EL BAOBAB, leyenda africana
De Kioko, relatos en vivo
Los dioses se apiadaron de él pero no lo cambiaron de posición para que por siempre recordara que la vanidad no es cualidad benefactora. Los dioses le concedieron que le salieran nuevas y sabrosas hojas que los animales apreciaron por su sabor, le salieron nuevas y elegantes flores muy olorosas pero que sólo se abrirían durante la noche y durarían un sólo día.
Pasaron los lustros y los humanos se enemoraron del baobab ya que en tiempos de sequía podían recurrir a él para dar de comer a sus rebaños y sus frutos eran sabrosos y medicinales. También entendieron que podía comunicarse con sus antepasados, que podía conectar con el inframundo, con lo oculto.
Ahora los pueblos de África conversan, firman tratos o establecen compromisos sentados bajo ese árbol. Es el árbol testigo de la palabra.
Algunos pueblos entierran en los viejos baobabs de troncos huecos a sus griots -los poetas, cantantes o músicos- los transmisores de la tradición oral, los depositarios de la cultura en África. Y también cuentan las leyendas que nadie puede quedarse dormido bajo sus ramas porque los dioses se lo llevarían al cielo.
De Kioko, relatos en vivo
Cuentan que en el principio de los tiempos el baobab era el árbol más espectacular de la Tierra. Tenía hermosas y brillantes hojas y unas flores delicadas de
bonitos colores y agradable perfume. Sus creadores, maravillados de su
perfección, le concedieron también el don de la longevidad. Él, al hacerse adulto, se vio elegante, fuerte, hermoso... llegó a tal punto su vanidad, su chulería, su presunción que hasta deseó ser más importante que sus creadores, los dioses. Le ocurrió como aquellos personajes de la Biblia -Luzbel o los arquitectos de la Torre de Babel- que quisieron emular a dios.
Los enojados dioses lo arrancaron de cuajo y lo plantaron al revés, dejando sus preciosas
hojas y flores bajo tierra. Comenzó a desfallecer, no podía respirar, sus hojas se marchitaron y sus flores desaparecieron. Ahora sus raíces miraban al cielo sin saber qué función podrían tener. Comenzó a pedir clemencia, pidió perdón...Los dioses se apiadaron de él pero no lo cambiaron de posición para que por siempre recordara que la vanidad no es cualidad benefactora. Los dioses le concedieron que le salieran nuevas y sabrosas hojas que los animales apreciaron por su sabor, le salieron nuevas y elegantes flores muy olorosas pero que sólo se abrirían durante la noche y durarían un sólo día.
Pasaron los lustros y los humanos se enemoraron del baobab ya que en tiempos de sequía podían recurrir a él para dar de comer a sus rebaños y sus frutos eran sabrosos y medicinales. También entendieron que podía comunicarse con sus antepasados, que podía conectar con el inframundo, con lo oculto.
Ahora los pueblos de África conversan, firman tratos o establecen compromisos sentados bajo ese árbol. Es el árbol testigo de la palabra.
Algunos pueblos entierran en los viejos baobabs de troncos huecos a sus griots -los poetas, cantantes o músicos- los transmisores de la tradición oral, los depositarios de la cultura en África. Y también cuentan las leyendas que nadie puede quedarse dormido bajo sus ramas porque los dioses se lo llevarían al cielo.
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