ABEL DOMÍNGUEZ, en Naturaleza Educativa
El naranjo, El "Árbol de las manzanas de oro"
El naranjo posee una historia de más de 20 millones de años, con sus orígenes anclados en el sudeste asiático. Pertenece a un grupo de plantas (agrios) que comprende también el limonero, mandarino, pomelo o el kumquat; todos ellos descendientes de la familia de plantas denominada Rutáceas. Pero, los primeros agrios poco tenían en común con la naranja dulce y sus variedades de hoy en día, como veremos a lo largo de este artículo.
Etimológicamente “naranja” proviene del sánscrito “nâranga” (traducido como aroma o fragancia). El término pasó de la India a Arabia donde se le llamó “naranch” (en persa “narang”), pasando después a lengua provenzal en el sur de Francia con el nombre de “naurange”. Esta palabra llegó a través de los árabes a la Península Ibérica, y también de ellos hemos heredado el nombre de la flor (azahar).
El fruto del naranjo tenía gran simbolismo en muchos países asiáticos. En la antigua China, cuando un joven hacía una ofrenda de naranjas a la novia, significaba una petición de mano.
En Vietnam, las numerosas pepitas de la naranja simbolizaban fecundidad, y puesto que era necesario una pareja para producirla, era costumbre ofrecer presentes de naranjas a las parejas jóvenes, pues en su ideario del amor una persona aislada no está completa, le falta su “media naranja”.
La expresión “media naranja” proviene de la obra de Platón “El banquete”, donde muestra una de las historias mitológicas del poeta Aristófanes. En ella, se narra una época remota en la que los humanos tenían forma esférica, como las naranjas; poseían dos caras, cuatro brazos y cuatro piernas; y estos seres podían ser de tres clases: uno compuesto de mujer y mujer, otro de hombre y hombre, y un tercero de hombre y mujer al que llamaban “andrógino”. Todos ellos se consideraban a sí mismos seres superiores, casi perfectos, por lo que, creyéndose dioses, se volvieron vanidosos y se enfrentaron a los verdaderos dioses del Olimpo. Entonces Zeus los castigó con su rayo, partiéndolos por la mitad. Desde entonces, estos “medios seres”, incompletos, es decir, nosotros los seres humanos, de sólo una cara, dos brazos y dos piernas, nos vemos condenados a vagar por la Tierra buscando nuestra otra mitad, nuestro complemento inseparable, nuestra “media naranja”.
La mitología griega también nos habla de un hermoso jardín que se hallaría en las montañas de Atlas, vigilado por tres ninfas, las Hespérides. Ese jardín estaría repleto de árboles con manzanas de oro, que habrían sido regalo de bodas a la diosa Hera por parte de Gea (la Tierra). Estas “manzanas de oro” serían en realidad naranjos, cuyos valiosos frutos dorados proporcionaban la inmortalidad a los que se alimentasen de ellos.
En la obra “Histoire Naturelle del Oranges” (1818), de los franceses Riso y Poiteau, se describe la expansión de los agrios según la mitología griega, estableciendo la noción más antigua que se tiene sobre ellos a las expediciones de Héracles, quien habría conquistado las “manzanas de oro” del Jardín de las Hespérides.
La delicada y aromática flor del naranjo o azahar, tiene igualmente su espacio en la historia; simboliza pureza y virginidad. Era costumbre ya en la antigua China, utilizar flores de azahar en las bodas, como símbolo de castidad, pureza e inocencia de la novia.
En la Edad Media y en la época victoriana, según las posibilidades de cada familia, todas las novias portaban ramos, tiaras o diademas de variadas flores, pero en ellas nunca podían faltar las flores de azahar, que además de la castidad significaba también fecundidad del matrimonio. En algunos países, la fecundidad también se asociaba con el naranjo por producir este árbol simultáneamente, flores, frutos y hojas. Los árabes, que también tenían la tradición de que las novias portasen flores de azahar en las bodas, fueron quienes introdujeron esta costumbre en Europa, junto con una hermosa leyenda:
“En la Península Ibérica (España y Portugal), un árbol de naranjo era un privilegio real, nadie más podía poseerlo ni disfrutar de su belleza ni su aroma. En una ocasión, un embajador francés fascinado por las flores del naranjo, intentó sobornar sin éxito al fiel jardinero real para que le vendiera un esqueje. Entonces, la hija del jardinero, que deseaba casarse pero no disponía de dinero, aprovechó la ocasion y aceptó el soborno, vendiéndole un brote de aquellos bellísimos árboles. La joven, como señal de gratitud al naranjo que ayudó a materializar su deseo, el día de su boda adornó su cabeza con una guirnalda de flores de azahar. Desde entonces, comenzó a extenderse entre las novias la costumbre de portar flores de azahar en sus bodas, como un talismán para atraer la felicidad”.
