"Quién hubiera dicho que estos poemas de otros iban a ser míos, después de todo hay hombres que no fui y sin embargo quise ser, si no por una vida al menos por un rato..." Mario Benedetti.
A los amantes de los árboles,... localización, poesía, cuentos/leyendas, etc.
24 diciembre 2021
ROBERTO MARCHEGIANI, (Ancona, Italia, 1963)
ATCHAFALAYA BASIN
"Últimamente me dedico a la fotografía de naturaleza, principalmente paisajes pero también submarina y fauna. Tengo un enfoque más emocional del documental de la naturaleza, siempre tratando de obtener el resultado más estético. Mis fotos han ganado premios (ganadoras de categoría, finalistas y muy elogiadas) en importantes concursos internacionales: Memorial Maria Luisa, GDT, Windland's Nature's Best Photography, Glanzlichter, Oasis, Outdoor Photographer of the Year, Cadiz Photonature, Nature Photography of the Year, Fotografía de charlas sobre la naturaleza, Fotógrafo internacional de paisajes del año, IGPOTY, IPA, MIFA, Biophotocontest y Sony World Photography Awards."
CLEMENTE ÁLVAREZ, en "El País" Cabañeros: temor al cambio climático
Ciervos en el parque nacional de Cabañeros, que estuvo a punto de convertirse en campo de tiro. JUAN MILLÁS
Un poderoso bramido retumba en la oscuridad de la noche. Entre las encinas y alcornoques del parque nacional de Cabañeros,
dentro de un saco de dormir en el suelo, Carlos de Hita (Madrid, 1959)
cumplió este otoño con una tradición que repite todos los años: grabar
la berrea, el estruendoso celo de los ciervos. Este especialista en
sonidos de la naturaleza lleva 35 años escuchando los bosques. Empezó
por casualidad, es
taba grabando documentales con Joaquín Araújo y de
pronto hubo que sustituir al técnico de sonido; nunca había pensado en
dedicarse a esto, pero ya no pudo desengancharse. En su última visita a
Cabañeros de este año, colocó varios micrófonos para grabar durante toda
la noche, cuando el bosque ya no se puede ver con los ojos, pero sí con
los oídos. “La berrea es el sonido más espectacular del bosque, resulta
hipnótico”, dice.
Cabañeros no es solo la raña, la llanura que le ha valido el apelativo
del Serengueti español. Este espacio de excepcional valor entre Ciudad
Real y Toledo constituye una de las mejores representaciones de bosque
mediterráneo del país. En su autobiografía, Río arriba, el
ecologista Santiago Martín Barajas relata cómo en abril de 1987 le cogió
prestado un coche Renault 12 a su padre y comenzó con otras cuatro
personas la ocupación de la finca a la que pertenecían estas tierras
para evitar que se convirtiesen en un campo de tiro del Ejército del
Aire. Esa loca acción de unos pocos, a la que se fue sumando mucha más
gente, tuvo una gran repercusión mediática y un año después el Gobierno
de Castilla-La Mancha declaró Cabañeros espacio protegido. Hoy, este parque nacional
integra 40.800 hectáreas, con bosques de encinas y alcornoques, junto a
quejigos y robles, una gran extensión formada en un 45% por fincas
privadas. Al igual que el olor a jara y romero lo impregna todo, este
ecosistema también desprende un sonido particular. “Cada bosque tiene su
propia banda sonora, que es diferente en cada momento del año y en cada
momento del día”, recalca De Hita. Lo que le llega a través de sus
auriculares constituye una información muy valiosa, una huella sonora
que muestra el valor de cada ecosistema. En las más de tres décadas que
lleva coleccionando registros sonoros, ha percibido de forma clara cómo
ha ido cayendo el sonido de los animales silvestres.
