Viento y lava contra la tenaz Sabina de la Hoya de la Cruz
«Antaño la sabina fue muy apreciada como leña.
Desconocemos, y a la vez agradecemos, que esta pieza viva del museo
libre de la biodiversidad canaria haya subsistido hasta nuestros días»,
escribe Juan Guzmán en esta entrega, la número 32 de la serie “Árboles
de Canarias”.
Entre los múltiples paisajes de la que
fuera la isla-cuna de los benahoritas, La Palma, llaman especialmente
la atención aquellos que mezclan el verde forestal con las tonalidades
oscuras de la actividad volcánica reciente. La isla ofrece
espectaculares panorámicas en las que el poderoso pino canario (Pinus canariensis)
profundiza poco a poco entre la corteza lávica. Resulta curioso
observar cómo cambian de coloración los pinos: amarillentos en edades
juveniles para luego, una vez alcanzan los nutrientes del antiguo suelo,
adquirir su color verde habitual.
Pero el pino canario, maravillosamente representado en la isla de La Palma, no es el único árbol canario con
capacidad de adaptación a las condiciones de los malpaíses. Entre las
antiguas coladas de los volcanes del Parque Natural de Cumbre Vieja, la
sabina canaria (Juniperus turbinata) también logró encontrar un hábitat ecológico extremo pero, al fin y al cabo, favorable.
A 4 km del volcán Teneguía
Nos trasladamos al sur de La Palma, en concreto al municipio de
Fuencaliente. Apenas a cuatro kilómetros de donde se produjo la
actividad volcánica terrestre más reciente del archipiélago (Teneguía,
en octubre-noviembre de 1971), se encuentra la zona de Las Caletas, un
área salpicada por viviendas, pinos y contados ejemplares de viejas
sabinas canarias. Desgraciadamente, el incendio forestal de 2009 acabó
con varias de ellas, sobre todo las que habitaban junto a la pista
forestal de Lomo Alto.
En
esta ocasión el lugar de culto y admiración forestal se localiza sobre
la coordenada 28º 30´ 9.30″ N y 17º 49´ 37.10″ W. Allí, a 590 metros
sobre el nivel de un cercano mar –apenas un kilómetro y medio en
proyección horizontal– se encuentra postrada la Sabina de la Hoya de la
Cruz. Junto a ella se hallan los restos derruidos de una casa que en su
día se construyera con materiales volcánicos.
Las limitaciones estacionales creadas por los vientos costeros han
modelado un árbol de poca talla, pero no así en anchura. Este atractivo
ejemplar consta de dos troncos principales, uno hacia arriba con escasa
altura y otro que se extiende ampliamente en paralelo con el inclinado
terreno.
Las características que más resaltan de esta singular sabina son, sin
duda, las formas caprichosas que trazan sus troncos y ramas, sus partes
planas, quiebros, entrelazadas y hasta bucles parecen el perfecto dibujo
resultante de la fusión del viento y la lava. Las ondulaciones del
suelo volcánico se confunden con los engrosamientos de la retorcida
madera. Algunas partes recuerdan a las grandes cornamentas de los alces.
Junto a su base, una maraña de gruesas y retorcidas raíces se
disponen de manera aérea, dejando entrever las finas fibras rojizas de
la corteza. Entre los huecos apreciamos numerosas semillas de tamaño
casi diminuto, lo que nos concede una idea tanto de la alta longevidad
como de la dureza estacional.
Su posición solitaria la habrá librado muchas veces de los voraces
incendios que suelen azotar los sures palmeros. En la actualidad,
especies invasoras como el circundante rabo de gato (Pennisetum setaceum) suponen una grave amenaza en caso de que el fuego se aproximara.
Antaño la sabina fue muy apreciada por su poder calorífico como leña.
Desconocemos, y a la vez agradecemos, que esta pieza viva del museo
libre de la biodiversidad canaria haya subsistido hasta nuestros días.
Pueden ser muchas las razones que evitaran su corta, quien sabe, quizás
fuera para ocultar del sol de la mañana a la vivienda o, por qué no, por
el antagonismo surgido entre el hacha y el respeto a su delicada beleza.
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