viernes, 30 de enero de 2009

MARTÍN CHICO - En "Mi amigo el árbol"

MARTÍN CHICO (Murcia, 1864-1964)
En "Mi amigo el árbol"

“Un plátano plantado por César en Córdoba recordó por mucho tiempo la gloria de aquel ilustre romano, y nuestro poeta Marco Valerio Marcial (siglo I), de Bílbilis, dijo en sus versos que han llegado a nosotros:

- Plátano amado de los dioses,
no temas ni el fuego ni el hierro sacrílego.
Tu duración y tu lozanía serán eternas,
porque es la mano de César la que te ha plantado.-

Murió aquel árbol pero el poeta español nos conservó su memoria.”



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jueves, 29 de enero de 2009

CONCHA ESPINA - Álamo

CONCHA ESPINA (Santander, 1869-1955)
Álamo  
                 
                   
                 I

Álamo caminero
con lazo de primera comunión;
gigante niño bueno
en la procesión
interminable del sendero.

Cándido cirio
con la venera blanca
del turismo;
fogaril del que pasa
la negrura del cauce anochecido.

Madera para cunas y ataúdes;
ramazón en la lumbre
dorada del invierno;
cabellera peinada por el viento.
Índice que en las nubes
clavas tu devoción;
mirada verde puesta en Dios.


                  II

Álamo caminero,
el del camino real;
tabla rubia para un lecho nupcial;
trinquete del velero
que enarbola todos los sueños
de la Mar.

Aquieta en el murmullo
de tus hojas
mi caminata loca,
numeroso trasunto de una vida;
enciéndeme la antorcha
de tu cinta,
lechada de cal viva
que no se acaba nunca,
porque la extiendes al hermano tronco.
Y así va de uno en otro,
por los árboles ínclitos,
radiante la blancura
del trayecto" infinito...


                 III

Así vaya contigo
mi corazón, creciendo
en señales de Amor y Claridad
álamo caminero,
el del camino real.


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miércoles, 28 de enero de 2009

Cuento tibetano - LA SOBERBIA DEL ÁRBOL

LA SOBERBIA DEL ÁRBOL 
Leyenda tibetana

Dicen que hace muchísimo tiempo a los árboles no se les caían las hojas. Y sucedió que un anciano iba vagando por el mundo desde joven, su propósito era conocerlo todo. Al final estaba muy pero que muy cansado de subir y bajar montañas atravesar ríos, praderas y andar y andar.
De manera que decidió subir a la más alta montaña del mundo, desde donde, quizás, podría ver y conocerlo todo antes de morir. Lo malo es que la montaña era tan alta que para llegar a la cumbre había que atravesar las nubes y subir más alto que ellas. Tan alta que casi podía tocar la luna con la mano extendida.
Pero al llegar a lo más alto, comprobó que sólo podía distinguir un mar de nubes por debajo de él y no el mundo que deseaba conocer.
Resignado decidió descansar un poco antes de continuar su viaje. Siguió andando hasta que encontró un árbol gigantesco. Al sentarse a su gran sombra no pudo menos que exclamar:
— ¡Los dioses deben protegerte, pues ni la ventisca ni el huracán han podido abatir tu grandioso tronco, ni arrancar una sola de tus hojas!
—Ni mucho menos, —contestó el árbol sacudiendo sus ramas con altivez y produciendo un gran escándalo con el sonido de sus hojas—, el maligno viento no es amigo de nadie, ni perdona a nadie, lo que ocurre es que yo soy más fuerte y hermoso. El viento se detiene asustado ante mí, no sea que me enfade con él y lo castigue, sabe bien que nada puede contra mí.
El anciano se levantó y se marchó, indignado de que algo tan bello pudiese ser tan necio como lo era ese árbol. Al rato el cielo se oscureció y la tierra parecía temblar.
Apareció el viento en persona:
— ¿Qué tal arbolito? —rugió el viento—, así que ... ¿no soy lo bastante potente para ti y te tengo miedo? ¡Ja, ja, ja!
Al sonido de su risa todos los árboles del bosque se inclinaron atemorizados.
—Has de saber que si hasta ahora te he dejado en paz ha sido porque das sombra y cobijo al caminante, ¿No lo sabías?
—No, no lo sabía.
—Pues mañana a la salida del sol tendrás tu castigo, para que todos vean lo que les ocurre a los soberbios, ingratos y necios.
—Perdón, ten piedad, no lo haré más.
—¡Ja, ja, ja, de eso estoy seguro, ja, ja ja!
Mientras transcurría la noche el árbol meditaba sobre la terrible venganza del viento. Hasta que se le ocurrió un remedio que quizás le permitiese sobrevivir a la cólera del viento. Se despojó de todas sus hojas y flores. De manera que a la salida del sol, en vez de un árbol magnífico, rey de los bosques, el viento encontró un miserable tronco, mutilado y desnudo.
Al verlo, el viento se echó a reír, y cuando pudo parar le dijo así al árbol:
—En verdad que ahora ofreces un espectáculo triste y grotesco. Yo no hubiese sido tan cruel, ¡qué mayor venganza para el orgullo que la que tu mismo te has infringido! De ahora en adelante, todos los años tú y tus descendientes, que no quisisteis inclinaros ante mi, recuperarás esta facha, para que nunca olvidéis que no se debe ser necio y orgulloso.
Por eso los descendientes de aquel antiguo árbol pierden las hojas en otoño. Para que nunca olviden que nada es más fuerte que el viento.

---Fin---

martes, 27 de enero de 2009

JOACHIM DU BELAY (France, 1522-1560)
Sonnet

Qui a vu quelque fois un grand chêne asséché,
Qui pour son ornement quelque trophée porte,
Lever encore au ciel sa vieille tête morte,
Dont le pied fermement n'est en terre fiché,

Mais qui dessus le champ plus qu'à demi penché
Montre ses bras tout nus, et sa racine torte,
Et sans feuille ombrageux, de son poids se supporte
Sur un tronc nouailleux en cent lieux ébranché:

Et bien qu'au premier vent il doive sa ruine,
Et maint jeune à l'entour ait ferme la racine,
Du dévot populaire être seul révéré:

Qui tel chêne a pu voir, qu'il imagine encore
Comme entre les cités, qui plus florissent ore,
Ce vieil honneur poudreux est le plus honoré.

