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4/05/2022

BOSQUES DE POLYLEPIS, 
de El Ángel, Ecuador

Polylepis es un género botánico que incluye pequeños árboles y arbustos, comúnmente llamados queñua o quewiña (del quechua qiwiña). Comprende aproximadamente 28 especies, nativas de los Andes tropicales. El grupo se caracteriza por ser polinizado por el viento. Polylepis se caracteriza por poseer un tronco retorcido y la corteza de color rojizo. Aunque es raro, en algunas áreas algunos árboles pueden llegar a alcanzar 15-20 m de alto y troncos con 2 m de diámetro. El follaje es siempre verde, con gran densidad de pequeñas hojas y ramas muertas. Su madera fuerte y pesada es utilizada para la construcción de aperos de labranza y en construcción. La corteza posee propiedades medicinales contra enfermedades respiratorias y renales, y también se utiliza como tinte para tejidos.
     
El nombre Polylepis deriva de dos palabras griegas, poly (muchas) y letis (láminas), refiriéndose a la corteza compuesta por múltiples láminas que se desprenden en delgadas capas. Este tipo de corteza es común en todas las especies del género. La corteza es gruesa y cubre densamente el tronco, que protege el tronco contra bajas temperaturas e incendios.  
 
        El cantón El Ángel, perteneciente a la provincia del Carchi, Ecuador, cuenta con la reserva ecológica de Polylepis, un bosque único en el mundo, un atractivo para turistas nacionales y extranjeros. Se encuentra en el sector conocido como el Cañón del Colorado, a 3500 m.s.n.m. Está considerado único en su género por la exclusividad de la especie. Tiene una extensión de 12 has. y se ha desarrollado en un valle de origen glaciar de la era cuaternaria (pleistoceno), con una antigüedad entre 2 y 4 millones de años. En él se pueden apreciar aproximadamente 400 árboles Polylepis incana, árboles endémicos.
      Según la leyenda, hace 500 años en este bosque habitaba un ser mitológico, el Curupí, que se enamoró de Ishuaquinua, una joven de la etnia Pasto. El Curupí la hechizó convirtiéndola en un Polylepis. Su cabello se transformó en hojas y sus pies en raíces. En el momento del hechizo abrazó al duende, que se transformó en un árbol Pumamaqui. Estás dos especies están entrelazadas por sus ramas y raíces, y simbolizan el amor eterno.
      En el bosque de Polylepis se pueden observar plantas como la hierba del Infante del Cerro (Lachemilla orbiculata), Zarcillo Sacha (Brachyotum jamesonii), Cardón Santo (Erymgium humile), y diferentes variedades de gencianas y orquídeas.
Frailejones
      Otro de los ecosistemas que coexiste en la Reserva Ecológica El Ángel es el Páramo de Frailejones (Espeletia pychnophyla). Son plantas que tienen una corona de hojas en roseta recubiertas por pelos blanquecinos que protegen del frío, repelen el agua y reflejan el exceso de radiación solar. Por su textura aterciopelada también se las conoce como “de conejo".
Información: La Geoguía , Wikipedia y de "Viajes Erráticos"
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11/02/2014

CÉSAR DÁVILA ANDRADE (Ecuador, 1919-1967)
Canción espiritual del árbol derribado

No fue el ciclón con sus campanas desgarradas. 
Fueron los hombres que viven a tu sombra. 
Trajeron hachas finas por el aire. 
Trajeron siete hachas por el aire. 
Siete delgadas concubinas de odio. 
Fue una tarde de ancho ocaso rojo. 
Tenían los leñadores sal verde y afilada en las axilas. 
Los golpes de las hachas corrían por el bosque 
con pies planos y huecos. 
Se volvían las ramas azules de sonido. 
Hasta que cayó el árbol sobre el dulce costado 
cual alto dios antiguo, 
con un ruido plural de abejas verdes 
y venas arrancadas.

Con aroma de pan y de azucenas se abrieron sus cimientos. 
Pero quedó su alma: una fruta alargada y transparente, 
sin agua, sin albúmina, sin tiempo. 
Su alma de libres llamas corporales, con cintura de heno 
y pálida camisa de avena.

Con un temblor de candelabros líquidos 
entró en la inmensa desnudez del cielo.
Se hizo un gran silencio de manzanas vacías, 
y de la orilla de todos los bosques 
partieron a la música navíos, 
y una hojarasca de aves invisibles. 
El viento prolongó, al pasar, mi pulso, 
y la materia ardiente de mis sienes. 
El viento llenó el agua de cipreses y silencio. 
El alto viento levantó del árbol la sustancia anillada de la música, 
el peso de acuarela de los pájaros, las balas de coral de la madera.

Qué material tan puro el de sus yemas. 
Qué cera tan sagrada la que entreabrió sus flores
en tenue sexo de inquietos alfileres.

¿No volveremos a ver manos azules 
subiendo por el aire del otoño? 
¿No veremos ya más su domingo encendido de cerillas 
por los niños traslúcidos del día? 
¿No veremos ya más esa muchacha ciega 
que en puntillas buscaba una sortija de resina?

