GIRALA YAMPEY (Paraguay, 1923-2018)
La leyenda de Anahí y la flor del ceibo (árbol nacional argentino)
De "Mitos y leyendas guaraníes" (Edición del autor; 2003; Asunción, Paraguay)
Dicen que Anahí, una joven de la tribu guaraní no destacaba por la belleza, era de rostro tosco, pero era aguerrida y tenía una maravillosa voz. Cantaba con tanta dulzura que encantaba a todos cuando modulaba las melodias de su tribu. Era noble de corazón y de maneras afables. Su espigada estampa era signo de vigor, audacia y valentía, cualidades que demostraría muy pronto. Destacaba por su bella alma y su coraje solidario, que ennoblecía su person.
Un día, sobrevino un ataque al táva -al pueblo- de su grupo. Sin titubear, la joven Anahí, se sumó a los guerreros de su tribu para defender el hogar y la comunidad. Lo hizo con increíble bravura. En medio del combate, se le veía altiva y decidida. Los invasores guiados por guerreros guaycurúes querían cautivos para sus servicios. La bravura de la muchacha despertó enseguida la admiración de todos, defensores y atacantes. En denodada lucha demostró las ansias de libertad de su estirpe. Pero la ferocidad de los guaycurúes y el tronar de arcabuses, consiguieron reducir a los defensores. A Anahí, la tomaron prisionera y fue llevada atada, por el temor que inspiraba su irreductible decision de luchar. La pequeña muchacha de la hermosa y dulce voz, resultó ser una admirable guerrera.
Anahí fue encerrada con centinela. Triste y sola, no perdió su apostura. Por momentos cantaba con su invencible y melodiosa voz. Era tan cautivadora su dulce voz, que el propio centinela quedó preso de sus canciones. En un momento de descuido Anahí le asestó un sorpresivo y violento golpe con un trozo de palo que pudo tomar. Dándole en la nuca lo dejó tendido y salió en frenética huida del lugar.
Ya había ganado el bosque cuando la alcanzaron. Nuevamente fue apresada. Los invasores condenaron a Anahí a morir en la hoguera para complecer a sus furiosos aliados guaycurúes y para dar un castigo ejemplar a quienes quisieran escapar al yugo del vasallaje; además de que creían que Anahí podría tener poderes ocultos de hechicera o bruja.
Esa noche, cuando la luna llena alumbraba con todo su vigor, el pequeño cuerpo de la abnegada y decidida muchacha, fue atada a un poste a orillas del río. Llevaron haces de leña que fueron apiladas alrededor de la prisionera. Un danza ritual de los guaycurúes, acompañó la ceremonia y dio comienzo a la inmolación de Anahí. Un denso humo negro cubrió la escena de la quema en vida de la infortunada víctima. No se escuchó ningún grito desesperado, ni llantos. Solamente un quejumbroso murmullo que parecían amenazas, un sordo canto fúnebre.
Seguramente tenía conciencia que su sacrificio era el símbolo de la defensa de la heredad y las ansias de libertad de su pueblo. Ofrendó su vida con serenidad y coraje. La india más fea de la tribu, pero que poseía la más dulce voz que habían escuchado sus hermanos, fue quedamada viva, en la hoguera.
Una vez que ardieron los leños, el negro humo fue disipándose. Al llegar los resplandores del alba, cuando las llamas habían consumido el cuerpo sacrificado en un holocausto de venganza sin piedad, quienes martirizaron a la pequeña y valiente guerrera, vieron con asombro que sobre las cenizas que dejaron las lenguas de fuego, algo se agitaba. La luz de la madrugada mostró que, en el lugar del tronco que había servido para atar a la joven de dulce voz, estaba erguido un árbol cuya rugosa corteza formaba unos canales que parecían llamas danzando. En sus verdes ramas, lucían ramilletes de rojas flores. Eran como si la sangre de Anahí estuviera manando en gotas vegetales.
Era el árbol que representa el alma indomable y altiva de una estirpe que no quiere morir, el ceibo. Su presencia, muchas veces solitaria en los montes, recuerda a quienes supieron morir por su libertad. Es un árbol rústico, casi hosco, cuya flor, como el indomable espíritu de Anahí, no puede llevarse sobre el pecho. La voz dulce de la indiecita fea, anida en ella.
