30 junio 2023

AURELIA SNAIDERO (Argentina)
Amo los árboles

Amo los árboles y me pregunto
¿sentirán cuando sus hojas de desprenden?

¿Cuando caen balanceándose coquetas
sonriendo al viento que las mueve?

Me gusta darles nombres,
acariciarlas suavemente preguntando...
¿te duele la vida?

¿Y qué cuando la nieve
las viste de blancas novias,
apurando el proceso de la muerte?

Cuando el otoño visita sus predios.
Cuando camina desollando la arboleda
mordiendo la vida, embalsamando colores.

¿Qué de los pequeños gusanillos
que toman de su savia el alimento?
Que se mueven como acordeones
de algún tango arrabalero.

¿Tendrá pudor el árbol al quedar desnudo?
¿Habrá sentido las punzadas de dolor 
cuando las hojas si quererlo se morían?

No los he visto llorar.
Pero sí... temblar de frío.
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27 junio 2023

ANDREA FISCHER, en National Geographic, 2022
Qué sabemos del árbol arcoíris, la especie de eucalipto exótico más colorida del mundo

Farabige Rinde des Regenbogen Eukalyptus (Eucalyptus deglupta), Maui, Hawaii, EE.UU. / Getty Images

Conforme el eucalipto arcoíris se hace más viejo, una serie de parches multicolores aparecen en su corteza. Ésta es la razón.
     De entre todas las especies de árboles exóticos que existen, el eucalipto arcoíris es el único que florece en el Hemisferio Norte. Además, tiene una particularidad que lo distingue de las demás especies vegetales en el planeta: cuando pierde su corteza, sobre el tronco florecen diferentes tonalidades violeta, verde, azul, naranja y rojo. Ésta es la razón.

Rainbow Gum Tree en Lambarene, Gabón. / Getty Images

Azul, púrpura, naranja y luego tonos granates

     También conocido como Eucalyptus deglupta, documenta la base de datos Naturalista, el eucalipto arcoíris se distribuye naturalmente por Nueva Bretaña, Nueva Guinea, Seram, Sulawesi y Mindanao. En todos estos países, se caracteriza por los parches multicolor que aparecen sobre el tronco cuando cambia de corteza.
     Este fenómeno ocurre varias veces a lo largo del año, sin importar la estación ni las condiciones climáticas. Sucede porque el árbol tiene una corteza interna de un verde brillante que, al oxidarse, se torna "azul, púrpura, naranja y luego tonos granates", según la base de datos.
     Cuando alcanzan la madurez, llegan a medir hasta 75 metros de alto. Sus hojas se extienden hasta 13 centímetros, y en algunas ocasiones producen flores por umbela. La copa es típicamente cónica, pero se aplasta cuando llegan a una edad avanzada.

Eucalipto arcoíris: un gigante multicolor de la selva

      El eucalipto arcoíris se distingue de otras especies similares por ser el único que florece en la selva, explica My Modern Met. En cada caso, se mantiene la misma constante: conforme el árbol madura, las capas en la corteza se van cayendo y adquiere nuevos colores únicos.
     A pesar de que su hábitat natural está en la selva, el Eucalyptus deglupta ha demostrado ser increíblemente adaptable a otros ecosistemas. Por ello, jardines botánicos en todo el mundo han logrado que la especie crezca en sus santuarios especializados. No sólo eso: también se ha dado en los patios traseros de personas en Estados Unidos, en climas tan secos como el de Texas.

Un escarabajo Catoxantha opulenta sobre la corteza de un eucalipto arcoíris. / Getty Images

      Además de la impresionante gama de colores que el árbol presenta en la corteza, tiene un gran valor comercial. Más que nada, porque es una excelente fuente de pulpa para producir papel blanco. No sólo eso: también se usa como planta ornamental en parques públicos alrededor del mundo.

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24 junio 2023

JUAN F. SAMANIEGO (en febrero, 2023)
Los árboles tienen memoria climática


Humanos y animales tienen sus estrategias para lidiar con los impactos del cambio climático. Pero, ¿y los árboles, cómo sobreviven? Una investigación de la Universidad de Oviedo desvela que disponen de mecanismos para recordar situaciones ambientales desfavorables.
Foto: Vick Mellon

