sábado, 19 de abril de 2014

EPIFANIO MEJÍA (Colombia, 1838-1913)
La ceiba de Junín

Cerca de un puente y a orillas
de cristalina quebrada
abriendo al viento los brazos
su airosa copa levanta.

La luna que en “Pandeazúcar”
asoma redonda y clara,
llena su verde ramaje
de resplandores de plata.

Los vientos de linda noche
sollozan entre sus ramas
como los niños mimados
que entran gimiendo a sus casas.

Suelta la noche en sus hojas
su llanto de gotas blancas…
Que la noche también llora
en este valle de lágrimas.

¡Oh Ceiba! -yo sé la historia
de tu existencia temprana;
yo vi cuando te trajeron
de los playones del Cauca;
te conocí cuando niña,
creciendo a orillas del agua.

No es esta la misma noche
que daba sombra a tu infancia;
ni estos los vientos alegres
de tus alegres montañas;
ni aquella luna que alumbra
es ¡ay! tu luna caucana.

Tal vez tú, como el proscrito
que gime en tierras extrañas,
recuerdas las dulces brisas
de tus colinas lejanas;
por eso a veces sin jugo
se van dorando tus ramas
y amarillas van cayendo
tus hojas sobre la playa…

Así de los tristes ojos
del proscrito se derraman
gotas de llanto que caen
en clima extraño regadas.

Bien haces en despojarte
de tus adornadas y galas,
si como el pobre proscrito
te acuerdas ¡ay! de la Patria.

Pero no, Ceiba: prosigue
tu copa abriendo galana
y desplegando en el aire
tus banderas de esmeralda.

Es cierto que te arrancaron
de las riberas del Cauca;
pero del Cauca que riega
las antioqueñas sabanas;

es cierto que allá dejaste
cielo, vegas, aves, auras;
pero aquí todo lo tienes…
A Medellín ¿qué le falta?

Aquí hay céfiros que arrullan,
aquí hay turpiales que cantan,
cielo azul, y vegas verdes
entapizadas de grama;
y aquella tierra y la tierra
en que hoy airosa levantas,
es toda tierra de Antioquia
y Antioquia toda es tu Patria.

Por eso, Ceiba, prosigue
tu copa abriendo galana
y desplegando en el aire
tus banderas de esmeralda.

Por la venas de tu tronco
discurra constante savia
que brote en rubios renuevos
al desvestirse tus ramas.

A todo el que pase andando
sobre la arena tostada,
tu manto de estrellas verdes
le dé abrigo y sombra grata.

La aurora a ti sus sonrisas,
el sol sus rubias miradas
y el arrebol de la tarde
su lampo de oro y de grana.

Pero, Ceiba… ¡no te engrías!
que el Tiempo que te levanta,
de verte tan orgullosa
se puede cansar mañana.

Y ¡ay! de tu tronco redondo,
y ¡ay! de tu copa elevada
si el Tiempo llega a enojarse
y de elevarte se cansa.

Se irán secando tus hojas
y cayendo desgajadas
como en el pecho del hombre
las últimas esperanza.

Como doblega la muerte
los brazos de enferma anciana,
así la mano del Tiempo
irá encorvando tus ramas.

A tierra vendrá tu tronco
falto de apoyo y de savia,
como el exánime cuerpo
que cae al faltarle el alma.

Entonces los raudos vientos
que de “Santa Helena” bajan
barrerán el leve polvo
de tu existencia acabada.

Tu ataúd -será el vacío-.
La luz, -tu blanca mortaja-.
Y el campo de tu sepulcro
las antioqueñas montañas.

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