Con
cierta frecuencia, aparecen noticias que hacen referencia a los
atentados en contra del arbolado que crece en los márgenes de las
carreteras canarias, perpetrados por los que teóricamente deben cuidar
de su mantenimiento. Unos árboles que dan vida al negro asfalto y que
caen víctimas de la despiadada actuación de las cuadrillas de Obras
Públicas, en una acción de continuado arrasamiento de un valioso
patrimonio natural, y para lo que se esgrimen las más peregrinas
justificaciones. Este arbolado, fruto de la paciente plantación durante
décadas, ha llegado hasta nuestros días sufriendo también una serie de
vicisitudes, si bien, de no corregirse los comportamientos que se vienen
observando, se diría que asistimos, poco a poco, a su definitiva
aniquilación.
Una mirada al pasado
La demanda de plantaciones a lo largo de las carreteras isleñas, así como la denuncia de los atentados que sufre el arbolado que crece en sus orillas, será motivo de permanente reclamación a lo largo de las primeras décadas del siglo XX. y dará lugar a la adopción de algunas medidas legales. La situación que se padecía a comienzos del pasado siglo se resume de alguna forma en los considerandos de la Real Orden del Ministerio de la Gobernación de fecha 27 de noviembre de 1902, dictada al efecto. En los mismos se señala que, según los datos estadísticos que obran en poder de la Administración, comparativos entre el año 1899 y el uno de enero de 1902, ha disminuido en muchas provincias el arbolado de las carreteras, no sólo por causas “naturales o irremediables, sino también gran parte y con frecuencia por destrozos causados a mano airada”. Situación que daña los intereses públicos, a la vez que priva a las carreteras de un elemento tan beneficioso “"para las mismas y para el caminante”. Al respecto, escaso efecto parecen tener las medidas coercitivas y sancionadoras, como se encarga de recoger el señalado preámbulo, pues los autores de tales acciones “acechan la ocasión de burlar la vigilancia de los empleados de Obras Públicas y la acción de la Guardia Civil”.
En cuanto al fomento del arbolado en las vías interurbanas, será un tema de habitual referencia en las páginas de la prensa, y en concreto por lo que respecta a Gran Canaria se señala que “una de las necesidades que más se deja sentir entre nosotros es la falta de árboles en las orillas de las carreteras, especialmente en las entradas de las poblaciones”. Para dar salida a esta situación, se reclamaba la acción de plantar árboles en las carreteras insulares, de tal manera que “las salidas de las poblaciones se embellezcan, que al atravesar las vías de comunicación haya algo que recree la vista del viajero, algo que le haga pensar en las islas en otro tiempo Afortunadas”. Se buscaba con ello añadir un interés más al visitante, que de alguna forma complementara el resto de atractivos naturales de que disponen las islas: “De este modo fomentaremos el turismo; pues no vienen, no, los habitantes de los países civilizados a recrearse con festejos, de que ya están hastiados; vienen sí a disfrutar de un clima templado, a recorrer carreteras pobladas de árboles, bien cuidadas, a contemplar los alrededores de las poblaciones y a descansar del tedio y hastío que les producen los refinamientos de la civilización”. Se solicita así la intervención de Fomento y Turismo, al considerarse que una acción de este tipo “atraerá muchos viajeros a nuestro suelo”. De hecho esta sociedad se pronunciará al respecto, demandando de la Jefatura de Obras Públicas la debida atención al arbolado de las carreteras de la isla.
Sin embargo, la denuncia no dejará de ser constante, pues en 1917 se llega a afirmar que, en el caso de Gran Canaria, las carreteras que “aún están plantadas de árboles a pesar de la bárbara cruzada destructora que venimos sufriendo”, son las que se hicieron hace cuarenta años, habiendo desaparecido incluso el vivero que Obras Públicas tenía dedicado a tal fin. En otras ocasiones, será el ingeniero de Obras Públicas el que tenga que denunciar ante el juzgado la devastación realizada sobre el arbolado, como sucedería en el verano de 1919 con los eucaliptos de la carretera de Teror. Pero lo cierto es que las denuncias resultan tan inútiles como reiteradas, pues la labor devastadora sigue adelante, ofreciéndose múltiples ejemplos: “El hermoso paseo de árboles de la carretera del Norte, entre Gáldar y Guía que formaban con sus ramas una espléndida bóveda, ha desaparecido. Han desaparecido igualmente los gigantescos eucaliptos de la entrada de Arucas y ha sido destruido el largo paseo de pinos en la costa de San Andrés... ¿Qué se ha hecho para evitar estos hechos salvajes? ¿Se han castigado? ¿Se han tomado siquiera medidas para remediar el daño procediéndose a replantar los árboles perdidos?.