Cabañeros cuenta con una de las mejores representaciones de bosque mediterráneo de todo el país. JUAN MILLÁS
Junto a la disminución del uso de la madera o la
despoblación del mundo rural, el calentamiento del planeta es otro de
los factores que más pueden transformar los bosques españoles. En el
caso de Cabañeros, Ángel Gómez Manzaneque, director de conservación,
asegura que en el parque nacional ya lo están notando de dos formas muy
concretas. En primer lugar, este espacio protegido cada vez dispone de
menos zonas con las condiciones de humedad requeridas para uno de sus
árboles emblemáticos: el quejigo. Para intentar evitar que esta especie
desaparezca del parque, no queda más remedio que plantar ejemplares en
zonas acotadas. Por otro lado, también están constatando un cambio en el
régimen de lluvias que está alargando la propia berrea. Los ciervos no
encuentran ahora la hierba con la que se alimentaban en octubre, en la
montanera (una especie de pequeña primavera), por lo que están
postergando su reproducción.
¿Qué va a ocurrir con los
bosques ibéricos según vaya aumentando la temperatura? A partir de los
datos actuales, se sabe que la masa forestal está creciendo y que se
está produciendo un avance de las especies frondosas (como encinas o
hayas) frente a las coníferas (pinos). Jordi Vayreda, investigador del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF,
en sus siglas en catalán), indica que esto no tiene que ver tanto con
el cambio climático como con una disminución de la intervención humana
en el campo. Después de estudiar la actual mortalidad de árboles por el
calor, su conclusión es que, en un primer momento, “los bosques de la
España verde, como los de Galicia o la cordillera Cantábrica, son los
que más van a sufrir, pues están menos adaptados a la sequía”. No
obstante, lo que ocurra a más largo plazo dependerá de cuánto se deje
que se caliente el planeta. “Todo es especulativo, pero es previsible
que si los cambios son muy drásticos haya hasta especies arbóreas muy
adaptadas que acaben desapareciendo de algunas zonas”, afirma este
investigador. “Incluso el pino carrasco, el árbol del país que más
resiste, tiene un límite”. Como destaca Vayreda, este cambio climático
está siendo muy rápido, mientras que las dinámicas de un bosque son
lentas, por ello considera que los humanos pueden ayudar a que estos
ecosistemas estén mejor preparados por medio de la gestión forestal,
plantando especies más resistentes o retirando ejemplares de forma
selectiva para reducir la competencia por el agua. El abandono de estos
espacios arbolados y la acumulación de madera, unido al cambio
climático, supondría disparar el riesgo de que el bosque termine
envuelto en llamas.
CLEMENTE ÁLVAREZ, en "El País" Hayedo de Zilbeti: un ‘guernica’ forestal
Hace ocho años, vecinos de Valle de Erro, en Navarra, cargaron un
generador eléctrico en un tractor y lo llevaron al hayedo de Zilbeti.
Allí, de noche, enchufaron un proyector con una imagen del cuadro del Guernica
y dirigieron la luz contra los árboles. La genial obra de Picasso
apareció así en mitad del bosque, diseminada por una treintena de hayas,
en un valioso monte que iba a ser arrasado para abrir una cantera de la
empresa Magnesitas Navarras. “Nos dijeron que teníamos que salir en la
prensa, que había que conseguir que esto se viera”, cuenta Edurne Errea
(Aurizberri/Espinal, 1987), que sin tener mucha idea de dibujar subió al
hayedo varias gélidas noches para pintar el Guernica:
“Para nosotros representaba la supervivencia en medio de la
destrucción”. Primero dibujaron el contorno de la imagen proyectada
sobre los troncos y luego numeraron cada fragmento de la obra según el
color que debía llevar. Cuando lo tuvieron listo, unos cuantos días
después, llamaron a más gente de los pueblos, repartieron pinceles y se
pusieron todos a colorear los árboles.
En pleno otoño de 2020, este bosque caducifolio del Pirineo navarro
huele a tierra mojada y en el paisaje empiezan a aparecer los primeros
amarillos; pronto irán encendiéndose todavía más las hojas,
multiplicándose las pinceladas de ocres, rojos, naranjas. Aunque la
mayoría de esta masa forestal está formada por hayas, también se pueden
encontrar arces, robles, castaños, alisos, avellanos, bojes… Una selva
de tonalidades en la que los musgos y acebos aguantarán verdes aun
cuando el resto de hojas muden de color y caigan al suelo. El hayedo de
Zilbeti se salvó tras una sentencia del Tribunal Supremo de 2017
que tumbó el proyecto minero para extraer magnesita. Aunque los
promotores defendían que la cantera afectaba directamente solo a un
0,25% de las más de 9.000 hectáreas de la Zona Especial de Conservación
Monte Alduide, el fallo destacaba que de llevarse a cabo se incumplirían
la mayoría de los objetivos del plan de gestión de este valioso espacio
protegido de la red europea Natura 2000. Del Guernica ya sólo
quedan hoy restos descoloridos en algunos troncos, pero estos árboles se
han convertido en un símbolo de resistencia. Con sus pinceles, los
vecinos rebeldes de un valle de apenas 800 habitantes, consiguieron que
su bosque saliera en los periódicos y que la gente viniera a verlo.
