"Quién hubiera dicho que estos poemas de otros iban a ser míos, después de todo hay hombres que no fui y sin embargo quise ser, si no por una vida al menos por un rato..." Mario Benedetti.
A los amantes de los árboles,... localización, poesía, cuentos/leyendas, etc.
17 octubre 2018
FRANCIS HALLÉ entrevistado por Ramiro Velázquez Gómez "El poder no sabe el valor del árbol" En elcolombiano.com Foto: Donaldo ZuluagaHa recorrido los bosques tropicales y los ha estudiado. Pero también le interesa el árbol urbano.
Es preciso en sus conceptos, directo. Cree que el poder político no sabe bien el valor de los árboles, pero sí la gente. Esto dice Francis Hallé, botánico francés, que llegó a
Medellín, Colombia, invitado por Colombiodiversidad y la Alianza Francesa. La
ciudad, dice, le gusta y destaca el Jardín Botánico.
¿Cómo se resume?
“Soy un botánico francés, especializado en plantas
tropicales hace 60 años. Durante mi vida he visto desaparecer el bosque
tropical en todo el mundo. Es un problema muy grave y tengo una especie
de lucha contra la deforestación en muchos países. Aquí en Colombia me
dicen que no hay exportación de madera. Eso es positivo”.
¿Dónde está más amenazado el bosque tropical? “El sureste de Asia. En esta región ya desapareció.
Sólo queda bosque secundario sin ningún interés y sin ningún valor
económico. En África es mejor. En América del Sur está entre los dos.
Hay una región con mucho bosque tropical, Melanesia: Nueva Guinea, norte
de Australia, Salomón, etc”.
También ha estudiado el árbol urbano, ¿como debería ser? “Me interesa mucho el árbol urbano. Medellín es una
ciudad muy verde, estuve varias veces en el Jardín Botánico y me parece
magnífico, pero no conozco detalles. El árbol debe ser grande, sin
podarlo y sin peligro. Si hay flores y frutos mejor, la especie no
importa. No hay una lista de especies para la ciudad, depende de la
gente.”
¿Pero es una forma de reducir el efecto isla de calor? “Sí, el calor, el aire que respiramos y el ruido
también, pero hay algo más importante en el árbol: hay una relación
cercana con el ser humano y por eso necesitamos árboles. Tengo un
estudio reciente en Estados Unidos en grandes ciudades como Chicago:
donde hay más árboles hay menos crímenes; donde faltan la criminalidad
sube. Es lo mismo en hospitales: si los enfermos pueden ver árboles hay
una recuperación muy buena de la salud, si no pueden verlos no es tan
buena”.
¿Influye también la grama? Porque en muchas ciudades como Medellín
están retirando la grama para construir grandes aceras de cemento,
¿importa eso? “Sí importa porque cada hoja produce el oxígeno que
respiramos. Si se quita la hierba falta el oxígeno. Se ve muy bien en el
Jardín Botánico: ayer he visto un montón de gente en la grama. La
necesitamos, es muy útil y no cuesta nada, mucho menos que el concreto.”
¿Cuánto deben tener las ciudades de espacio verde? “Depende de la región, de la altitud y de la latitud.
Vengo del sur de Francia, cerca del Mediterráneo, faltan muchos árboles
en las ciudades del Mediterráneo pero está el mar, acá no hay mar, si no
hay mar y no hay árboles es una vergüenza para la gente, que no sabe
cómo utilizar los domingos y los días libres.”
Un experto decía que los árboles no deben estar tanto afuera sino adentro de la ciudad… “En la ciudad el único límite es que el árbol no debe
ser peligroso. Es el único límite, más árboles es mejor para la gente.
Deben ser sólidos, sin peligro”.
Se le atribuye a usted afirmar que en las obras que se hacen en
las vías en la ciudad, se dice ‘vamos a cortar 100 árboles, pero vamos a
sembrar 200 nuevos’ y eso no es bueno. ¿Es así? “Los árboles viejos no necesitan
dinero, no necesitan agua, no necesitan nada, pero si se cortan los
viejos y se plantan nuevos, hay que comprarlos, hacer huecos con buena
tierra, irrigación, cuesta mucho. Pero lo más importante es ecológico:
la producción de oxígeno de un árbol está en relación a su superficie y
los jóvenes no pueden competir con la superficie de los grandes. Por
eso, si remplazamos los grandes por pequeños, durante 25 años la gente
del barrio no tendrá sombra y falta el oxígeno, es una posibilidad de
violencia y de crímenes. Está bien en la sociedad humana remplazar viejos por jóvenes (ríe) pero en árboles no.”
