ALFONSO ANDRADE
El pohutukawa de Orillamar
Siempre que paso al lado del viejo metrosidero de
Orillamar, cautivo en su calabozo arrabalero, me acuerdo de los ents,
los gigantescos árboles pastores del bosque de Fangorn en la Tierra
Media de Tolkien. Parece que en cualquier momento sacará del suelo sus
poderosas raíces, como pies, para ganar su libertad saltando de un
brinco la tapia que lo retiene en el patio de la comisaría de policía.
Le pregunto qué edad tiene, pero el árbol recata su respuesta como
presumido y discreto gentleman de un tiempo lejano mientras se cimbrea
mecido con suavidad por el aire de la tarde. Poco queda ya para asistir a
la deslumbrante eclosión cromática del neozelandés de Monte Alto.
Cuando suelte el cielo su luz estival en el solsticio sanjuanero, el
metrosidero sacará del armario su traje escarlata, y entre los delicados
estambres de la inflorescencia estampada agitará la brisa su follaje
rumoroso con un murmullo que acaricia el alma.
Así es el pohutukawa, que en maorí significa árbol de
fantasías rojas que crece junto al mar. No soy el único que le pregunta
por su edad. Sus paisanos de las antípodas vienen de vez en cuando e
insisten en descubrirla. Pero el dandi de los pohutukawas coruñeses se
empeña en perpetuar el misterio. El asunto tiene su miga. Se supone que
el holandés Abel Tasman fue el primer occidental en llegar a Nueva
Zelanda, en 1642, pero algunos investigadores creen que ya antes pudo
haber allí presencia española. Si nuestro árbol fuese anterior a 1642,
habría que replantear la historia de ese país. Para eso debería tener al
menos 377 años, pero ¿cómo averiguarlo?
Cuenta el biólogo Ignacio García, del departamento
de Botánica de la Universidade de Santiago, que incluso se han extraído
muestras de una rama, para concluir que el árbol «no forma anillos» de
crecimiento. La trepanación del tronco, además de peligrosa para el
espécimen, sería perfectamente inútil, así que nuestro gentil hidalgo
del patio de la policía persiste en su coquetería y sigue sin revelar su
edad.
Nos queda la especulación: un ejemplar de Te Araroa
(norte de Nueva Zelanda) considerado el dinosaurio de los metrosideros,
con 800 años, se levanta veinte metros del suelo, dos más que su primo
de A Coruña. Un clavo al que agarrarse... si obviamos que los primeros
árboles neozelandeses llegaron a Europa en 1768, recogidos por el
botánico Daniel Salander durante la expedición del Endeavour de James
Cook.
Nada está muy claro… Y hasta es preferible que así
sea. Tan distinguido ejemplar merece mejor ocaso que la trepanación del
tronco. Quizá al llegar su momento, como los ents andarines de Tolkien,
alcance en un par de pasos el San Amaro de los ilustres que contempla
cada día desde sus frondosas ramas, para descansar eternamente junto a
Pondal y sus rumorosos.
-----
Tomás Casal Pita ya habló de este pohutukawa aquí...
No hay comentarios:
Publicar un comentario