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lunes, 26 de enero de 2009

HAIKUS y el árbol


MORITAKE (1473-1540)

El sauce verde
pinta cejas al mar
sobre la fuente



SOIN (1604-1682)

El alto cielo
miraba, ¡y un aroma!
el del ciruelo



MATSUO BASHO (1644-1694)

Aroma de ciruelo
y de pronto el sol sale:
senda del monte
         *
El cucú
un bosque de bambú
filtra la luna
        *
Un ruiseñor
llora de el bambudal
su senectud
        *
¡De qué árbol en flor
no sé
pero qué perfume!
        *
Las ráfagas de invierno
se abisman en los bambúes
y se calman
        *
Se ha escondido
en el bosque de bambú
el viento de invierno
        *
Adherida a un campiñón
la hoja
de un árbol desconocido


BUSON (1716-1783)

Más que el cerezo
con la casita íntima
el melocotonero



TAIGUI (1709- 1771)

Se ve de noche
la fogata de un templo
Bosque invernal


USUDA ARÔ

Leve es la primavera:
sólo un viento que va
de árbol a árbol
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viernes, 23 de enero de 2009

MURIEL BARBERY - La elegancia del erizo

MURIEL BARBERY (Marruecos, 1969)
En "La elegancia del erizo"


“…Kakuro hablaba del campo ruso con todos esos abedules flexibles, cuyas hojas sonaban como un murmullo, y me he sentido ligera, ligera…
      Después reflexionando un poco sobre ello, he comprendido en parte mi repentina alegría al hablar Kakuro de los abedules rusos. Me ocurre lo mismo cuando se habla de árboles, del árbol que sea: el tilo de la casa de labor, el roble detrás de la vieja granja, los grandes olmos que hoy ya no existen, los pinos doblados por el viento en las costas ventosas, etc. Hay tanta humanidad en esta capacidad de amar los árboles, tanta nostalgia de nuestros embelesos primeros, tanta fuerza de sentirse tan insignificante en el seno de la naturaleza… Sí, eso es: la evocación de los árboles, de su majestuosidad indiferente y del amor que por ellos sentimos nos enseña cuán irrisorios somos, viles parásitos que pululamos en la superficie de la tierra, y al mismo tiempo nos hace dignos de vivir, pues somos capaces de reconocer una belleza que no nos debe nada.
      Kakuro hablaba de los abedules y, olvidando a los psicoanalistas y a toda esa gente inteligente que no sabe qué hacer con su inteligencia, de pronto me sentía más adulta por ser capaz de comprender la grandísima belleza de estos árboles…”

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jueves, 22 de enero de 2009

JEAN DE LA FONTAINE - La chêne et le roseau

JEAN DE LA FONTAINE (1621-1695)
La chêne et le roseau

Le Chêne un jour dit au Roseau :
"Vous avez bien sujet d'accuser la Nature ;
Un Roitelet pour vous est un pesant fardeau.
Le moindre vent, qui d'aventure
Fait rider la face de l'eau,
Vous oblige à baisser la tête:
Cependant que mon front, au Caucase pareil,
Non content d'arrêter les rayons du soleil,
Brave l'effort de la tempête.
Tout vous est Aquilon, tout me semble Zéphyr.
Encor si vous naissiez à l'abri du feuillage
Dont je couvre le voisinage,
Vous n'auriez pas tant à souffrir:
Je vous défendrais de l'orage;
Mais vous naissez le plus souvent
Sur les humides bords des Royaumes du vent.
La nature envers vous me semble bien injuste.
- Votre compassion, lui répondit l'Arbuste,
Part d'un bon naturel ; mais quittez ce souci.
Les vents me sont moins qu'à vous redoutables.
Je plie, et ne romps pas. Vous avez jusqu'ici
Contre leurs coups épouvantables
Résisté sans courber le dos;
Mais attendons la fin. "Comme il disait ces mots,
Du bout de l'horizon accourt avec furie
Le plus terrible des enfants
Que le Nord eût portés jusque-là dans ses flancs.
L'Arbre tient bon ; le Roseau plie.
Le vent redouble ses efforts,
Et fait si bien qu'il déracine
Celui de qui la tête au Ciel était voisine
Et dont les pieds touchaient à l'Empire des Morts.

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.
La encina y la caña.
  
Dijo la encina a la caña: “Razón tienes para quejarte de la naturaleza: un pajarillo es para ti grave peso; la brisa más ligera, que risa la superficie del agua, te hace bajar la cabeza. Mi frente, parecida a la cumbre del Cáucaso, no solo detiene los rayos del sol; desafía también la tempestad.
    Para ti, todo es aquilón; para mi céfiro. Si nacieses, al menos, al abrigo de mi follaje, no padecerías tanto: yo te defendería de la borrasca. Pero casi siempre brotas en las húmedas orillas del reino de los vientos ¡injusta ha sido contigo la naturaleza!
    -Tu compasión, respondió la caña, prueba tu buen natural; pero no te apures. Los vientos no son tan temibles para mi como para ti. Me inclino y me doblo pero no me quiebro. Hasta el presente has podido resistir las mayores ráfagas sin inclinar el espinazo; pero hasta el fin nadie es dichoso”.
    Apenas dijo estas palabras, de los confines del horizonte acude furibundo el más terrible huracán que engendró el septentrión. El árbol resiste, la caña se inclina; el viento redobla sus esfuerzos, y tanto porfía, que al fin arranca de cuajo la encina que elevaba la frente al cielo y hundía sus pies en los dominios del tártaro".
---Fin---

miércoles, 21 de enero de 2009


LAS HERMANAS CEDRO AMARILLO
Indios nativos de Norteamérica


Al principio, el cuervo creó el mundo. Llenó los ríos de agua fresca y colocó el sol, la luna y las estrellas en el cielo. El cuervo era inteligente, pero también tramposo. Y, además, siempre tenía hambre. De hecho, era una criatura voraz.
Un día se detuvo en una playa para contemplar a tres muchachas que secaban salmón. Eran jóvenes hermosas, con una cabellera larga y sedosa y una piel extre­madamente suave. Pero el cuervo estaba hambriento. De modo que se fijó mucho más en el salmón que en las mujeres. E ideó un plan para conseguir hacerse con el pescado.
—¿No os asusta estar aquí solas? —les preguntó.
—No —contestaron—. Nos gusta estar solas.
—Pero, ¿acaso no teméis a los osos?
—¡Oh, no! No nos asustan los osos —repusieron riendo.
—¿Y qué me decís de los lobos? —insistió. Las jóvenes volvieron a contestar que no.
El cuervo siguió nombrando animales, pero, cada vez que lo hacía, las mujeres simplemente se encogían de hombros y sentenciaban:
—No, no nos asustan.
Hasta que le llegó el turno a las lechuzas. De pronto, los rostros de las mucha­chas se ensombrecieron.
—No menciones a las lechuzas —rogaron—. Las lechuzas sí nos dan miedo. Eso se debe a que el ulular de las lechuzas procede del mundo de los espíritus y a la gente le hace pensar en brujas y fantasmas.
El cuervo estaba encantado. Por fin veía cómo llevar a cabo su plan. Se escondió en un arbusto cercano y se puso a ulular imitando a una lechuza. Las mujeres no se dieron cuenta de que se trataba de un engaño del cuervo, sino que creyeron que se trataba de una lechuza. Así que echaron a correr hacia el bosque y no se detuvieron hasta llegar a la mitad de la colina, donde pararon para tomar aliento. Como estaban muy cansadas, decidieron quedarse allí un tiempo. Pero mientras descansaban en la ladera de la montaña, tan aterradas que ape­nas se atrevían a moverse, sus cuerpos empezaron a cambiar lenta, muy lentamente. Su torso y sus piernas se transformaron en troncos. Sus pies y sus dedos se hundie­ron en la tierra convertidos en raíces. Sus brazos extendidos se volvieron ramas mecidas por la brisa. Al final, todas ellas se volvieron cedros amarillos. Entonces, el cuervo regresó a la playa y se comió todo el salmón seco.
Desde entonces, se encuentran cedros amarillos en lo alto de las laderas de todas montañas occidentales. Aún hoy, esos árboles tienen una gran belleza, sus tron­cos son suaves como la piel de una muchacha y su sedosa corteza recuerda a una larga y brillante cabellera.