¿Cree usted como botánico que se les da más importancia a los animales que a las plantas? “Para la gente en todas partes lo más importante son
las plantas medicinales, porque la mayoría de nuestros medicamentos
viene de ellas y no de los animales. Por eso hay un interés muy fuerte,
incluso acá en Colombia, de la gente para las plantas y árboles
medicinales.”
¿Se debería estudiar más eso, como en Colombia, cómo se puede hacer? “Quizás se necesitan más etnobotánicos, que estudian la
relación entre la gente y las plantas. He visto algunos en Bogotá, pero
creo que faltan, sería mejor tener muchos más. También erboristas y
farmacéuticos.”
¿Qué pasa si se pierde un árbol, cuántas especies se afectan? “Hay resultados muy nuevos en Amazonas: en un árbol
enorme hay insectos endémicos de este árbol y por eso si se destruye ya
perdimos especies animales. Hay una relación muy fuerte. Para pequeños
animales un árbol es como una isla, aislado de los otros y por eso hay
endémicos en la copa de un árbol.”
¿Hay conciencia en el mundo sobre la necesidad de conservar los árboles, los bosques? “No. En la población sí, pero en los políticos no. Acá
no conozco bien pero en todos los países es casi igual, a la gente le
gustan mucho los árboles y el bosque, saben que es útil, lo necesitamos,
pero el poder no lo sabe.”
¿Es en todo el mundo? “Hay regiones muy interesantes donde el poder político
tiene interés en el bosque. Por ejemplo Costa Rica, Sri Lanka, Gabón en
Centro África, pero no hay muchos.”
¿Qué se necesitaría para que haya más conciencia? “El nivel de conciencia es muy alto en la población,
acá, en Europa, en Norteamérica, el problema es cómo podemos dar esta
conciencia a los políticos. Voy a dar una conferencia: es cierto que los
políticos no vendrán y la gente que viene ya conoce la importancia de
los árboles. En Francia hay una escuela para los políticos, Escuela
Nacional de Administración, es muy grande y fuerte, no hay ni una sola
palabra de ecología…”.
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13 octubre 2018
ANTONIO MARTÍ Árboles, Árboles, Árboles ... Año XIV, nº56, julio de 1929, de la revista Rincones del Atlántico
Sin agua no puede haber arbolado ni jardines. Sin agua no pueden progresar los campos ni los pueblos. Sin agua no puede haber riqueza, ni belleza, ni higiene, ni confort... El agua, en resumen, es la base de todo: de la agricultura, de la higiene, de la vida de los pueblos... y del turismo. El agua, en Tenerife, cada año escasea más. Llueve menos. Como no llueve los manantiales reducen su caudal; muchas fuentes se secan; baja el nivel de los pozos; decrece la humedad de los campos; los barrancos no corren y las presas no se llenan. Surgen, no obstante, cada año, nuevas galerías y nuevos caudales hidráulicos. Las entrañas de la isla parecen guardar un inagotable tesoro de humedad. Cada sonda en su tripa de rocas deja paso a una corriente de agua constante; a veces es como si la cata hubiera roto una gruesa arteria vital el agua, -sangre de la tierra-, corre, pródiga, sobre las laderas sedientas, yendo a perderse en el mar. Entonces los hombres, ávidos de ella, tienden sus redes de atargeas y tuberías, y el agua, aprisionada, corre, dócil, donde la masa ansiosa de los terrenos incultos, aguarda el beneficio maravilloso de su frescura. También esos grandes caudales, -promesa de redención para los pueblos sedientos-, merman y se reducen en estos años de constante sequía, sumiéndonos en el terror máximo de una amenaza pavorosa. Y es que, como los cuerpos decaen y mueren cuando el agotamiento los consume, así la tierra, falta de savia vital, esquilmada, agotada por la sequía, se empobrece, se desangra, por esas miles de heridas abiertas en sus flancos angulosos y esqueléticos. Hace unos cuantos lustros, en La Laguna se abría un hoyo de unos, metros y se encontraba