     Cuando no llueve, los humanos buscamos el agua debajo de las piedras. A lo largo de la historia, hemos desarrollado técnicas más o menos efectivas (y más o menos respetuosas con el entorno) para tener siempre algo para beber y con lo que regar. Los embalses, los pozos o las plantas desalinizadoras nos ayudan, cuando están disponibles, a sobrellevar los periodos de sequía. Los animales también tienen sus estrategias para lidiar con la falta de agua, como desplazarse (a veces grandes distancias) en busca de nuevas reservas o reducir las necesidades de hidratación bajando la actividad. Pero, ¿cómo sobrevive un árbol?
     Estos seres vivos están anclados a un mismo lugar, en el que pasan decenas, cientos e incluso miles de años. Por eso, sus estrategias para lidiar con situaciones estresantes, como una sequía, una ola de calor o una plaga, son muy diferentes a las de los animales. «Nosotros los humanos disponemos de muchos recursos para afrontar estas situaciones, desde la lucha o huida, hasta la construcción de herramientas y refugios. La supervivencia animal radica en gran medida en la experiencia, que nos permite una mejor evaluación, anticipación y respuesta ante un riesgo. Y esta experiencia se basa en la memoria», explica Lara García-Campa, investigadora predoctoral Severo Ochoa del Área de Fisiología Vegetal de la Universidad de Oviedo.
     «Las plantas no tienen la capacidad de desplazarse ni tampoco tienen una memoria compleja basada en un sistema nervioso como el de los animales, pero cuentan con sistemas más simples a nivel celular, que desencadenan estrategias diferentes a las que poseen los animales», añade. La última investigación publicada por García-Campa y otros investigadores del Área de Fisiología Vegetal de la Universidad de Oviedo ha concluido que los árboles tienen mecanismos para recordar situaciones ambientales desfavorables, responder cada vez mejor a situaciones de estrés y transmitir esa información a su descendencia. Los árboles tienen una especie de memoria climática en los genes.

Las muchas memorias de los árboles
     La primera vez que tocamos el fuego, nos quemamos. Pero lo más probable es que esto no se vuelva a repetir. Los seres humanos, como muchas otras especies, recordamos la situación y sus consecuencias negativas para evitarlas en el futuro. De hecho, es muy probable que ese primer contacto con el fuego nunca se llegue a producir, porque nuestros padres o nuestros abuelos nos hayan advertido de las probabilidades de quemarnos y nos hayan transmitido información que se pasa de generación en generación como parte de una memoria colectiva que va acumulando conocimiento útil para nuestra especie.
     La memoria humana está basada en un sistema nervioso complejo del que carecen las plantas. Sin embargo, esto no significa que estas no tengan sistemas propios para transferir información internamente y entre generaciones. El estudio de la memoria de las plantas, de su habilidad para retener información de estímulos pasados y responder a ellos en el futuro, ha descrito que las plantas cuentan con diferentes mecanismos para recordar. Son mecanismos muy distintos a los de los animales, pero persiguen el mismo objetivo: aprender para adaptarse a los cambios.
     Algunas plantas, por ejemplo, reducen o aumentan la concentración de una sustancia química determinada en ciertos tejidos como respuesta a un suceso estresante. Mantienen esta concentración durante un período de tiempo y la usan como señal para una respuesta de recuperación. Otras presentan respuestas epigenéticas, modificando la forma en que se expresan sus genes para responder de forma más efectiva a las situaciones de estrés en el futuro. «Siempre que hablamos de adaptación deberíamos entenderlo como una coordinación de varios procesos más que uno de ellos llevando la voz cantante», explica Lara García-Campa.
     La investigación de la Universidad de Oviedo ha profundizado en el conocimiento de una nueva respuesta genética que los árboles usan para recordar situaciones ambientales desfavorables como las olas de calor o los periodos de sequía. Este mecanismo les permite responder mejor a sucesivos periodos desfavorables, cada vez más frecuentes en el contexto de cambio climático, y transmitir el “conocimiento” a su descendencia.

