viernes, 3 de abril de 2020

El abeto recupera espacios

JESÚS A. CAÑAS en "El País"
El abeto prehistórico recupera sus fueros al sur de España

      “De aquí a 15 años habrán destruido el último pinsapo”. Tan preocupado se quedó el naturista Abel Chapman cuando visitó la sierra de Grazalema (Cádiz) en 1909 que no se ahorró el categórico vaticinio en su libro Unexplored Spain publicado un año después. Talas masivas, desprendimientos e incendios incontrolados amenazaban a esta especie única de conífera, encapsulada en las montañas de Cádiz y Málaga desde hace más de 12.000 años. Lo que no pudo la subida de las temperaturas posterior a la última Glaciación (durante el Cuaternario superior), lo iba a lograr la mano destructora del hombre: a principios del siglo XX apenas subsistían 100 hectáreas de pinsapar en la Sierra de Cádiz.
     Pero, contra todo evidente pronóstico, Chapman se equivocó. Más de un siglo después de su aseveración, la realidad de esta especie endémica en peligro de extinción es bien distinta. “Ha pasado de esas 107 hectáreas a tener entre 450 y 500 hectáreas en la sierra del Pinar de Grazalema. Aunque nunca sabremos cómo de extensos llegaron a ser, podemos afirmar que el pinsapo está recuperando sus dominios ancestrales”, reconoce a pie de bosque José Manuel Quero, director del parque natural Sierra de Grazalema. Y con esta conífera relicta en plena fase expansiva, ahora el reto es averiguar cómo le afectará el cambio climático que ya sufre el planeta.
      El buen estado de conservación del pinsapar hoy es visible en las 8.146 hectáreas de superficie por las que se extiende, ubicadas entre las sierra de las Nieves, los Reales de Sierra Bermeja (ambos en la provincia de Málaga) y la sierra de Grazalema. Todos son hoy espacios naturales protegidos. En la cordillera gaditana el área de distibución del pinsapo alcanza las 1.988 hectáreas, aproximadamente. Dentro de ella, han sobrevivido bosques densos, bien puros o mezclados con encinas y quejigos, en una superficie cercana a las 500 hectáreas. Su extraordinaria supervivencia en estos páramos sureños, contra toda aparente lógica climática, no es casual.
      Desde tiempos inmemoriales, en la sierra de Cádiz, los vecinos reconocían al pinsapo bajo el nombre común de pino. Pero no fue hasta 1838 cuando el ginebrino botanista Pierre Edmond Boissier lo identifica bajo el nombre de Abies pinsapo en su obra Voyage botanique dans le Midi de l´Espagne. Ahí la ciencia empieza a bosquejar la importancia y trayectoria histórica de este abeto, considerado una reliquia de los bosques de coníferas que cubrían vastas extensiones de Europa durante el Terciario (era iniciada hace 66 millones de años). Con el ascenso térmico postglacial “se quedó en diferentes reductos mediterráneos y fue evolucionando”, como detalla Quero. 

     En las sierras de Cádiz y Málaga, el pinsapo consiguió sobrevivir encapsulado en laderas y cumbres montañosas de los 800 a los 1.800 metros de altitud, como explica José Luis Sánchez, técnico del parque natural de Grazalema. La conífera se aclimató a zonas escarpadas y sombreadas de orientación norte, resguardadas de los vientos secos de levante, con clima fresco y elevada humedad. Ahí pueden alcanzar hasta los 500 años de vida y los 30 metros de altura. Posee copas piramidales, de hojas punzantes verde oscuro y dispuestas en ramas preparadas para las nevadas. La parte superior del ramaje concentra los conos femeninos y la inferior, los masculinos. “Eso facilita que, en las laderas, ambas se toquen y se fecunden”, como relata José López Quintanilla, coordinador del Plan de Recuperación del Pinsapo. 