agua. Llovía en invierno y los campos se anegaban, convirtiéndose las huertas en maretas enormes. Barranquillos como el de «La Triciada» llevaban agua durante casi todo el año y solo se secaban en los meses más fuertes del verano. El arbolado en la vega lagunera era frondoso y el monte de las Mercedes como un manto verde, casi negro, cubriendo todo el fondo de la ladera, en lo que la vista alcanzaba. Antes, unas cuantas décadas hará de esto, Vilaflor estaba rodeado de bosques. Los árboles, -estos maravillosos pinos canarios, tan recios y tan bellos-, llegaban casi hasta la plaza. Hoy la vista corre sobre calveros áridos, resecos, hasta lo alto de las lomas, donde los pinos se extienden aún, separados unos de otros por anchos espacios despoblados, de tierra amarilla. (El «Pino Gordo» hubo de ser rodeado de una pared de mampostería, para que el hacha, socavándolo, no diera con él en tierra, convirtiéndolo en botín fabuloso de leñadores y carboneros…) Y antes aún, hará unos siglos, según la Historia, los montes cubrían toda la superficie de la isla, llegando a la orilla misma del mar... Entonces los barrancos eran ríos. «Las Lagunas», llamábanse así por serlo, cruzándose en barcas en casi toda su extensión. Y la isla entera, fragante, umbrosa, ayudaba a la obra de la Naturaleza, acumulando sobre sus campos nubes que luego, convertidas en lluvia, formaban la cadena sin fin de la vida; cadena rota más tarde por nuestra ignorancia, por nuestro abandono y por nuestra incomprensión. La enseñanza cruel no ha bastado a convencernos del valor del árbol y de su importancia para la riqueza y progreso de la isla. Ni hemos acertado a comprender que el árbol es la base de todo y principio de todo. Todavía arrancamos árboles y los dejamos perder. Todavía no nos hemos cuidado de plantarlos ni hemos hecho de su cuidado deber y devoción. Todavía las carreteras de la isla se tienden al sol calcinadas, hostiles, sin que los árboles las bordeen y todavía las cumbres y los campos muestran su sequedad desolada, desnudos de frondas. Mucho hablar de progresos ansiados; mucho soñar en un porvenir esplendoroso para los pueblos isleños, y poco preocuparnos del árbol, que es llave de ese porvenir y secreto de ese progreso que anhelamos y perseguimos. La obra es lenta y sus frutos tardíos. No obstante seria la más alta y noble que se pudiera emprender, siendo también la que mayor empeño y voluntad exige, puesto que habría de tropezarse en ella con la ignorancia y la incomprensión, y eso son obstáculos invencibles cuando un ideal máximo no anima las empresas. Los intentos realizados en este sentido, sin frutos, por desgracia, no han producido efecto porque no se han hecho objeto de un verdadero empeño fundamental. La obra, no obstante, así lo exige, pues es el porvenir todo de Tenerife, toda su riqueza y el esplendor de sus ideales, lo que de esa labor depende. Árboles, árboles, árboles... Sin ellos, vano es pensar en redimir a la isla, de las culpas pasadas de nuestro abandono y de nuestra incomprensión.
Un jour le roi des arbres
Réunit des sujets
Dans son palais de marbre
Au coeur de la forêt
Le chêne de Brocéliande
Le cèdre du Liban
Et le vieux pin des Landes
Conçurent un vaste plan
Le vent porta l'affaire
A travers les forêts
Les arbres de la Terre
Ont déclaré la paix
Vivre était leur désir
Porter chacun leurs fruits
C'était "vaincre ou mourir"
Leur devise et leur cri
Les fleurs en grand mystère
Imperceptiblement
S'ouvraient vers la lumière
En prenant tout leur temps
Et du coeur des charpentes
Des coques des bateaux
Aux linteaux des soupentes
Et aux traverses du métro
Du papier des livres
Et du corps des crayons
Le bois semblait revivre
et devenait chanson
Libres de leurs amarres
Les mâts qui naviguaient
Répondaient aux guitares
Et les arbres chantaient
Jamais de mémoire d'homme
On n'entendit ce chant.
