31 julio 2025

RAMÓN ANDRÉS (Pamplona, 1955)
Árboles finales


Los árboles que nos quedan son aquéllos,
los todavía no alcanzados. En sus claros se decide
qué sombra infundir en cada uno de nosotros.
Tienen, a su modo, una voz de llamada hacia arriba,
como el que arquea las manos en torno a la boca
para ser oído en lo más alto y pedir que alguien
se haga cargo de los que estamos aquí. Ultimados.
Todo árbol cobija a un muerto y lo mantiene
en la savia, lo hace suyo y lo ampara, le da un suelo
de corteza y de hojas caídas para él.
Los bosques pueden salvarse en los que han sido,
quiero decir, en el recuerdo que guardamos de ellos.
Tendrá un hogar en el color del haya quien los defienda.
Hay árboles que parecen anteriores a la tierra, los robles
y los tejos, por ejemplo, arraigados en una mano perdida
y mortal que quiso hacer el mundo y no pudo.
Escuchadlos en sus ramas; nos avisan, aconsejan.
Son las obras completas del reposo.

Del poemario: Los árboles que nos quedan

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28 julio 2025

De... Fotos Antiguas de Mallorca - FAM
Olivera de Cort, Palma de Mallorca

4 de mayo de 1989, foto reportero Torrelló

Muchos visitantes, turistas y hasta puede que algún otro mallorquín cree que el olivo centenario que se encuentra en la Plaza de Cort, nació y creció allí mismo. Lo cierto es que no, aunque lleva ahí más de 30 años, por eso posiblemente figure en la memoria "de siempre" de los más jóvenes.
      Fue una donación del empresario Jaume Batle a la ciudad. Se trasplantó el 4 de mayo de 1989 y procedía de la finca de Pedruixella Petit, de Pollença. El árbol está catalogado como ejemplar singular desde el año 2003 y se estima su edad entre 500 y 600 años. Tiene una altura de seis metros y un tronco de siete metros de perímetro, con cuatro ramas primarias. La copa tiene un diámetro de más de siete metros.

Jaume Batle junto al olivo y la valla protectora
      Y si al principio arraigó con fuerza y hasta resistió los ataques de la cochinilla del olivo, lo que casi acaba con él es el vandalismo de los últimos años por parte de los niños (y no tan niños) de los turistas que nos visitan y otros especímenes no tan púberes pero igual de descerebrados que se encaramaban en sus ramas como émulos de la Chita de Tarzán. Desde hace algún tiempo está cercado con varillas y cuerdas que intentan evitar que se entre en el parterre del olivo.
      En los comentarios os dejo una foto en la que vemos media docena de niños encaramados al árbol postulándose para caerse del mismo y abrirse la cabeza bajo la (des)atenta mirada de sus progenitores a los que les debía parecer algo muy normal el hecho, pero seguro que en sus países de origen no se les ocurriría ni por asomo repetir.

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25 julio 2025

Takihashi en Okinawa, el cronista de Japón (123)

TAKIHASHI HIROSHI (1960, Japón)
El Gran Akagi de Shurikinjō (prefectura de Okinawa)


Especie
: Akagi (Bischofia javanica), familia Phyllanthaceae, género Bischofia
Dirección: 3-18 Shurikinjō-chō, Naha-shi, Okinawa-ken 903-0815
Perímetro del tronco: 8,75 m.          Altura: 25 m.           Edad: 300 años
Tamaño ★★★      Vigor ★★★★★        Porte ★★★★
Calidad del ramaje ★★★★        Majestuosidad ★★★★

