30 octubre 2017

EDUARDO GALEANO (Uruguay, 1940-2015)
Árbol que recuerda


Siete mujeres se sentaron en círculo.
Desde muy lejos, desde su pueblo de Monostenango,
Humberto Ak’abal les había traído unas hojas secas, recogidas al pie de un cedro.
Cada una de las mujeres quebró una hoja, suavemente, contra el oído. 
Y así se abrió la memoria del árbol:
Una sintió el viento soplándole la oreja.
Otra, la fronda que suavecito se hamacaba.
Otra, un batir de alas de pájaros.
Otra dijo que en su oreja llovía.
Otra escuchó algún bichito que corría.
Otra, un eco de voces.
Y otra, un lento rumor de pasos.
----- 

27 octubre 2017

EL ÁRBOL CONFUNDIDO
     Había una vez en algún lugar que podría ser cualquier lugar y en un tiempo que podría ser cualquier tiempo, un hermoso jardín adornado de manzanos, naranjos, perales y bellísimos rosales, todos ellos felices y satisfechos. 
     Todo era alegría en el jardín excepto para un árbol, que estaba profundamente triste.
     El pobre tenía un problema: "No sabía quién era"...
     -Lo que te faltaba es concentración, -le decía el manzano- Si realmente lo intentas, podrás tener sabrosísimas manzanas. ¿Ves qué fácil es?
     -No lo escuches...-exigía el rosal-. Es más sencillo tener rosas... ¿Ves qué bellas son?
     Y el árbol, desesperado, intentaba todo lo que le sugerían, y como no lograba ser como los demás, se sentía cada vez más frustrado.
     Un día llegó hasta el jardín el búho, la más sabia de las aves, y al ver la desesperación del árbol, le dijo: -No te preocupes, tu problema no es tan grave, es el mismo de muchísimos seres sobre la tierra. Yo te daré la solución: ¡No dediques tu vida a ser como los demás quieren que seas. Sé tu mismo, conócete y, para lograrlo, escucha tu voz interior!
     Y dicho esto, el búho desapareció.
     -¿Mi voz interior?... ¿Ser yo mismo?... ¿Conocerme?... - Se preguntaba el árbol, desesperado,... 
    Cerrando los ojos y los oídos, abrió el corazón. ¡De pronto comprendió! una voz interior le decía: -Tú jamás darás manzanas porque no eres un manzano, ni florecerás cada primavera, porque no eres un rosal. ¡Eres un roble!. Tu destino es crecer grande y majestuoso. Dar cobijo a las aves, sombra a los viajeros, belleza al paisaje. Tienes una misión: ¡Cúmplela!.
     Y el árbol se sintió fuerte y seguro de si mismo, y se dispuso a ser todo aquello para lo cual estaba destinado. Pronto llenó su espacio y fue admirado y respetado por todos. Y sólo entonces el jardín fue completamente feliz.
     Miro a mi alrededor y me pregunto: ¿Cuántos serán robles que no se permiten a si mismos crecer?.... ¿Cuántos serán rosales que, por miedo al reto, sólo dan espinas?.... ¿Cuántos los naranjos que no saben florecer?
     Vivamos nuestro destino, embellezcamos nuestro espacio. No permitamos que nada ni nadie nos impida conocer y compartir la maravillosa esencia de nuestro ser.

---Fin---

24 octubre 2017

El aromo del perdón, en BA

EL AROMO DEL PERDÓN
OTRO ARBOL CON HISTORIA: EL AROMO DEL PERDÓN
     En Buenos Aires, concretamente en el Parque Tres de Febrero, Barrio de Palermo, se ubicó la quinta de Don Juan Manuel de Rosas, gobernador de la provincia de Buenos Aires, y principal caudillo de la Confederación Argentina desde 1835 a 1852. En el jardín de dicha quinta crecía el árbol llamado el "Aromo de Manuelita" o "el Aromo del Perdón". 
     Según cuenta la leyenda Doña Manuelita, hija de Don Juan Manuel, bajo aquel árbolito solía requerir de su padre mayor indulgencia para algunos de los adversarios de su padre caídos en desgracia.
     En el libro Estampas del Pasado II, de José Luis Busaniche podemos leer una carta, escrita por William Mac Cann, sobre la influencia que tenía Doña Manuelita Rosas en las decisiones políticas de su padre:

