martes, 30 de julio de 2024

Takahashi Hiroshi en Sizuoka, el cronista del Japón (073)

TAKAHASHI HIROKI
El Haya-serpiente (prefectura de Shizuoka)

Especie: Buna (Fagus crenata, familia de las Fagáceas, género Fagus).
Dirección: Jizōdō, Izu-shi, Shizuoka-ken 410-2515.
Perímetro del tronco: 3 m.                Altura: 15 m.                 Edad: 150 años.
Tamaño ★★ Vigor ★★★ Porte ★★★★★
Calidad del ramaje ★★ Majestuosidad ★★★★

     Al oír hablar de hayedos, lo primero que acude a la mente de muchos japoneses es la zona montañosa de Shirakami-Sanchi (norte de la isla de Honshū). El haya japonesa (buna) es una especie que gusta básicamente de climas fríos, pero incluso en zonas aledañas a la región central de Kantō podemos encontrar algunos de estos bosques. Más sorprendente aún resultará saber que también existen hayedos en la península de Izu (suroeste de Tokio), si bien su área se limita a las zonas altas de la cadena montañosa de Amagi.
     La península de Izu tiene fama de ser un lugar de clima templado, pero los montes de Amagi, donde llegan a registrarse algunas nevadas, ofrecen un ambiente muy a propósito para el crecimiento de estos árboles. Los hayedos, así como los grupos de himeshara (Stewartia monadelpha, familia Teáceas) pueden verse especialmente en las cercanías de Kawagodaira, que es precisamente el lugar donde encontraremos el haya que está considerada la mayor de la península de Izu. La llamada Haya-serpiente (Hebibuna) se alza junto a una ruta de montaña y es, por su peculiar forma, muy conocida entre los montañeros. Aproximadamente a un kilómetro caminando desde la cima del monte Banzaburō, el más alto de la zona, veremos un letrero indicativo del camino que debemos tomar para descubrir el árbol. Siguiendo la indicación, unos 100 metros más allá, veremos aparecer repentinamente ante nuestros ojos un árbol de insólita estampa. La imagen que tenemos del haya es la de un árbol perfectamente recto y no es fácil entender que un ejemplar de esa especie haya podido llegar a tener una forma así. Pero el misterio se disipa cuando observamos su figura desde la trasera del árbol.
     Se cree que, siendo todavía joven, este ejemplar perdió buena parte de su tronco por alguna causa desconocida, que bien pudo ser la caída de un rayo o el embate de un fuerte viento. La corteza fue la única parte que sobrevivió de alguna manera, adquiriendo el árbol forma de “n”. Lo más normal habría sido que el haya se hubiera secado, pero este ejemplar tuvo la suerte de su lado, pues con poco más que la corteza logró salir adelante y echó renuevos desde el extremo que había quedado próximo al suelo. La corteza que quedaba debía de estar rozando el suelo, pero los renuevos crecieron con fuerza buscando una vez más el cielo y así continuaron, beneficiándose, seguramente, de un periodo durante el que el árbol no sufrió grandes daños.
     Con el paso de los años, el árbol se desarrolló hasta ser capaz de sostener una vez más su propio peso. Si, como se cree, el árbol tiene unos 150 años de edad, aquel accidente debió de ocurrir hace unos 100. Y si pensamos en la gran suerte que tuvo al salvar el pellejo tras haber estado al borde de la muerte, este ejemplar es, desde luego, un prodigio viviente.
     Visité el lugar un día soleado de principios de invierno. El árbol, perdidas ya sus hojas, se alzaba allí, recibiendo placenteramente en toda su superficie los tibios rayos del sol. Imaginé su figura envuelta en la niebla, y pensé que tampoco estaría mal visitarlo en un momento así. Tales son los pensamientos que nos inspira esta rareza del mundo arbóreo.
Número 073

 

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