El naranjo, El "Árbol de las manzanas de oro"
El naranjo posee una historia de más de 20 millones de años, con sus orígenes anclados en el sudeste asiático. Pertenece a un grupo de plantas (agrios) que comprende también el limonero, mandarino, pomelo o el kumquat; todos ellos descendientes de la familia de plantas denominada Rutáceas. Pero, los primeros agrios poco tenían en común con la naranja dulce y sus variedades de hoy en día, como veremos a lo largo de este artículo.
Etimológicamente “naranja” proviene del sánscrito “nâranga” (traducido como aroma o fragancia). El término pasó de la India a Arabia donde se le llamó “naranch” (en persa “narang”), pasando después a lengua provenzal en el sur de Francia con el nombre de “naurange”. Esta palabra llegó a través de los árabes a la Península Ibérica, y también de ellos hemos heredado el nombre de la flor (azahar).
El fruto del naranjo tenía gran simbolismo en muchos países asiáticos. En la antigua China, cuando un joven hacía una ofrenda de naranjas a la novia, significaba una petición de mano.
En Vietnam, las numerosas pepitas de la naranja simbolizaban fecundidad, y puesto que era necesario una pareja para producirla, era costumbre ofrecer presentes de naranjas a las parejas jóvenes, pues en su ideario del amor una persona aislada no está completa, le falta su “media naranja”.
La expresión “media naranja” proviene de la obra de Platón “El banquete”, donde muestra una de las historias mitológicas del poeta Aristófanes. En ella, se narra una época remota en la que los humanos tenían forma esférica, como las naranjas; poseían dos caras, cuatro brazos y cuatro piernas; y estos seres podían ser de tres clases: uno compuesto de mujer y mujer, otro de hombre y hombre, y un tercero de hombre y mujer al que llamaban “andrógino”. Todos ellos se consideraban a sí mismos seres superiores, casi perfectos, por lo que, creyéndose dioses, se volvieron vanidosos y se enfrentaron a los verdaderos dioses del Olimpo. Entonces Zeus los castigó con su rayo, partiéndolos por la mitad. Desde entonces, estos “medios seres”, incompletos, es decir, nosotros los seres humanos, de sólo una cara, dos brazos y dos piernas, nos vemos condenados a vagar por la Tierra buscando nuestra otra mitad, nuestro complemento inseparable, nuestra “media naranja”.
La mitología griega también nos habla de un hermoso jardín que se hallaría en las montañas de Atlas, vigilado por tres ninfas, las Hespérides. Ese jardín estaría repleto de árboles con manzanas de oro, que habrían sido regalo de bodas a la diosa Hera por parte de Gea (la Tierra). Estas “manzanas de oro” serían en realidad naranjos, cuyos valiosos frutos dorados proporcionaban la inmortalidad a los que se alimentasen de ellos.
En la obra “Histoire Naturelle del Oranges” (1818), de los franceses Riso y Poiteau, se describe la expansión de los agrios según la mitología griega, estableciendo la noción más antigua que se tiene sobre ellos a las expediciones de Héracles, quien habría conquistado las “manzanas de oro” del Jardín de las Hespérides.
La delicada y aromática flor del naranjo o azahar, tiene igualmente su espacio en la historia; simboliza pureza y virginidad. Era costumbre ya en la antigua China, utilizar flores de azahar en las bodas, como símbolo de castidad, pureza e inocencia de la novia.
