Cabañeros: temor al cambio climático
Ciervos en el parque nacional de Cabañeros, que estuvo a punto de convertirse en campo de tiro. JUAN MILLÁS |
Un poderoso bramido retumba en la oscuridad de la noche. Entre las encinas y alcornoques del parque nacional de Cabañeros,
dentro de un saco de dormir en el suelo, Carlos de Hita (Madrid, 1959)
cumplió este otoño con una tradición que repite todos los años: grabar
la berrea, el estruendoso celo de los ciervos. Este especialista en
sonidos de la naturaleza lleva 35 años escuchando los bosques. Empezó
por casualidad, es
taba grabando documentales con Joaquín Araújo y de
pronto hubo que sustituir al técnico de sonido; nunca había pensado en
dedicarse a esto, pero ya no pudo desengancharse. En su última visita a
Cabañeros de este año, colocó varios micrófonos para grabar durante toda
la noche, cuando el bosque ya no se puede ver con los ojos, pero sí con
los oídos. “La berrea es el sonido más espectacular del bosque, resulta
hipnótico”, dice.
Cabañeros no es solo la raña, la llanura que le ha valido el apelativo
del Serengueti español. Este espacio de excepcional valor entre Ciudad
Real y Toledo constituye una de las mejores representaciones de bosque
mediterráneo del país. En su autobiografía, Río arriba, el
ecologista Santiago Martín Barajas relata cómo en abril de 1987 le cogió
prestado un coche Renault 12 a su padre y comenzó con otras cuatro
personas la ocupación de la finca a la que pertenecían estas tierras
para evitar que se convirtiesen en un campo de tiro del Ejército del
Aire. Esa loca acción de unos pocos, a la que se fue sumando mucha más
gente, tuvo una gran repercusión mediática y un año después el Gobierno
de Castilla-La Mancha declaró Cabañeros espacio protegido. Hoy, este parque nacional
integra 40.800 hectáreas, con bosques de encinas y alcornoques, junto a
quejigos y robles, una gran extensión formada en un 45% por fincas
privadas. Al igual que el olor a jara y romero lo impregna todo, este
ecosistema también desprende un sonido particular. “Cada bosque tiene su
propia banda sonora, que es diferente en cada momento del año y en cada
momento del día”, recalca De Hita. Lo que le llega a través de sus
auriculares constituye una información muy valiosa, una huella sonora
que muestra el valor de cada ecosistema. En las más de tres décadas que
lleva coleccionando registros sonoros, ha percibido de forma clara cómo
ha ido cayendo el sonido de los animales silvestres.
Cabañeros cuenta con una de las mejores representaciones de bosque mediterráneo de todo el país. JUAN MILLÁS |
¿Qué va a ocurrir con los bosques ibéricos según vaya aumentando la temperatura? A partir de los datos actuales, se sabe que la masa forestal está creciendo y que se está produciendo un avance de las especies frondosas (como encinas o hayas) frente a las coníferas (pinos). Jordi Vayreda, investigador del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales (CREAF, en sus siglas en catalán), indica que esto no tiene que ver tanto con el cambio climático como con una disminución de la intervención humana en el campo. Después de estudiar la actual mortalidad de árboles por el calor, su conclusión es que, en un primer momento, “los bosques de la España verde, como los de Galicia o la cordillera Cantábrica, son los que más van a sufrir, pues están menos adaptados a la sequía”. No obstante, lo que ocurra a más largo plazo dependerá de cuánto se deje que se caliente el planeta. “Todo es especulativo, pero es previsible que si los cambios son muy drásticos haya hasta especies arbóreas muy adaptadas que acaben desapareciendo de algunas zonas”, afirma este investigador. “Incluso el pino carrasco, el árbol del país que más resiste, tiene un límite”. Como destaca Vayreda, este cambio climático está siendo muy rápido, mientras que las dinámicas de un bosque son lentas, por ello considera que los humanos pueden ayudar a que estos ecosistemas estén mejor preparados por medio de la gestión forestal, plantando especies más resistentes o retirando ejemplares de forma selectiva para reducir la competencia por el agua. El abandono de estos espacios arbolados y la acumulación de madera, unido al cambio climático, supondría disparar el riesgo de que el bosque termine envuelto en llamas.
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