lunes, 19 de febrero de 2018

DÍDAC DÍAZ FABABÚ, analista de fuegos forestales por Yuri Millares, entrevista
“Incendios siempre va a haber, pero podemos decidir si de baja o de alta intensidad”, dice en esta entrevista...
    Días después del último gran incendio forestal de Gran Canaria, a finales de septiembre de 2017, PELLAGOFIO acompañó a dos técnicos del Servicio de Medio Ambiente del gobierno insular que acudieron a inspeccionar la zona afectada. Uno de ellos era este ingeniero técnico forestal. Insiste en que poner más bomberos y helicópteros a medida que los incendios se hacen más virulentos “es un gasto insostenible que no lleva a nada”. La mejor prevención pasa por potenciar el sector primario y consumir producto local.

OJO DE PEZ / En los límites a donde llegó el fuego Por TATO GONÇALVES
Estamos a casi 30º cuando escribo este texto y me pongo, un poco y con miedo, a pensar en el incendio forestal del pasado mes de septiembre en Gran Canaria. Dídac Díaz y Federico Grillo, días después de extinguido, nos guían por el espacio quemado. Nos sorprende la virulencia desatada, “fuego hambriento” llegamos a oír. Monte Constantino nos reveló uno de los extremos y la exactitud de los límites a donde llegó. Aún hoy, después del máster recibido por estos dos expertos, puedo sentir como combustible los matorrales. PD: el pastoreo como prevención ●

–Los incendios forestales ya no son lo que eran. ¿Hay una escala para medirlos, como la hay para los terremotos?
–Sí, pero nosotros la conocemos como “generaciones de incendios”, que te indican una escala no sólo de cómo han cambiado los incendios forestales durante los últimos años, sino también cómo ha cambiado el paisaje en este tiempo. El tipo de incendio que tenemos está muy relacionado con cómo tenemos el paisaje y en este sentido contabilizamos hasta seis generaciones de incendio forestal. La primera generación sería la de los incendios anteriores a los años 50 del siglo XX, en zonas con una economía basada en la agricultura y en la ganadería, a veces de supervivencia. En ese contexto, el paisaje está muy modificado porque hay muchos campos de cultivo y muchos ganados; la gente se construía casas y muebles con madera, cocinaba con leña, hasta me han llegado a decir que a veces había quienes se robaban la hierba los unos a los otros porque no había suficiente. Bajo estas condiciones el paisaje tiene muy poco combustible forestal. Si se producía un incendio, era de llamas pequeñas porque se encontraba zonas peladas, campos de cultivo, terrenos pastoreados, etc, y no era muy extenso. La gente los apagaba como se ha hecho toda la vida: no había servicios de extinción y eran los propios habitantes de los pueblos los que los apagaban, sonaban las campanas y la gente acudía (a veces venía la Guardia Civil y la gente estaba en una fiesta y se la llevaba a apagar ese fuego). ¿Y cómo se apagaba? Pues con ramas verdes.
     “En los incendios de segunda generación, entre los años 60 a 70, han pasado 10 o 20 años de abandono del medio rural. La industrialización intensifica una parte de la agricultura e introduce la energía con combustibles fósiles. Se van despoblando los campos y se importan más alimentos de fuera. Eso produce un abandono del paisaje, más carga de combustible, menos campos de cultivo, con lo que los incendios ya tienen más longitud de llama y la característica fundamental es que son más extensos y más intensos. Aquí ya empiezan a aparecer los retenes del Icona [Instituto para la Conservación de la Naturaleza] para apagarlos, comienzan a conocerse las torres de vigilancia para detectar incendios y se cuenta con unos pocos medios aéreos. También se empiezan a ver los cortafuegos, franjas desprovistas de vegetación que detienen los incendios cuando llegan a ellos.
     “La tercera generación llega a partir de los años 80. Tras 30 o 40 años de abandono del medio rural, ya tenemos unas acumulaciones desmesuradas de combustible forestal y ahí es cuando nacen lo que conocemos como grandes incendios forestales: aquellos que de una forma continuada están fuera de capacidad de extinción. Si los bomberos pueden apagar un incendio con tres o cuatro metros de llama, cuando el incendio tiene de manera continuada 15, 20, 30 o 50 metros de longitud de llama decimos que está fuera de capacidad de extinción. Cuando tenemos incendios que en vez de ir a dos o cuatro kilómetros por hora van a ocho kilómetros por hora, tenemos un tsunami, van muy rápido y también están fuera de capacidad de extinción.

