LOS AMANTES ÁRBOLES
Publicado para el Concurso: “Colunga Mágica", de Teresa y Víctor (COMPLETO)
Publicado para el Concurso: “Colunga Mágica", de Teresa y Víctor (COMPLETO)
fragmento
(...) Sólo entonces me di cuenta que no era un solo árbol, sino dos, cuyas ramas se entrelazaban, se retorcían las unas contra las otras como si de dos amantes se tratase, unas veces con amor, otras con odio feroz, causando la sensación de algo unificado, compacto que producía en quien lo miraba una sensación de asfixia.
-¿Ellos sueñan?- Miré al Nuberu con incredulidad.
-Sí -me dijo-
-Pero si sueñan, sin duda tú los has despertado al colgar en ellos mi ropa.
-Ya estaban despiertos cuando colgué allí tu vestido- Replicó el Nuberu- Pero fueron ellos los que me pidieron que lo hiciera. Podría haberlo colgado en cualquier otro lugar.
¡Vamos!- dijo-Te contaré una historia.
Y acariciando con suavidad la superficie rugosa del tronco de los árboles, el Nuberu no paró de hablar y de hablar con los ojos cerrados como si ese gesto le trasladase a una época remota.
Resulta- Empezó a decir- que hace mucho tiempo, vivieron aquí dos clanes que se odiaban a muerte.
Ese campo de lavanda en el que tú te has tendido hace unos instantes, fue testigo de una gran batalla. Entonces, no había ninguna flor por aquella época y la tierra se nutría de la sangre de los guerreros cuyos cadáveres de uno y otro bando habían quedado abandonados sin derecho a enterramiento.
Este lugar se consideraba maldito por alguna razón para ellos. Bueno- Dijo el Nuberu sonriendo- en realidad si sé por qué les asustaba tanto. La razón éramos nosotros, los espíritus del bosque.
Sucedió que el jefe de uno de los clanes al regresar de la batalla y contar las bajas y los supervivientes de sus hombres, descubrió que le faltaba uno: El más importante, su hijo.
Muerto de dolor y rabia regresó a este lugar en busca de su Lugo, su vástago pero resultó que se había hecho de noche. Los espíritus nocturnos del bosque se habían despertado y con sus gritos, ahuyentaron a las tropas que no pararon de azuzar a sus caballos hasta que se encontraron muy lejos del páramo. Muchos de ellos enloquecieron… Asustados los otros, juraron que no volverían a poner un solo pie en el campo de aquella matanza pues los espíritus de los muertos pululaban por allí adueñándose de todas las almas que encontraban a su paso. Ante el miedo de aquellos sus aguerridos guerreros, el padre, no tuvo más remedio que claudicar y resignarse a la muerte de Lugo, su hijo pequeño. Pero el padre tenía otros dos hijos más que le sucedieran a su muerte por lo que la muerte de Lugo tampoco era un mal tan irreparable…
No muy lejos de allí, en una aldea vecina, una dama de hermosos ojos azules, casi violetas, hija del cabecilla del clan contrario, dirigía sus pasos hacia este lugar. La joven rebelde cuyo nombre era Daanan, en honor a una diosa protectora, contradijo las órdenes de su padre que insistía que en aquel lugar en el que habían muerto tantos de los suyos y muchos de sus odiados enemigos, estaba impregnado de una oculta maldad a la que no quería ver expuesta a su propia hija. Habían trascurrido apenas dos días desde la mortal batalla y sin embargo, las leyendas sobre lo que allí acontecía por las noches ya campaban por todas partes.
Daanan, quería ir a bañarse en el río, como acostumbraba a hacer y no quería perder la costumbre a pesar de todo lo que había ocurrido. Había ya anochecido cuando se dio un baño en las frías aguas del río bañadas por la pálida luz de la luna. Se quedó un instante quieta antes de salir, escuchando embelesada el canto de las lechuzas y los grillos.
Cuando finalmente se decidió a salir era aún más de noche. Daanan no tenía miedo al bosque, al que debía volver para llegar a su poblado tras atravesar el campo y el río. Era una chica valiente a la que ni siquiera los aullidos de los lobos conseguían amedrentarle pero la idea de pasar entre todos aquellos cadáveres no le resultaba en absoluto divertida. Se puso el vestido con rapidez y caminó por el campo sembrado de muertos intentando no pisarlos ni mirar abajo por temor a reconocer algún rostro entre ellos. Se disponía a dar un último paso cuando sintió que una mano aferraba su tobillo lo que le hizo proferir un grito de terror.
-¡Ayuda!- Sintió una voz débil que provenía desde abajo.
Ante ella se arrastraba un hombre joven, apuesto, gravemente herido por una lanza bajo el costado.