Una cápsula del tiempo

      En la Sierra de Grazalema, de singular orografía, la especie se hizo fuerte en un bosque gracias a que las borrascas atlánticas convierten a la zona en el punto de mayor pluviosidad del sur peninsular. “Estas condiciones especiales de microclima y relieve abrupto también ayudaron a que, para el hombre, fuese complicado esquilmar la especie”, reconoce Sánchez. Con todo, los intentos fueron constantes, como añade el técnico: “Por ejemplo, en 1904 el pinsapar sufrió una intensa corta, pero el elevado coste del desembosque y transporte hizo que los troncos se quedaran desparramados allí mismo en la finca y fueran utilizados posteriormente para hacer carbón”.
      En una economía de subsistencia, basada en el aprovechamiento intenso de los recursos naturales, el pinsapo era un árbol de cierta aptitud maderera que ayudó a sobrepasar las penurias del siglo XIX y principios del XX. Pero la situación cambió cuando, en junio de 1972, el Estado decidió comprar por 18 millones de pesetas (108.000 euros) las dos fincas donde se conservaba la masa del pinsapar. “Fue un momento fundamental”, resalta Quero. Entonces cambió el modelo de gestión: se suspendieron los aprovechamientos madereros, se acotó el pinsapar al pastoreo y se inició la práctica de una selvicultura preventiva de incendios. Tan solo cinco años después de ese primer paso, la UNESCO declara la zona Reserva de la Biosfera y, en 1985, se convierten en un parque natural de 51.695 hectáreas.
      La decisión pronto encontró la respuesta de un abeto milenario y con una capacidad colonizadora que favorece su pronta regeneración natural. “La especie invierte años en distintas fases. Los primeros 20 años crece lento porque se esfuerza en asentarse y luego toma altura”, explica el director el parque. La regeneración natural ha sido tan exitosa que, en Grazalema, pueden fijar sus miras en más necesidades, como añade Quero: “Ahora nos centramos fundamentalmente en proteger y favorecer la extensión del pinsapar”
      De ahí que en la actualidad se trabaje también en la identificación y caracterización de zonas adultas de pinsapar. Con ello, en el Parque Natural buscan ejemplificar la importancia de los denominados bosque maduro en la conservación de la biodiversidad. Es una línea de trabajo en la que ya están inmersos paises mediterráneos como Francia o Italia y que impulsa la Federación de Parques Nacionales y Naturales de Europa (Europarc), en su Grupo de Conservación. “Tenemos la idea de que un bosque es una foto fija sin madera muerta en el suelo y perfectamente limpio. Pero la realidad es que evolucionan constantemente y la riqueza está en la existencia de árboles muertos que son hábitat de especies o claros creados por derribos que permiten la regeneración. Y de eso, tenemos muy pocos ejemplos como éste en Europa”, sentencia Quero con orgullo.
      Y mientras el pinsapar se convierte en ejemplo europeo de madurez, la regeneración del abeto en la sierra de Grazalema ha hecho posible que, por sí solo, haya comenzado a recuperar dominios que fueron suyos mucho tiempo atrás. En zonas cercanas a la masa del bosque histórico se aprecian diversas coníferas que asoman entre encinas y quejigos que, previsiblemente, acabarán claudicando ante el milenario regresado. En contra de toda previsión, la conífera incluso ha llegado a introducirse en laderas con orientación sur en un fenómeno apreciable también en las sierras malagueñas.
 

Tecnología y naturaleza

      Su aparición en puntos que, de entrada no parecían óptimas para su crecimiento, intrigaba a Quintanilla hasta que la aplicación de la tecnología le dio la respuesta que necesitaba. En colaboración con distintas entidades científicas andaluzas, han conseguido desarrollar un Modelo Digital de Incidencia Solar por el cual se emplean sistemas de información geográfica para localizar zonas de umbría. Así han descubierto todas aquellas localizaciones que, con independencia de su orientación, presentan condiciones óptimas para la supervivencia de la especie.
      “Gracias al modelo podemos avanzar hacia nuestro próximo objetivo, la creación de masas diversificadas”, reconoce el técnico. Porque hoy, con el acceso controlado por permisos (por ejemplo, en Grazalema para hacer rutas por la zona es necesario solicitar autorización previa) “la única gran amenaza sigue siendo el incendio”, como explica Francisco Jarillo, coordinador adjunto de los agentes de Medio Ambiente en la sierra gaditana. Todo ello, pese a las amplias medidas de prevención que van desde la vigilancia, construcción y mantenimiento de cortafuegosa la mejora de infraestructuras contra incendios, como las balsas de agua.
      “Ante este eventual riesgo, se trata de no jugársela todo a una carta”, añade Quero. Pero no es el único reto al que ayudará tanto el Modelo de Incidencia Solar como los estudios que se hagan en la zona. Con un cambio climático en ciernes, aún es una incógnita la incidencia que éste tendrá para estas masas de coníferas, necesitadas de menores temperaturas y humedad constante. Es de imaginar que posibles aumentos de la temperatura media y los largos periodos de sequía podrían afectar a un abeto con el que no pudo ni la última postglaciación.
      Tampoco es menos cierto que ese carácter relicto capaz de sobreponerse a las más adversas circunstancias también es su mejor baza de superviviencia. “Hay muchas investigaciones en cuanto al cambio climático, pero nada es concluyente. Lo que hoy por hoy tenemos claro es que el pinsapo ahora está en buen estado de conservación y que es una especie resistente. El tiempo dirá”, remacha Quero.

El primo marroquí del pinsapo

      Además de su similitud a otras coníferas, el pinsapo o ‘Abies pinsapo’ tiene un primo directo que sigue vivo a pocos kilómetros de las sierras de Cádiz y Málaga. Se trata de los abetos Abies maroccana y Abies tazaotana, ambos supervivientes de la postglaciación en el Parque nacional de Talassemtane, ubicado en el norte de Marruecos. Su similitud llevó a que, durante años, se llegase a pensar de que se trataba de la misma especie que el pinsapo andaluz. Sin embargo, los últimos estudios genéticos lo descartaron, aunque confirmaron la cercanía de ambas variedades. El primo marroquí del pinsapo “susbiste recluido en zonas altas, en una extensión de 3.000 hectáreas, y amenazado por una importante deforestación impulsadas por talas para dedicar los terrenos a cultivos”, reconoce José López Quintanilla, coordinador del Plan de Recuperación del Pinsapo. 

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