El Mocán del Lomo del Cargadero
En la isla
benjamina, la de los bimbaches, el tópico “el bosque es vida” fue
siempre una realidad y es que los árboles, literalmente, han ejercido
como destiladeras naturales para la subsistencia del herreño.
Pese a su tamaño, la menor de nuestras islas tiene mucho que aportar a
la biodiversidad forestal, además de sus pinos únicos y de sus
fantásticas sabinas con portes eólicos. El Hierro también alberga las
mejores muestras de formaciones termófilas con participación de mocán (Visnea mocanera).
El hecho de que los frutos de esta especie sean comestibles ha llegado a
que se diferencie, dentro del rico léxico rural herreño, entre la
mocanera con yoyas [voz aborigen en el habla canaria: fruto de
la mocanera] grandes y jugosas y el mocanero de frutos pequeños o
“cumpliditos”, según me informó Marcos Barrera (un sabio de la tierra de
Frontera).
Entre los ejemplares con nombre y leyenda propia destacan los tres
que podemos encontrar junto al sendero de Jinama: el Mocán de La Sombra,
el Mocán de los Cochinos y el Mocán de las Lecheras. Desplazándonos más
hacia el oeste, sobre el semicírculo de El Golfo y junto a una senda
que ya hoy “no lleva a ninguna parte”, a la cota de 767 metros, aún se
erige el asombroso Mocán del Lomo del Cargadero.
Curvas imposibles y ramas zigzagueantes y tortuosas
Una característica común que llama la atención al observar mocanes
añejos es, sobre todo, su extravagante aspecto si lo comparamos con la
mayoría de árboles. El viejo mocán no destaca por alcanzar una gran
altura, pero sí por exhibir un tronco muy grueso con incontables
pliegues, arrugas hinchadas, curvas imposibles y ramas zigzagueantes y
tortuosas. A mi parecer, estos colosos parecen haberse escapado de la
fantasía épica y creativa de JR Tolkien. El Mocán del Lomo del Cargadero
presenta, cómo no, estas características y se localiza en un apacible
paraje (27º 44´28″ N y 18º 02´28´´ W), junto a un claro en el bosque que
ocupa una pequeña pradera, desde donde la vista alcanza a ver el mar
rompiendo en los roques de Salmor.
Aunque su altura rondará los 18 metros, se trata de un ejemplar
difícil de fotografiar ya que es precisamente en su base y bajo dosel
donde podemos apreciar su particular estructura. Por otro lado, la
abundancia de brotes basales (o chupones) oculta la parte baja del
mismo. Sin duda es la estrategia de reproducción vegetativa, por emisión
de brotes de cepa, la que ha permitido prolongar la vida de este
individuo.
Chamizo para el pastor
El diámetro de este árbol es tan enorme que “¡dentro cabe un coche!”,
tal y como me expresó el buen Olegario, quien hiciera las veces de
presentador entre el árbol y yo. Lo cierto es que así puede ser, ya que
su interior se encuentra completamente ahuecado y vacío. La cara sur del
árbol ya no existe y la pared de la cara este presenta un gran hueco
triangular que se encuentra engorado con piedras. Probablemente estas
piedras cumplieran la función de cerrar el recinto para guardar el
rebaño, ya que hacia el suroeste también se observa la construcción
cercana de un pequeño murete.
La forma geométrica de esta construcción parece intuir la instalación
histórica de un chamizo para que el pastor pasara la noche al lado de
su rebaño. Pero además este simpar individuo luce un detalle morfológico
claramente significativo: el espectacular quiebro que realiza una de
sus retorcidas ramas bajas, simulando desafiar la ley de la gravedad a
poca altura del suelo. El engrosamiento en este cambio brusco de ángulo
de crecimiento es tal que llega a crearse un efecto óptico de mágica
columna flotante.
Antaño, tal y como indica la toponimia, visitar esta zona era
sinónimo de aprovechamiento del monte. Hoy en día merecería la pena
recuperar el camino y promover un encuentro parar reforzar el vínculo,
el respeto y la admiración por el arte puro y natural a través de la
contemplación del soberbio Mocán del Lomo del Cargadero.
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