JUAN GUZMÁN OJEDA, Ingeniero técnico forestal
El Cedro de Arico, un superviviente…
En PELLAGOFIO nº 42
Se sabe que el cedro es una especie muy longeva y el de Arico, al menos, debería sumar 400 años, aunque puede que muchos más. FOTO J. GUZMÁN
El Cedro de Arico, un superviviente…
En PELLAGOFIO nº 42
Se sabe que el cedro es una especie muy longeva y el de Arico, al menos, debería sumar 400 años, aunque puede que muchos más. FOTO J. GUZMÁN
Seguramente la
mayoría de nuestros jóvenes, y no tan jóvenes, perciben los paisajes
forestales actuales como un fiel reflejo de la naturaleza canaria. Nada
más lejos de la realidad. A poco que profundicen en el asunto,
descubrirán que la mayor parte de nuestro verde proviene de la
reforestación, sobre todo en las islas centrales, o bien se trata de
formas o fragmentos de sus especies más resistentes. Gran parte del
monte todavía se encuentra en estado de convalecencia y recuperación,
tras el efecto meteorito que sufrieron en el pasado. En este sentido,
siempre se ha señalado al Bosque del Cedro, en Garajonay (La Gomera),
como, posiblemente, el único bosque virgen de Canarias. Paradójicamente,
Juniperus cedrus, la especie del cedro canario, es uno de los elementos menos abundantes en este hábitat de fragosa laurisilva.
El cedro canario posee una amplia elasticidad ecológica, se le puede encontrar de manera aislada tanto en la laurisilva como en el pinar, aunque su verdadero dominio se eleva hasta las zonas cumbreras. Este salvaje de la alta montaña resulta ser todo un portento de tenacidad, soportando altos índices de insolación, así como nieves, hielos, cencelladas o fuertes vientos. En estas condiciones su crecimiento es muy lento y suele presentar portes asimétricos, escasa altura y aspecto retorcido.
Como han señalado diversos autores, resultaría más que probable que las cumbres de las islas de mayor altura albergaran estructuras boscosas, más bien abiertas, conformadas por el cedro. Uno de los pilares que apoyan esta teoría es el hecho de la recuperación natural que está experimentando la especie, gracias a la visita anual de uno de sus más íntimos reproductores: el migrador mirlo capiblanco (Turdus torquatus).
Madera rojiza y aromática
La excelencia de la madera de cedro, tan rojiza como ligera, duradera y aromática, fue sin duda el principal motivo de persecución y aprovechamiento. Una vez me contaron que todos los cedros que se encontraban junto a la carretera del Roque de los Muchachos (La Palma) fueron talados en un mismo día. De allí debieron salir unos cuantos arcones, así como algunas miles de cajas para puros. Sacrificar estas joyas de la botánica canaria por estos utensilios no compensa los millones de años de evolución, para conquistar los territorios más inhóspitos de la orografía insular.
Y aunque nos quede la duda de hasta qué punto existió un auténtico bosque por encima del pinar, lo cierto es que todavía hoy podemos encontrar ejemplares que, sorprendentemente escaparon al filo del hacha. El Cedro de Arico es, con toda probabilidad, el ejemplar espontáneo de mayor tamaño que existe en las islas Canarias. El conocido como Patriarca del Teide, en Las Cañadas, es otro ejemplar notable, así como el Cedro de la Casa del Guarda, en Osorio (Gran Canaria), si bien este último fue plantado.
Ocho metros en más de 400 años
El Cedro de Arico se localiza (28º 13´ 19 “N y 16 º 29´ 26” W) en el fondo del barranco de los Cedros, por encima del caserío de El Bueno, entre el pinar de Tamadaya y la finca de Chajaña. Se encuentra rodeado por antiguas terrazas de cultivo, ya reconquistadas por el pinar, y en el entorno también existen contados ejemplares de cedro.
A una altitud próxima a los 1.000 metros, casi en el mismo cauce, arranca este agraciado superviviente del pasado. Al situarse de manera encajonada, sus dimensiones reales sólo resultan apreciables casi a la par que advertimos su delicado y a la vez perfume letal para enamorarse.
Este sublime ser vivo se ramifica, a escasos centímetros del suelo, en varias pernadas. Su fuste más grueso alcanza un diámetro de 2,40 metros, presentando siempre una marcada inclinación hacia el este. Su altura total es de ocho metros, dejando bajo su copa una enorme sombra como resultado de su arquitectura en forma de paraguas. El árbol es un vivac en sí mismo, un refugio natural donde podrían tumbarse más de 50 personas. Colándonos bajo este cedro, escondiéndonos en la naturaleza, enseguida se escucha la frenética actividad de la avifauna que este solo ejemplar regala.
En grave peligro
Del árbol cuelgan varias ramas desgajadas y secas, sus troncos se curvan sobre múltiples ejes y se pueden observar grietas y profundas hendiduras en la madera interna, con zonas vivas y muertas. El árbol no presenta marcas de incendios, pero sí que se encuentra expuesto a un gran peligro, ya que el espeso sotobosque circundante, dominado por jaras y escobones, se encuentra prácticamente en contacto con la copa llorona y rastrera. Seguramente no sería capaz de sobrevivir a un incendio de mediana intensidad, circunstancia que aconseja la aplicación de un tratamiento preventivo por parte de las autoridades competentes.