–Eso era en los años 80, pero todavía han ido a más.
–Sí. Y en Canarias empezamos a tener en los años 80 incendios muy potentes (en La Palma ya hubo en 1975 uno bastante grande). Son incendios que generan sus propias condiciones meteorológicas, es una columna convectiva de humo tan potente que modifica los parámetros meteorológicos: la humedad relativa se desploma, hay vientos racheados. El incendio ya no se mueve por un frente sino en oleadas y, sobre todo, a saltos, porque esas corrientes convectivas cogen el material incandescente y empujan hacia arriba pavesas que van generando focos secundarios delante del incendio. Los cortafuegos ya no pueden parar los incendios, porque van por arriba. Por muchos helicópteros y otros medios de extinción que tengas no se pueden apagar.
     “Son incendios creados por las sociedades modernas; en sociedades donde aún hay un predominante medio rural no se dan. Hay países que tienen servicios de extinción muy buenos en los que se da la paradoja de la extinción: estamos apagando todos los incendios, hasta los de invierno que en realidad favorecen porque lo que hacen es descargar material combustible. Eso es hacer una selección negativa, ya que quitando esos incendios “buenos” (entre comillas), dejamos que actúen los incendios malos del verano, con acumulaciones de acumulaciones de material que están fuera de capacidad de extinción.

–Con lo que todavía tenemos peores incendios…
–Sí. La cuarta generación llega cuando esos grandes incendios forestales se encuentran con casas, por dos razones diferentes: una, que el bosque está rodeando los núcleos poblacionales y dos porque la gente en los años 80-90 construye segundas residencias en zonas arboladas para estar cerca de la naturaleza. Son incendios que llamamos de interfaz urbano-forestal, mucho más complicados porque entra el factor humano: hay desalojos, se queman casas, explotan bombonas de butano, caen tendidos eléctricos, se producen accidentes de tráfico y, lo peor de todo, mueren personas.
     “Los incendios de quinta generación llegan en torno al año 2000, cuando esos grandes incendios forestales de interfaz se dan de manera simultánea. Los servicios de extinción son tan buenos, se ha ido invirtiendo tanto en medios, que únicamente hay grandes incendios forestales y ello por condiciones meteorológicas adversas, eso en Canarias es cuando hay viento del este, con la calima, y no se da sólo en una isla, sino en varias a la vez. Se trata de varios incendios de tercera y cuarta generación a la vez. Tenemos ejemplos como el de 2007, cuando Gran Canaria y Tenerife ardieron a la vez; y el de 2012, cuando La Palma, La Gomera y Tenerife ardieron a la vez.
     “Desde 2006 se está hablando de incendios de sexta generación, que son los de quinta generación pero influenciados por el cambio climático. Esos bosques que se plantaron hace un siglo están viviendo en un clima que no es el suyo. Están fuera de rango. Se trata de árboles que están pasando estrés hídrico y tienen mucho combustible muerto en la copa, que hace que los incendios se propaguen mucho más.

–¿Y cómo hemos llegado hasta aquí?
–El problema que tenemos es el de un modelo de sociedad. Es un problema complejo, en el que entran en juego muchos factores: nuestros hábitos de consumo, que ya no cocinamos con leña sino con gas o vitrocerámica, que compramos en grandes centros comerciales productos que vienen de fuera, la energía que consumimos… Todo eso ha modificado el paisaje y explica las generaciones de incendios que hemos visto. Incendios ha habido siempre. Gran Canaria tiene 14 millones de años y los ecosistemas están acostumbrados a incendios por rayos o volcanes, que originaban lo que se llama el “régimen natural de incendios” y la vegetación se adaptaba; los que no están acostumbrados son los seres humanos.