Tuvieron que repintarlo de nuevo dos veces más, por la lluvia y por las
pintadas encima a favor de la cantera.
El hayedo de Zilbeti, al norte de Navarra, donde hace ocho años
una iniciativa ciudadano-artística salvó el bosque de una tala masiva. JUAN MILLÁS
“En estos valles, el bosque es una parte muy esencial de la vida de las
personas”, incide Errea. Cada año, en estos pueblos se reparte a cada
casa un lote de árboles, cuatro o cinco ejemplares, unas 10 toneladas de
madera. “Las familias tienen que tirarlos y partirlos, pues será con lo
que se calienten en invierno”, explica esta vecina de Espinal (250
habitantes), que añade: “Aparte de los árboles y los animales, el hayedo
representa un espacio de ocio y nos da hongos en otoño, pero sobre todo
nos hace ser quienes somos, vivimos en un bosque, es nuestra esencia”.
El proyecto de la cantera surgió en plena crisis económica, cuando más
se necesitaban los puestos de trabajo, por eso hubo mucha tensión en los
pueblos cuando una parte de los habitantes salió en defensa del bosque.
Restos del Guernica pintado hace ocho años en el hayedo de Zilbeti (Navarra) tal y como están en la actualidad. JUAN M.
El hayedo de Zilbeti suena a agua y madera. Dentro de este
bosque mágico se escuchan el rumor del río y las gotas de lluvia al caer
sobre las hojas. Pero sobre todo sorprende el repiqueteo de los pájaros
carpinteros contra los troncos. Con unos 25 centímetros de tamaño y un
llamativo plumaje negro y blanco, el pico dorsiblanco es uno de los
carpinteros más escasos del país y una de las razones de que los
tribunales pararan la cantera. Esta ave en peligro de extinción vive
acantonada en unos pocos bosques del Pirineo navarro, resonando su
alegre tamborileo en la misma zona donde estaba proyectado el agujero de
la mina a cielo abierto. “¿Acaso el pájaro carpintero no tiene alas
para volar si se abriese una cantera?”, llegó a decir el alcalde de
Valle de Erro, Enrique Garralda, para defender el proyecto minero. Así
figura en un artículo de 2015 recogido en el álbum de recortes del que
va pasando las hojas Juan Luis Martínez Sagardía en su casa de Zilbeti,
una localidad en la que apenas viven 30 personas todo el año. “Esta vez
ha salido bien, pero no es lo habitual que se salve el bosque”, señala
el presidente de la coordinadora en defensa del monte Alduide, que
reclama más apoyo para la gente que queda en los pueblos.
Madera de haya para el uso de los vecinos. JUAN MILLÁS
Mientras
tanto, Magnesitas Navarras ha comenzado los trámites para abrir otra
cantera en el paraje de Artesiaga, ahora en el valle de Baztán, pero
también dentro de la ZEC Monte Alduide. “Hoy nos quedan de siete a ocho
años de mineral en el yacimiento que estamos explotando en Eugi y la
alternativa es el proyecto en la zona de Artesiaga”, afirma Javier
Creixell, director general de esta empresa. “En Zilbeti el proyecto era
técnicamente impecable, pero es cierto que nos llevamos un buen
varapalo, de ahí hemos aprendido”, subraya. “No supimos explicarlo”. La
empresa tuvo entonces todos los apoyos de las administraciones locales,
pero se topó con este puñado de vecinos rebeldes, ayudados por la
organización SEO/BirdLife. “Ahora siento el bosque como más nuestro”,
comenta Edurne Errea, que asegura que el Guernica no se volverá a
pintar a pesar de las peticiones. “Ya con la sentencia, el hayedo tiene
que volver a su ser, que es la idea de todo esto, nosotros nos nutrimos
del bosque mientras vivimos aquí y luego lo dejamos para que puedan
seguir usándolo las futuras generaciones”.