El ambiente de sensibilización existente determina que las agresiones que sufre el arbolado constituyan, al menos, motivo de queja periodística. A través de la prensa encuentran cauce las denuncias ante algunas talas realizadas por particulares, mientras que en otras ocasiones, como ocurre en Gran Canaria, se destacará la labor emprendida por la Junta Administrativa de Obras Públicas, haciéndose un llamamiento para que “en todas las carreteras de la isla, Sur, Centro y Norte, y otras auxiliares como la del Puerto a Tamaraceite, debía de destinarse cuadrillas de obreros a preparar los hoyos y a hacer los plantíos de arbustos que, al correr del tiempo, se convertirán en árboles frondosos si quieren cuidarse”. Pero además, en la idea de crear ese ambiente favorable para el visitante, se animaba a los dueños de las fincas que lindaban con las calzadas para que llevaran a cabo “el plantío de geranios trepadores, o cualquiera otra planta parecida en muros, vallas o cercas de fincas y casas que limitan con carreteras”, lo cual “daría un buen aspecto a éstas y produciría en el viajero una agradable impresión".
Incluso desde aquellas islas más desfavorecidas en razón de sus condiciones ambientales para su desarrollo y conservación, como es el caso de Lanzarote, se demandará de la Jefatura de Obras Públicas la plantación de árboles en sus carreteras.
Una realidad común en todo el archipiélago
Pero la queja o las demandas no son exclusivas de una isla en particular. En todas partes parece existir, de un lado, una sentida necesidad de atender a esta cuestión, convirtiéndola en “necesidad”, mientras que a su vez se censura la actitud que se sigue manteniendo hacia los árboles. Así se comentaba, al referir la oportunidad de llevar a cabo una plantación en la carretera de Santa Cruz a La Laguna, "que “cuanto se haga por despertar el amor al arbolado de las carreteras será poco, pues en general se odia al árbol y no poca parte de este odio se debe a la mala elección que en otra época hubo, de haberse plantado clases y variedades con las que se atendía, más al rápido crecimiento que a otras propiedades dignas de tener en cuenta".
Con todo, el aire del eterno “Pleito” asomará en las páginas de la prensa, al compararse las labores de repoblación efectuadas por la administración de Obras Públicas en las carreteras tinerfeñas, donde se señalaban amplias plantaciones a lo largo del invierno de 1920 y 1921, en tanto que “en Gran Canaria ni se planta un árbol en las carreteras nuevas, ni se repara ni impide la destrucción de los árboles en las que de antiguo fueron arboladas". Porque, en definitiva, se planteaba que precisamente la falta de arbolado de las carreteras era una de las manifestaciones más evidentes “de la incuria existente en este país”, una muestra evidente del “abandono, por ser lo que en nuestros viajes hacia los distintos lugares de la isla, vemos nosotros, lo mismo que los extranjeros que a nuestra isla llegan [...]". De tal forma que la reclamación de una mayor atención hacia el arbolado en las vías isleñas será una demanda constante, atendiendo tanto a cuestiones estéticas como de seguridad.
Lo cierto es que desde el cabildo tinerfeño se adoptaron medidas conducentes a favorecer el arbolado, tanto por los particulares como por el personal responsable de su vigilancia y cuidado en los montes, así como en las carreteras de la isla. De esta forma, en el concurso abierto entre el otoño de 1921 y la primavera de 1922, se establecieron dos premios de 300 y 150 pesetas “para adjudicarlos al personal subalterno, de Obras públicas, encargado de la plantación y cuidado del arbolado de carretera, que sean acreedores a dicha recompensa”, además de otros dos premios, con las mismas cantidades, “con destino a peones camineros que demuestren mayor celo y actividad en la conservación del trozo de carretera que tengan a su cargo”.
También se da cuenta del éxito de algunas plantaciones realizadas, como ocurre con los árboles que jalonan la carretera de Santa Cruz a La Laguna, que “en verano dan sombra que procura fresco e impide una desecación demasiado profunda, que aminore la desagregación del firme de la carretera”, destacándose las variadas ventajas, de diverso signo, que supone este tipo de actuaciones.