“...Cuando me presenté de visita en su residencia, encontré reunidas, bajos las galerías y en los jardines, a muchas personas de ambos sexos que esperaban despachar sus asuntos. Para todo aquel que deseaba llegar hasta el general Rosas en carácter extraoficial, la hija del Dictador, doña Manuelita, era el intermediario obligado. Los asuntos personales de importancia, como confiscaciones de bienes, destierros y hasta condenas de muerte, se ponían en sus manos como postrer esperanza de los caídos en desgracia. Por su excelente disposición y su influencia benigna, doña Manuelita era para con su padre lo que la emperatriz Josefina fue para Napoleón.
La hija de Rosas, que posee grandes atractivos, dispone de muchos recursos para cautivar a sus visitantes y ganar su confianza. En una de mis visitas a la casa, como su padre se encontrara ocupado, montó enseguida a caballo, y juntos nos echamos a galopar a través del bosque."

     A Doña Manuelita, huérfana de madre a los 21 años, le sobraban admiradores, tanto locales como extranjeros, interesantes o aburridos, federales o unitarios, y amigos o enemigos de su padre; hombre muy celoso y muy bien dispuesto a censurar las relaciones sentimentales de esa hija que siempre lo acompañaba, ya que cumplía funciones de primera dama y dueña de casa, pero que era clemente cuando se lo pedía su queridísima hija.
     Doña Manuelita, al fin, se casó a los 36 años con Máximo Terrero, muy pesar y en contra de su padre. Con el tiempo Doña Manuelita obtuvo, para ella, el perdón de su celoso padre. Para ese momento Don Juan Manuel había perdido el poder y no tuvo más remedio que aceptar a su yerno.
     En el parque hoy podemos contemplar un retoño de aquel símbolo histórico de la ciudad, una  Acacia caven, originaria de América del Sur y conocido como Aromo criollo o Espinillo negro. En el año 1974 se efectuaron mejoras en el entorno del árbol, rodeándolo con una pequeña valla.
 