     El barrio de Shurikinjō-cho, en Naha, se formó a los pies del castillo de Shuri, centro político del antiguo reino de Ryūkyū (actual prefectura de Okinawa). Sus calles adoquinadas con la piedra caliza típica de la zona han entrado en la selección de los 100 caminos más bellos de Japón y se han convertido en el símbolo de este barrio lleno de exótico encanto. Si tomamos uno de los pasadizos laterales entre viviendas, llegaremos a un bosquecillo donde verdea un akagi (Bischofia javanica) de gran tamaño. Es un lugar muy especial, una zona verde que se abre, aislada, en medio de las casas. En otros tiempos, los akagi fueron muy abundantes en el recinto amurallado del castillo de Shuri, pero durante la batalla de Okinawa (1945, Segunda Guerra Mundial) la zona fue intensamente bombardeada por los americanos desde sus buques y casi todos los bosques perecieron bajo el fuego. Y este núcleo arbolado, que incluye seis akagi, fue el único y milagroso superviviente.
     En lo más profundo de este reducto, que alberga en poco espacio un rico muestrario de especies vegetales, impone su altura sobre el resto un portentoso akagi. Su corteza mojada por la lluvia se basta para crear la peculiar atmósfera de humedad que caracteriza a los bosques de los países meridionales. Sobre la pulida corteza se presentan muchos abultamientos y sobre el grueso tronco, de color rojizo, crecen numerosos helechos, como el ootaniwatari (Asplenium antiquum Makino). Pero el akagi no da muestras de acusar su presencia. Sus raíces, que se extienden poderosas y macizas en todas las direcciones, parecen morder ávidamente la tierra, dándole al árbol un aire de gran vigor.
     Esta zona verde es llamada Uchikanagusukutaki y es una de los muchos utaki (en las creencias del antiguo reino de Ryūkyū, lugar natural sagrado) que hallamos en las islas. Cuenta también con un uganju (lugar de oración), formado con hileras de piedras superpuestas, y en ese conjunto este akagi sagrado ocupa el lugar central de honor. Un buen ejemplo de la disposición que caracteriza a los utaki de Okinawa.
     Habitualmente tranquilo y silencioso, el bosquecillo se abarrota de gente cuando llega el día 15 del sexto mes del antiguo calendario. Se cree que este es el único día del año en que el dios de árbol se aposenta en la pequeña capilla que lo acompaña y esto da oportunidad a visitarlo a muchas personas que han regresado a la isla tras una larga ausencia. Para quienes residen en este barrio es un lugar sagrado desde siempre y el akagi, su manifestación más divina. Debió de haber un tiempo en que toda esta área alrededor del castillo de Shuri estaba cubierta por bosques de estos árboles.


Nº 123

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23 julio 2025

JOSÉ LUIS GALLEGO, en "El Confidencial", julio-2025
Cortar árboles para salvar los bosques: no nos queda otra 

Puede parecer una paradoja, pero en realidad es una solución de viabilidad para preservar unos ecosistemas forestales más sanos, resilientes al cambio climático y con una biodiversidad más próspera

Retirada de árboles en un bosque mediterráneo. (Jose Luis Gallego)






España se enfrenta a un dilema crucial ante la obligación de conservar y proteger su patrimonio natural. Con 28 millones de hectáreas de superficie forestal, lo que equivale a más del 55% de nuestro territorio, y cerca de siete mil millones y medio de árboles, somos el segundo país más boscoso de Europa, tan solo superado por Suecia, pero con una notable diferencia.
     Así como los bosques del país escandinavo son en gran medida un continuo abedular, el paisaje forestal español está representado por un variado mosaico de arboledas que acogen una gran variedad de especies. Pinares, encinares, alcornocales, robledales, hayedos, castañares, quejigales, alamedas, choperas, fresnedas, sabinares, enebrales, tejeras… la variedad de nuestros bosques es tanta y su calidad tan alta que no se puede comparar a la del resto de Europa. 
Un patrimonio natural extraordinario que acoge más de tres cuartas partes de nuestra biodiversidad terrestre. Que nos presta multitud de servicios ecosistémicos. Que conforma el mayor sumidero de carbono en la lucha contra el cambio climático y que durante siglos ha anclado a buena parte de la población rural al territorio. Pero un patrimonio que se encuentra más amenazado que nunca.
     Como señala el propio Inventario Forestal Nacional (IFN), en las últimas décadas se viene detectando un constante aumento de la superficie de monte arbolado, así como un crecimiento desmesurado de la biomasa arbórea, es decir, de la espesura. Unos índices que tampoco tienen comparación con los que se observan en el resto de Europa, pero que, lejos de ser observados como una señal de prosperidad, nos sitúan en un contexto de alto riesgo.
     Hace año y medio, en su propuesta de un pacto por los bosques españoles, el Colegio de Ingenieros de Montes alertaba que, desde 1990, la superficie arbolada en España muestra un ritmo de crecimiento cercano al 2,2% anual. Un porcentaje muy superior a la media europea, situada en torno al 0,5 %. Pero es que, además, la densidad de nuestros bosques ha aumentado un 130% desde 1975, pasando de 656 árboles por hectárea a casi mil. En muchas de nuestras arboledas no cabe un solo árbol más.