Sin duda La Orotava resulta en este sentido ejemplar, como se encarga de destacar la prensa al dar cuenta de las diferentes actuaciones realizadas en cuanto a plantaciones en torno a las carreteras del valle. Francisco Dorta, en la instancia que dirige al ayuntamiento de esta villa, señala cómo, en el mes de marzo de 1923, “teniendo en consideración la conveniencia de que nuestras carreteras ofrezcan al turista amenidad y belleza –sobre todo la de Orotava-Vilaflor– y por mi amor al arbolado, obtuve del entonces alcalde de este Municipio, don Agustín Hernández, se me encomendase la plantación de árboles en este término municipal, a fin de emplear la cantidad de quinientas pesetas, que se hallaban consignadas en el presupuesto para tal fin [...]”. Los primeros árboles, castañeros y eucaliptos, se plantaron en las carreteras de La Orotava-Vilaflor y Pinito-Realejos, continuándose las plantaciones en los siguientes años e invirtiéndose en ello la cantidad consignada en los presupuestos municipales. Las especies serán, además de las citadas, almendreros, cerezos, cedros, acacias, plátanos, etc., que lograron cambiar el aspecto de las señaladas carreteras. Sólo en algún tramo sería la Jefatura de Obras Públicas la encargada de llevar adelante los trabajos, si bien los árboles fueron en su mayor parte cedidos por particulares. Se llegó a contar incluso con un vivero forestal, a propuesta de Dorta, a fin de atender la progresiva demanda de árboles para cubrir todo el trayecto de la señalada vía hasta Vilaflor, aunque luego será el propio Antonio Lugo el que asuma por su cuenta el mantenimiento de ese vivero, dedicando a ello un espacio en su finca de ‘Blas Luis’.
Además, se señala la plantación, en el año 1928, de unos 2.000 pinos y cipreses en la vía que une La
Orotava con Vilaflor, destacándose la labor del guardamontes Zacarías Zamora. A estos árboles cabe sumar los plantados por el ayuntamiento, un total de 400, a lo largo de varios kilómetros de la señalada carretera, en este caso castañeros, cerezos, eucaliptos, pinos y moreras, procedentes tanto del vivero municipal como de donaciones particulares. Mientras, la infatigable labor de Antonio Lugo Massieu permitió que otros 300 árboles pudieran crecer en los márgenes de la carretera de Aguamansa a Montaña Bermeja, donando además, para fines similares, unos 2.000 ejemplares entre cipreses, eucaliptos, almendreros, castañeros, cirueleros, moreras y barbusanos de su propio vivero. Ejemplar fue la labor de Lugo y Massieu, costeando además la plantación de otros varios centenares de castañeros que se sumaban a los ya existentes a lo largo de la carretera a Aguamansa. Como puede verse, la iniciativa privada, facilitando ejemplares para las plantaciones, contribuirá de forma significativa al arbolado de las vías tinerfeñas. Pero además, esta dispersión en cuanto al origen de los árboles determina que sea amplio también el listado de especies, incluyendo tanto árboles forestales como frutales, con claro predominio de las especies foráneas. Esta labor tendría continuidad en años sucesivos, pues el golpe de Estado de 1936 y la Guerra Civil no impedirán que sigan apareciendo noticias en las que se destacan importantes plantaciones en las vías del valle.
La prensa se ocupa de la cuestión
Los
periódicos seguían sirviendo en la década de los treinta para insistir
en la necesidad del arbolado de las carreteras insulares, como se hacía
eco La prensa
de la situación de los eucaliptos de algunas carreteras tinerfeñas,
para los que se había planteado una poda a fin de evitar posibles
peligros a los viandantes, además de como forma de corregir los
inconvenientes que suponían para los terrenos limítrofes. Sin embargo,
no todos coincidían en la conveniencia de estas podas, teniendo en
cuenta anteriores experiencias sufridas en referencia a las talas
llevadas a cabo en la carretera del Centro de Gran Canaria, expresando
el temor de que de seguir adelante con esta tarea “en toda esa vía donde existen hermosos ejemplares de árboles, esa carretera perderá buena parte de su belleza”.
Pero estas acciones de particulares constituían agresiones habituales,
como es el caso de la denuncia formulada por el derribo de “árboles magníficos” en las proximidades de Santa Brígida, precisamente junto a la carretera “más frecuentada por el turismo, la ruta obligada de las cumbres hacia donde van cuantos turistas llegan [...]".
En otras ocasiones, la labor llevada a cabo por la Administración, en este caso por la Junta Administrativa de Obras Públicas en la carretera del sur de Tenerife, tenía que resistir el asalto de los ganados de cabras que circulaban por la zona, y lo que era aún peor, de los propios vecinos del lugar.