El pueblo de Zilbeti, donde viven apenas 30 personas. JUAN MILLÁS
CLEMENTE ÁLVAREZ, en "El País" Pinar de los Belgas, ¿árboles en peligro?
Pinar de los Belgas desde la caseta de vigilancia de Cabeza Mediana, en la vertiente madrileña de la sierra de Guadarrama. JUAN MILLÁS
[URGENTE: Desde el día 3 de Diciembre de 2021 este paraje ya pertenece al Estado Español ] Nos adentramos en las historias y los sonidos de tres bosques que fueron salvados y que hoy se enfrentan a nuevas amenazas, como la despoblación o el cambio climático. Su realidad podía haber sido muy diferente. Pero estos tres enclaves naturales extraordinarios en la Sierra de Guadarrama, el Pirineo navarro y los Montes de Toledo sobrevivieron gracias al empeño de personas que supieron apreciar y defender su valor ecológico.
Al
final de una empinada escalera de metal con 23 peldaños de subida se
llega a una solitaria caseta de vigilancia en lo alto de una loma, cerca
del pueblo madrileño de Rascafría. Es el Pinar de los Belgas, un bosque único, justo fuera de los límites del parque nacional.
Desde aquí arriba, a unos 1.680 metros de altura, se abre una vista
espectacular: un agitado mar de árboles cubre de verde las montañas,
entre las cumbres de la sierra de Guadarrama. Es el Pinar de los Belgas,
un bosque único, justo fuera de los límites del parque nacional. A esta
misma atalaya, pero sin escalera, subía trepando por la roca en los
años ochenta el escritor y naturalista Julio Vías (Madrid, 1957), cuando
de joven trabajaba en verano como guarda para controlar los incendios.
Pasaba en este puesto de vigía 10 horas al día, sin hablar con nadie,
solo pendiente del bosque. Eran unas interminables jornadas en las que
los sonidos del pinar se mezclaban con música clásica y canciones de
Alaska y Dinarama. Ver de pronto a pocos metros un águila real o un
buitre negro era la recompensa. “Haber trabajado siete veranos aquí es
algo que se lleva en la mochila toda la vida”, afirma más de tres
décadas después en la misma caseta. Pocos conocen estos pinos tanto como
su antiguo guarda.
Hace unas semanas, un grupo de
científicos, académicos y conservacionistas —entre los que se incluye
Vías— lanzaron un manifiesto pidiendo al Gobierno que compre este pinar
para incorporarlo al parque nacional. Es un bosque de propiedad privada,
una circunstancia bastante común en España, donde esto ocurre con el
69% de la superficie forestal arbolada. Lo que no resulta tan habitual
son las extraordinarias cualidades del lugar. Este espacio de 2.054
hectáreas, en el que ya crecían pinos en el siglo XIV, primero
perteneció a la Comunidad de la Ciudad y Tierra de Segovia en tiempos de
la Reconquista y luego a los monjes del cercano monasterio del Paular.
Pero en 1840, tras la desamortización de Mendizábal, fue adquirido por
un grupo de empresarios y banqueros belgas que constituyeron la Sociedad
Belga de los Pinares del Paular, compañía maderera con sede en Bruselas
que explota desde entonces este bosque. Se considera que durante todo
este tiempo la gestión forestal del pinar fue modélica: extraían la
madera de forma selectiva y no repetían las cortas en una misma zona
hasta pasado más de un siglo. Como destaca Vías, otros lotes de los
pinares del Paular comprados en la misma época por propietarios
españoles fueron talados a matarrasa, sin dejar nada en pie, para
conseguir beneficios inmediatos. A comienzos del siglo XX, el entonces
director de la sociedad, Henri Dubois, salvó el pinar al rechazar
cuantiosas ofertas de Francia por grandes cantidades de madera para
reconstruir ciudades destruidas en la Primera Guerra Mundial. Sin
embargo, las dificultades actuales por las que pasa el negocio de la
madera, un material mucho menos usado que antes, han complicado la
gestión del enclave. De ahí, la alerta lanzada ahora. “Este es un bosque
en venta”, incide el naturalista, que asegura que ya no se está
cuidando como antes.