Memoria intergeneracional frente al cambio climático
     «Cuando las plantas perciben un estrés por primera vez, encienden las alarmas, como cualquier otro ser vivo», detalla la investigadora. «En un primer lugar, se activan unos mecanismos generales de respuesta, que son suficientes para afrontar niveles de estrés bajo. Estos mecanismos tratan, principalmente, de prevenir el daño oxidativo en la célula y de mantener la integridad de las distintas estructuras y orgánulos que forman las células. Pero si el estrés es más intenso, se activa una maquinaria molecular con respuestas más avanzadas y, generalmente, más específicas».
     Tal como explica García-Campa, esta respuesta se basa en activar genes específicos que hasta ese momento estaban dormidos y en modificar la forma en que estos genes se transcriben (se traducen en proteínas) mediante un mecanismo conocido como splicing alternativo. «Este proceso puede originar distintas proteínas a partir de un mismo gen», puntualiza. «De igual forma que cuando preparamos una receta de cocina debemos adaptarla a los ingredientes que tengamos, las células, a través de la transcripción y el splicing alternativo, pueden adaptar el funcionamiento de los genes para que respondan mejor en determinadas situaciones».
     Una vez pasa la sequía o la ola de calor, las plantas recuerdan esto y mantienen un pequeño número de formas genéticas alternativas, lo que les permite responder de forma rápida y eficiente cuando la situación se repite en el futuro. Es decir, recuerdan para aprender del pasado y reducir los daños en el futuro. El estudio de la Universidad de Oviedo se llevó a cabo en pinos, pero el mecanismo se ha descrito en otras especies, lo que hace pensar a los investigadores que probablemente sea algo extendido. «Por lo tanto, las plantas, al igual que los animales, son capaces de percibir, recordar y aprender de experiencias negativas para poder afrontarlas mejor la próxima vez que se presenten», añade Lara García-Campa.
     Porque lo más probable es que se vuelvan a presentar. De acuerdo con el informe especial sobre la tierra y el cambio climático del Panel Intergubernamental de Expertos en Cambio Climático (IPCC), la salud y el funcionamiento tanto de árboles individuales como de los ecosistemas forestales se están viendo afectados por el aumento de la frecuencia, la gravedad y la duración de eventos meteorológicos extremos, como las olas de calor y las sequías e inundaciones. Además, son vulnerables a nuevas plagas y enfermedades que aumentan su zona de distribución al subir las temperaturas y sufren también las consecuencias de las temporadas de incendios más prolongadas.
     «Las células vegetales tienen una gran plasticidad celular y son capaces de hacer frente a condiciones adversas y aprender de ellas. Pero invertir esfuerzos en paliar el estrés también conlleva consecuencias fisiológicas negativas como la ralentización del crecimiento», concluye Lara García-Campa. «Además, el cambio climático es más rápido que la velocidad de adaptación de las plantas, por lo que, lamentablemente, estamos cerca de un punto de no retorno en el que la realidad ambiental sobrepase la capacidad máxima de aclimatación de muchas especies. No debemos olvidar nuestra responsabilidad con nosotros mismos y con las generaciones futuras ahora que todavía estamos a tiempo y podemos dar pasos de gigante hacia un mundo más sostenible».

 Lo hemos leído aquí

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21 junio 2023

El cardón canario (y2)

TAMARAGUA, con texto del Gobierno Canario nos dice... del cardón canario
 
Es un arbusto endémico del Archipiélago Canario, perteneciente al género Euphorbia del que existen unas 40 especies en las islas. Las euforbias se pueden dividir en dos grupos, herbáceas o arbustivas, el cardón, cuya forma recuerda al cactus, pertenece al grupo de arbustivas.
 Distribución
El cardón se encuentra en todas las islas del archipiélago canario, excepto en la isla de Lanzarote (donde se supone que sí existió pero los últimos estudios coinciden en su total desaparición) entre los 100 y los 900 m de altitud. Antiguamente su presencia era muy normal pero en el presente solo lo observamos en áreas muy agrestes, como el matorral xerófilo conocido como cardonal-tabaibal, donde es, junto con la tabaiba, la especie más característica. En este ecosistema semidesértico podemos observarlo tanto en grupos dispersos como en un grupo único. Los más imponentes se encuentran en la isla de Fuerteventura, en Cofete. Y es precisamente en esta isla, en la península de Jandía, donde existe una especie diferente y exclusiva de esta zona, el cardón de Jandía o Euphorbia handiensis, seriamente amenazada.
 Descripción
El cardón canario es un arbusto alto y robusto, puede superar los 4 m de altura y los 100 m². Ésta característica es la razón por la que en el interior se crea un micro hábitat al que se asocian diversas especies animales y vegetales. Sus tallos cuadrados o pentagonales de 4, 5 ó 6 caras forman una especie de candelabro y están provistos de espinas cortas (0,5 cm) situadas en doble fila a lo largo del tallo. Las flores son verde-rojizas y salen de unas cápsulas de color rojo-pardo de los extremos superiores del cardón. El cardón de Jandía, en cambio, raramente alcanza el metro de altura, presenta tallos de entre 8 y 14 caras, y las espinas son más largas (2-3 cm).
 Uso
Antiguamente el cardón era usado para “embarbascar”, una técnica que consistía en arrojar trozos de cardón en las orillas costeras para que el látex, muy tóxico, dejara atontados a los peces y pescarlos con mayor facilidad. También se ha utilizado como tratamiento veterinario para las cabras, como purgante, y, en medicina popular, para aliviar dolores de muelas y combatir enfermedades cutáneas, prácticas todas ellas peligrosas.
 ¿Sabías qué?
Es, según la Ley 7/1991, de 30 de abril, de símbolos de la naturaleza para las Islas Canarias, símbolo natural de la isla de Gran Canaria. La especie fue descrita por el científico sueco Carlos Linneo y publicado en Species Plantarum en el año 1753.