---Fin---

martes, 20 de enero de 2009

CUANDO MUERE UN CEDRO
Marruecos
Recopilación de Francisco Salgueiro
.

I
Aspiró el aire, lo bebió con ansias, a raudales. El bosque era una caricia ofrecida. Montes lejanos se rendían a la nieve. Bajo los cielos, sintió una sombra prodigiosa.
Aquel hombre venía de otras tierras. Anduvo mucho, en soledad. Era pobre, profundo. No tenía nombre. Ni siquiera un nombre le cantó en los labios. No recordaba quiénes fueron sus padres ni el barro en que cayó al nacer. Un día, alguien le llamó Ahmed y desde entonces, él mismo se reconoció con ese nombre.
Venía de otro horizonte. Le habían visto pasar las sedientas barrancas, las pitas que vibraron bajo el sol de fuego. Le vieron las noches profundas de verano, esas noches que quiebran el la lejanía aullidos de chacales. Los niños de poblado se asomaron por verle, y a veces, tropezó con el buey somnoliento, y los perros ladraron a su sombra.
Un día, sin saberlo, llegó a la tierra de Ketama. El aire era un inmenso corazón de secretos. Alguien le dijo al oído, muy levemente, en una lengua que sólo él conocía:
-Aquí hay árboles altos como el mundo; la hierba y el silencio se comban al peso del rocío.
Ahmed se sentó a la orilla del llano. Era hermoso tenderse sobre el césped. Ahmed adivinó unas voces lejanísimas. Sólo en su corazón y en ansia profunda, Ahmed era ciego.

II
Allá en la hondonada se agrupa el cedral milenario. Un alto cedro lo preside. Un gigante de frente rumorosa. Parece que sostiene el cielo. Le llaman el Rey.
Los días de zoco en Telata, los campesinos bullen en la plaza que rodean los árboles de siglos. Desde las primeras horas de la mañana, todo se llena de un rumor caliente; los seres y las cosas van saliendo de un sueño.
Primero es el piar suave, como risas de muchachas veladas. Poco a poco, irrumpen las voces del hombre. Llegan pastores con su ganado, comerciantes de carbón y hierbabuena. Instalan pequeñas tiendas a ras de suelo. Tiembla un alegre bullir de teteras. De los coches de línea descienden numerosas chilabas. Las voces vuelan y se entrecruzan como saetas guturales.

III
Hoy ha caído la primera nieve. La nieve es ciega, la nieve es blanca como los ojos de Ahmed. Algunas ramas se desgajaron bajo el peso silencioso. Ya se presienten nuevos riachuelos. Los niños más pequeños no pudieron acudir a la escuela.
Después de la nevada, todo está limpio, tan claro el aire. No hay apenas una pisada ni la pluma de un pájaro. Todo permanece en amorosa quietud. Las sendas se perdieron con los últimos copos. El bosque parece más solo en su hondo murmullo. Al pie de los altos cedros, se adivina una hierbecilla aterida. El césped y el agua sueñan el calor de la tierra. El aliento del hombre se hace humo en el aire.

IV
Él puede saberlo, sentirlo en su carne, en su alma. Es como si el hacha se hundiese en su sensibilidad finísima, como si súbitos leñadores le clavasen el acero en el corazón.
Ahmed ama estos árboles. Los cree hijos suyos, sangre suya, viejos hermanos. Cuando va solo a través del bosque, cuando camina en su noche oscura, guiado por un soplo, por extraños signos… Ahmed acaricia los cedros, y les habla.
¿No habéis presentido la muerte de un cedro? ¿No encontrasteis, de pronto, a los leñadores? Aparecen en lo más íntimo del bosque. Nadie les esperaba. Un miedo oscuro asciende en vuestras venas. El acero es antiguo. Qué profundo es el golpe.
Cuando un cedro cae, surge un eco de lo más hondo del bosque. Luego se hace un gran silencio. El universo no existe. Sólo existe el silencio. Los pájaros, como heridos, se pierden en la gruta del cielo.

V
¿Qué busca Ahmed por el bosque? ¿Qué espera ansiosa, oscuramente? ¿Es que cada árbol posee un alma, un lenguaje ignorado? En la altura de las ramas ¿cómo besa la luz? ¿Qué vida recóndita, purísima, brota desde las raíces?
Esta tarde Ahmed se ha sentado, y reclina su espalda sobre el viejo Rey. Allí cerca está el cementerio. De las tumbas flota una paz inefable.
El tiempo de nieve es bellísimo. Unos pájaros picotean sobre el suelo. Alo lejos, una voz vuela en la diafanidad del ambiente. Los bueyes lentos del crepúsculo arrastran una luz suave, el aroma, las ramas…
Ahmed tiende su corazón sobre el césped, lo abriga bajo el cedral rumoroso, y comprende que la belleza es como el vuelo de la brisa. Sobre sus sienes, una luz fresca se remansa. Una vaga somnolencia, un hondo sueño, se exhala de los altos árboles milenarios.

VI
De pronto, Ahmed se ha estremecido. Adivinó un golpe. Un golpe a lo lejos. Un eco que brotó de lo más hondo.
Se puso en pie. Un vivo temblor lo sacudía. Se irguió terrible. Apretó los puños. Su corazón latía con fuerza. Se levantó con los brazos abiertos, en un gesto de amparar a un hijo.
Echa a correr. Quiere gritar. Los hombres escuchan su voz cálida. Su voz rompe el murmullo de las altas ramas. Nadie se mueve. Nadie intenta contenerle. Los niños le miran con miedo. El pastor no abandona sus ovejas. Los campesinos clavan sus pies en el surco. Ahmed sigue, como un poseído, en su loca carrera.
Y es que en la hondonada, un cedro, quizá el que él acariciaba como un hijo, acaba de derrumbarse, lento, callado, para siempre.

---Fin---

lunes, 19 de enero de 2009

JOYCE KILMER - Trees

JOYCE KILMER (EE.UU. 1886–1918)
Trees


I think that I shall never see
A poem lovely as a tree.

A tree whose hungry mouth is prest
Against the sweet earth's flowing breast;

A tree that looks at God all day,
And lifts her leafy arms to pray;

A tree that may in summer wear
A nest of robins in her hair;

Upon whose bosom snow has lain;
Who intimately lives with rain.

Poems are made by fools like me,
But only God can make a tree.


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Árboles

Creo que nunca veré
un poema tan hermoso como un árbol.

Un poema cuya boca hambrienta esté pegada
al dulce seno fluyente de la tierra;

un árbol que mira a Dios todo el día.
Y alza sus brazos frondosos para rezar.

Un árbol que en verano podría llevar
un nido de petirrojos en sus cabellos;

en cuyo pecho se ha recostado la nieve;
quien vive íntimamente con la lluvia.

Los poemas son hechos por personas como yo.
Pero solo Dios puede hacer un árbol.

Traducción: Alexander Best 
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viernes, 16 de enero de 2009

WILLIAN WORDSWORTH - Lines left...

