y para controlar el exceso de ganado en el monte.
     Álvarez Calvente consiguió revertir la situación de retroceso de este árbol rey, que en 1962 contaba tan sólo con 400 hectáreas (de masa dispersa y ejemplares sueltos) a las 1.006 hectáreas actuales de bosque continuo en Yunquera, que es el municipio que ostenta más masa forestal de este árbol.
     La marquesa de Casa Valdés se hace eco de las enseñanzas del botánico Modesto Laza Palacios, y escribe en un artículo en el ABC en 1964 sobre la imperiosa necesidad de que la sierra de las Nieves sea declardo parque nacional.
     Más tarde, ya en 1989, cuando la sierra de las Nieves es declarada parque natural, su primer director conservador Miguel Ángel Catalina, que más tarde sería director del Infoca, se encargó de realizar la defensa forestal contra los incendios, que en este siglo han sido su peor enemigo. Por último, el actual director de la sierra Rafael Haro lleva cerca de siete años trabajando con ahínco para que se declare parque nacional, lo que supondrá un gran espaldarazo para este espacio natural, como hace hincapié Quintanilla, que le ha dedicado a esta sierra más de dos décadas de su vida.
     La protección de estos bosques, su regeneración, la reboblación, la vigilancia a través de la guardería forestal y la lucha contra los incendios forestales han posibilitado que hoy día contemos con estos pinsapares de los que podemos enorgullecernos en el mundo entero por su singularidad y altísimo valor botánico.
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11/24/2017

El pinsapo de don Ramón, del narrador de historias

TOMÁS CASAL PITA nos propone este relato...

Un hombre, un árbol, ...una historia

Artículo publicado originalmente en la revista de la “XI Feria de la Plantación” (San Sadurniño, A Coruña, 2006) y de nuevo en 2011