Deja que ponga bajo tu nuca blanca 
esta almohada inquieta de peces de mi anhelo.

No has muerto. No eres hijo de odio ni de muerte. 
Vives ahora en el piso más delgado de los cielos.
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6/02/2011

IVÁN CARVAJAL (Ecuador 1948)
La ofrenda del cerezo

                                    I

Simulacro de la escarcha
en el día soleado,
mapa de un cielo de estrellas
albas y enanas, o un firmamento
que apenas se sostiene
de las cuerdas mecidas
por un rumor de niños que se alejan.
Las flores del cerezo
copan el cuadro de la ventana.


                                     II

Esta ventana se abre al jardín.
Detrás de sus cristales,
la luz y el cerezo.
En este instante
la ventana existe
para que la luz
ilumine el despliegue
de las flores blancas,
de suave balanceo.


                                     III

El mundo podría seguir rotando sobre su eje
aun si no estuviese este cerezo en marzo
sobre la acera de una calle en Washington.
Tal vez ninguna necesidad tenga la Tierra
de su color, de su perfume o de su peso.
Ninguna necesidad de él tienen los imperios.
Seguirán su curso los negocios.
El asesino no detendrá el disparo
ni la víctima se volvería a mirarlo
antes de caer. Que aquí florezca
se debe a la intriga diplomática:
Un obsequio del imperio japonés
a Norteamérica.


                                      IV

Ninguna necesidad tiene el cerezo
que venga de tan lejos y me detenga
a contemplarlo en su milagro.
Nada es necesario para el árbol
salvo la luz, la noche, el agua,
los fermentos, la brisa del Potomac
y el vuelo de las moscas.
La rotación incesante de la Tierra.


                                     V

Para ser, el árbol no necesita que
me detenga a contemplarlo.
No mora el cerezo real en mi palabra.
Mi palabra es tarda, sólo evoca
un cerezo que florecía en Washington
y aquél otro en el jardín de Arga
junto al Mediterráneo. Existen
una avenida que va al Potomac
y una ventana que da al jardín
para guardarlos, y en mi memoria
avenidas de diáfanos cristales
por donde llego al árbol que contemplo.


                                       VI

El poema es movimiento interno.
Memoria, imagen. Luego, vacío.
Imaginación y palabra inventan otro cerezo,
la sombra del cerezo contemplado
en otro lugar una mañana.
¿La sombra?... ¡La luz! La luz
espléndida en la flor del cerezo.


                                       VII

Contemplo el cerezo en su milagro.
Florece. Y aunque me embriaga su aroma,
no estaré aquí para probar sus frutos.
Mi vida depende del cerezo apenas
mientras dure este instante. Un blanco manto
que cae y se mece, un fresco olor,
mi júbilo. Me iré en unos minutos.
Mi vida no depende del cerezo.
Y sin embargo irá el fantasma
del árbol conmigo para siempre.


                                         VIII

El universo continuaría en expansión
sin el cerezo. Seguirán la historia
y las catástrofes. El ascensor descendería
con su carga y en el puente
esa pareja de amantes se abrazaría igual.
Y sin embargo el esplendor del día
se hundiría en mi mente
sin el cerezo en flor.
Sin el fantasma de ese cerezo en flor.


                                          IX

Siembro un cerezo en Chigchirián.
Tal vez un día alguno de estos petirrojos
parezca un sol del tamaño de un puño,
la mancha de un corazón sobre el manto
blanco del cerezo. Tal vez estaré
sentado en una silla del jardín
esperando el milagro. Otro cerezo
distinto de aquellos que contemplé
plantados en una avenida que va al Potomac
y en un jardín que da al Mediterráneo.
Otro cerezo: Hoy mi mano abre
su nido en el suelo. Y espero la lluvia
con unción.


                                           X

¡Una ventana para este cerezo
y una avenida para llegarse a él!
Tampoco se detendría la vida
si no plantase hoy este cerezo,
si un día no llegase a florecer.
Mi política es este pequeño reino
-el huerto de Chigchirián-
apenas consiste en abrir un hoyo
para sembrar el árbol.
Mi diplomacia: la paciente espera.
Que la Tierra gire y con ella el Sol
en torno a su tallo. Que las ramas
sean sacudidas por la lluvia y el viento.
Que florezca y revoloteen las moscas
polinizándolo. Por lo demás,
la historia y las catástrofes
seguirán su curso sin el poeta,
sin el jardín, sin el cerezo.

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1/11/2011

JUAN JOSÉ RGUEZ. SANTAMARÍA
 (Ecuador, 1979)
Danza en el bosque

West Hamptom , Long Island, 2004


               I

El hacha corta el árbol,
pero no las hojas.
Las hojas son los ojos
que miran el morir.



              II

Árbol de oscuridad
 pintado en la tela.
Árbol de oscuridad
que tiembla.



               III

Un árbol escarlata.
Una aurora más negra,
sus ramajes alumbran.



               IV

Entre árboles, un árbol.
Pósate, pájaro, que soy el día.

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