WILLIAN WORDSWORTH (England, 1770-1850)
Lines left upon a seat in a yew tree


Nay, Traveller! rest. This lonely Yew-tree stands
Far from all human dwelling: what if here
No sparkling rivulet spread the verdant herb?
What if the bee love not these barren boughs?
Yet, if the wind breathe soft, the curling waves,
That break against the shore, shall lull thy mind
By one soft impulse saved from vacancy.
-------------------Who he was
That piled these stones d with the mossy sod
First covered, and here taught this aged Tree
With its dark arms to form a circling bower,
I well remember.--He was one who owned
No common soul. In youth by science nursed,
And led by nature into a wild scene
Of lofty hopes, he to the world went forth
A favoured Being, knowing no desire
Which genius did not hallow; 'gainst the taint
Of dissolute tongues, and jealousy, and hate,
And scorn,--against all enemies prepared,
All but neglect. The world, for so it thought,
Owed him no service; wherefore he at once
With indignation turned himself away,
And with the food of pride sustained his soul
In solitude.--Stranger! these gloomy boughs
Had charms for him; and here he loved to sit,
His only visitants a straggling sheep,
The stone-chat, or the glancing sand-piper:
And on these barren rocks, with fern and heath,
And juniper and thistle, sprinkled o'er,
Fixing his downcast eye, he many an hour
A morbid pleasure nourished, tracing here
An emblem of his own unfruitful life:
And, lifting up his head, he then would gaze
On the more distant scene,--how lovely 'tis
Thou seest,--and he would gaze till it became
Far lovelier, and his heart could not sustain
The beauty, still more beauteous! Nor, that time,
When nature had subdued him to herself,
Would he forget those Beings to whose minds,
Warm from the labours of benevolence,
The world, and human life, appeared a scene
Of kindred loveliness: then he would sigh,
Inly disturbed, to think that others felt
What he must never feel: and so, lost Man!
On visionary views would fancy feed,
Till his eye streamed with tears. In this deep vale
He died,--this seat his only monument.
If Thou be one whose heart the holy forms
Of young imagination have kept pure,
Stranger! henceforth be warned; and know that pride,
Howe'er disguised in its own majesty,
Is littleness; that he, who feels contempt
For any living thing, hath faculties
Which he has never used; that thought with him
Is in its infancy. The man whose eye
Is ever on himself doth look on one,
The least of Nature's works, one who might move
The wise man to that scorn which wisdom holds
Unlawful, ever. O be wiser, Thou!
Instructed that true knowledge leads to love;
True dignity abides with him alone
Who, in the silent hour of inward thought,
Can still suspect, and still revere himself
In lowliness of heart.
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jueves, 15 de enero de 2009

EL ÁRBOL ENCANTADO, México
Recopilación de María Candelaria Báez Cruz, en el pueblo de San Lucas Tecopilco


Se cuenta que a las afueras de un pueblo llamado El Pirú hay un árbol muy grande y viejo: es el pirú. Y dicen que esconde tantos secretos, que la gente tiene miedo de pasar por ahí. Y no precisamente durante la noche, sino al mediodía: es la hora en que el tronco del árbol se abre y se oye el repicar de unas campanas. Pero eso no sucede todos los días. Según algunas personas, sólo el 24 de agosto, días de San Bartolomé.
      Una vez, un vecino del poblado fue al campo muy temprano a cortar elotes. Con su burro se introdujo en medio de las milpas u ahí estuvo mucho rato buscando las mejores mazorcas. Cuando tenía una buena cantidad de maíz, se puso a cargar el burro para regresar al pueblo. Eran casi las doce del día. De pronto, al pasar cerca del árbol encantado, oyó en repique de campanas.
      “No puede ser que hasta acá se escuchen las campanas de la iglesia”. Pensó sorprendido el hombre.
      Se detuvo un momento y volvió a escuchar las campanas más cerca.
      “Tal vez sean las campanas de la vieja hacienda. ¿Pero quién andará por ahí, si son puras ruinas?” siguió pensando aquel hombre, tratando de darse una explicación.
      Caminó, entonces, muy despacio con su burro y paró más la oreja. Seguía escuchando el repique.
      “Además, lo que queda de la hacienda está todavía muy abajo y las campanas se oyen arriba. ¿Qué será…, qué será?”, se preguntaba, ahora con un poco de miedo.
      De pronto, el hombre se quedó quieto, muy quieto.
      -Ahora sí, como quien dice, ya me dieron las doce- dijo, al advertir, por fin, que las campanadas salían del viejo pirú.
      Se armó de valor y decidió acercarse poco a poquito, muy quedito. Pero ya no alcanzó a oír nada. En eso estaba cuando comenzó a acordarse de todo lo que su abuelo le decía del pirú encantado:
      -Ese árbol escoge a las personas, permitiéndoles escuchar las campanas de la iglesia –contaba su abuelo.
      -Y si alguien oye las campanadas, ¿qué tiene que hacer? –preguntaba él.
      -Debe regresar al pirú en la noche, exactamente a medianoche, pero con un niño recién nacido.
      -¿Y eso para qué abuelo?
      -Para dejar el niñito junto al árbol durante toda la noche; solito, sin compañía. Así, aquella persona que dejara al niño debía regresar al día siguiente luego que amaneciera.
      -¿Y llevar a otro recién nacido?
      -No, solamente para ver el pueblo que aparecería. Dicen que es un poblado muy grande, con iglesia y todo. En esa iglesia retechula se venera a San Bartolomé. Eso cuentan.
      -¿Y qué se supone que le pasaría al recién nacido que hubiera dejado aquella persona?
      -No sé, pues al niñito ya no lo hallarían nunca, figúrate nada más. El árbol lo habría tomado a cambio de permitirle ver el pueblo encantado.
      Así recordaba el hombre las palabras de su abuelo. Parecía que se lo estaba contando nuevamente, con todos sus detalles. Entonces pensó para sus adentros:
      “Estaría yo turulato si dejara a un pobre inocente tirado ahí, junto al árbol encantado. ¿Qué ganaría? A ver, ¿qué ganaría? Seguro que nada bueno…En fin, lo mejor es que me vaya de aquí, no vaya a ser que se me aparezca el pueblo aunque no traiga niño ni nada”.
      Y se fue, casi corriendo, hacia su casa. Cuando llegó le platicó a su mujer todo lo que había oído cerca del pirú. Y también le contó lo que le había dicho su abuelo hacía mucho tiempo.
      -¡Ah! Pues fíjate, viejo, que también mi abuela me contó toda esa historia del árbol y el pueblo encantado. Sólo que me platicó de otra manera –le dijo su mujer.
      -¡Qué! ¿Es otra historia diferente?
      -No, es la misma, nada más que mi abuela sabía otras cosas. Contaba que el día que se oían las camaradas aparecía una iglesia con los portones abiertos. Era la iglesia de San Bartolomé, como toda la gente sabía. Y la persona que la llegara a ver tenía que entrar corriendo y sin perder ni un minuto. Y adentro, debía tomar los dos únicos candelabros del altar y salir otra vez corriendo.
      -Mira nada más. ¿Y para qué diablos iba a querer esos candelabros?
      -Pues dicen que de esa manera el pueblo se desencantaría y aparecería con todas sus casa e iglesia en el mismo terreno donde está ahora el pirú.
      -Eso sí no te lo creo, vieja. Que el árbol deje ver el pueblo, bueno. Pero que el pueblo aparezca y se quede, eso sí que no.
      Y así continuaron discutiendo aquellos señores sobre las historias del árbol encantado.
Todos los que viven en El Pirú cuentan los secretos del árbol encantado de un modo u otro. Pero lo cierto es que a las doce del día se oye muy clarito el repique de las campanas.
      Si algún día quieres oírlo, no tienes más que ir a El Pirú y visitar el árbol encantado a mediodía. Y si quieres ver el pueblo que aparece a esa hora, tendrás que ir solo; si no, nunca verás nada…