Es de destacar, además, que algunas tareas desarrolladas por la Junta Administrativa de Carreteras, en cuanto al tratamiento realizado a los árboles que crecían junto a las vías insulares, hecho que por otra parte no es, ni mucho menos, exclusivo de las islas, iba en realidad en detrimento de los mismos. Así, recogiendo una información aparecida en un periódico de la ciudad grancanaria de Guía, La voz del Norte, relativa a la poda de los árboles de la carretera que une la capital con Agaete, se afirmaba que: "“Si sólo fuera una poda practicada científicamente, merecería alabanzas, porque la tal poda daría lozanía y vigor a los árboles. Pero me parece que lo que se llama poda es, lisa y llanamente, la destrucción sistemática del árbol. Tal es al menos lo que se ve hacer con los árboles en nuestras carreteras”.
Al respecto, resulta ilustrativa la información que hace referencia al arbolado de las carreteras en la
provincia de Las Palmas, a mediados de los años 30 del pasado siglo, donde ya se da cuenta de la sustitución de los eucaliptos de las carreteras isleñas, partiendo de la norma de que "“el árbol debe servir de adorno y no de estorbo”". Ello lleva a situarlos lo más alejados posible de la vía, pero sobre todo a sustituir "“todo eucalipto caduco que caiga por cinco, por lo menos, de otra especie no dañina; y cuando no hay otro remedio sino tirarlo"”. Aunque se era consciente de que dicha labor debería llevarse a cabo con prudencia, pues se corría el riesgo de hacer desaparecer el arbolado de las carreteras isleñas: “Esto que se inicia de una manera tímida, no puede hacerse con más valentía por el grandísimo número de eucaliptus que además de estorbar, están caducos, puntisecos, aunque con apariencia de robustez, y cuyo corte dejaría peladas las carreteras”. En este sentido, también se animará a la creación de viveros en las medianías insulares, que permitieran la obtención de especies como el castañero, que vendrían a sustituir ventajosamente al eucalipto, de tal forma que así “se podrían embellecer nuestras carreteras y matar su actual monotonía en ese aspecto que pudiéramos llamar decorativo”.
Con el advenimiento de la República, se abrían nuevas perspectivas en todos los campos. No obstante, los medios seguirán expresando su queja, pues se estima que, en el caso de las carreteras tinerfeñas, “siguen necesitando el arbolado y apenas se pasa de la discusión a la acción”. En este sentido, se critica la elección de especies como el eucalipto, dada su gran demanda de agua, planteándose el empleo de árboles como el pino canario, además de alternar especies de rápido crecimiento con otras de largo, de tal forma que se garantice cubrir de vegetación los márgenes de las carreteras, convertidas así en vías “"sombreadas que corresponden a un país de sol y vegetación como el nuestro”. Este descontento se seguirá manifestando en forma de artículos de opinión y editoriales, pues en suma se criticaba “el lamentable abandono del arbolado de las carreteras de la Isla", en este caso en referencia a Tenerife pero que puede ser extensivo a las del resto del archipiélago. Situación, por otra parte, que no era ajena a la que se padecía en otras partes del país, y que llevaría a la Dirección General de Montes a desarrollar un proyecto de repoblación “de carácter artístico, para embellecimiento de las carreteras españolas, mediante la plantación de árboles [...]”. En este sentido, se destacará que en la toma de conciencia de esa necesidad representó un destacado papel la prensa: "“La medida ha sido adoptada, según parece, respondiendo a las excitaciones de la prensa, que no ha cesado de clamar constantemente por la necesidad de cuidar y hermosear el arbolado de las carreteras, factor indispensable para el embellecimiento del país”.
A modo de epílogo
Cuando
en el año 1918 Francisco González Díaz escribió su libro Teror, dedicó
un capítulo a la carretera, aún en obras, entre dicha villa y la ciudad
de Arucas, señalando que “será acaso la más hermosa de la isla”.
Destacaba el escritor no sólo el que se pudieran unir ambas localidades
del norte grancanario, sino el hecho de que los viajeros disfrutarían
de unos bellos panoramas a lo largo del recorrido. Hoy, desde esta vía,
como desde tantas otras de las medianías grancanarias, así como de las
restantes islas del archipiélago, es posible contemplar cómo la
urbanización imparable trepa hacia el interior insular, colmatándolo
todo de cemento y asfalto. Y eso si es que las construcciones que se
acercan al borde mismo de la carretera nos permiten ver algo más que
casas y más casas. Incluso los árboles, eucaliptos, cipreses,
aligustres, plátanos..., que sobreviven en sus orillas, van cayendo
víctimas de los caprichos de Obras Públicas, del ayuntamiento de turno o
de cualquier promotor inmobiliario.
