El "Arbolón" del Campo de Valdés.
Arrancado por un huracán
Ha muerto la acacia,
cayó el árbol viejo,
su tronco nudoso, tronzado y herido
por racha de viento,
hoy yace humillado,
tendido en el suelo.
¡Pobre árbol anciano!
¡Caray! ¡Pobre viejo!
No serás más el blanco sufrido
de chicos traviesos,
que dañaban tu santo ramaje
con crueles gomeros,
persiguiendo a los chises, gorriones,
pioyines, jilgueros
y demás avecillas alegres
que en rápido vuelo,
temerosas buscaban refugio
en tu noble seno.
¡Pobre árbol anciano!
¡Caray! ¡Pobre viejo!
No podrás ya servir de toldaje
frondoso y espeso,
en las tardes de sol abrasante
que funda los sesos,
a los viejos que a tu dulce sombra
tomaban el fresco,
o la brisa que el mar les mandaba
envuelta entre besos,
a la vez que formaban senado...
senado o congreso.
¡Pobre árbol anciano!
¡Caray! ¡Pobre viejo!
No será ya más, mudo testigo,
tu tronco senecto,
de los gratos y dulces coloquios
que a tu sombra tuvieron efecto.
No podrás ya servirnos de biombo,
no serás tú ya más testaferro
de los dulces y tiernos idilios,
¡qué idilios más tiernos!
que tuvieron lugar en la sombra
que tu tronco añejo
proyectaba en el muro ruinoso
del viejo convento.
¡Pobre árbol anciano!
¡Caray! ¡Pobre viejo!
¡Cuántas noches oscuras de estío
y algunas de invierno,
imprudentes y necios turbaron
la paz de tu sueño,
el rozar pasional de un abrazo
o el chasquido sonoro de un beso,
de un beso muy largo,
muy largo y extenso;
y en aquel despertar impensado,
en el colmo de tu desperezo,
viste a alguna soltera o casada
con un punto casado o soltero,
que en el banco de marras sentados
se contaban sus mutuos deseos!
¡Cuántas veces cayóte la baba,
contemplando con cálido anhelo
la fusión de unas manos de nieve,
el fulgor de unos ojos de fuego,
las palabras de miel de la Alcarria
de una boca de labios sangrientos,
mientras tú, con tu santa pachorra,
contemplabas aquel adulterio
sin apenas chistar, impasible!
¡Ni un leñazo les diste en obsequio!
Entretanto, la luna en lo alto
ostentaba sus pálidos cuernos.
No nos digas quién era la dama,
no nos digas quién era el mancebo,
no lo digas, ¡por Dios!, sella el labio,
que si llega el marido a saberlo,
a la esposa la vuelve papilla
y al galán le escabecha los sesos.
¡Ten la lengua, por Dios, noble acacia,
que a tu tumba se vaya el secreto...!
Ha muerto la acacia,
cayó el árbol viejo,
su tronco nudoso, tronzado y herido
por racha de viento,
hoy yace humillado,
tendido en el suelo.
¡Pobre árbol anciano!
¡Caray! ¡Pobre viejo!
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