Glosario
Elote: Maíz
Milpa: Plantío de maíz

----Fin----

miércoles, 14 de enero de 2009

Frases y árboles (2)

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Si supiera que el mundo se acaba mañana, yo, hoy todavía, plantaría un árbol.
MARTIN LUTHER KING (1929-1968) religioso norteamericano


“Creo que nunca podré ver ninguna valla publicitaria tan hermosa como un árbol. De hecho, a no ser que se caigan no podré ver ningún árbol.”OGDEN NASH, ‘THE OPEN ROAD’, (1902-1971)poeta norteamericano


ÓSPERO (A ARIEL): Si murmuras mal, partiré un roble y te clavaré a sus nudosas entrañas hasta que hayas gritado durante doce inviernos.
WILLIAN SHAKESPEARE, ‘LA TEMPESTAD’ (1564-1616)



“Estos árboles que a todos pertenecen, al cuidado de todos se confían”
Cartel en un parque de Estella, Navarra



“Un castaño dura siglos, tiene una vida extraña. Más que un árbol es una fuerza. Vive en los montes. Sus raíces se arrastran voraces, sus ramas tocan el cielo.”GUERRA JUNQUEIRO (1850-1923) poeta portugués


“A la contemplación de un árbol podría dedicarse la vida entera”
FRANCISCO GINER DE LOS RÍOS (1839-1915)


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martes, 13 de enero de 2009

CARL SAGAN (New York, 1934-1996)
Cosmos


…Los hombres crecieron en los bosques y nosotros les tenemos afinidad natural. ¡Qué hermoso es un árbol que se esfuerza por alcanzar el cielo! Sus hojas recogen la luz solar para fotosintetizarla, y así los árboles compiten dejando en la sombra a sus vecinos. Si buscamos bien veremos a menudo dos árboles que se empujan y se echan a un lado con una gracia lánguida. Los árboles son máquinas grandes y bellas, accionadas por la luz solar, que toman agua del suelo y dióxido de carbono del aire y convierten estos materiales en alimento para uso suyo y nuestro. La planta utiliza los hidratos de carbono que fabrica como fuente de energía para llevar a acabo sus asuntos vegetales. Y nosotros, los animales, que somos en definitiva parásitos de las plantas, robamos sus hidratos de carbono para poder llevar a cabo nuestros asuntos. Al comer las plantas combinamos los hidratos de carbono con el oxígeno que tenemos disuelto en nuestra sangre por nuestra propensión a respirar el aire, y de este modo extraemos la energía que nos permite vivir. En este proceso exhalamos dióxido de carbono, que luego las plantas reciclan para fabricar más hidratos de carbono. ¡Qué sistema tan maravillosamente cooperativo!...

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lunes, 12 de enero de 2009

Frases y árboles (1)

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"El simbolismo y la gran importancia de sembrar/plantar un árbol tiene una fuerza universal en todas las culturas y todas las sociedades de la Tierra, y es una forma de que cada hombre, cada mujer y cada niño participen en la creación de soluciones a la crisis ambiental."

AL GORE

Hace más ruido un árbol cuando cae que el bosque cuando crece....
Lo que le falta a la ONU es que no hay lugar todavía para el águila, no hay asiento para las ballenas, para los árboles … ¿Quién representa al águila en la ONU?
OREN LYONS, jefe Onondaga, ante las Naciones Unidas, 1977
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“El hombre pone piedra sobre piedra y hace un castillo; siembra en la tierra y hace un bosque. Elija cada uno lo que prefiera, pero el más pequeño bosque será siempre mayor que el castillo más grande. Aunque no tenga más historia que la de sus árboles”
JOSÉ SARAMAGO, ‘VIAJE A PORTUGAL’
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“La Diosa no es ciudadana; es la Señora de las Cosas Silvestres, frecuentadora de las cimas de la colinas boscosas”
ROBERT GRAVES, ‘LA DIOSA BLANCA’
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jueves, 8 de enero de 2009

Árboles venerables del Reino Unido

Árboles singulares del Reino Unido
SCOTLAND

GB, Scotland, Crowhurst, Tejo (Yeu)
Taxus baccata

GB, Scotland, Dunkeld Cathedral, Tayside, Alerce-European larch,
Larix decidua

GB, Scotland, Dunkeld, Tayside, Roble albar-Common oak
Quercus robur

GB, Scotland, Fortingalle, Perthshire, Tejo P16,5m +3000años
Taxus baccata

GB, Scotland, Hermitage, Dunkel, Tayside, Abeto de Douglas-Douglas fir, P4m h64m
Pseudotsuga menziesii

GB, Scotland, Mikleour House, Tayside, Haya-Beech,
Fagus sylvatica

GB, Scotland, Murthly Castle, Taysisde, Tejo-Yew,
Taxus baccata

GB, Scotland, Rothiemurchus, Inverness, Pino albar-Scots pine
Pinus sylvestris

GB, Scotland, Rothiemurchus, Inverness, Abedul-Downy birch,
Betula pubescens

GB, Scotland, Scone Palace, Perth, Pino-Sitka spruce
Picea sitkensis

GB, Scotland, Strone Argyll, Abeto-Common silver fir, P9m h46m
Abies alba

GB, Scotland, Whittinghame Castle, East Lothian, Tejo-Yew,
Taxus baccata
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JOSÉ Mª IPARRAGUIRRE - Gernikako arbola

JOSÉ Mª IPARRAGUIRRE (Guipuzcoa, 1820-1881)
Gernikako arbola


Gernikako arbola
da bedeinkatua
Euskaldunen artean
guztiz maitatua.
Eman ta zabal zazu
munduan frutua
adoratzen zaitu
guarbola santua

Mila urte inguru da
esaten dutela
Jainkoan jarri zuela
Gernikako arbola.
Zaude bada zutikan
orain da denbora
eroritzen bazera
arras galdu gera

Ez zera eroriko
arbola maitea
baldin portatzen bada
Bizkaiko Juntia.
Laurok hartuko degu
pakian bizi dedine
uskaldun jendia.

Betiko bizi dedin
Jaunari eskatzeko
jarri gaitezen danok
laister belauniko.
Eta bihotzetikan
eskatu ezkero
arbola biziko da
orain eta gero.

Arbola botatzia
dutena pentsatu
denak badakigu.
Ea bada jendia
denbora orain degu
erori gabetanik
eduki behar degu.

Beti egongo zera
uda berriko
alore aintzinetako
mantxa gabekoa.
Erruki zaite bada
bihotz gurekoa
denbora galdu gabe
emanik frutua.