Mais dans le coeur des
Ormes
il résonnait comme un printemps
Cyprès de Palestine
Et l'arbre de Judée
Ont mêlés leurs racines
Autour de l'Olivier
Les arbres de la Terre
Se sont tendu les mains
Par delà les frontières
Au-dessus des humains
Et la rose des vents
Echangeant les pollens
A mis du pommier blanc
Sur les fleurs de l'ébène
Cette légende ancienne
On l'entend dans les bois
Le vent dans les vieux chênes
La chante encore parfois
Celui de Brocéliande
Et le cèdre au Liban
Mais le vieux pin des Landes
A brûlé entretemps
Les saules ont tant versé
De larmes de rosée
Tant porté dans leurs feuilles
Les deuils du temps passé
Si nous n'entendions plus
Ce que le vent nous crie
Les hommes auraient perdu
La source de leur vie
Et le parfum des fleurs
La pulpe de leur fruits
Déverseraient en vain
Au fond des coeurs meurtris
Des torrents de douceur
Et des flots d'harmonie
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05 octubre 2018
MACU GALVÁN (Luca), Gran Canaria El drago
Retorcido entre el aire creció el drago y se le oyó un intento de decir te amo, acunado por un misterioso halo de dulzura en el aire que parece extraño.
Subía entre enredaderas que le tapaban el paso y las encaro sutilmente sin hacerse pedazos. El drago árbol milenario de tierras GUANCHES de guanches bravos, de andar salvaje, de puro coraje con capa de rey de un verde que arde. De andares lentos por tierra de guanches, tierra de almendros y de pinares de laurisilvas de castañales. Y en medio de ellos los dragos salvajes. Reyes de nuestros mares.
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01 octubre 2018
VANESA RESTREPO La historia de Medellín en árboles, Colombia Árboles de Antioquia, en "El Colombiano" Actualidad Arbórea en Medellín y Antioquia
Ceiba, plaza San Ignacio, 1890
Unos 199 años tiene el árbol más viejo de Medellín. Es una ceiba cuyas ramas dan algo de sombra en el mar de cemento que hoy es la avenida La Playa. Según Mauricio Jaramillo Vásquez, ingeniero forestal e investigador, fue traída desde el cañón del río Cauca por Gabriel Echeverri Escobar, uno de esos primeros “paisas pujantes” que tuvo negocios en la construcción y el comercio.
Se dice que fue sembrado junto con otra decena de ceibas y varias palmas de vino que se extendieron por toda la carrera Junín hasta la calle Girardot. Pero con los años desaparecieron y hoy queda ese único ejemplar, fuerte y saludable, en estrecho separador.
La misma suerte corrió un gualanday sembrado hace 147 años. A su alrededor había otros 12 ejemplares similares que estaban alternados, a lado y lado de la vía, con guayacanes rosados y amarillos. La zona se conocía como el paseo Buenos Aires e iba desde la carrera 39 hasta la 41.
“Esos árboles vieron llegar y marcharse al primer tranvía de Medellín, pero solo uno resistió para ver el nuevo tranvía”, dice Jaramillo.
Buscando el patrimonio
¿Cuántos árboles cargados de historia hay en Medellín?
Esa fue la pregunta que se planteó un equipo de ingenieros y biólogos liderados por Lucenit Solano, funcionaria de la Secretaría de Medio Ambiente. Ellos tienen la misión de identificar, catalogar, evaluar e inventariar los árboles de Medellín para lograr el sueño de declararlos patrimonio cultural arbóreo de la ciudad.
“No se trata solo de los más grandes o exóticos. El valor patrimonial lo da la gente, la memoria, la historia. Puede ser un chamizo, pero si alrededor se creó un barrio, tenemos un elemento de valor”, cuenta.
El proyecto empezó con 252 árboles en 2016, y para la fecha ya se han identificado 606. La meta es que entre 2018 y 2019 esté listo el decreto que los consolida como bienes de interés cultural.
Solano explica que los árboles se clasifican según cuatro valores: histórico, paisajístico, simbólico o ecológico. “Un árbol puede tener uno o varios valores. Y para identificarlo consultamos desde contratos de siembra de 1912, hasta revistas, periódicos y los testimonios de 700 adultos mayores de los barrios”, dijo.
La figura de patrimonio, detalla, permitirá que los árboles estén blindados ante amenazas como la tala, pero también que la ciudad tenga otros elementos para mostrar. “Lo que más impresiona a los extranjeros de Medellín es su verde. ¿Se imagina una ruta turística con estos árboles y la historia de la ciudad?”, señala Solano.
Una de las postales antiguas de Medellín tiene a la calle Ayacucho como protagonista. Allí, en medio de un par de casas campesinas, se ve un “túnel verde” de gualandayes y guayacanes rosados.