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18 junio 2023

Dos cardones en la memoria

 ALEJANDRO C. MORENO Y MARRERO.
El cardón gigante de Gáldar, Gran Canaria (artículo de 2009)

No cabe duda de que el desaparecido cardón gigante de Gáldar fue uno de los mayores ejemplares de su especie que existieron en Canarias, sin embargo, lo cierto es que hasta ahora -por unas u otras circunstancias- ha sido muy escasa la información historiográfica que se tenía acerca de él. Por tal motivo, dado que recientemente he hallado diversos datos inéditos sobre el tema, he estimado oportuno darlos a conocer mediante estos burdos apuntes históricos.
Cardón Gigante de Gáldar, finales del s.XIX.
 
      El cardón gigante de Gáldar se encontraba ubicado en el denominado Barranco de la Agazaga, según el estudioso Javier Estévez, cerca del antiguo camino que unía a la ciudad de Gáldar con Agaete. Todo indica que su origen se remonta a la época prehispánica, no obstante, la primera referencia realmente fiable que he encontrado sobre el mismo nos la ofrece el fotógrafo aruquense Luís Ojeda Pérez, quien en el año 1890 logró inmortalizarlo en una de las numerosas imágenes que tomó por los pueblos de la isla de Gran Canaria. Más adelante, posiblemente algunos años después que Ojeda Pérez, el cardón sería fotografiado de nuevo por Teodor Maisch, al que también debió llamarle poderosamente la atención las dimensiones de aquel imponente ejemplar.
      Pero, tristemente -y aquí van los datos inéditos que he descubierto- el cardón gigante de Gáldar no tardaría en desaparecer, ya que en el año 1904 fue cortado por sus propietarios para vender su leña. En este sentido, el “Diario de Las Palmas en su edición del viernes 30 de diciembre de 1904, expresaba textualmente: “Ha sido cortado en Gáldar, en el Barranco de la Agazaga, un enorme cardón (Euphorbia canariensis) centenario, pues se le suponía anterior a la conquista de Gáldar, que ocupaba un radio de cien metros. Los propietarios de aquellos terrenos vendieron el magnífico ejemplar para leña”.
      Por otro lado, concretamente, parece ser que su leña fue vendida por la cantidad de treinta duros, información que se desprende de un texto firmado por Cecilio Suárez Lorenzo que aparecía publicado en el “Diario de Las Palmas” el miércoles 18 de noviembre de 1914, donde puede leerse lo siguiente: “(…) Otra de las plantas más notables de esta Isla es el Cardón, la Euphorbia Canariensis Lin. En Gáldar había hasta no hay mucho un ejemplar que contaba por centenares los años. Lo vendieron para leña en treinta duros. Su sabia ha llamado justamente la atención de los médicos. Como los antiguos canarios se complace en habitar lo inaccesible de los riscos. De lejos su figura remeda un órgano... y, quebrándose en sus tallos, ejecuta el viento de la noche inefables melodías (…)”.
      Y esto es, fiel lector, todo y cuanto sabemos acerca de aquel asombroso cardón gigante que en otros tiempos copresidió -junto al emblemático Drago del viejo Ayuntamiento- la riquísima historia natural de esta ciudad de Gáldar.

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El cardón de Buenavista del Norte, Tenerife

(...) Entre los cardones singulares que han existido en las islas, por sus dimensiones o papel histórico, destaca el de Buenavista del Norte, Tenerife, que llamó la atención de Humboldt en su visita a la isla en 1799; alcanzó 148 m2 y durante la Guerra Civil sirvió de escondite a algunos vecinos. Hoy solo subsisten de él algunos fragmentos, pero ha quedado inmortalizado en el escudo municipal, aprobado en 1986 [32,67]. La tradición popular de Santiago del Teide, Tenerife, también recuerda al “Cardón de las doce”, que crece en la cima de un promontorio de Tamaimo y recibe dicho nombre que recibía porque a mediodía no proyectaba sombra alguna (...)

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Pero mucho cuidado con el látex del cardón. Como nos decía Don Jaime O'Shanahan, el antídoto de la toxicidad del cardón se halla en el látex del “cornical”, Periploca laevigata (Apocynaceae), que crece protegido por el mismo cardón.

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