Se elimina así, la inmensa mayoría de las veces, y con las más peregrinas justificaciones, un patrimonio natural insustituible, pues casi siempre se trata de árboles con varias decenas de años, perfectamente sanos, que alegran el cada vez más desangelado paisaje canario, además de dar sombra a los caminantes. Pues no se olvide que a falta de otros espacios, las carreteras constituyen el único “paseo” con que cuentan muchos pueblos y localidades del interior de las islas, convertidos poco a poco en zonas residenciales, y donde sobre todo personas mayores tienen que acudir para hacer un poco de ejercicio, ante la carencia total de zonas libres adecuadas y suficientes.
No existe justificación posible para seguir soportando la saña arboricida que padecemos en las carreteras canarias, perpetrada con la impunidad con la que se suele investir la “clase” política y muchos “técnicos”. En pocos minutos, las sierras mecánicas talan un patrimonio irrecuperable, que en casos como la carretera que desde La Orotava conduce a Las Cañadas, fue obra de la paciente labor, entre otras, de una persona como Francisco Dorta y Jacinto del Castillo, del que la prensa informaba en el año 1926 que había organizado una educativa jornada de plantación a lo largo de dicha vía, con los niños de las escuelas públicas. Precisamente la referencia informativa indicaba que esta cívica acción se había llevado a cabo “sin ceremonia ninguna, sin ruido, silenciosamente [...]”.
Hoy, cada vez más lejos del trabajo silencioso en pro del bien público, algunos confunden el ruido de las sierras talando árboles, de los coches más o menos “tuneados” que se apresuran a llegar al próximo atasco, o de los fajos de billetes de sus abultados patrimonios privados, con algo que llaman “progreso”.
Una mirada al pasado
La demanda de plantaciones a lo largo de las carreteras isleñas, así como la denuncia de los atentados que sufre el arbolado que crece en sus orillas, será motivo de permanente reclamación a lo largo de las primeras décadas del siglo XX. y dará lugar a la adopción de algunas medidas legales. La situación que se padecía a comienzos del pasado siglo se resume de alguna forma en los considerandos de la Real Orden del Ministerio de la Gobernación de fecha 27 de noviembre de 1902, dictada al efecto. En los mismos se señala que, según los datos estadísticos que obran en poder de la Administración, comparativos entre el año 1899 y el uno de enero de 1902, ha disminuido en muchas provincias el arbolado de las carreteras, no sólo por causas “naturales o irremediables, sino también gran parte y con frecuencia por destrozos causados a mano airada”. Situación que daña los intereses públicos, a la vez que priva a las carreteras de un elemento tan beneficioso “"para las mismas y para el caminante”. Al respecto, escaso efecto parecen tener las medidas coercitivas y sancionadoras, como se encarga de recoger el señalado preámbulo, pues los autores de tales acciones “acechan la ocasión de burlar la vigilancia de los empleados de Obras Públicas y la acción de la Guardia Civil”.
En cuanto al fomento del arbolado en las vías interurbanas, será un tema de habitual referencia en las páginas de la prensa, y en concreto por lo que respecta a Gran Canaria se señala que “una de las necesidades que más se deja sentir entre nosotros es la falta de árboles en las orillas de las carreteras, especialmente en las entradas de las poblaciones”. Para dar salida a esta situación, se reclamaba la acción de plantar árboles en las carreteras insulares, de tal manera que “las salidas de las poblaciones se embellezcan, que al atravesar las vías de comunicación haya algo que recree la vista del viajero, algo que le haga pensar en las islas en otro tiempo Afortunadas”. Se buscaba con ello añadir un interés más al visitante, que de alguna forma complementara el resto de atractivos naturales de que disponen las islas: “De este modo fomentaremos el turismo; pues no vienen, no, los habitantes de los países civilizados a recrearse con festejos, de que ya están hastiados; vienen sí a disfrutar de un clima templado, a recorrer carreteras pobladas de árboles, bien cuidadas, a contemplar los alrededores de las poblaciones y a descansar del tedio y hastío que les producen los refinamientos de la civilización”. Se solicita así la intervención de Fomento y Turismo, al considerarse que una acción de este tipo “atraerá muchos viajeros a nuestro suelo”. De hecho esta sociedad se pronunciará al respecto, demandando de la Jefatura de Obras Públicas la debida atención al arbolado de las carreteras de la isla.