–¿Se puede revertir esa situación o ya no tiene remedio?
–Durante las últimas décadas se han intentado apagar los grandes incendios forestales invirtiendo en más medios y recursos. Si las llamas eran de 10 metros poníamos más bomberos; si eran de 20 metros, pues más bomberos y más helicópteros, si eran de 50 metros, todavía más bomberos y más helicópteros. Es un gasto insostenible que además no lleva a nada: es la respuesta pero no es la solución. Al año siguiente la situación va a ser igual o peor. En las últimas décadas nos hemos centrado en apagar la llama y no en lo que hay debajo: el combustible forestal.

–¿Qué hacemos, nos volvemos al campo?
–Lo que hay que hacer es buscar las maneras de reducir ese combustible forestal. Volver al campo no sé si es una de las maneras: hay que mirar al pasado, pero con visión de futuro. No es cuestión de volver a lo anterior, aquella era una vida muy dura, se pasaba hambre. Con las nuevas tecnologías y el nuevo conocimiento hay que buscar el equilibrio. La tendencia es reactivar el sector primario, porque es la clave para prevenir los incendios forestales. Hay que tomar medidas, como subvencionar y promocionar dicho sector, concienciar a la población urbana de consumir producto local. Eso permite mantener un paisaje mosaico que no sólo tiene bosques extensos por donde se propaga el fuego, sino también campos de cultivo, zonas pastoreadas, zonas de matorrales, donde hay muchos obstáculos a esos grandes incendios que hace que sean más fáciles de apagar. Para conseguir el paisaje mosaico es muy importante el sector primario.
–Hace unos días les hemos acompañado a recorrer la zona afectada por el último incendio en la cumbre de Gran Canaria. Llama la atención ver cómo donde había pastoreo las llamas se fueron apagando solas hasta casi extinguirse: no tenían por dónde seguir… Un síntoma de que esa actividad del sector primario beneficia al paisaje a la vez que lo protege.  
–Es una de las cosas por las que está apostando el Servicio de Medio Ambiente del Cabildo: el pastoreo para prevención de incendios. No es una teoría, se vio muy claro en el monte Constantino, una zona pastoreada con baja carga de combustible, en este caso son pastos, que no detiene el incendio, pero sí reduce mucho su comportamiento extremo a unas llamas muy pequeñitas que se pararon ante una simple pista forestal y los servicios de extinción lo pudieron apagar sin problema. Lo que buscamos es un paisaje con ese tipo de oportunidades mucho más frecuente. 

–Que además genera un ecosistema propio y singular.
–Sí. Esos pastos de altura en Gran Canaria generan una comunidad vegetal endémica, sólo de esta isla, asociada al pastoreo durante cientos de años, con la Poa pitardiana, una gramínea asociada aquí con [el trébol] Trifolium subterraneum. Esas zonas abiertas también tienen una comunidad faunística variada y muy concreta, con muchos insectos (saltamontes) y conejos que atraen a aves como los cernícalos. En el monte Constantino, por ejemplo, se ha avistado al cernícalo patirrojo, una especie muy rara de ver que en este lugar encuentra un nicho ecológico, así que, además, son zonas de alto valor natural que debemos conservar.