Su edad es muy difícil de calcular, aunque al tratarse de una conífera sería posible estimarla científicamente. Se sabe que se trata de una especie muy longeva y, al menos, debería sumar 400 años, aunque puede que muchos más.
Tan solo cabe añadir que, si tienes la oportunidad de poder visitar esta gigantesca semiesfera de buena sombra, no olvides multiplicar este bello paraje por doquier, para tratar de imaginar lo que debió ser la auténtica y originaria naturaleza canaria.
El cedro canario posee una amplia elasticidad ecológica, se le puede encontrar de manera aislada tanto en la laurisilva como en el pinar, aunque su verdadero dominio se eleva hasta las zonas cumbreras. Este salvaje de la alta montaña resulta ser todo un portento de tenacidad, soportando altos índices de insolación, así como nieves, hielos, cencelladas o fuertes vientos. En estas condiciones su crecimiento es muy lento y suele presentar portes asimétricos, escasa altura y aspecto retorcido.
Como han señalado diversos autores, resultaría más que probable que las cumbres de las islas de mayor altura albergaran estructuras boscosas, más bien abiertas, conformadas por el cedro. Uno de los pilares que apoyan esta teoría es el hecho de la recuperación natural que está experimentando la especie, gracias a la visita anual de uno de sus más íntimos reproductores: el migrador mirlo capiblanco (Turdus torquatus).
Madera rojiza y aromática
La excelencia de la madera de cedro, tan rojiza como ligera, duradera y aromática, fue sin duda el principal motivo de persecución y aprovechamiento. Una vez me contaron que todos los cedros que se encontraban junto a la carretera del Roque de los Muchachos (La Palma) fueron talados en un mismo día. De allí debieron salir unos cuantos arcones, así como algunas miles de cajas para puros. Sacrificar estas joyas de la botánica canaria por estos utensilios no compensa los millones de años de evolución, para conquistar los territorios más inhóspitos de la orografía insular.
Y aunque nos quede la duda de hasta qué punto existió un auténtico bosque por encima del pinar, lo cierto es que todavía hoy podemos encontrar ejemplares que, sorprendentemente escaparon al filo del hacha. El Cedro de Arico es, con toda probabilidad, el ejemplar espontáneo de mayor tamaño que existe en las islas Canarias. El conocido como Patriarca del Teide, en Las Cañadas, es otro ejemplar notable, así como el Cedro de la Casa del Guarda, en Osorio (Gran Canaria), si bien este último fue plantado.
Ocho metros en más de 400 años
El Cedro de Arico se localiza (28º 13´ 19 “N y 16 º 29´ 26” W) en el fondo del barranco de los Cedros, por encima del caserío de El Bueno, entre el pinar de Tamadaya y la finca de Chajaña. Se encuentra rodeado por antiguas terrazas de cultivo, ya reconquistadas por el pinar, y en el entorno también existen contados ejemplares de cedro.
A una altitud próxima a los 1.000 metros, casi en el mismo cauce, arranca este agraciado superviviente del pasado. Al situarse de manera encajonada, sus dimensiones reales sólo resultan apreciables casi a la par que advertimos su delicado y a la vez perfume letal para enamorarse.
Este sublime ser vivo se ramifica, a escasos centímetros del suelo, en varias pernadas. Su fuste más grueso alcanza un diámetro de 2,40 metros, presentando siempre una marcada inclinación hacia el este. Su altura total es de ocho metros, dejando bajo su copa una enorme sombra como resultado de su arquitectura en forma de paraguas. El árbol es un vivac en sí mismo, un refugio natural donde podrían tumbarse más de 50 personas. Colándonos bajo este cedro, escondiéndonos en la naturaleza, enseguida se escucha la frenética actividad de la avifauna que este solo ejemplar regala.
En grave peligro
Del árbol cuelgan varias ramas desgajadas y secas, sus troncos se curvan sobre múltiples ejes y se pueden observar grietas y profundas hendiduras en la madera interna, con zonas vivas y muertas. El árbol no presenta marcas de incendios, pero sí que se encuentra expuesto a un gran peligro, ya que el espeso sotobosque circundante, dominado por jaras y escobones, se encuentra prácticamente en contacto con la copa llorona y rastrera. Seguramente no sería capaz de sobrevivir a un incendio de mediana intensidad, circunstancia que aconseja la aplicación de un tratamiento preventivo por parte de las autoridades competentes.
Su edad es muy difícil de calcular, aunque al tratarse de una conífera sería posible estimarla científicamente. Se sabe que se trata de una especie muy longeva y, al menos, debería sumar 400 años, aunque puede que muchos más.
Tan solo cabe añadir que, si tienes la oportunidad de poder visitar esta gigantesca semiesfera de buena sombra, no olvides multiplicar este bello paraje por doquier, para tratar de imaginar lo que debió ser la auténtica y originaria naturaleza canaria.
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