Sin embargo, la denuncia no dejará de ser constante, pues en 1917 se llega a afirmar que, en el caso de Gran Canaria, las carreteras que “aún están plantadas de árboles a pesar de la bárbara cruzada destructora que venimos sufriendo”, son las que se hicieron hace cuarenta años, habiendo desaparecido incluso el vivero que Obras Públicas tenía dedicado a tal fin. En otras ocasiones, será el ingeniero de Obras Públicas el que tenga que denunciar ante el juzgado la devastación realizada sobre el arbolado, como sucedería en el verano de 1919 con los eucaliptos de la carretera de Teror. Pero lo cierto es que las denuncias resultan tan inútiles como reiteradas, pues la labor devastadora sigue adelante, ofreciéndose múltiples ejemplos: “El hermoso paseo de árboles de la carretera del Norte, entre Gáldar y Guía que formaban con sus ramas una espléndida bóveda, ha desaparecido. Han desaparecido igualmente los gigantescos eucaliptos de la entrada de Arucas y ha sido destruido el largo paseo de pinos en la costa de San Andrés... ¿Qué se ha hecho para evitar estos hechos salvajes? ¿Se han castigado? ¿Se han tomado siquiera medidas para remediar el daño procediéndose a replantar los árboles perdidos?.
El ambiente de sensibilización existente determina que las agresiones que sufre el arbolado constituyan, al menos, motivo de queja periodística. A través de la prensa encuentran cauce las denuncias ante algunas talas realizadas por particulares, mientras que en otras ocasiones, como ocurre en Gran Canaria, se destacará la labor emprendida por la Junta Administrativa de Obras Públicas, haciéndose un llamamiento para que “en todas las carreteras de la isla, Sur, Centro y Norte, y otras auxiliares como la del Puerto a Tamaraceite, debía de destinarse cuadrillas de obreros a preparar los hoyos y a hacer los plantíos de arbustos que, al correr del tiempo, se convertirán en árboles frondosos si quieren cuidarse”. Pero además, en la idea de crear ese ambiente favorable para el visitante, se animaba a los dueños de las fincas que lindaban con las calzadas para que llevaran a cabo “el plantío de geranios trepadores, o cualquiera otra planta parecida en muros, vallas o cercas de fincas y casas que limitan con carreteras”, lo cual “daría un buen aspecto a éstas y produciría en el viajero una agradable impresión".
Incluso desde aquellas islas más desfavorecidas en razón de sus condiciones ambientales para su desarrollo y conservación, como es el caso de Lanzarote, se demandará de la Jefatura de Obras Públicas la plantación de árboles en sus carreteras.
Una realidad común en todo el archipiélago
Pero la queja o las demandas no son exclusivas de una isla en particular. En todas partes parece existir, de un lado, una sentida necesidad de atender a esta cuestión, convirtiéndola en “necesidad”, mientras que a su vez se censura la actitud que se sigue manteniendo hacia los árboles. Así se comentaba, al referir la oportunidad de llevar a cabo una plantación en la carretera de Santa Cruz a La Laguna, "que “cuanto se haga por despertar el amor al arbolado de las carreteras será poco, pues en general se odia al árbol y no poca parte de este odio se debe a la mala elección que en otra época hubo, de haberse plantado clases y variedades con las que se atendía, más al rápido crecimiento que a otras propiedades dignas de tener en cuenta".
Con todo, el aire del eterno “Pleito” asomará en las páginas de la prensa, al compararse las labores de repoblación efectuadas por la administración de Obras Públicas en las carreteras tinerfeñas, donde se señalaban amplias plantaciones a lo largo del invierno de 1920 y 1921, en tanto que “en Gran Canaria ni se planta un árbol en las carreteras nuevas, ni se repara ni impide la destrucción de los árboles en las que de antiguo fueron arboladas". Porque, en definitiva, se planteaba que precisamente la falta de arbolado de las carreteras era una de las manifestaciones más evidentes “de la incuria existente en este país”, una muestra evidente del “abandono, por ser lo que en nuestros viajes hacia los distintos lugares de la isla, vemos nosotros, lo mismo que los extranjeros que a nuestra isla llegan [...]". De tal forma que la reclamación de una mayor atención hacia el arbolado en las vías isleñas será una demanda constante, atendiendo tanto a cuestiones estéticas como de seguridad.
Lo cierto es que desde el cabildo tinerfeño se adoptaron medidas conducentes a favorecer el arbolado, tanto por los particulares como por el personal responsable de su vigilancia y cuidado en los montes, así como en las carreteras de la isla. De esta forma, en el concurso abierto entre el otoño de 1921 y la primavera de 1922, se establecieron dos premios de 300 y 150 pesetas “para adjudicarlos al personal subalterno, de Obras públicas, encargado de la plantación y cuidado del arbolado de carretera, que sean acreedores a dicha recompensa”, además de otros dos premios, con las mismas cantidades, “con destino a peones camineros que demuestren mayor celo y actividad en la conservación del trozo de carretera que tengan a su cargo”.
