MÀRIUS SERRA, en La Vanguardia
De árboles y bosques
A finales de junio, parece que haga siglos, asistí a una sesión explicativa para el vecindario del proyecto de reforma de los jardines de la masía de Can Fargas, en el paseo Maragall. Vivo tan cerca que paso cada día por ahí e incluso los pisé años atrás, cuando empezaban a organizar alguna visita guiada por Desideri Díez. Ahora Vila Marguerita, que es como en realidad se llamaba Can Fargas, ya es una escuela municipal de música, tras años de luchas vecinales para no dejarla en manos privadas que la querían ordeñar como una vaca pétrea con usos que la habrían desnaturalizado. La primera vez que participé activamente en una acción de protesta a pie de calle fue con los vecinos canfarguistas, que cada año cortaban la calle para organizar una feria reivindicativa, con música y parlamentos. Una vez que la rodeamos con una cadena humana me tocó delante del jardín y tuve tiempo para fijarme con más detenimiento. Era un verdadero bosque, espeso y sombrío, que contrastaba con el tráfico del dinámico paseo que tiene en uno de los tramos de su perímetro. En la reunión técnica con los vecinos, el arquitecto responsable de las obras de adaptación habló del valor que tenían los jardines. Me sorprendió la gran cantidad de especies que contiene y la lógica de jardín romántico que responde a su disposición, tan difícil de apreciar para un lego en la materia. Evidentemente, el paso del tiempo transformó la vegetación en masa forestal.
De árboles y bosques
A finales de junio, parece que haga siglos, asistí a una sesión explicativa para el vecindario del proyecto de reforma de los jardines de la masía de Can Fargas, en el paseo Maragall. Vivo tan cerca que paso cada día por ahí e incluso los pisé años atrás, cuando empezaban a organizar alguna visita guiada por Desideri Díez. Ahora Vila Marguerita, que es como en realidad se llamaba Can Fargas, ya es una escuela municipal de música, tras años de luchas vecinales para no dejarla en manos privadas que la querían ordeñar como una vaca pétrea con usos que la habrían desnaturalizado. La primera vez que participé activamente en una acción de protesta a pie de calle fue con los vecinos canfarguistas, que cada año cortaban la calle para organizar una feria reivindicativa, con música y parlamentos. Una vez que la rodeamos con una cadena humana me tocó delante del jardín y tuve tiempo para fijarme con más detenimiento. Era un verdadero bosque, espeso y sombrío, que contrastaba con el tráfico del dinámico paseo que tiene en uno de los tramos de su perímetro. En la reunión técnica con los vecinos, el arquitecto responsable de las obras de adaptación habló del valor que tenían los jardines. Me sorprendió la gran cantidad de especies que contiene y la lógica de jardín romántico que responde a su disposición, tan difícil de apreciar para un lego en la materia. Evidentemente, el paso del tiempo transformó la vegetación en masa forestal.
Desde hace unas semanas, coincidiendo con los cambios
constantes que se dan en la actualidad política catalana, los operarios
de Parcs i Jardins arreglan el jardín según el plan que nos expusieron.
Hacen de todo. Desbrozan, podan, abren paso, apuntalan los especímenes
más altos y, en general, conjugan todos los verbos que comprende el
paraguas de adaptar. De repente, los vecinos empezamos a pararnos cada
vez que pasamos por ahí. Descubrimos rincones ignotos que la vegetación
había ocultado durante años. Detalles de obra, como una fuente o unos
peldaños, o bien plantas que ni sospechábamos que estuvieran ahí. Ya
hace semanas que, cada mañana cuando paso por ahí, pienso que escribiré
este artículo. Si lo hago hoy es por lo que oí en boca de un niño que
iba con su madre hacia la escuela pública Torrent de Can Carabassa.
Mama, le dijo, el bosque no nos dejaba ver los árboles. La madre empezó a
corregirle, como para decir que había invertido los términos y que eran
los árboles los que no, pero en ese punto se calló y sonrió. El niño
acertó. Ahora que la incertidumbre de los cambios todo lo ocupa, muchos
analistas sabiondos con madera de profeta nos repiten sus teorías y, si
les replicamos, nos riñen diciendo que “los árboles no nos dejan ver el
bosque”. Pero en ocasiones son los bosques los que no dejan ver los
árboles. Y sin árboles no hay bosque.
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