–Insectos, aves y demás animales que salieron de allí huyendo en cuanto se declaró el incendio. Recorriendo después todo ese paisaje cumbrero afectado por el fuego, se observan áreas del bosque completamente quemadas con sus troncos calcinados, junto a otras con los troncos ennegrecidos pero conservando sus hojas socarradas en las copas, que ya no son verdes sino marrones. ¿Por qué se comportó el fuego de distintas maneras en el mismo bosque? 
 –Los incendios forestales no tienen el mismo comportamiento en todas las zonas, por la misma dinámica del propio incendio: hay una parte que es la cabeza, por donde va tiene mayor intensidad y los daños son mayores; después están los flancos y la cola. Dependiendo de los diferentes comportamientos, el fuego va a tener una mayor o menor afección al bosque. Por otra parte, es cómo estén preparados los bosques para resistir. Desde el Cabildo llevamos bastantes años haciendo tratamientos selvícolas (desbroces, fuegos prescritos…) para hacer más resistentes a estos bosques. Muchos de los bosques de pinar que se ven de color marrón es porque se les han hecho tratamientos preventivos por debajo o por pastoreo, quitando carga de combustible, y cuando ha pasado el incendio ha sido un fuego de superficie que no ha subido a copas. El incendio no se ha parado ahí, pero ha tenido un comportamiento menos extremo y ha habido menos daños, con menos pavesas, ralentizando mucho la propagación del incendio, permitiendo actuar con mayor seguridad y eficacia.

–El incendio que va por las copas es más peligroso, entonces, que el que se desplaza por la superficie.
–Por supuesto, es más peligroso por las copas. Si el pino tiene diez metros vas a tener como mínimo un incendio de 15 metros de longitud de llama. Ahí los servicios de extinción no tienen nada que hacer. Hasta que ese incendio no baje a superficie no tenemos ninguna oportunidad para apagarlo.

–El Cabildo de Gran Canaria lleva muchos años tratando sus bosques y desde 2001, además, haciendo quemas controladas: ¿cómo y para qué se hacen? La gente se asusta en cuanto ve humo en el bosque.
–El término más exacto es “quemas prescritas”: tienen una prescripción técnica detrás. Cuando uno va al médico le prescribe una medicación según los síntomas que vea. Pues los técnicos van al monte y dependiendo de lo que vean prescriben una “medicina” o no, en este caso la vacuna podrían ser las quemas prescritas: utilizamos el fuego de una manera atenuada para combatir el fuego de verano. Se realizan fuegos controlados con personal profesional en unas condiciones de humedad relativa (cuando ha acabado de llover, sobre todo en invierno o en primavera, y el combustible está muy húmedo). Quitamos biomasa para hacer más resistentes a los pinares.

–Aún con todas las medidas de prevención, ¿el fuego es inevitable?
–Incendios siempre van a haber, lo que sí podemos decidir es la manera en que quemen, si de alta o de baja intensidad.

–La gente ve el humo y enseguida piensa en un incendio. Pero si observa diversos focos de humo, lo que piensa entonces es que hay alguien pegando fuego al monte… aunque a veces el pirómano es el propio bosque, que nos confunde con sus pavesas.
–Sí, a veces se ven imágenes con dos o tres focos de fuego a la vez. La gran mayoría de veces cuando se da esa situación es porque el foco principal ha enviado pavesas, brasas voladoras que son material incandescente, a otras zonas y está provocando focos secundarios. Hay que tener en cuenta que las pavesas pueden ir muy lejos, hasta a kilómetros de distancia. Podemos tener dos incendios uno cerca del otro y no es que alguien los haya provocado, los grandes incendios forestales se mueven así, es su comportamiento.

–Incendios provocados hay, no sé si menos o más que naturales, aunque imagino que será complicado saber cómo o quién. ¿O hay técnicas para averiguarlo?
–Sí, por suerte tenemos en Gran Canaria una brigada de investigación de incendios forestales, la BIF, del cuerpo de agentes de Medio Ambiente, una brigada muy profesional que determina por qué se producen esos incendios. Es muy interesante porque podemos saber qué políticas preventivas hay que hacer. La gente piensa que el bosque se quema por tirar colillas que prenden. Evidentemente no hay que tirar colillas, pero las principales causas de incendios forestales en Gran Canaria son básicamente dos y no hay intencionalidad, sino que son casos de descuido o negligencia que le pueden pasar a cualquier persona que no toma las medidas preventivas adecuadas: la quema de rastrojos y la utilización de maquinaria que genera chispas. En un caso, por quemas agrícolas que se apagan mal y se vuelve a reactivar el fuego provocando el incendio; en el otro, cuando gente con segunda residencia en el monte utiliza la radial para hacer cualquier obra en fin de semana, soltando muchas chispas que prenden rápido donde haya pasto.
     “Tanto unos como otros no querían hacer eso, no son malas personas, no se soluciona poniendo penas más duras de cárcel. Sí hay otra parte de incendios que es intencionada, pero no es de las causas principales ni en Gran Canaria, ni creo que en el resto de España. Aquí hay que diferenciar a los pirómanos de los incendiarios. Los pirómanos son personas con una enfermedad mental, a su patología le da igual que los condenes a 3 o a 15 años de cárcel; los incendiarios es donde único cabría una pena de prisión mayor, pero habría que ver por qué prenden, detrás hay una razón, un conflicto social o económico que hay que desactivar.