Aprovechamiento responsable

     Tenemos cada vez más bosque y más denso, pero también más abandonado. Antaño quien tenía un bosque tenía un tesoro, ahora tiene una carga. No olvidemos que en España, como recoge y muestra el último Anuario Forestal, alrededor del 72% de la propiedad forestal es privada. Pero los propietarios forestales están desesperados. Mientras la bioeconomía avanza en toda Europa, en el segundo país más forestal de la UE la actividad silvícola, es decir el aprovechamiento sostenible de los bosques, ha caído en picado ante la falta de incentivos de mercado y el desdén de las administraciones. 

El descorche de alcornoques: ejemplo de práctica forestal sostenible. (EFE/J.Zapata)
     En España, lejos de verse compensados por los servicios ecosistémicos que nos ofrecen sus bosques, los propietarios se enfrentan a una política forestal ineficaz, con un aumento desproporcionado de las trabas administrativas, una presión fiscal insoportable y sin ninguna posibilidad de relevo generacional. Nadie quiere cargar con un bosque. Y todo ello mientras en la sociedad avanza un papanatismo falsamente ecologista que defiende la intocabilidad de los bosques y según el cual cortar un árbol es poco menos que un crimen. Una idea que muestra, no ya la ignorancia, sino el desprecio por la cultura forestal y el mundo rural de una población cada vez más urbanita y ajena a todo lo que tiene que ver con la conservación de la naturaleza.
     Porque si queremos prevenir el riesgo de perderlos, va a ser necesario cortar árboles para preservar nuestros bosques. Ante la situación de emergencia climática en la que vivimos y el avance de los modelos hacia los peores escenarios, con sequías cada vez más largas y persistentes y olas de calor más intensas, va a ser necesario un cambio de paradigma a la hora de afrontar el reto de conservar y proteger nuestros bosques y la rica biodiversidad que acogen. Y en ese nuevo paradigma la gestión forestal esta llamada a jugar un papel determinante.

Cortar para sanear y prevenir

     Porque tenemos cada vez más bosque, es cierto, pero un bosque desequilibrado y enfermo. Un bosque alterado por la flora invasora, que ha entrado a saco debido al abandono, y por las plagas forestales, cada vez más virulentas. Bosques congestionados, incluso asfixiados de árboles, incapaces de adaptarse a unos fenómenos meteorológicos cada vez más extremos y adversos. Danas que derriban ramas y árboles enfermos y estiajes prematuros que, como este año, han convertido el matorral en un inmenso pajar a punto de prender a la menor ocasión. 
Los trabajos forestales mantienen el bosque sano. (Jose Luis Gallego)
      Tenemos muchos bosques, sí, pero son bosques gasolinera. Enormes manchas forestales con una alta densidad de vegetación reseca que, convertida en combustible, arde de forma espontánea dando lugar a incendios de una virulencia desconocida, imposibles de extinguir. Unos incendios que, como vienen alertando los expertos, un día convertirán nuestras 28 millones de hectáreas de superficie forestal en un gigantesco cenicero. Por eso es necesario clarear el monte, incluso dejar que los pequeños incendios actúen como regulador de carga.
     Es necesaria una gestión forestal adaptada a la nueva realidad climática, en la que se vuelva a poner en valor el aprovechamiento sostenible de los bosques, se recuperen los paisajes en mosaico y se incentive la actividad agroforestal como lo que es: una de las mejores estrategias para hacer frente al reto demográfico, evitar los megaincendios o incendios de sexta generación y promover el avance de la economía circular en el sector primario.
     Por suerte en este país disponemos de la ciencia forestal, la tecnología y el conocimiento necesarios para lograrlo. Nuestros profesionales en gestión forestal están entre los más reconocidos a nivel mundial. Solo nos falta una gobernanza comprometida y responsable. Unas administraciones que promuevan en la sociedad el sentimiento de pertenencia, de pertenencia al bosque. Una sociedad en la que todos valoremos mucho más los beneficios ambientales, sociales y económicos de las actividades forestales y mostremos un mayor respeto hacia el mundo.
 