-----

21 octubre 2017

Historia de árboles de Buenos Aires

LOS ÁRBOLES TAMBIÉN TIENEN HISTORIA
Diario "Clarin.com" (Abril-2012), Buenos Aires
Los árboles también tienen historia
Costanera Norte. Junto al río, una típica arboleda porteña.
      El temporal ocurrido hace unos días quedará en la memoria de los habitantes de Buenos Aires como lo que fue: una tragedia. Con los años se recordará a los 16 muertos que hubo en Capital y GBA, a los heridos y a los problemas y destrozos que causó. Y en este último rubro, seguramente muchos también recordarán la pérdida de cientos de árboles, esos elementos vivos que, entre otras virtudes y además de su aporte estético, suelen proveernos de buen oxígeno.
     Según los últimos estudios, en las calles y plazas porteñas hay más de 420.000 árboles, lo que equivale a un ejemplar cada siete habitantes. Y en ese escenario verde, el ranking de especies dice que la primera posición en el podio la tienen los fresnos americanos, seguidos por plátanos, tilos y jacarandaes. Pero para demostrar que Buenos Aires es una ciudad bien ecléctica, no sólo en su gente o en sus construcciones, también se encuentran –entre muchos más– tipas, paraísos, robles, limoneros, ombúes, eucaliptus, araucarias, lapachos, pinos y hasta 3.000 palmeras (hay pindó y fénix) que le aportan un toque tropical.
     Como todo en la Ciudad, el arbolado porteño también tiene su historia. Por ejemplo se sabe que a comienzos del siglo XVII se aplicaban penas a quienes destruyeran algarrobos. Y que, entre 1778 y 1784, durante el gobierno de Juan José de Vértiz y Salcedo (el único virrey español que había nacido en América), se diseñó un paseo junto al río, al que se conoció como “La alameda”, aunque en sus orígenes la mayoría eran ombúes.
     En los tiempos en que en estas tierras Juan Manuel de Rosas era el mandamás, en muchas quintas se instalaron pequeños montes de árboles. Y con la presidencia de Domingo Faustino Sarmiento (1868-1874) aquella tendencia de “plantar árboles”, como solía reclamar el sanjuanino, se mantuvo como una constante. Siempre se dijo que fue él quien trajo desde Estados Unidos los plátanos, esos que generan quejas de los médicos alergistas y de quienes sufren las alergias por la pelusa que sueltan. También, aportó las semillas de los árboles de la nuez Pecan, originario de ese país. Y que fue el promotor de la plantación de eucaliptus, como muchos de los que aún se ven en muchos barrios.
     Claro que el título de “paisajista mayor” de Buenos Aires, lo sigue manteniendo el francés Carlos Thays quien, desde 1893 (cuando ganó por concurso el puesto de director de Parques y Paseos de la Ciudad), recorrió todo el país buscando especies que sirvieran para decorar calles, parques y plazas. Así, desde el Norte trajo tipas (llegan a medir más de 30 metros) y jacarandaes, esos que, al final de cada primavera, visten de violeta muchos rincones ciudadanos. Obviamente hay otros árboles que van camino a su erradicación como los simpáticos paraísos (sus ramas y troncos se ahuecan y caen con mucha facilidad) y los ficus (está prohibido plantarlos), cuyas raíces suelen causar estragos en veredas y cañerías.
     Como se ve, el tema de las arboledas porteñas tiene todavía mucha savia para aportar y con ellos se podría hacer hasta un tratado sobre sus colores, sus sombras y sus leyendas. Sobre todo con aquellos que tienen relación con el pasado, como es el caso de ese retoño del aromo que Manuelita Rosas plantó en 1838 en los jardines de la residencia familiar que tenían en Palermo. Dicen que junto a ese árbol, la hija de Don Juan Manuel consiguió indultos a favor de algunos sentenciados por cuestiones políticas. Y, por eso, se lo conoció como “el aromo del perdón”. Pero esa es la siguiente  historia.

-----

19 octubre 2017

ARACELI ACOSTA
Los beneficios de los árboles en una megaciudad ascienden a 500 millones de dólares anuales
En ABC Sociedad
Árboles en una de las megaciudades

En las megaciudades viven casi el 10 por ciento de los 7.500 millones de habitantes del mundo (...)
      El equipo internacional de investigadores estimó la cobertura existente y potencial de los árboles y su contribución a los servicios de los ecosistemas en diez megaciudades (Pekín, Buenos Aires, El Cairo, Estambul, Londres, Los Ángeles, Ciudad de México, Moscú, Bombay y Tokio) y calculó que en ellas los beneficios basados en los ecosistemas arbóreos tenían un valor medio anual de 505 millones de dólares, equivalente a 1,2 millones de dólares por kilómetro cuadrado de árboles.
      Para Theodore Endreny, de la Facultad de Ciencias Ambientales y Forestales de Siracusa, Nueva York, y autor principal del estudio, este valor de los servicios de los árboles podría ser fácilmente duplicado simplemente plantando más de ellos. «Las megaciudades pueden aumentar estos beneficios en un 85 por ciento de media», dice (...)

Bienestar humano

Los investigadores estimaron los beneficios de la cobertura de árboles para reducir la contaminación del aire, la escorrentía de las aguas pluviales, los costes de energía asociados con los edificios en cuanto a calefacción y refrigeración y las emisiones de carbono. «Los árboles tienen beneficios directos e indirectos para enfriar edificios y reducir los efectos de las olas de calor. El beneficio directo es la sombra que mantiene la zona urbana más fría, el beneficio indirecto es la transpiración de las aguas pluviales que convierte el aire caliente en aire más fresco», explica Endreny.
      Los árboles urbanos prestan servicios de los que la mayoría de las personas no son conscientes (...)
Para los autores de esta investigación es necesaria «una mayor conciencia del valor económico de los servicios gratuitos proporcionados por la naturaleza, ya que esto además puede aumentar nuestra voluntad de invertir esfuerzos y recursos en la conservación del capital natural y su correcta explotación, de modo que también aumentaría la riqueza social, la estabilidad económica y el bienestar».
                                                      -----