lunes, 20 de diciembre de 2021

Misión: Proteger el Bosque de Cabañeros (y 3)

CLEMENTE ÁLVAREZ, en "El País"
Cabañeros: temor al cambio climático
Ciervos en el parque nacional de Cabañeros, que estuvo a punto de convertirse en campo de tiro. JUAN MILLÁS

Un poderoso bramido retumba en la oscuridad de la noche. Entre las encinas y alcornoques del parque nacional de Cabañeros, dentro de un saco de dormir en el suelo, Carlos de Hita (Madrid, 1959) cumplió este otoño con una tradición que repite todos los años: grabar la berrea, el estruendoso celo de los ciervos. Este especialista en sonidos de la naturaleza lleva 35 años escuchando los bosques. Empezó por casualidad, es taba grabando documentales con Joaquín Araújo y de pronto hubo que sustituir al técnico de sonido; nunca había pensado en dedicarse a esto, pero ya no pudo desengancharse. En su última visita a Cabañeros de este año, colocó varios micrófonos para grabar durante toda la noche, cuando el bosque ya no se puede ver con los ojos, pero sí con los oídos. “La berrea es el sonido más espectacular del bosque, resulta hipnótico”, dice.
     Cabañeros no es solo la raña, la llanura que le ha valido el apelativo del Serengueti español. Este espacio de excepcional valor entre Ciudad Real y Toledo constituye una de las mejores representaciones de bosque mediterráneo del país. En su autobiografía, Río arriba, el ecologista Santiago Martín Barajas relata cómo en abril de 1987 le cogió prestado un coche Renault 12 a su padre y comenzó con otras cuatro personas la ocupación de la finca a la que pertenecían estas tierras para evitar que se convirtiesen en un campo de tiro del Ejército del Aire. Esa loca acción de unos pocos, a la que se fue sumando mucha más gente, tuvo una gran repercusión mediática y un año después el Gobierno de Castilla-La Mancha declaró Cabañeros espacio protegido. Hoy, este parque nacional integra 40.800 hectáreas, con bosques de encinas y alcornoques, junto a quejigos y robles, una gran extensión formada en un 45% por fincas privadas. Al igual que el olor a jara y romero lo impregna todo, este ecosistema también desprende un sonido particular. “Cada bosque tiene su propia banda sonora, que es diferente en cada momento del año y en cada momento del día”, recalca De Hita. Lo que le llega a través de sus auriculares constituye una información muy valiosa, una huella sonora que muestra el valor de cada ecosistema. En las más de tres décadas que lleva coleccionando registros sonoros, ha percibido de forma clara cómo ha ido cayendo el sonido de los animales silvestres.

Cabañeros cuenta con una de las mejores representaciones de bosque mediterráneo de todo el país. JUAN MILLÁS
     Junto a la disminución del uso de la madera o la despoblación del mundo rural, el calentamiento del planeta es otro de los factores que más pueden transformar los bosques españoles. En el caso de Cabañeros, Ángel Gómez Manzaneque, director de conservación, asegura que en el parque nacional ya lo están notando de dos formas muy concretas. En primer lugar, este espacio protegido cada vez dispone de menos zonas con las condiciones de humedad requeridas para uno de sus árboles emblemáticos: el quejigo. Para intentar evitar que esta especie desaparezca del parque, no queda más remedio que plantar ejemplares en zonas acotadas. Por otro lado, también están constatando un cambio en el régimen de lluvias que está alargando la propia berrea. Los ciervos no encuentran ahora la hierba con la que se alimentaban en octubre, en la montanera (una especie de pequeña primavera), por lo que están postergando su reproducción.
     ¿Qué va a ocurrir con los bosques ibéricos según vaya aumentando la temperatura? A partir de los datos actuales, se sabe que la masa forestal está creciendo y que se está produciendo un avance de las especies frondosas (como encinas o hayas) frente a las coníferas (pinos). Jordi Vayreda, investigador del Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales ­(CREAF, en sus siglas en catalán), indica que esto no tiene que ver tanto con el cambio climático como con una disminución de la intervención humana en el campo. Después de estudiar la actual mortalidad de árboles por el calor, su conclusión es que, en un primer momento, “los bosques de la España verde, como los de Galicia o la cordillera Cantábrica, son los que más van a sufrir, pues están menos adaptados a la sequía”. No obstante, lo que ocurra a más largo plazo dependerá de cuánto se deje que se caliente el planeta. “Todo es especulativo, pero es previsible que si los cambios son muy drásticos haya hasta especies arbóreas muy adaptadas que acaben desapareciendo de algunas zonas”, afirma este investigador. “Incluso el pino carrasco, el árbol del país que más resiste, tiene un límite”. Como destaca Vayreda, este cambio climático está siendo muy rápido, mientras que las dinámicas de un bosque son lentas, por ello considera que los humanos pueden ayudar a que estos ecosistemas estén mejor preparados por medio de la gestión forestal, plantando especies más resistentes o retirando ejemplares de forma selectiva para reducir la competencia por el agua. El abandono de estos espacios arbolados y la acumulación de madera, unido al cambio climático, supondría disparar el riesgo de que el bosque termine envuelto en llamas.

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