Gualanday, Tranvía Ayacucho (1865 – 1875)
De todos ellos solo queda este individuo, que sobrevive dándole sombra a una de las catenarias del nuevo tranvía de Ayacucho, el segundo que ve en su vida (el primero llegó en 1921 y se fue 30 años después). A su lado hay almacenes y edificios, mucho cemento y poco verde. “Muchos proyectos constructivos han pretendido talar el árbol, porque además es el único de la calle. Pero ese árbol llegó primero que todos, tenemos que cuidarlo”, dice Mauricio Jaramillo, investigador.
Y aunque al lado del gualanday hay una placa donde dice que el árbol fue sembrado entre 1865 y 1875, pocos vecinos lo miran. “Hasta ahora me entero que era tan viejo”, dice José Restrepo.
Algarrobo, barrio San Pablo (1890)
Justo al lado del zoológico Santa Fe hay un algarrobo que hoy se apoya en “muletas” de metal. Mauricio Jaramillo cuenta que el algarrobo perteneció, a finales del siglo XIX, a una finca de maíz y algodón. Rafael Ramírez, dueño de la droguería San Pablo, recuerda que de niño esa finca tenía un lago, animales y el árbol grande. Él lo veía cada fin de semana cuando iba de La América al hipódromo San Fernando (cerca a la estación Ayurá). Luego la finca se dividió y nació el barrio. “De allí salieron algunos sicarios que pusieron una virgen y le prendían velas incluso dentro de la madera, porque decían que era milagrosa”, agregó Jaramillo. Lucenit Solano reconoció que esta fue una de las recuperaciones más difíciles. “Hicimos concertación con la comunidad para sacar la virgen, que hoy está al lado. Aunque el árbol estaba listo para talar logramos salvarlo y ya es un emblema”.
Piñón de oreja, Robledo (1875 – 1880)
En la loma que lleva al parque de Robledo, en toda la curva, un piñón de oreja le da sombra a los vecinos. En la salsamentaria Buser, Raúl Restrepo -que vive hace 30 años en el barrio- recuerda a “Bandido”, uno de los hombres que participó en la construcción de la que fuera la fonda más antigua de Medellín. “Él vivió más de 100 años, no me acuerdo cómo se llamaba. Pero nos decía que cuando llegó a poner el techo de El Jordán, el árbol ya llevaba 15 años ahí”, dijo.
Con el declive de la fonda, el árbol también cayó en desgracia: cada semana había por lo menos un carro estrellado contra su tronco y los vecinos lo cogieron de basurero. Hace unos 6 años lo rescataron: la Alcaldía le instaló unas “muletas” metálicas para prevenir su inclinación, se hizo una limpieza de la zona y Eugenia Pérez, vecina, se comprometió a sembrar flores y otras plantas cerca. Su hija Adriana dice que el árbol fue adoptado.
La plazuela San Ignacio es -junto con el parque de Bolívar- la zona de Medellín que conserva los árboles con más historia de la ciudad.
Hay dos ceibas a cada lado de la plazoleta, dos palmas reales al frente de las naves laterales de la iglesia, un guayacán amarillo y un piñón de oreja, junto a árboles jóvenes. El ingeniero Mauricio Jaramillo asegura -con base en sus investigaciones- que los árboles fueron plantados por religiosos cuando pudieron volver a la plazoleta, pues durante varios años fue tomada por José María Córdova como trinchera. “Uno de los mitos que hay alrededor de estos árboles es que la ceiba que da a Ayacucho (plantada en 1890) fue usada como paredón de fusilamiento”, dijo. Por eso un grupo de ingenieros forestales le propuso a la Universidad Nacional usar tecnología disponible para escanear el árbol y determinar si hay perdigones en su tronco.
Carbonero, parque de Bolívar (1960)
Este carbonero, aunque no tiene centenares de años, es un tesoro para Medellín por varias razones. La primera es su origen: “a diferencia de los otros árboles, este es propio del Aburrá. No fue traído ni del Cauca ni de Jamaica (como la Palma de vino)”, cuenta el forestal Mauricio Jaramillo.
La otra razón es que su reproducción es muy difícil y, según los cálculos de la Secretaría de Medio Ambiente, en la ciudad quedan menos de 20 individuos como este.
Por eso, a pesar de su corto tamaño, es uno de los más cuidados en el parque de Bolívar, donde crece a la sombra de grandes palmeras, zapotes y árboles de caucho, que hoy son hogar de ardillas y loras.
Lucenit Solano, de la Alcaldía, reveló que en la ciudad se han hecho varios intentos de propagar el árbol, pero pocos han culminado con éxito.