También se da cuenta del éxito de algunas plantaciones realizadas, como ocurre con los árboles que jalonan la carretera de Santa Cruz a La Laguna, que “en verano dan sombra que procura fresco e impide una desecación demasiado profunda, que aminore la desagregación del firme de la carretera”, destacándose las variadas ventajas, de diverso signo, que supone este tipo de actuaciones.
Una muestra elocuente del radical cambio sufrido en la carretera de entrada a La Orotava |
Sin duda La Orotava resulta en este sentido ejemplar, como se encarga de destacar la prensa al dar cuenta de las diferentes actuaciones realizadas en cuanto a plantaciones en torno a las carreteras del valle. Francisco Dorta, en la instancia que dirige al ayuntamiento de esta villa, señala cómo, en el mes de marzo de 1923, “teniendo en consideración la conveniencia de que nuestras carreteras ofrezcan al turista amenidad y belleza –sobre todo la de Orotava-Vilaflor– y por mi amor al arbolado, obtuve del entonces alcalde de este Municipio, don Agustín Hernández, se me encomendase la plantación de árboles en este término municipal, a fin de emplear la cantidad de quinientas pesetas, que se hallaban consignadas en el presupuesto para tal fin [...]”. Los primeros árboles, castañeros y eucaliptos, se plantaron en las carreteras de La Orotava-Vilaflor y Pinito-Realejos, continuándose las plantaciones en los siguientes años e invirtiéndose en ello la cantidad consignada en los presupuestos municipales. Las especies serán, además de las citadas, almendreros, cerezos, cedros, acacias, plátanos, etc., que lograron cambiar el aspecto de las señaladas carreteras. Sólo en algún tramo sería la Jefatura de Obras Públicas la encargada de llevar adelante los trabajos, si bien los árboles fueron en su mayor parte cedidos por particulares. Se llegó a contar incluso con un vivero forestal, a propuesta de Dorta, a fin de atender la progresiva demanda de árboles para cubrir todo el trayecto de la señalada vía hasta Vilaflor, aunque luego será el propio Antonio Lugo el que asuma por su cuenta el mantenimiento de ese vivero, dedicando a ello un espacio en su finca de ‘Blas Luis’.
Además, se señala la plantación, en el año 1928, de unos 2.000 pinos y cipreses en la vía que une La
Orotava con Vilaflor, destacándose la labor del guardamontes Zacarías Zamora. A estos árboles cabe sumar los plantados por el ayuntamiento, un total de 400, a lo largo de varios kilómetros de la señalada carretera, en este caso castañeros, cerezos, eucaliptos, pinos y moreras, procedentes tanto del vivero municipal como de donaciones particulares. Mientras, la infatigable labor de Antonio Lugo Massieu permitió que otros 300 árboles pudieran crecer en los márgenes de la carretera de Aguamansa a Montaña Bermeja, donando además, para fines similares, unos 2.000 ejemplares entre cipreses, eucaliptos, almendreros, castañeros, cirueleros, moreras y barbusanos de su propio vivero. Ejemplar fue la labor de Lugo y Massieu, costeando además la plantación de otros varios centenares de castañeros que se sumaban a los ya existentes a lo largo de la carretera a Aguamansa. Como puede verse, la iniciativa privada, facilitando ejemplares para las plantaciones, contribuirá de forma significativa al arbolado de las vías tinerfeñas. Pero además, esta dispersión en cuanto al origen de los árboles determina que sea amplio también el listado de especies, incluyendo tanto árboles forestales como frutales, con claro predominio de las especies foráneas. Esta labor tendría continuidad en años sucesivos, pues el golpe de Estado de 1936 y la Guerra Civil no impedirán que sigan apareciendo noticias en las que se destacan importantes plantaciones en las vías del valle.
La prensa se ocupa de la cuestión
En otras ocasiones, la labor llevada a cabo por la Administración, en este caso por la Junta Administrativa de Obras Públicas en la carretera del sur de Tenerife, tenía que resistir el asalto de los ganados de cabras que circulaban por la zona, y lo que era aún peor, de los propios vecinos del lugar.
Es de destacar, además, que algunas tareas desarrolladas por la Junta Administrativa de Carreteras, en cuanto al tratamiento realizado a los árboles que crecían junto a las vías insulares, hecho que por otra parte no es, ni mucho menos, exclusivo de las islas, iba en realidad en detrimento de los mismos. Así, recogiendo una información aparecida en un periódico de la ciudad grancanaria de Guía, La voz del Norte, relativa a la poda de los árboles de la carretera que une la capital con Agaete, se afirmaba que: "“Si sólo fuera una poda practicada científicamente, merecería alabanzas, porque la tal poda daría lozanía y vigor a los árboles. Pero me parece que lo que se llama poda es, lisa y llanamente, la destrucción sistemática del árbol. Tal es al menos lo que se ve hacer con los árboles en nuestras carreteras”.