Arbolak erantzun du
kontuz bizitzeko
eta bihotzetikan
Jaunari eskatzeko,
gerrarik nahi ez degu
pakea betiko,
gure lege zuzenak
hemen maitatzeko.

Erregutu diogun
Jaungoiko Jaunari
pakea emateko
orain eta beti.
Baita indarra ere
zerorren lurrari
Euskal Herriari.

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EL ÁRBOL DE GUERNIKA
José María Iparraguirre

El árbol de Guernica
es símbolo bendito
que ama todo euskalduna
con entrañable amor.
Árbol santo: propaga
tu fruto por el mundo
mientras te tributamos
ferviente admiración.

La tradición nos dice
que el árbol de Guernica
hace más de mil años
por Dios plantado fue.
Árbol santo: no caigas,
que sin tu dulce sombra,
completa, irremisible,
nuestra perdición es.

No caerás, ¡oh roble!,
si cumple sus deberes
Bizcaya. Un noble abrazo
sus hijos se han de dar.
Y así las cuatro hermanas
te prestarán su apoyo
para que el euskaldun
viva libre y en paz.

Para que nunca muera
el símbolo sagrado
doblemos la rodilla
e invoquemos a Dios.
Y el árbol sacrosanto
vivirá eternamente
siendo el himno de gloria
de nuestra redención.

En tiempos ya lejanos,
¡oh patria siempre amada!,
de tu suelo quisieron
el árbol arrancar.
Unámonos, hermanos,
y luchemos sin tregua
por defender el trono
de nuestra libertad.

Roble antiguo y sin mancha:
consérvate lozano,
con primavera eterna,
con eterno verdor.
Ten piedad de nosotros
y préstanos tu sombra,
pues te adoramos todos
con santa devoción.

El árbol nos responde:
"Vivid apercibidos
y que yo nunca muera
debéis siempre pedir".
No deseamos guerra,
que en paz con nuestras leyes
sabias, libres y amadas,
deseamos vivir.

Queremos, ante todo,
que con la paz fecunde
la tierra que sustenta
el árbol secular.
Su sombra bienhechora
derrame generoso
sobre el pueblo euskaldun
libre, noble y audaz.
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JOSÉ ÁNGEL VALENTE (Orense, 1929-2000)
Elegía, el árbol


A Julio, Antón, Virgilio, Eduardo

      El árbol pertenecía por la copa a lo sutil, al aire y a los pájaros. Por el tronco, a la germinación y a todo lo que une lo celeste con los dioses del fondo. Por la raíz oscura, a las secretas aguas. La copa dibujaba un amplio semicírculo partido. Porque también el árbol era portador del fuego, herido por el rayo, el árbol. Como otras cosas mayores que nosotros, estaba el árbol no en la cuidad, sino en el mundo, más cierto que ella misma, que aún la circundaba. Árbol. Ciudad. El árbol en lo alto, sobre la lentitud de la subida. Nos llevaban a él, pensábamos, su propia suficiente soledad o su belleza. Soledad o belleza, santidad, forma que en la cercanía del dios reviste lo viviente. El árbol, nos dijeron, fue talado. El árbol, no de la ciudad, sino del mundo, más real, que entonces aún la circundaba. Quien visite el lugar acaso sepa que aquel árbol no podía morir; que en el lugar del árbol para siempre hay, igual al árbol, en la posición antigua del orante, un hombre, igual al árbol, con los pies en la tierra, pero menos visible, la cabeza y los brazos, con las manos abiertas, alzados hacia el cielo, copa, tronco, raíz, para que desde lo oscuro suba lo oscuro al verde, al rojo, y a su vez el fuego regrese de lo alto a la matriz, al centro imperdurables.


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domingo, 4 de enero de 2009

JOSÉ MARÍA ARGUEDAS (Perú, 1911-1969)
La muerte de los Arango

Contaron que habían visto al tifus, vadeando el río, sobre un caballo negro, desde la otra banda donde aniquiló al pueblo de Sayla, a esta banda en que vivíamos nosotros.

A los pocos días empezó a morir la gente. Tras del caballo negro del tifus pasaron a esta banda manadas de cabras por los pequeños puentes. Soldados enviados porla Subprefectura incendiaron el pueblo de Sayla, vacío ya, y con algunos cadáveres descomponiéndose en las casas abandonadas. Sayla fue un pueblo de cabreros y sus tierras secas sólo producían calabazas y arbustos de flores y hojas amargas.

Entonces yo era un párvulo y aprendía a leer en la escuela. Los pequeños deletreábamos a gritos en el corredor soleado y alegre que daba a la plaza.

Cuando los cortejos fúnebres que pasaban cerca del corredor se hicieron muy frecuentes, la maestra nos obligó a permanecer todo el día en el salón oscuro y frío de la escuela.

Los indios cargaban a los muertos en unos féretros toscos; y muchas veces los brazos del cadáver sobresalían por los bordes. Nosotros los contemplábamos hasta que el cortejo se perdía en la esquina. Las mujeres iban llorando a gritos; cantaban en falsete el ayataki, el canto de los muertos; sus voces agudas repercutían en las paredes de la escuela, cubrían el cielo, parecían apretarnos sobre el pecho.

La plaza era inmensa, crecía sobre ella una yerba muy verde y pequeña, la romesa. En el centro del campo se elevaba un gran eucalipto solitario. A diferencia de los otros eucaliptos del pueblo, de ramas escalonadas y largas, éste tenía un tronco ancho, poderoso, lleno de ojos, y altísimo; pero la cima del árbol terminaba en una especie de cabellera redonda, ramosa y tupida. “Es hembra”, decía la maestra. La copa de ese árbol se confundía con el cielo. Cuando lo mirábamos desde la escuela, sus altas ramas se mecían sobre el fondo nublado o sobre las abras de las montañas. En los días de la peste, los indios que cargaban los féretros, los que venían de la parte alta del pueblo y tenían que cruzar la plaza, se detenían unos instantes bajo el eucalipto. Las indias lloraban a torrentes, los hombres se paraban casi en círculo con los sombreros en la mano; y el eucalipto recibía a lo largo de todo su tronco, en sus ramas elevadas, el canto funerario. Después, cuando el cortejo se alejaba y desaparecía tras la esquina, nos parecía que de la cima del ábol caían lágrimas, y brotaba un viento triste que ascendía al centro del cielo. Por eso la presencia del eucalipto nos cautivaba; su sombra, que al atardecer tocaba al corredor de la escuela, tenía algo de la imagen, del helado viento que envolvía a esos grupos desesperados de indios que bajaban hasta el panteón. La maestra presintió el nuevo significado que el árbol tenía para nosotros en esos días y nos obligó a salir de la escuela por un portillo del corral, al lado opuesto de la plaza.

El pueblo fue aniquilado. Llegaron a cargar hasta tres cadáveres en un féretro. Adornaban a los muertos con flores de retama, pero en los días postreros las propias mujeres ya no podían llorar ni cantar bien; estaban oncas e inermes. Tenían que lavar las ropas de los muertos para lograr la salvación, la limpieza final de todos los pecados.

