lunes, 30 de marzo de 2009

EL PEQUEÑO ABETO
N. Willer, en Cuentos de otro lugar y otro tiempo

Érase una vez un pequeño abeto. Solo, en el bosque, en medio de los demás árboles cubiertos de hojas, él solo tenía agujas, nada más que agujas.
¡Cómo se quejaba!
-Todos mis amigos tienen hermosas hojas, hermosas hojas verdes. ¡Yo, sólo tengo espinas! Quisiera tener, para darles un poquito de envidia hojas todas de oro.
A la mañana siguiente, cuando se despertó quedó deslumbrado…
-¿Dónde están mis espinas? ¡Ya no las tengo! ¡Me han dado las hojas de oro que había pedido! ¡Que contento estoy!
Y todos sus vecinos que le estaban mirando dijeron:
-¡El pequeño abeto es todo de oro!
Pero he aquí que un hombre, un malvado ladrón, llegó al bosque y les oyó. Pensó:
- ¡Un abeto de oro! ¡Qué gran negocio!
Pero como tenía miedo de ser visto, volvió por la noche con un gran saco. Cogió todas las hojas sin dejar ni una.
A la mañana siguiente, al verse completamente desnudo, el pobre abeto se puso a llorar.
-Ya no quiero más oro –se dijo a si mismo en voz baja-. Cuando vienen los ladrones, te lo roban todo y ya no te queda nada. ¡Quisiera tener todas las hojas de cristal! ¡El cristal también brilla!
A la mañana siguiente, cuando despertó, tenía las hojas que había deseado. Se puso muy contento y dijo:
- En lugar de hojas de oro tengo hojas de cristal; ahora estoy tranquillo porque no me las robará nadie.
Y todos sus vecinos que le miraban, dijeron a la vez:
-¡El pequeño abeto es todo de cristal!
Pero, cuando vino la noche, la tempestad sopló fuerte. El pequeño abeto suplicó en vano, el viento le sacudió y no quedó ni una sola de sus hojas.
A la mañana siguiente, al ver el destrozo, el pobre abeto se puso a llorar:
-¡Qué desgraciado soy! Otra vez estoy desnudo. Han robado mis hojas de oro y han roto mis hojas de cristal. Quisiera tener, como mis amigos, hermosas hojas vedes.
Al día siguiente, cuando se despertó, vio que había obtenido lo que deseaba.
Y todos sus vecinos, que le miraban, se pusieron muy a decir:
-¡El pequeño abeto ya es como nosotros!
Pero, durante el día, la cabra salió a pasear con sus cabritillos. Cuando vio al pequeño abeto, dijo:
-¡Venid niñitos míos!, ¡venid, hijos míos! saboread esta comida y no dejéis nada.
Los cabritillos se acercaron saltando y lo devoraron todo en menos de un instante.
Cuando llegó la noche, el pequeño abeto, completamente desnudo y tiritando, se puso a llorar como un niño.
-Se lo han comido todo -dijo en voz baja-. Ya no me queda nada. He perdido mis hojas, mis hermosas hojas verdes, como mis hojas de cristal y mis hojas de oro. ¡Me contentaría con que me devolvieran mis agujas!
A la mañana siguiente, cuando se despertó, se encontró sus antiguas agujas y no supo qué decir.
¡Qué feliz es! ¡Cómo se contempla! Se ha curado por completo de su orgullo. Y sus vecinos que le oyen reír, dicen mirándole:
-¡El pequeño abeto está como antes!
---Fin---

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