La herida tenía muy mal aspecto. Daanan se arrodilló ante el joven y tomó su hermoso rostro entre sus manos. Éste, finalmente, dejó caer hacia atrás su cabeza, palideció y pareció que dejaba de respirar. Asustada, la joven, volvió a hundir sus tobillos en las frías aguas del rio en dirección a la vegetación que crecía cerca de la cascada. Tomó de allí cuantas hierbas necesitaba para curar al joven, las mezcló con barro y agua del manantial y volvió a su encuentro a toda prisa.
Le arrancó la lanza, limpió la herida y cubrió el agujero que había dejado el arma sobre las costillas del joven con el emplaste que había fabricado a base de agua, barro y plantas medicinales. Luego, le alejó de todos aquellos cadáveres, vigiló su fiebre y le habló continuamente para evitar que el joven Lugh acabase durmiéndose.
Cuentan que la bella Danaan acudía a escondidas al encuentro de su amado día tras día. Robaba alimentos del poblado y también medicinas. Su amor por el enemigo de su padre era tan grande que ya no le importaba lo que pudiera ocurrir si éste llegaba a enterarse. Y la suerte no acompañó a los enamorados.
Receloso por el extraño comportamiento de su hija, el caudillo, se hizo acompañar de uno de sus mejores hombres y al abrigo de la noche sorprendieron con estupor a la muchacha que besaba con ternura al hijo de su peor enemigo y lo que era aún peor curaba sus heridas y le proveía de alimentos..
Ya no había marcha atrás.
De haber estado solo, el caudillo tal vez habría hecho la vista gorda ignorando tan grande traición. Pero había un testigo. Y su hija y el hijo de su enemigo debían tener un escarmiento público.
Los quemaron juntos en este mismo lugar, cerca del río.
Cuentan, que compadecidos por tanto amor, los espíritus del bosque sembraron estos campos con la flor de lavanda en recuerdo a la hermosura de los ojos de ella y que con las cenizas de sus cuerpos abonaron la tierra en la que crecieron dos árboles que los representan.
Dos árboles que se complementan el uno, al otro, que se abrazan, que se retuercen, cuyas raíces se hunden fuertemente en la tierra y miran siempre hacia el cielo.
Si te fijas querida Silvia- dijo el Nuberu finalmente abriendo los ojos- podrás ver como sus ramas dibujan la suavidad y belleza de dos rostros que se miran embelesados.
-Es una historia muy hermosa- dije mirando los árboles y comprobando efectivamente lo que el Nuberu me decía. Permanecí allí con él mirando los árboles, acariciando como el Nuberu la superficie rugosa de sus troncos. Así se hizo de noche. (...)
(...) Sólo entonces me di cuenta que no era un solo árbol, sino dos, cuyas ramas se entrelazaban, se retorcían las unas contra las otras como si de dos amantes se tratase, unas veces con amor, otras con odio feroz, causando la sensación de algo unificado, compacto que producía en quien lo miraba una sensación de asfixia.
-¿Ellos sueñan?- Miré al Nuberu con incredulidad.
-Sí -me dijo-
-Pero si sueñan, sin duda tú los has despertado al colgar en ellos mi ropa.
-Ya estaban despiertos cuando colgué allí tu vestido- Replicó el Nuberu- Pero fueron ellos los que me pidieron que lo hiciera. Podría haberlo colgado en cualquier otro lugar.
¡Vamos!- dijo-Te contaré una historia.
Y acariciando con suavidad la superficie rugosa del tronco de los árboles, el Nuberu no paró de hablar y de hablar con los ojos cerrados como si ese gesto le trasladase a una época remota.
Resulta- Empezó a decir- que hace mucho tiempo, vivieron aquí dos clanes que se odiaban a muerte.
Ese campo de lavanda en el que tú te has tendido hace unos instantes, fue testigo de una gran batalla. Entonces, no había ninguna flor por aquella época y la tierra se nutría de la sangre de los guerreros cuyos cadáveres de uno y otro bando habían quedado abandonados sin derecho a enterramiento.
Este lugar se consideraba maldito por alguna razón para ellos. Bueno- Dijo el Nuberu sonriendo- en realidad si sé por qué les asustaba tanto. La razón éramos nosotros, los espíritus del bosque.
Sucedió que el jefe de uno de los clanes al regresar de la batalla y contar las bajas y los supervivientes de sus hombres, descubrió que le faltaba uno: El más importante, su hijo.