En la Edad Media y en la época victoriana, según las posibilidades de cada familia, todas las novias portaban ramos, tiaras o diademas de variadas flores, pero en ellas nunca podían faltar las flores de azahar, que además de la castidad significaba también fecundidad del matrimonio. En algunos países, la fecundidad también se asociaba con el naranjo por producir este árbol simultáneamente, flores, frutos y hojas. Los árabes, que también tenían la tradición de que las novias portasen flores de azahar en las bodas, fueron quienes introdujeron esta costumbre en Europa, junto con una hermosa leyenda:
“En la Península Ibérica (España y Portugal), un árbol de naranjo era un privilegio real, nadie más podía poseerlo ni disfrutar de su belleza ni su aroma. En una ocasión, un embajador francés fascinado por las flores del naranjo, intentó sobornar sin éxito al fiel jardinero real para que le vendiera un esqueje. Entonces, la hija del jardinero, que deseaba casarse pero no disponía de dinero, aprovechó la ocasion y aceptó el soborno, vendiéndole un brote de aquellos bellísimos árboles. La joven, como señal de gratitud al naranjo que ayudó a materializar su deseo, el día de su boda adornó su cabeza con una guirnalda de flores de azahar. Desde entonces, comenzó a extenderse entre las novias la costumbre de portar flores de azahar en sus bodas, como un talismán para atraer la felicidad”.
Al margen de la leyenda y la mitología, la naranja tiene su origen real en Asia, hace miles de años, en una región al sur de China e Indonesia, y que posteriormente se extendió a la India. Se tiene referencia de esta fruta en un bando del emperador Ta-Yu, alrededor del siglo XXIII a.C., donde entre los impuestos a recaudar se estipulaba también la entrega de dos tipos de naranjas, grandes y pequeñas. Probablemente, una de esas “naranjas” sería la mandarina, que llegaría mucho más tarde a Occidente con el nombre común de “naranja de la China”.
Siglos después, en el IV a.C. aparece de nuevo una referencia a la naranja a través de la pluma de Teofastro (discípulo de Aristóteles), en una obra titulada “Historia de las plantas”, donde describe más de 500 especies que fueron descubiertas en los viajes de Alejandro el Magno durante la conquista de Asia. Uno de esos frutales era el cidro o cidra, que Teofastro llamaba “manzana médica” por sus propiedades medicinales. Virgilio (70-19 a.C.) fue el primer escritor latino en mencionar el cidro, y en destacar sus características medicinales antirreumáticas, entre otras propiedades.
Ya en nuestra era, el médico y botánico griego Dioscórides, alrededor del año 60 o 70 d.C., en su obra “Materia Médica” describe las propiedades medicinales del fruto y la semilla de la naranja, y también Galeno de Pérgamo (año 130-210 d.C) hace mención de ellas, recomendando la corteza de la naranja como tónico estomacal.
Durante el Imperio romano se manifestó una cultura agrícola importante, resultando fácil localizar referencias a los agrios en los escritos de la época. Así, Columela (siglo I d.C.) en su obra “Historia Natural”, habla sobre características, cultivo y propiedades del cidro. También Palladio (siglo IV d.C.), en su obra “Tratado de Agricultura”, explica las labores agrícolas del cidro, como la reproducción, trasplante, poda, riego o abonado.
El árbol del naranjo amargo llegó a Occidente a través de la Ruta de la seda, después de haberse extendido a Japón y la India. Los árabes lo introdujeron en el sur de España y después a toda Europa. Se utilizaba sobre todo con fines decorativos por lo llamativo de los frutos y las flores; los árabes los plantaban en calles, jardines y patios de las mezquitas. El naranjo dulce (Citrus sinensis) se consiguió más tarde a base de distintos cruces con otros cítricos. El portugués Vasco de Gama, que regresó de Asia en el año 1520, fue quien introdujo las nuevas variedades de naranjas de la China, que resultaban más dulces y de mejor calidad.
Actualmente, los trabajos de investigación sobre la génesis de los cítricos, estiman que las diferentes clases que hoy conocemos derivan de tres taxones principales: los cidros, los mandarinos y los pummelos o zamboas. Esos tres taxones procederían a su vez de un ancestro común originado hace unos 20 millones de años, sobre mediados del periodo terciario, en algún lugar del sureste asiático.
Todas las diferentes especies e híbridos de cítricos que se hallan en el mundo, han sido fruto de la selección natural, las mutaciones espontáneas y, en los últimos tiempos, producidos directamente por la mano humana.
Finalmente, concluir con un verso del gran Lope de Vega, donde la naranja y el azahar son objeto de la poética:
Naranjitas me tira la niña
en Valencia por Navidad,
pues a fe que si se las tiro
que se le han de volver azahar.
A una máscara salí
y paréme a su ventana;
amaneció su mañana
y el sol en sus ojos vi.
Naranjitas desde allí
me tiró para furor;
como no sabe de amor
piensa que todo es burlar,
pues a fe que si se las tiro
que se le han de volver azahar.
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