JUAN GUZMÁN OJEDA, Ing. Téc. Forestal
El Drago de Gáldar, un árbol con casa y bruja propias (Gran Canaria)
El poblado de Agáldar fue, junto al de Telde, una de las sedes o guanartematos en que se dividió la isla de Tamarant (Gran Canaria), tras la muerte de Artemi Semidán en 1405. Esta separación apenas duró 75 años, ya que la tranquila vida de los que disfrutaron de una isla prácticamente virgen se vio para siempre truncada con la conquista castellana. Se baraja la cifra de que sólo un 15% de la población prehispánica sobrevivió a la ocupación. Para los primeros canarios la presencia del drago (Dracaena draco y, probablemente, también Dracaena tamaranae), debió ser muy común, no sólo por coincidir las áreas de asentamiento con la distribución de las especies, sino también por ser uno de los pocos árboles fácilmente aprovechables ante la carencia de herramientas metálicas. Los aborígenes aprovechaban las curvas de la parte más dura de las fibras del drago para fabricar tarjas o escudos de armas, que luego pintaban en vivos colores. Seguramente fuera apreciado por sus propiedades forrajeras y no se descarta que también hicieran uso medicinal de la “sangre de drago”. Ya antes de la conquista, existieron intercambios de esta panacea medicinal de la época con comerciantes europeos. El monumental invitado de este texto se sitúa (28º 08′ 40” N y 15º 39′ 19”W) en la que fuera la primera capital de la isla. El Drago de Gáldar, pese a su tamaño, es un “árbol de interior” y siempre ha contado con vivienda propia. En concreto, este ilustre titán se hospeda en el patio (13×5 metros) de las antiguas casas consistoriales del Ayuntamiento, edificio que hace esquina entre la calle Tagoror y la plaza de Santiago de los Caballeros. Sólo un estrecho ojo de pez, abierto en el muro interior de la entrada, nos ofrece una ínfima visión del drago cuando el inmueble público permanece cerrado.
Guarecido de los vientos
Las dimensiones de este drago (Dracaena draco) hay que calcularlas desde el nivel de la calle. Así, su altura ronda los 8,5 metros y su perímetro normal es de casi 2,50 metros. La influencia del recinto rectangular que lo aloja se ha traducido en una copa de forma oval en vez de esférica; en contrapartida, el drago siempre ha estado guarecido de los vientos. La parte aérea es fácilmente observable si subimos a la segunda planta del edificio, desde esta perspectiva también se perciben dos puntos de apoyo directo entre el árbol y los muros.
El Drago de Gáldar es un ejemplar cultivado y antiguamente se beneficiaba de las conducciones agrícolas, pero al ir éstas desapareciendo, el Ayuntamiento se vio en la necesidad de recurrir a regarlo. Hace unos veinte años sufrió una importante depresión vegetativa, por lo que se solicitó la ayuda de especialistas. A esta llamada de emergencia respondió, entre otros, el bueno de Jaime O’Shanahan. Este gran amante y conocedor del mundo verde detectó que el problema se localizaba en el sistema radical que estaba desapareciendo, entonces, para provocar la nueva emisión de raíces, se propuso el recubrimiento parcial del tronco con un sustrato volcánico poroso. Gracias a esta acción de conservación el drago presenta hoy un estado saludable, a la vez que la sensación de una ramificación muy baja.
La corteza denota un aspecto añoso y vetusto, con grandes manchas de hongos naturales, espacios desprovistos de corteza y, sobre todo, muchas cicatrices: fechas, sangrados, iniciales y puntos, dibujos e incluso firmas, algunas famosas como la del escultor galdense Juan Borges Linares.
En base al documento histórico (1718) sobre la adquisición del terreno, en el que se hace referencia a la presencia de “vides y de un drago”, tradicionalmente se le ha atribuido una edad cercana a los 300 años. Por otra parte, si tenemos en cuenta sus 14 floraciones, la última en 2011, y la reglas de tiempo entre floración-ramificación, su edad se reduciría a 215 años.
Leyenda de la Bruja Regañosa
En todo caso existe una leyenda, según la cual la edad del drago podría ser todavía mayor. Raúl Mendoza, inquieto agricultor de la zona, ha documentado extensamente la historia que su abuela le contaba: la Leyenda de la Bruja Regañona.
El libro que resulta de la investigación de Raúl, en espera de ser publicado, contrasta la leyenda con varios personajes históricos, hasta el punto de que todo parece indicar que la leyenda puede ser muy real. Catalina (o quizás Águeda) fue una niña de alta alcurnia que, tras una turbulenta historia de casamiento forzado, acabó en un convento del que salió fingiendo su propia muerte. Luego se convirtió en una oscura yerbera dedicada a la medicina popular, a la vez que en una gran protectora del drago cuya sangre aprovechaba.
Su carácter hosco y su profesión de curandera le granjearon la enemistad tanto del cura, como del boticario, hasta llegar al extremo de que éstos intentaron talar el drago. Pero la Bruja Regañona, apodo que le pusieron los asustados niños, no lo permitió, desapareciendo el día en el que el boticario fue encontrado sin vida al pie del drago. No se sabe bien si alguna vez el drago fue parcialmente talado, o si el fantasma de su defensora todavía le ronda. Lo que sí podemos afirmar es que entre las cicatrices hay un dibujo que parece ser una bruja, acompañado de la fecha del 13 de julio de 1913, que refiere a una tal María Leonarda en el ejercicio de tratar de exorcizar el drago de su hechicera, o quizás debamos decir más bien de su bienhechora.
