domingo, 13 de abril de 2014

JESÚS DEL RÍO 
Saramago y los árboles (I)
Colaborador de Correos de la Vega - www.otragranada.org

En la obra de José Saramago, llama la atención la abundante referencia que se hace de los árboles como elementos literarios. Y estos no aparecen solo como formas del paisaje o elementos estéticos, sino como seres identificados, con su nombre de especie, lo que demuestra el gran conocimiento que el autor tenía sobre los árboles. José Saramago no era un estudioso botánico, ni mucho menos, pero si era un gran observador de su entorno natural.
      En la balsa de piedra “ a cientos de kilómetros de Cerbere, en un lugar de Portugal cuyo nombre más tarde recordaremos, bastó que una mujer llamada Joana Carda hiciera una raya en el suelo con una vara de negrillo, para que todos los perros del más allá saliesen vociferantes a la calle, ellos que repito, jamás habían ladrado.” Si el lector desconoce que árbol es el negrillo, la propia Joana Carda aclara “De árboles sé poco, luego me dijeron que negrillo es lo mismo que olmo, ninguno de ellos tiene poderes sobrenaturales, ni cambiándoles el nombre, aunque para este caso estoy segura de que el palo de un fósforo habría causado el mismo efecto.”
      Recordando las riberas de Azinhaga, en sus pequeñas memorias, Saramago identifica todas las especies arbóreas presentes “A sus pies corre el Tajo, más allá, medio oculto tras la muralla de (tarajes), chopos, frenos y sauces que le acompañan en el curso.”
Y hablando de maderas para sillas, en casi un objeto “Cualquier árbol podría haber servido, excepto el pino, por haber agotado sus virtudes en las naves de las Indias y ser hoy ordinario, el cerezo por combarse fácilmente, la higuera por desgajarse a traición, sobre todo en días calientes y cuando a causa de los higos se va demasiado adelante por la rama; excepto estos árboles por los defectos que tienen y excepto otros por sus abundantes cualidades, como es el caso del palo de hierro, en el cual la carcoma no penetra, pero padece de demasiado peso para el volumen requerido. Otro que tampoco que viene al caso es el ébano, precisamente porque es tan solo un nombre diferente del palo de hierro, y ya se ha visto lo inconveniente de utilizar sinónimos o que supuestamente lo sean. Mucho menos en esta elucubración de cuestiones botánicas que no se preocupa de sinónimos, sino de verificar dos nombres diferentes que la gente ha dado a la misma cosa. Se puede apostar que el nombre de palo de hierro fue dado o pensando por aquel que tuvo que transportarlo a la espalda. Apuesta a lo seguro y ganas.
     En la novela levantado del suelo, son abundantes las referencias a las encinas y alcornoques del Alentejo, alcornoques sobre los que se encaramaba Juan Maltiempo para divisar su sueño de Lisboa, y en el que posiblemente acabó su vida con la soga al cuello. Ese que de niño “miraba aún los árboles más como sostén de nidos que como productores de corcho, bellotas o aceitunas.”
      Y a veces el árbol también se convierte en personaje literario, como en su viaje a Portugal cuando se encuentra con un hombre en Quinta da Bacalao, “Trabaja aquí desde muchacho, y el plátano que ahora está dando sombra a ambos, lo plantó el. ¿Cuántos años hace?, pregunta el viajero, Cuarenta. El plátano está joven aún; si no lo agarra la peste, o le cae un rayo, tiene para cien años. Caramba, qué resistente es la vida. Cuando yo muera, aquí queda éste, dice el hombre. El plátano lo oye, pero se hace el distraído, ante extraños no habla, es un principio que todos los árboles siguen, pero cuando se aleje el viajero, seguro que dice, No quiero que mueras, padre.”
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