José Oswaldo Sosa unió la poesía y la música en una hermosa canción sentimental que perpetúa la leyenda de Anahí. (La pondré en próximos días)
La leyenda de Anahí y la flor del ceibo (árbol nacional argentino)
De "Mitos y leyendas guaraníes" (Edición del autor; 2003; Asunción, Paraguay)
Dicen que Anahí, una joven de la tribu guaraní no destacaba por la belleza, era de rostro tosco, pero era aguerrida y tenía una maravillosa voz. Cantaba con tanta dulzura que encantaba a todos cuando modulaba las melodias de su tribu. Era noble de corazón y de maneras afables. Su espigada estampa era signo de vigor, audacia y valentía, cualidades que demostraría muy pronto. Destacaba por su bella alma y su coraje solidario, que ennoblecía su person.
Un día, sobrevino un ataque al táva -al pueblo- de su grupo. Sin titubear, la joven Anahí, se sumó a los guerreros de su tribu para defender el hogar y la comunidad. Lo hizo con increíble bravura. En medio del combate, se le veía altiva y decidida. Los invasores guiados por guerreros guaycurúes querían cautivos para sus servicios. La bravura de la muchacha despertó enseguida la admiración de todos, defensores y atacantes. En denodada lucha demostró las ansias de libertad de su estirpe. Pero la ferocidad de los guaycurúes y el tronar de arcabuses, consiguieron reducir a los defensores. A Anahí, la tomaron prisionera y fue llevada atada, por el temor que inspiraba su irreductible decision de luchar. La pequeña muchacha de la hermosa y dulce voz, resultó ser una admirable guerrera.
Anahí fue encerrada con centinela. Triste y sola, no perdió su apostura. Por momentos cantaba con su invencible y melodiosa voz. Era tan cautivadora su dulce voz, que el propio centinela quedó preso de sus canciones. En un momento de descuido Anahí le asestó un sorpresivo y violento golpe con un trozo de palo que pudo tomar. Dándole en la nuca lo dejó tendido y salió en frenética huida del lugar.
Ya había ganado el bosque cuando la alcanzaron. Nuevamente fue apresada. Los invasores condenaron a Anahí a morir en la hoguera para complecer a sus furiosos aliados guaycurúes y para dar un castigo ejemplar a quienes quisieran escapar al yugo del vasallaje; además de que creían que Anahí podría tener poderes ocultos de hechicera o bruja.
Esa noche, cuando la luna llena alumbraba con todo su vigor, el pequeño cuerpo de la abnegada y decidida muchacha, fue atada a un poste a orillas del río. Llevaron haces de leña que fueron apiladas alrededor de la prisionera. Un danza ritual de los guaycurúes, acompañó la ceremonia y dio comienzo a la inmolación de Anahí. Un denso humo negro cubrió la escena de la quema en vida de la infortunada víctima. No se escuchó ningún grito desesperado, ni llantos. Solamente un quejumbroso murmullo que parecían amenazas, un sordo canto fúnebre.
Seguramente tenía conciencia que su sacrificio era el símbolo de la defensa de la heredad y las ansias de libertad de su pueblo. Ofrendó su vida con serenidad y coraje. La india más fea de la tribu, pero que poseía la más dulce voz que habían escuchado sus hermanos, fue quedamada viva, en la hoguera.
Una vez que ardieron los leños, el negro humo fue disipándose. Al llegar los resplandores del alba, cuando las llamas habían consumido el cuerpo sacrificado en un holocausto de venganza sin piedad, quienes martirizaron a la pequeña y valiente guerrera, vieron con asombro que sobre las cenizas que dejaron las lenguas de fuego, algo se agitaba. La luz de la madrugada mostró que, en el lugar del tronco que había servido para atar a la joven de dulce voz, estaba erguido un árbol cuya rugosa corteza formaba unos canales que parecían llamas danzando. En sus verdes ramas, lucían ramilletes de rojas flores. Eran como si la sangre de Anahí estuviera manando en gotas vegetales.
Era el árbol que representa el alma indomable y altiva de una estirpe que no quiere morir, el ceibo. Su presencia, muchas veces solitaria en los montes, recuerda a quienes supieron morir por su libertad. Es un árbol rústico, casi hosco, cuya flor, como el indomable espíritu de Anahí, no puede llevarse sobre el pecho. La voz dulce de la indiecita fea, anida en ella.
José Oswaldo Sosa unió la poesía y la música en una hermosa canción sentimental que perpetúa la leyenda de Anahí. (La pondré en próximos días)
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