JUAN GUZMÁN OJEDA, Ingeniero técnico forestal
La Sabina de El hierro, un árbol con la ‘peluca’ muy cambiada, En PELLAGOFIO nº 54
Este ejemplar ha soportado durante siglos el embate endiablado de
los vientos alisios, declinando su copa hasta el suelo en la misma
dirección eólica.| FOTO JUAN GUZMAN
Quizás por ser la
hermana menor de este territorio archipielágico, tanto en edad geológica
como en tamaño, la isla de El Hierro alberga una paz excepcional,
sentimiento y relax que aumentan a medida que nos desplazamos hacia su
parte occidental. Esta área donde abundan más los árboles que las
personas es, a su vez, uno de los extremos regionales y el fin del Viejo
Mundo.
Tras el ocaso del reducido pueblo bimbache, allá por 1405, la isla pasó a repartirse entre los nobles, repoblándose con nuevos colonos castellanos. Tras de los repartos, la masa forestal sufrió una intensa transformación, aunque no tanto en su extremo occidental. La Dehesa engulle la mayor parte de las formaciones espontáneas de sabina (Juniperus turbinata), quedando como pastizales públicos para todos los herreños: esta condición de territorio comunal y la apreciada calidad de la madera han demostrado, con los años, ser una estupenda garantía para su conservación.
Y aunque sean miles los ejemplares de sabina que pueblan El Hierro, curiosamente sólo existe un ejemplar conocido como la Sabina de El Hierro (27º 44´56″ N y 18º 07´37″ W). Este individuo constituye todo un símbolo forestal con profundas raíces en la cultura popular. Su estampa, sinónimo de corpulencia y resistencia, aparece por doquier, su aromática resina despide folclore, Virgen de los Reyes, lucha canaria y, en definitiva, canariedad.
Embate endiablado del viento
Paradigma del denominado “porte en bandera”, este ejemplar ha soportado durante siglos el embate endiablado de los vientos alisios, declinando su copa hasta el suelo en la misma dirección eólica. Otras sabinas cercanas, al encontrarse más resguardadas por el relieve, no presentan estos portes tan tumbados. Si bien los alisios suelen tener una velocidad constante en torno a los 20 km/h, lo cierto es que esta zona recibe estos vientos con intensidad multiplicada aunque esté a sotavento, ya que vienen encañonados tras chocar y rebasar el enorme semicráter de El Golfo –la otra mitad se hundió en el mar– que conforma el norte insular.
La Sabina de El Hierro no responde al típico esquema de un árbol, al contrario, se sujeta al suelo –al menos en esta fase de su larga vida– más por su copa que por su base. A vista de cuervo, uno de los mejores aliados en su reproducción, esta copa resulta ser elíptica. De mitad de copa hacia abajo es un entramado de ramas secas y líquenes verde-azulados, también anaranjados; de mitad de copa hacia arriba encontramos la parte viva del vegetal con sus hojas imbricadas típicas de muchas coníferas. Sus frutos presentan un tamaño medio, lo que denota a priori que no padece estrés hídrico.
La altura de esta desmelenada sabina es cercana a los cuatro metros y su base no sigue para nada un patrón cilíndrico. Su fuste, que termina casi en ángulo recto, entremezcla secciones planas y retorcidas, algunas claramente separadas ya del suelo, con gruesas ramas que parten hacia el suroeste. Son fácilmente apreciables ramas desgajadas, antiguos cortes con hacha o machete, o ramas terminadas con sierra ya en época más reciente.
En comparación con las frondosas, las coníferas destacan por poseer una mayor longevidad. Tratando de imaginar a la Sabina de El Hierro en apariencia humana aparece ante mis ojos un extraño, anciano y corpulento ser, prácticamente culturista, con una rodilla hincada en el suelo y una mano hacia arriba frenando el viento, mientras sostiene un gesto de apretar de dientes. Con seguridad la Sabina de El Hierro debió nacer hace la friolera de 500 años, y es probable que ya empezara a curvar sus brotes cuando todavía los bimbaches danzaban, agradecidos por el agua, alrededor del Santo Garoé.