 Lo hemos leído aquí
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19 julio 2025

EL YATAY, leyenda guaraní

Según historias de los viejos Arandu (en guaraní es Manos Sabias), esas que se escuchan junto al fuego por las noches envueltas en humo de tabaco fuerte, Yatay era uno de los Arandu que guiaba a su pueblo guaraní hacia la tierra sin mal.
     Alto y muy fuerte, de edad indefinida, decían que sus años no podían contarse, que seguía vivo y vital gracias a su adoración a Tupa; su astucia y capacidad de conducir a su pueblo lo hacían uno de los sabios mas consultados.
     En la gran migración, después de haber pasado por guerras con otros pueblos, la marcha se continuó durante el invierno. Recolectores y cazadores como eran, sabían que los meses donde caen las hojas la comida es escasa y los animales se vuelven esquivos, situación que sumada a los fuertes fríos comenzó a hacer mella en el espíritu del pueblo.
     Reunidos los Arandu junto al fuego mayor todos buscaron el consejo de Yatay, que indicó que debían seguir avanzando, que llegarían a tierras más cálidas y con mejores condiciones, que quedarse allí sería peor aún. Los Arandu le hicieron escuchar el llanto de los niños que colgados a los pechos de sus madres sin leche lloraban ya de hambre y, seguramente, pronto comenzarían a morir.
     Yatay se mantuvo firme, dijo que a la mañana él encabezaría la marcha y que si en dos días no encontraban comida él daría de comer al pueblo.
     La marcha continuó pero el terreno cada vez fue peor, encontrando arenales ya sin árboles, casi sin leña para el fuego, ni animales, ni frutas, así que volvieron los ancianos a reunirse. Acusaron muy duramente a Yatay de fracasar por lo que fue expulsado del pueblo y su pipa de comunicarse con Tupa (El Dios) fue rota. Se le quitó abrigo, comida y agua, y así, sólo, debió marcharse.
     Cuando ya se perdía en la noche pidió que siguieran la picada por donde él se alejaba, que como prometió allí alimentaría al pueblo. Esto le valió ser golpeado y apedreado por las mujeres desesperadas por el hambre.
     Al día siguiente, apenas se asomó el sol, el pueblo que puso en marcha, entre el llanto de las madres que sabían que en un día mas y sus hijos perecerían de hambre. En la tierra del camino aún se veían las huellas de Yatay.
     Casi con el sol en lo alto, vencidos por el hambre, hicieron un alto y, al mirar hacia adelante, vieron a lo lejos una palmera que no conocían y que estaba rodeada de muchos animales. Los Arandu continuaron caminando hasta árbol cuando, con asombro, vieron que las huellas de Yatay llegaban hasta allí y se perdían. Era una alta palmera de tronco fuerte y de su copa brotaban, entre las grandes hojas, cachos de frutos maduros de penetrante olor. 
     Los cazadores consiguieron carne pero cuando las mujeres probaron los frutos sintieron una nueva energía y sus pechos se hincharon de alimento para sus hijos. Esa leche tenía un fuerte gusto al fruto de la desconocida palmera.
     Ya a salvo el pueblo los Arandu  se dieron cuenta que el viejo Arandu cumplió su promesa. Al segundo día alimentó a su pueblo transformándose él en esa nueva palmera que les daba comida.
---Fin---
     El Yatay justamente se llena de frutas en agosto cuando toda otra fruta escasea, así alimenta a los animales y hombres cuando nada hay para comer, sus hojas secas sirven para fuego que si bien dura poco da excelente calor. Las vacas que comen sus frutas dan leche con gusto a las frutas, e incluso el queso hecho con esa leche mantiene el agradable sabor del Yatay.
     Yatay (Butia yatay) es una palmera propia del Taragui, que da unos frutos sabrosos y de muy buen valor alimenticio. En el campo es común consumirlos y lo que cae de la planta naturalmente sirve de excelente alimento a vacunos y otros animales. La edad de estas palmeras es difícil de calcular y hay quienes dicen "que algunas de ellas están inclinadas porque allí se rascaban los dinosaurios", son elegantes, de tronco duro y lleno de cicatrices de las hojas.