El Drago de Gáldar, un árbol con casa y bruja propias (Gran Canaria)
El poblado de Agáldar fue, junto al de Telde, una de las sedes o guanartematos en que se dividió la isla de Tamarant (Gran Canaria), tras la muerte de Artemi Semidán en 1405. Esta separación apenas duró 75 años, ya que la tranquila vida de los que disfrutaron de una isla prácticamente virgen se vio para siempre truncada con la conquista castellana. Se baraja la cifra de que sólo un 15% de la población prehispánica sobrevivió a la ocupación. Para los primeros canarios la presencia del drago (Dracaena draco y, probablemente, también Dracaena tamaranae), debió ser muy común, no sólo por coincidir las áreas de asentamiento con la distribución de las especies, sino también por ser uno de los pocos árboles fácilmente aprovechables ante la carencia de herramientas metálicas. Los aborígenes aprovechaban las curvas de la parte más dura de las fibras del drago para fabricar tarjas o escudos de armas, que luego pintaban en vivos colores. Seguramente fuera apreciado por sus propiedades forrajeras y no se descarta que también hicieran uso medicinal de la “sangre de drago”. Ya antes de la conquista, existieron intercambios de esta panacea medicinal de la época con comerciantes europeos. El monumental invitado de este texto se sitúa (28º 08′ 40” N y 15º 39′ 19”W) en la que fuera la primera capital de la isla. El Drago de Gáldar, pese a su tamaño, es un “árbol de interior” y siempre ha contado con vivienda propia. En concreto, este ilustre titán se hospeda en el patio (13×5 metros) de las antiguas casas consistoriales del Ayuntamiento, edificio que hace esquina entre la calle Tagoror y la plaza de Santiago de los Caballeros. Sólo un estrecho ojo de pez, abierto en el muro interior de la entrada, nos ofrece una ínfima visión del drago cuando el inmueble público permanece cerrado.
Guarecido de los vientos
Las dimensiones de este drago (Dracaena draco) hay que calcularlas desde el nivel de la calle. Así, su altura ronda los 8,5 metros y su perímetro normal es de casi 2,50 metros. La influencia del recinto rectangular que lo aloja se ha traducido en una copa de forma oval en vez de esférica; en contrapartida, el drago siempre ha estado guarecido de los vientos. La parte aérea es fácilmente observable si subimos a la segunda planta del edificio, desde esta perspectiva también se perciben dos puntos de apoyo directo entre el árbol y los muros.
El Drago de Gáldar es un ejemplar cultivado y antiguamente se beneficiaba de las conducciones agrícolas, pero al ir éstas desapareciendo, el Ayuntamiento se vio en la necesidad de recurrir a regarlo. Hace unos veinte años sufrió una importante depresión vegetativa, por lo que se solicitó la ayuda de especialistas. A esta llamada de emergencia respondió, entre otros, el bueno de Jaime O’Shanahan. Este gran amante y conocedor del mundo verde detectó que el problema se localizaba en el sistema radical que estaba desapareciendo, entonces, para provocar la nueva emisión de raíces, se propuso el recubrimiento parcial del tronco con un sustrato volcánico poroso. Gracias a esta acción de conservación el drago presenta hoy un estado saludable, a la vez que la sensación de una ramificación muy baja.
La corteza denota un aspecto añoso y vetusto, con grandes manchas de hongos naturales, espacios desprovistos de corteza y, sobre todo, muchas cicatrices: fechas, sangrados, iniciales y puntos, dibujos e incluso firmas, algunas famosas como la del escultor galdense Juan Borges Linares.
En base al documento histórico (1718) sobre la adquisición del terreno, en el que se hace referencia a la presencia de “vides y de un drago”, tradicionalmente se le ha atribuido una edad cercana a los 300 años. Por otra parte, si tenemos en cuenta sus 14 floraciones, la última en 2011, y la reglas de tiempo entre floración-ramificación, su edad se reduciría a 215 años.
Leyenda de la Bruja Regañosa
En todo caso existe una leyenda, según la cual la edad del drago podría ser todavía mayor. Raúl Mendoza, inquieto agricultor de la zona, ha documentado extensamente la historia que su abuela le contaba: la Leyenda de la Bruja Regañona.
El libro que resulta de la investigación de Raúl, en espera de ser publicado, contrasta la leyenda con varios personajes históricos, hasta el punto de que todo parece indicar que la leyenda puede ser muy real. Catalina (o quizás Águeda) fue una niña de alta alcurnia que, tras una turbulenta historia de casamiento forzado, acabó en un convento del que salió fingiendo su propia muerte. Luego se convirtió en una oscura yerbera dedicada a la medicina popular, a la vez que en una gran protectora del drago cuya sangre aprovechaba.
Su carácter hosco y su profesión de curandera le granjearon la enemistad tanto del cura, como del boticario, hasta llegar al extremo de que éstos intentaron talar el drago. Pero la Bruja Regañona, apodo que le pusieron los asustados niños, no lo permitió, desapareciendo el día en el que el boticario fue encontrado sin vida al pie del drago. No se sabe bien si alguna vez el drago fue parcialmente talado, o si el fantasma de su defensora todavía le ronda. Lo que sí podemos afirmar es que entre las cicatrices hay un dibujo que parece ser una bruja, acompañado de la fecha del 13 de julio de 1913, que refiere a una tal María Leonarda en el ejercicio de tratar de exorcizar el drago de su hechicera, o quizás debamos decir más bien de su bienhechora.
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