Sólo una acequia había en el pueblo: era el más seco, el más miserable de la región por la escasez de agua; y en esa acequia, de tanto poco caudal, las mujeres lavaban en fila, los ponchos, los pantalones haraposos, las faldas y las camisas mugrientas de los difuntos. Al principio lavaban con cuidado y observan el ritual estricto del pinchk’ay; pero cuando la peste cundió y empezaron a morir diariamente en el pueblo, las mujeres que quedaban, aún las viejas y las niñas, iban a la acequia y apenas tenían tiempo y fuerzas para remojar un poco las ropas, estrujarlas en la orilla y llevárselas, rezumando todavía agua por los extremos.

El panteón era un cerco cuadrado y amplio. Antes de la peste estaba cubierto de bosque de retama. Cantaban jilgueros en ese bosque; y al medio día cuando el cielo despejaba quemando al sol, las flores de retama exhalaban perfume. Pero en aquellos días del tifus, desarraigaron los arbustos y los quemaron para sahumar el cementerio. El panteón quedó rojo, horadado; poblado de montículos alargados con dos o tres cruces encima. La tierra era ligosa, de arcilla roja oscura.

En el camino al cementerio había cuatro catafalcos pequeños de barro con techo de paja. Sobre esos catafalcos se hacía descansar a los cadáveres, para que el cura dijera los responsos. En los días de la peste los cargadores seguían de frente; el cura despedía a los muertos a la salida del camino.

Muchos vecinos principales del pueblo murieron. Los hermanos Arango eran ganaderos y dueños de los mejores campos de trigo. El año anterior, don Juan, el menor, había pasado la mayordomía del santo patrón del pueblo. Fue un año deslumbrante. Don Juan gastó en las fiestas sus ganancias de tres años. Durante dos horas se quemaron castillos de fuego en la plaza. La guía de pólvora caminaba de un extrerno a otro de la inmensa plaza, e iba incendiando los castillos. Volaban coronas fulgurantes, cohetes azules y verdes, palomas rojas desde la cima y de las aristas de los castillos; luego las armazones de madera y carrizo permanecieron durante largo rato cruzados de fuegos de colores. En la sombra, bajo el cielo estrellado de agosto, esos altos surtidores de luces, nos parecieron un trozo del firmamento caído a la plaza de nuestro pueblo y unido a él por las coronas de fuego que se perdían más lejos y más alto que la cima de las montañas. Muchas noches los niños del pueblo vimos en sueños el gran eucalipto de la plaza flotando en llamaradas.

Después de los fuegos, la gente se trasladó a la casa del mayordomo. Don Juan mandó poner enormes vasijas de chicha en la calle y en el patio de la casa, para que tomaran los indios; y sirvieron aguardiente fino de una docena de odres, para los caballeros. Los mejores danzantes de la provincia amanecieron bailando en competencia, por las calles y plazas. Los niños que vieron a aquellos danzantes el “Pachakchaki”, el “Rumisonk’o”, los imitaron. Recordaban las pruebas que hicieron, el paso de sus danzas, sus trajes de espejos ornados de plumas; y los tomaron de modelos, “Yo soy Pachakchaki”, “¡Yo soy Rumisonk’o!”, exclamaban; y bailaron en las escuelas, en sus casas, y en las eras de trigo y maíz, los días de la cosecha.

Desde aquella gran fiesta, don Juan Arango se hizo más famoso y respetado.

Don Juan hacía siempre de Rey Negro, en el drama dela Degollación que se representaba el 6 de enero. Es que era moreno, alto y fornido; sus ojos brillaban en su oscuro rostro. Y cuando bajaba a caballo desde el cerro, vestido de rey, y tronaban los cohetones, los niños lo admirábamos. Su capa roja de seda era levantada por el viento; empuñaba en alto su cetro reluciente de papel dorado; y se apeaba de un salto frente al “palacio” de Herodes; “Orreboar”, saludaba con su voz de trueno al rey judío. Y las barbas de Herodes temblaban.

El hermano mayor, don Eloy, era blanco y delgado. Se había educado en Lima; tenía modales caballerescos; leía revistas y estaba suscrito a los diarios de la capital. Hacía de Rey Blanco; su hermano le prestaba un caballo tordillo para que montara el 6 de enero. Era un caballo hermoso, de crin suelta; los otros galopaban y él trotaba con pasos largos, braceando.

Don Juan murió primero. Tenía treintidós años y era la esperanza del pueblo. Había prometido comprar un motor para instalar un molino eléctrico y dar luz al pueblo, hacer de la capital del distrito una villa moderna, mejor que la capital de la provincia. Resistió doce dias de fiebre. A su entierro asistieron indios y principales. Lloraron las indias en la puerta del panteón. Eran centenares y cantaron a coro. Pero esa voz no arrebataba, no hacía estremecerse, como cuando cantaban solas, tres o cuatro, en los entierros de sus muertos. Hasta lloraron y gimieron junto a las paredes, pero pude resistir y miré el entierro. Cuando iban a bajar el cajón de la sepultura don Eloy hizo una promesa: “¡Hermano -dijo mirando el cajón, ya depositado en la fosa- un mes, un mes nada más, y estaremos juntos en la otra vida!”

Entonces la mujer de don Eloy y sus hijos lloraron a gritos. Los acompañantes no pudieron contenerse. Los hombres gimieron; las mujeres se desahogaron cantando como las indias. Los caballeros se abrazaron, tropezaban con la tierra de las sepulturas. Comenzó el crepúsculo; las nubes se incendiaban y lanzaban al campo su luz amarilla. Regresamos tanteando el camino; el cielo pesaba. Las indias fueron primero, corriendo. Los amigos de don Eloy demoraron toda la tarde en subir al pueblo; llegaron ya de noche.

Antes de los quince días murió don Eloy. Pero en ese tiempo habían caído ya muchos niños de la escuela, decenas de indios, señoras y otros principales. Sólo algunas beatas viejas acompañadas de sus sirvientas iban a implorar en el atrio de la iglesia. Sobre las baldosas blancas se arrodillaban y lloraban, cada una por su cuenta, llamando al santo que preferían, en quechua y en castellano. Y por eso nadie se acordó después cómo fue el entierro de don Eloy.

Las campanas de la aldea, pequeñas pero con alta ley de oro, doblaban día y noche en aquellos días de mortandad. Cuando doblaban las campanas y al mismo tiempo se oía el canto agudo de las mujeres que iban siguiendo a los féretros, me parecía que estábamos sumergidos en un mar cristalino en cuya hondura repercutía el canto mortal y la vibración de las campanas; y los vivos estábamos sumergidos allí, separados por distancias que no podían cubrirse, tan solitarios y aislados como los que morían cada día.

Hasta que una mañana, don Jáuregui, el sacristán y cantor, entró a la plaza tirando de la brida al caballo tordillo del finado don Juan. La crin era blanca y negra, los colores mezclados en las cerdas lustrosas. Lo habían aperado como para un día de fiesta. Doscientos anillos de plata relucían en el trenzado; el pellón azul de hilos también reflejaba la luz; la montura de cajón, vacía, mostraba los refuerzos de plata. Los estribos cuadrados, de madera negra, danzaban.

Repicaron las campanas, por primera vez en todo ese tiempo. Repicaron vivamente sobre el pueblo diezmado. Corrían los chanchitos mostrencos en los campos baldíos y en la plaza. Las pequeñas flores blancas de la salvia y las otras flores aún más pequeñas y olorosas que crecían en el cerro de Santa Brígida se iluminaron.