 –Sigamos hablando del bosque: resulta que al pino canario… ¡le gusta el fuego!


“Si en la Península hablas de un pino que rebrota se quedan alucinados, ya que de las cinco o seis especies que hay allí ninguna rebrota y puede tardar 100 o 150 años en recuperarse”
–En su larga vida lleva en Canarias desde que éstas aparecieron (durante el Terciario estaba distribuido, y se han encontrado fósiles, por toda la cuenca mediterránea). En Gran Canaria está desde el primer momento, hace millones de años, y está muy acostumbrado a vivir con el fuego del régimen natural de incendios (tormentas eléctricas asociadas a frentes del noroeste en épocas del año en que el combustible está húmedo; actividad volcánica). Ha sobrevivido hasta hoy, pero ya no tenemos ese régimen natural de incendios, de baja o de moderada intensidad. “Ahora es completamente diferente: alta intensidad, alta severidad, muchos daños ¡y en verano!, con la erosión añadida que provocan, después, las lluvias en otoño. Y entre sus muchas adaptaciones para sobrevivir al fuego, la que más conocemos es que es un pino que rebrota en muy poco tiempo (si en la Península hablas de un pino que rebrota se quedan alucinados, ya que de las cinco o seis especies que hay allí ninguna rebrota: si se quema un pinar puede tardar perfectamente 100 o 150 años en volver a recuperar su estado anterior al fuego). El pino canario es un tesoro increíble. Otra de sus adaptaciones es que tiene piñas xerotinas que no se abren para esparcir sus semillas con 30 grados, sino a partir de los 60 grados cuando hay incendios forestales y la semilla no cae sobre un manto de pinocha, sino sobre la tierra, con su competencia convertida en cenizas que es fuente de nutrientes, por lo que puede enraizar mejor.

–En los años 50 del pasado siglo se hicieron en Canarias repoblaciones con pino canarios, pero también con otras tres especies de pino de la Península: radiata, piñonero y carrasco. ¿Cómo se comportan estos otros pinos, se acabarán extinguiendo por sí solos con los incendios, debemos sustituirlos por pino canario?
–El origen de esa repoblación tenemos que contextualizarla. En aquel momento la fuente principal de energía era la madera y se buscaban especies de crecimiento rápido. En el actual contexto de biodiversidad del paisaje esos pinos no tienen tanto sentido. Los tratamientos que está haciendo el Servicio de Medio Ambiente favorecen al pino canario en detrimento de estos otros. Cuando hay un incendio forestal, estos pinos foráneos no rebrotan, por lo que agilizan su sustitución por el pino canario. Es decir, que entre los tratamientos que está haciendo el Servicio de Medio Ambiente y los propios incendios forestales, lo que va a pasar al final es que estos pinos van a ir a menos.

–Y el pino canario recuperará su espacio, su ecosistema.
–Evidentemente.

–Terminamos. En medio del paisaje desolador tras un incendio, un recuerdo dulce.
–Por mis vivencias, ver cómo recupera el pino canario el verde a los pocos meses de sufrir un incendio, frente a pinares que tardan un siglo en recuperarse del fuego.

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