El escritor y naturalista Julio Vías, que trabajó aquí de guarda, camina entre los árboles silvestres del Pinar de los Belgas.
La historia de este pinar se concentraba en un árbol colosal escondido en una recóndita ladera. Sostiene Vías que tenía cerca de 500 años y que era el pino silvestre más viejo de la sierra de Guadarrama.
El antiguo guardabosques trató de salvarlo con unos amigos colocando
mortero para consolidar el tronco, inclinado y afectado por la
pudrición, pero acabó desplomándose en las duras tormentas del invierno
de 1996. Aunque el bosque perdió a aquel patriarca, ganó a otros
gigantes. En la actualidad, uno de los sonidos típicos es el de los
buitres negros cuando pasan volando cerca con sus enormes alas
desplegadas, como si fueran buques que hacen silbar el mar. Estas
rapaces se han multiplicado en las últimas décadas, formando una de las
mayores colonias de la Península. Son una prueba más de la riqueza del
Pinar de los Belgas, junto a sus más de 700 variedades de plantas y el
centenar de especies de aves nidificantes. “El valor de un bosque así es
incalculable. Durante mucho tiempo las arboledas se valoraban solo por
la madera, pero hoy se sabe que cumplen unas funciones esenciales, como
la conservación de la biodiversidad, la protección del suelo frente a la
erosión o el mantenimiento del ciclo del agua”, dice Vías. Tal es así
que, a menos de dos kilómetros de la caseta de vigilancia, canturrea el
arroyo que luego se convertirá en el río Lozoya, el principal suministro
de agua de la ciudad de Madrid.
“Dentro
de la gestión privada, la sostenibilidad tiene que ser también
económica. No estoy hablando de ganar mucho, sino de cubrir las
nóminas”, comenta Nicolás Lecocq, actual director de la Sociedad Belga
de los Pinares del Paular, que defiende el manejo que se hace del
bosque. “El contexto del mercado de la madera es difícil, el valor
forestal de los montes se ha devaluado”, especifica el responsable de la
compañía, que se muestra dispuesto a sentarse con la Administración si
surge alguna oferta de compra. Sin embargo, otras voces rechazan esta
opción. “Para que no se especule con el precio libre, la figura más
adecuada es una expropiación forzosa”, opina Nuria Hijano, jurista
especializada en medio ambiente y guía en estas montañas, que cree que
este bosque debía haberse incluido desde el principio dentro del parque
nacional: “El Pinar de los Belgas y la Cinta de Cabeza de Hierro quizá
sea lo que tiene más valor ambiental de toda la sierra de Guadarrama”,
recalca.
En
las largas guardias, a cada hora Vías debía coger la emisora y, si no
había ocurrido nada, repetir el mismo aviso: “Atención, Rascafría; aquí,
Cabeza Mediana, sin novedad”. Ahora sí hay problemas. Mientras camina
bajo los pinos silvestres de corteza anaranjada, pisando una crujiente
alfombra de acículas y piñas secas, a cada rato mueve la cabeza y señala
un árbol muerto, un esqueleto gris todavía en pie. “Antes esto era
impensable, en cuanto empezaba a cambiar de color, se bajaba la madera
para evitar que se propagaran plagas”, destaca el profesor, que asegura
que los pinos se están muriendo a un ritmo inusual, debilitados por las
sequías. “Esto está relacionado con el cambio climático, si tuviera
hijos me preocuparía; yo no los tengo, mis hijos son estos pinos”.
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Como dato adicional que no se mencionaba en el artículo sobre la compra cabe decir que el Estado ha pagado casi 19 millones de euros, algo mas de 9.000€ por Ha.
Y para quien no quiera entenderlo: "El Pinar de los Belgas tiene una importancia fundamental como bosque
protector de la principal cuenca abastecedora de agua de la Comunidad de
Madrid, que es la cuenca alta del Lozoya y todos los embalses", dice Julio
Vías en elDiario.es