Muerto de dolor y rabia regresó a este lugar en busca de su Lugo, su vástago pero resultó que se había hecho de noche. Los espíritus nocturnos del bosque se habían despertado y con sus gritos, ahuyentaron a las tropas que no pararon de azuzar a sus caballos hasta que se encontraron muy lejos del páramo. Muchos de ellos enloquecieron… Asustados los otros, juraron que no volverían a poner un solo pie en el campo de aquella matanza pues los espíritus de los muertos pululaban por allí adueñándose de todas las almas que encontraban a su paso. Ante el miedo de aquellos sus aguerridos guerreros, el padre, no tuvo más remedio que claudicar y resignarse a la muerte de Lugo, su hijo pequeño. Pero el padre tenía otros dos hijos más que le sucedieran a su muerte por lo que la muerte de Lugo tampoco era un mal tan irreparable…
No muy lejos de allí, en una aldea vecina, una dama de hermosos ojos azules, casi violetas, hija del cabecilla del clan contrario, dirigía sus pasos hacia este lugar. La joven rebelde cuyo nombre era Daanan, en honor a una diosa protectora, contradijo las órdenes de su padre que insistía que en aquel lugar en el que habían muerto tantos de los suyos y muchos de sus odiados enemigos, estaba impregnado de una oculta maldad a la que no quería ver expuesta a su propia hija. Habían trascurrido apenas dos días desde la mortal batalla y sin embargo, las leyendas sobre lo que allí acontecía por las noches ya campaban por todas partes.
Daanan, quería ir a bañarse en el río, como acostumbraba a hacer y no quería perder la costumbre a pesar de todo lo que había ocurrido. Había ya anochecido cuando se dio un baño en las frías aguas del río bañadas por la pálida luz de la luna. Se quedó un instante quieta antes de salir, escuchando embelesada el canto de las lechuzas y los grillos.
Cuando finalmente se decidió a salir era aún más de noche. Daanan no tenía miedo al bosque, al que debía volver para llegar a su poblado tras atravesar el campo y el río. Era una chica valiente a la que ni siquiera los aullidos de los lobos conseguían amedrentarle pero la idea de pasar entre todos aquellos cadáveres no le resultaba en absoluto divertida. Se puso el vestido con rapidez y caminó por el campo sembrado de muertos intentando no pisarlos ni mirar abajo por temor a reconocer algún rostro entre ellos. Se disponía a dar un último paso cuando sintió que una mano aferraba su tobillo lo que le hizo proferir un grito de terror.
-¡Ayuda!- Sintió una voz débil que provenía desde abajo.
Ante ella se arrastraba un hombre joven, apuesto, gravemente herido por una lanza bajo el costado.
La herida tenía muy mal aspecto. Daanan se arrodilló ante el joven y tomó su hermoso rostro entre sus manos. Éste, finalmente, dejó caer hacia atrás su cabeza, palideció y pareció que dejaba de respirar. Asustada, la joven, volvió a hundir sus tobillos en las frías aguas del rio en dirección a la vegetación que crecía cerca de la cascada. Tomó de allí cuantas hierbas necesitaba para curar al joven, las mezcló con barro y agua del manantial y volvió a su encuentro a toda prisa.
Le arrancó la lanza, limpió la herida y cubrió el agujero que había dejado el arma sobre las costillas del joven con el emplaste que había fabricado a base de agua, barro y plantas medicinales. Luego, le alejó de todos aquellos cadáveres, vigiló su fiebre y le habló continuamente para evitar que el joven Lugh acabase durmiéndose.
Cuentan que la bella Danaan acudía a escondidas al encuentro de su amado día tras día. Robaba alimentos del poblado y también medicinas. Su amor por el enemigo de su padre era tan grande que ya no le importaba lo que pudiera ocurrir si éste llegaba a enterarse. Y la suerte no acompañó a los enamorados.
Receloso por el extraño comportamiento de su hija, el caudillo, se hizo acompañar de uno de sus mejores hombres y al abrigo de la noche sorprendieron con estupor a la muchacha que besaba con ternura al hijo de su peor enemigo y lo que era aún peor curaba sus heridas y le proveía de alimentos..
Ya no había marcha atrás.
De haber estado solo, el caudillo tal vez habría hecho la vista gorda ignorando tan grande traición. Pero había un testigo. Y su hija y el hijo de su enemigo debían tener un escarmiento público.
Los quemaron juntos en este mismo lugar, cerca del río.
Cuentan, que compadecidos por tanto amor, los espíritus del bosque sembraron estos campos con la flor de lavanda en recuerdo a la hermosura de los ojos de ella y que con las cenizas de sus cuerpos abonaron la tierra en la que crecieron dos árboles que los representan.
Dos árboles que se complementan el uno, al otro, que se abrazan, que se retuercen, cuyas raíces se hunden fuertemente en la tierra y miran siempre hacia el cielo.
Si te fijas querida Silvia- dijo el Nuberu finalmente abriendo los ojos- podrás ver como sus ramas dibujan la suavidad y belleza de dos rostros que se miran embelesados.
-Es una historia muy hermosa- dije mirando los árboles y comprobando efectivamente lo que el Nuberu me decía. Permanecí allí con él mirando los árboles, acariciando como el Nuberu la superficie rugosa de sus troncos. Así se hizo de noche. (...)
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