lunes, 27 de diciembre de 2021

La toxicidad del tejo, del narrador de historias

TOMÁS CASAL PITA
La toxicidad del tejo

Sobre el carácter venenoso del tejo, mucho se ha escrito y de hecho la palabra “toxina” y toda su familia léxica derivan precisamente de “taxus”, tejo. 
     Aunque en la savia del tejo hay multitud de compuestos, dos son los principales para determinar este carácter venenoso: un alcaloide muy tóxico, la taxina, y un glucósido, también tóxico, la taxicantina, que se mantienen también en las hojas secas. Los historiadores romanos ya citaban envenenamientos con tejo de soldados norteños (galaicos, astures, cántabros,...) para evitar la esclavitud cuando perdían la batalla. Aunque la cita más famosa en Galicia, es la del suicidio colectivo del Monte Medulio, posiblemente en algún lugar de Ourense, a orillas del río Miño. 
     Se sabe que es un veneno muy efectivo para caballos y asnos, que mueren comiendo unos 500 grs. de brotes y hojas. En los rumiantes, especialmente si se acostumbran poco a poco, no es mortal, aunque actúa como abortivo. Para el hombre también es muy tóxico. Se calcula que un gramo de hojas contiene unos cinco miligramos de taxinas. La dosis tóxica mínima para el hombre se ha calculado entre 3 y 6,5 mg/kg. La dosis letal se calcula entre 50 y 100 gramos de hojas para provocar la muerte de un adulto, aquí hay que tener en cuenta que las hojas caídas son tan tóxicas como las frescas. 
     La taxina afecta al sistema nervioso y al corazón al inhibir los flujos de calcio y sodio. La intoxicación empieza excitando este órgano vital, aumentando el número de pulsaciones para luego disminuir. Se inflaman hígado y riñones. Los síntomas son: dolores de estómago e intestino, vómitos, diarrea, orina muy oscura, temblores musculares, vértigo y dilatación de pupilas. Finalmente pérdida de conocimiento y paro cardíaco. Como se ha dicho muy a menudo (pero siempre hay quién no se ha enterado), el arilo, la envoltura carnosa del falso fruto, no es tóxica. De él, por su contenido en efedrina, se puede hacer un jarabe pectoral casero. Ignacio Abella (La magia de los árboles, 1997) cita como práctica corriente en Asturias que los muchachos se reuniesen después la misa a comer “cerecillas” de tejo, escupiendo las semillas, tal y como si de verdad fuesen cerezas. A este respecto existen opiniones, que yo no he comprobado personalmente, de que las semillas del tejo enteras, tragadas accidentalmente, atraviesan el tracto digestivo y son expulsadas de manera natural, sin que se vean afectadas, ni liberen sus toxinas, tal y como sucede con los pájaros. En caso de ser mordidas, es tal su amargor que, por acto reflejo, son escupidas inmediatamente del mismo modo que sucede con algunos productos (por ejemplo lavavajillas) con colores y olores llamativos. Conocí un caso, hace ya algún tiempo, de un hospital donde fue ingresado un niño que presuntamente había ingerido semillas de tejo. Naturalmente, los médicos no esperaron los resultados naturales y aplicaron todos los conocimientos de la moderna medicina para ponerle fuera de peligro. En la ciencia médica está documentado también un caso de envenenamiento por tejo (que no llegó a ser mortal) al respirar en grandes cantidades polvo de madera de tejo, luego de tornearla y lijarla (Hospital Marqués de Valdecilla, Santander, 2009). En España, el último caso conocido de muerte por tejo, fue el suicidio de una estudiante letona en 2018. 
     Ante esta perspectiva, ¿debemos considerar al tejo como árbol muy peligroso y alejarlo de nuestras vidas? De ningún modo. No resulta más peligroso que cualquiera de muchas otras plantas que nos rodean, incluso en algunas macetas de nuestras casas. Una investigación en el ámbito mundial realizada en 1998 (Krenzelok et al.), recogió 11.197 registros de intoxicación por especies del género Taxus, es decir por todos los tipos de tejos existentes en el mundo. De estas intoxicaciones el 96.4 % fueron en niños menores de 12 años, pero en ningún caso hubo muertos. Otro artículo de la Asociación Internacional de Ciencias Forenses (Van Ingen et al.) de 1982, certificaba que en los 31 años anteriores (de 1950 a 1981), sólo se conocían 10 casos de muerte por envenenamiento por tejo, pero todos ellos habían sido deliberados (suicidio o asesinato). Los datos son tranquilizadores, y debemos respetar los pocos tejos existentes. Cada cierto tiempo surge la noticia de alguien que, “recién iluminado”,  descubre que el tejo es tóxico e inicia una campaña para lograr su erradicación en un determinado ámbito (municipal, autonómico, etc.) empleando incluso el Facebook para ello, pero cada cual sabrá cómo comportarse llegado el caso. 
     Para terminar citaré un último componente del tejo: el taxol. Esta sustancia, obtenida inicialmente de la corteza del tejo asiático, se mostró como un potente anti cancerígeno, especialmente frente al cáncer de ovario. Tenía el inconveniente de que eran necesarios varios árboles para obtener una sola dosis, lo que llevaba a una corta abusiva de ejemplares. En la actualidad, se obtiene de forma semisintética a partir de cualquier especie de tejo y de cualquier parte del mismo aprovechándose para este fin incluso los restos de podas, con lo cual han dejado de peligrar por este motivo los viejos tejos e incluso se ha fomentado su plantación para obtener rama de forma continuada. Lamentablemente los tejos ancianos, perdidos en lugares recónditos de nuestra geografía son cada vez menos, aún sin la presión de la industria farmacéutica.

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