Al respecto, resulta ilustrativa la información que hace referencia al arbolado de las carreteras en la
provincia de Las Palmas, a mediados de los años 30 del pasado siglo, donde ya se da cuenta de la sustitución de los eucaliptos de las carreteras isleñas, partiendo de la norma de que "“el árbol debe servir de adorno y no de estorbo”". Ello lleva a situarlos lo más alejados posible de la vía, pero sobre todo a sustituir "“todo eucalipto caduco que caiga por cinco, por lo menos, de otra especie no dañina; y cuando no hay otro remedio sino tirarlo"”. Aunque se era consciente de que dicha labor debería llevarse a cabo con prudencia, pues se corría el riesgo de hacer desaparecer el arbolado de las carreteras isleñas: “Esto que se inicia de una manera tímida, no puede hacerse con más valentía por el grandísimo número de eucaliptus que además de estorbar, están caducos, puntisecos, aunque con apariencia de robustez, y cuyo corte dejaría peladas las carreteras”. En este sentido, también se animará a la creación de viveros en las medianías insulares, que permitieran la obtención de especies como el castañero, que vendrían a sustituir ventajosamente al eucalipto, de tal forma que así “se podrían embellecer nuestras carreteras y matar su actual monotonía en ese aspecto que pudiéramos llamar decorativo”.
Con el advenimiento de la República, se abrían nuevas perspectivas en todos los campos. No obstante, los medios seguirán expresando su queja, pues se estima que, en el caso de las carreteras tinerfeñas, “siguen necesitando el arbolado y apenas se pasa de la discusión a la acción”. En este sentido, se critica la elección de especies como el eucalipto, dada su gran demanda de agua, planteándose el empleo de árboles como el pino canario, además de alternar especies de rápido crecimiento con otras de largo, de tal forma que se garantice cubrir de vegetación los márgenes de las carreteras, convertidas así en vías “"sombreadas que corresponden a un país de sol y vegetación como el nuestro”. Este descontento se seguirá manifestando en forma de artículos de opinión y editoriales, pues en suma se criticaba “el lamentable abandono del arbolado de las carreteras de la Isla", en este caso en referencia a Tenerife pero que puede ser extensivo a las del resto del archipiélago. Situación, por otra parte, que no era ajena a la que se padecía en otras partes del país, y que llevaría a la Dirección General de Montes a desarrollar un proyecto de repoblación “de carácter artístico, para embellecimiento de las carreteras españolas, mediante la plantación de árboles [...]”. En este sentido, se destacará que en la toma de conciencia de esa necesidad representó un destacado papel la prensa: "“La medida ha sido adoptada, según parece, respondiendo a las excitaciones de la prensa, que no ha cesado de clamar constantemente por la necesidad de cuidar y hermosear el arbolado de las carreteras, factor indispensable para el embellecimiento del país”.
A modo de epílogo
Se elimina así, la inmensa mayoría de las veces, y con las más peregrinas justificaciones, un patrimonio natural insustituible, pues casi siempre se trata de árboles con varias decenas de años, perfectamente sanos, que alegran el cada vez más desangelado paisaje canario, además de dar sombra a los caminantes. Pues no se olvide que a falta de otros espacios, las carreteras constituyen el único “paseo” con que cuentan muchos pueblos y localidades del interior de las islas, convertidos poco a poco en zonas residenciales, y donde sobre todo personas mayores tienen que acudir para hacer un poco de ejercicio, ante la carencia total de zonas libres adecuadas y suficientes.
No existe justificación posible para seguir soportando la saña arboricida que padecemos en las carreteras canarias, perpetrada con la impunidad con la que se suele investir la “clase” política y muchos “técnicos”. En pocos minutos, las sierras mecánicas talan un patrimonio irrecuperable, que en casos como la carretera que desde La Orotava conduce a Las Cañadas, fue obra de la paciente labor, entre otras, de una persona como Francisco Dorta y Jacinto del Castillo, del que la prensa informaba en el año 1926 que había organizado una educativa jornada de plantación a lo largo de dicha vía, con los niños de las escuelas públicas. Precisamente la referencia informativa indicaba que esta cívica acción se había llevado a cabo “sin ceremonia ninguna, sin ruido, silenciosamente [...]”.
Hoy, cada vez más lejos del trabajo silencioso en pro del bien público, algunos confunden el ruido de las sierras talando árboles, de los coches más o menos “tuneados” que se apresuran a llegar al próximo atasco, o de los fajos de billetes de sus abultados patrimonios privados, con algo que llaman “progreso”.
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