Don Jáuregui hizo dar vueltas al tordillo en el centro de la plaza, junto a la sombra del eucalipto; hasta le dio de latigazos y le hizo pararse en las patas traseras, manoteando en el aire. Luego gritó, con su voz delgada, tan conocida en el pueblo:

-¡Aquí está el tifus, montado en el caballo blanco de don Eloy! ¡Canten  la despedida! ¡Ya se va, ya se va! ¡Aúúúú! ¡Aú ú!

Habló en quechua, y concluyó el pregón con el aullido final de los jarahuis, tan largo, eterno siempre:

-¡Ah… ííí! ¡Yaúúú… yaúúú! ¡El tifus se está yendo; ya se está yendo!

Y pudo correr. Detrás de él, espantaban al tordillo algunas mujeres y hombres emponchados, enclenques. Miraban la montura vacía, detenidamente. Y espantaban al caballo.

Llegaron al borde del precipicio de Santa Brígida, junto al trono dela Virgen. El trono era una especie de nido formado en las ramas de un arbusto ancho y espinoso, de flores moradas. El sacristán conservaba el nido por algún secreto procedimiento; en las ramas retorcidas que formaban el asiento del trono no crecían nunca hojas, ni flores ni espinos. Los niños adornábamos y temíamos ese nido y lo perfumábamos con flores silvestres. Llevaban ala Virgen hasta el precipicio, el día de su fiesta. La sentaban en el nido como sobre un casco, con el rostro hacia el río, un río poderoso y hondo, de gran correntada, cuyo sonido lejano repercutía dentro del pecho de quienes lo miraban desde la altura.

Don Jáuregui cantó en latín una especie de responso junto al “trono” dela Virgen, luego se empinó y bajó el tapaojos, de la frente del tordillo, para cegarlo.

-¡Fuera! -gritó- ¡Adiós calavera! ¡Peste!

Le dio un latigazo, y el tordillo saltó al precipicio. Su cuerpo chocó y rebotó muchas veces en las rocas, donde goteaba agua y brotaban líquenes amarillos. Llegó al río; no lo detuvieron los andenes filudos del abismo.

Vimos la sangre del caballo, cerca del trono dela Virgen, en el sitio en que se dio el primer golpe.

-¡Don Eloy, don Eloy! ¡Ahí está tu caballo! ¡Ha matado a la peste! En su propia calavera. ¡Santos, santos, santos! ¡El alma del tordillo recibid! ¡Nuestra alma es, salvada!

¡Adiós millahuay,  espidillahuay…! (¡Decidme adiós! ¡Despedidme…!).

Con las manos juntas estuvo orando un rato, el cantor, en latín, en quechua y en castellano.

---Fin---

sábado, 3 de enero de 2009

FERNANDO PESSOA - De Poemas Inconjuntos

FERNANDO PESSOA (Lisboa, 1888-1935)
De Poemas Inconjuntos

No basta abrir la ventana
para ver los campos y el río.
No es suficiente no ser ciego
para ver los árboles y la flores.
También es necesario no tener ninguna filosofía.
Con filosofía no hay árboles: no hay más que ideas.
Sólo hay, como una cueva, cada uno de nosotros.
Hay sólo un ventana cerrada, y todo el mundo fuera;
y un sueño de lo que se podría ver si la ventana se abriese,
que nunca es lo que se ve cuando se abre la ventana.
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viernes, 2 de enero de 2009

Friedrich Hölderlin - Los robles

FRIEDRICH HÖLDERLIN (Alemania, 1770-1843)
Los robles


Desde los jardines llego hasta vosotros, hijos de las montañas.
Desde los jardines, donde la Naturaleza vive paciente y hogareña
cuidando a los hombres afanosos que la cuidan.
Pero vosotros, ¡sublimes!, os erguís como un pueblo de titanes
en un mundo domesticado y sólo sois vuestros y del cielo
que os nutre y ha criado, y de la tierra que os ha parido.
Ninguno de vosotros ha pasado por la escuela de los hombres,
y os abrís paso, libres y gozosos, desde vuestras potentes raíces
hasta lo alto, unos contra otros y, como el águila a su presa,
atrapáis el espacio con brazo poderoso, y a las nubes dirigís
vuestra gran copa soleada y serena.
Un mundo sois cada uno; como estrellas en el cielo
vivís; un dios cada uno, juntos en libre alianza.
Si yo fuera capaz de soportar la esclavitud, no sentiría envidia
de este bosque y me resignaría a vivir entre la gente.
Si no me encadenara a vivir entre la gente este corazón
que no renuncia al amor, ¡con qué gozo viviría entre vosotros!

 
DIE EICHBÄUME

Aus den Gärten komm ich zu euch, ihr Söhne des Berges!
Aus den Gärten, da lebt die Natur geduldig und häuslich,
Pflegend und wieder gepflegt mit dem fleißigen Menschen zusammen.
Aber ihr, ihr Herrlichen! steht, wie ein Volk von Titanen
In der zahmeren Welt und gehört nur euch und dem Himmel,
Der euch nährt` und erzog, und der Erde, die euch geboren.
Keiner von euch ist noch in die Schule der Menschen gegangen,
Und ihr drängt euch fröhlich und frei, aus der kräftigen Wurzel,
Unter einander herauf und ergreift, wie der Adler die Beute,
Mit gewaltigem Arme den Raum, und gegen die Wolken
Ist euch heiter und groß die sonnige Krone gerichtet.
Eine Welt ist jeder von euch, wie die Sterne des Himmels
Lebt ihr, jeder ein Gott, in freiem Bunde zusammen.
Könnt ich die Knechtschaft nur erdulden, ich neidete nimmer
Diesen Wald und schmiegte mich gern ans gesellige Leben.
Fesselte nur nicht mehr ans gesellige Leben das Herz mich,
Das von Liebe nicht läßt, wie gern würd ich unter euch wohnen.

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DULCE MARIA LOYNAZ - La selva

DULCE MARIA LOYNAZ (Cuba, 1903-1977)
La selva

Selva de mi silencio
apretada de olor, fría de menta...

Selva de mi silencio: En ti se mellan
todas las hachas; se despuntan
todas la flechas;
se quiebran todos los vientos...

Selva de mi silencio, Selva Negra
donde se pudren las canciones muertas...

Selva de silencio... Ceniza de la voz
sin boca ya y sin eco; crispadura de yemas
que acechan
el sol
tras la espesa
maraña verde... ¿Qué nieblas
se te revuelven en un remolino?

¿Qué ala pasa cerca
que no se vea
succionada en el negro remolino?

(La selva se cierra
sobre el ala que pasa y que rueda...)

Selva de mi silencio
verde sin primavera,
tú tienes la tristeza
vegetal y el instinto vertical
del árbol: En ti empiezan
todas las noches de la tierra;
en ti concluyen todos los caminos...

Selva
apretada de olor, fría de menta...

Selva con su casita de azúcar
y su lobo vestido de abuela;
trenzadura de hoja y de piedra,
masa hinchada, sembrada, crecida toda
para aplastar aquella
tan pequeña
palabra de amor...
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