Si tienes la ocasión de acudir a este lugar no pierdas la oportunidad de contemplar a estos guardianes del viento, la ocasión para mezclarte con estos seres casi mitológicos, la especial naturaleza y, cómo no, con el propio viento.
Tras el ocaso del reducido pueblo bimbache, allá por 1405, la isla pasó a repartirse entre los nobles, repoblándose con nuevos colonos castellanos. Tras de los repartos, la masa forestal sufrió una intensa transformación, aunque no tanto en su extremo occidental. La Dehesa engulle la mayor parte de las formaciones espontáneas de sabina (Juniperus turbinata), quedando como pastizales públicos para todos los herreños: esta condición de territorio comunal y la apreciada calidad de la madera han demostrado, con los años, ser una estupenda garantía para su conservación.
Y aunque sean miles los ejemplares de sabina que pueblan El Hierro, curiosamente sólo existe un ejemplar conocido como la Sabina de El Hierro (27º 44´56″ N y 18º 07´37″ W). Este individuo constituye todo un símbolo forestal con profundas raíces en la cultura popular. Su estampa, sinónimo de corpulencia y resistencia, aparece por doquier, su aromática resina despide folclore, Virgen de los Reyes, lucha canaria y, en definitiva, canariedad.
Embate endiablado del viento
Paradigma del denominado “porte en bandera”, este ejemplar ha soportado durante siglos el embate endiablado de los vientos alisios, declinando su copa hasta el suelo en la misma dirección eólica. Otras sabinas cercanas, al encontrarse más resguardadas por el relieve, no presentan estos portes tan tumbados. Si bien los alisios suelen tener una velocidad constante en torno a los 20 km/h, lo cierto es que esta zona recibe estos vientos con intensidad multiplicada aunque esté a sotavento, ya que vienen encañonados tras chocar y rebasar el enorme semicráter de El Golfo –la otra mitad se hundió en el mar– que conforma el norte insular.
La Sabina de El Hierro no responde al típico esquema de un árbol, al contrario, se sujeta al suelo –al menos en esta fase de su larga vida– más por su copa que por su base. A vista de cuervo, uno de los mejores aliados en su reproducción, esta copa resulta ser elíptica. De mitad de copa hacia abajo es un entramado de ramas secas y líquenes verde-azulados, también anaranjados; de mitad de copa hacia arriba encontramos la parte viva del vegetal con sus hojas imbricadas típicas de muchas coníferas. Sus frutos presentan un tamaño medio, lo que denota a priori que no padece estrés hídrico.
La altura de esta desmelenada sabina es cercana a los cuatro metros y su base no sigue para nada un patrón cilíndrico. Su fuste, que termina casi en ángulo recto, entremezcla secciones planas y retorcidas, algunas claramente separadas ya del suelo, con gruesas ramas que parten hacia el suroeste. Son fácilmente apreciables ramas desgajadas, antiguos cortes con hacha o machete, o ramas terminadas con sierra ya en época más reciente.
En comparación con las frondosas, las coníferas destacan por poseer una mayor longevidad. Tratando de imaginar a la Sabina de El Hierro en apariencia humana aparece ante mis ojos un extraño, anciano y corpulento ser, prácticamente culturista, con una rodilla hincada en el suelo y una mano hacia arriba frenando el viento, mientras sostiene un gesto de apretar de dientes. Con seguridad la Sabina de El Hierro debió nacer hace la friolera de 500 años, y es probable que ya empezara a curvar sus brotes cuando todavía los bimbaches danzaban, agradecidos por el agua, alrededor del Santo Garoé.
Si tienes la ocasión de acudir a este lugar no pierdas la oportunidad de contemplar a estos guardianes del viento, la ocasión para mezclarte con estos seres casi mitológicos, la especial naturaleza y, cómo no, con el propio viento.
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