     Ramón Otero Pedrayo (1888-1976), está considerado, junto con Rosalía de Castro, el patriarca de las letras gallegas. Miembro de la llamada generación “Nós”, profesionalmente fue catedrático de geografía en un instituto de Ourense y, años después, de la Universidad de Santiago. Su obra escrita abarca non sólo obras acerca da su especialidad si no también cuento, ensayo, poesía, teatro, novela y artículos de prensa. Fue miembro de la Real Academia de la Historia e de las Reales Academias Española y Gallega. Durante la segunda república fue también diputado en cortes, pese a no ser un político vocacional.
     Aunque vivió durante muchos años en Ourense capital, su lugar preferido fue siempre su casa del Pazo de Trasalba, a unos treinta Km de esta ciudad. Esta casa, heredada de su padre y a la que añadió una galería diseñada por Castelao, fue su refugio permanente. A su muerte, viudo y sin hijos, fue donada al pueblo gallego a través de la Editorial Galaxia de la que él fuera presidente. Allí, como le gustaba siempre contar a los amigos y a las numerosas visitas, en el llamado jardín de la Solaina, vivía su “Irmanciño” (Hermanito).
     El Irmanciño era un árbol que según contaba D. Ramón fuera plantado por su padre cuando él nació, siguiendo una costumbre familiar (cuando naciera su padre, su abuelo había plantado un naranjo, que puede ser uno que aún vive en el jardín). Como nunca tuvo hermanos siempre se refirió al árbol como su hermano, el "Irmanciño". Y a él se refirió en numerosas ocasiones en estos términos y otros parecidos: “Era una araucaria preciosa, yo la saludaba y hasta le daba abrazos, un día le puse un collar de flores”. Incluso le dedicó un cuento, ”Meu irmao”, escrito cuando ya el árbol cayera, y que se publicó en el periódico del Instituto Virgen de Covadonga de Ourense en 1976. En este cuento, Otero también hablaba de la muerte del árbol: “Cuando le abrí el pecho, con gran dolor, lloró lágrimas de una resina, de fino olor, gruesas como gotas de lluvia de tormenta”
     Tan allegado estaba al Irmanciño que, cuando cayó, tuvo un hondo pesar, y la premonición de que con la caída de uno de los hermanos no tardaría en seguir la del otro. Fue el día 5 de febrero del año 1972 cuando un violento temporal, que alcanzó máximas de hasta 150 km/h, tumbó al Irmanciño sobre el Pazo de Trasalba causando serios daños. Otero Pedrayo estaba en Ourense, donde recibió la noticia con pesar, desplazándose al Pazo para dar las oportunas instrucciones para retirar el árbol y arreglar los daños de la casa. Aún así, debido a su tamaño y a la falta de maquinaria adecuada, no se consiguió sacarlo hasta el verano.
     Mientras tanto, en un homenaje a Otero, sus amigos organizan la fiesta del árbol en Trasalba, al mes siguiente de la caída. De los viveros del Centro Forestal de Lourizán, se llevaron tres araucarias de especies distintas, porque nadie sabía realmente cual era la que cayera (y ninguna se le parecía). De ellas, una murió porque no era adecuada al clima de la zona, otra la tiró años después el ciclón Hortensia, de mal recuerdo en toda Galicia, y la tercera sobrevive en la actualidad a tres metros de donde crecía el Irmanciño.
     Otero le vende el tronco a un maderista, pero sus amigos, siempre sin su conocimiento, hablan con el tratante y lo convencen de deshacer el trato. Ellos mismos, a través de otro maderista que hizo de intermediario, mejoran substancialmente la oferta (Otero necesitaba efectivo de inmediato para arreglar el Pazo) y se quedan con el tronco del Irmanciño que, cortado en trozos, va al aserradero para ser transformado en tableros.
     Los tableros del Irmanciño quedan guardados y sin uso durante un tiempo, porque realmente no saben en qué usarlos. Dos años después a la esposa de Otero, Doña Fita, se le descubre un cáncer irreversible y los amigos de Otero, viendo lo que iba a suceder, deciden encargar un féretro con la madera del Irmanciño. El féretro quedó terminado a tiempo, pero el problema llegó a la hora de barnizarlo, la madera aún estaba verde, rezumaba resina, y no cogía el barniz. Encargaron otro igual, hecho en la misma fábrica y del mismo modelo, pero con otra madera, y aquel quedó esperando en la funeraria por quien, después de toda la vida juntos, habría de ser su usuario final: el hermano humano.
     Cuando en abril de 1976, murió D. Ramón el féretro estaba listo y, aunque él nunca llegó a saberlo, compartió su última morada con su Irmanciño. En la oración fúnebre pronunciada en la Catedral de Ourense, se dijo, entre otras cosas: “Dentro del ataúd también se guardó tierra de Trasalba, con un manojo de camelias blancas, de su jardín, que besaban los pies de D. Ramón. Y, en el sepulcro se le juntó tierra de Padrón, un ramo de laurel de la huerta de Rosalía y también una palma perfumada por los aires de las masías catalanas y por la brisa del mar de la cultura occidental: griega y latina.”
     Esta historia, con muchos más pormenores que los aquí comentados, era conocida al detalle sólo por los que fueron sus protagonistas: los amigos íntimos de D. Ramón. Para los demás era desconocida o sólo sabían una parte y, a veces, parecía que había una especie de leyenda alrededor de la figura del insigne erudito.
     Treinta años después de caer el árbol, otro erudito, en este caso el doctor en botánica D. Carlos Rodríguez Dacal, investigador de la flora de los pazos de Galicia, dirigió su atención a la historia del Irmanciño. Quedó intrigado por ella cuando, en una de sus visitas al Pazo de Trasalba, alguien que recordaba el árbol aún en pié, le enseñó otro árbol del jardín de la Solaina que, al parecer, era igual al que cayó. La sorpresa fue que el otro árbol no era una araucaria, sino un tipo de abeto poco frecuente en Galicia, llamado pinsapo.
     A partir de este momento Rodríguez Dacal, dirige todo su esfuerzo investigador a conocer la realidad del Irmanciño. Puesto a buscar, localiza fotografías en viejos archivos, recortes de prensa, personas que fueron protagonistas de la época de la que hablamos, gente que trabajó en el Pazo y conocían el árbol, el aserradero donde se hicieron los tableros, la fábrica donde se hizo el féretro, etc...y hasta localizó dónde quedaron guardados ¡los tableros no usados del Irmanciño!.
     Con todos los datos y la madera, no sólo recompuso toda la historia, también pudo comprobar que la datación cronológica de la madera correspondía con el nacimiento de D. Ramón, con una pequeña variación de 3 ó 4 años que tendría ya el árbol cuando fue plantado en el jardín. La sorpresa inicial del botánico, de que el Irmanciño no era una araucaria si no un pinsapo, también se ve confirmada por la documentación fotográfica, los testigos vivos y el análisis de la madera. El pazo de Trasalba fue durante décadas un punto de encuentro de la elite cultural de Galicia, pero nadie sacó a Otero Pedrayo de su error. Puede que no pasase por allí ningún conocedor de los árboles, o tal vez que no quisieran contrariar al ilustre geógrafo, eso nunca lo sabremos.
     Después de tener realizada toda la investigación, el profesor Rodríguez Dacal, escribió con todos los datos recogidos un hermoso libro “O IRMANCIÑO DE OTERO PEDRAYO, Pinsapo memorable de Galicia (*)” editado por la Diputación Provincial de Ourense.
     Una tarde de sábado, a finales de la primavera, visité junto a un grupo de estudio de los jardines, el Pazo de Trasalba. Allí, al calor de la tarde, sentados en el jardín de la Solaina, tuvimos la honra de escuchar el cuento “Meu irmao”, leído nada menos que por el hombre que, después de D. Ramón, mejor llegó a conocer al Irmanciño: el profesor Rodríguez Dacal. Mientras el leía, y nosotros escuchábamos en silencio, vi lágrimas en algunos, tristeza en otros y emoción en todos. Yo sentí que aquellos momentos eran mágicos, que a nuestro alrededor parecía haber mucho más de lo que veíamos, espíritus del pasado, del más remoto y del más reciente, de toda Galicia, y la propia tierra gallega, juntándose con nosotros en homenaje a dos de sus hijos: Ramón Otero Pedrayo y el Irmanciño.
(*) -Fotos tomadas del libro con el permiso del autor, D. Carlos Rodríguez Dacal

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Segundo pinsapo caído en el pazo de D. Ramón

Notas de Internet: 

O temporal tumba o pinsapo de Trasalba, árbore coa que se identificaba Otero Pedrayo (25-1-2009)

Esta entrada está relacionada con la del 26/11/17

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