martes, 12 de junio de 2018

LOS PINSAPOS DE LA SIERRA DE LAS NIEVES, Málaga
Información: Diario Sur,  extracto del escrito de PILAR R. QUIRÓS

La compra del pinsapar por el Patrimonio forestal para protegerlo a mediados del siglo XX, la regeneración ejecutada por los ingenieros forestales y la dotación de un número adecuado de guardas han sido claves para supervivencia del pinsapo en esta sierra


Pinsapar Cueva del Agua (Yunquera) en 2004.
    Cuando se habla de pinsapos en la provincia de Málaga, en las sierras que desembocan en la Costa del Sol, hay que decir que es una especie relíctica que se quedó acantonada en estos bosques de cuento, que parecen impropios de estas latitudes. El pinsapo es una reliquia de los bosques de coníferas del Terciario. Es un endemismo estricto de la Serranía de Ronda, estando emparentado con especies norteafricanas. Se encuentra únicamente en la Sierra de las Nieves (Ronda, Tolox y Yunquera), Sierra del Pinar (Parque Natural de la Sierra de Grazalema) y Sierra Bermeja (Estepona).
     José Quintanilla, jefe del Departamento de Actuaciones en el Medio Natural de la Consejería de Medio Ambiente en Málaga, en su discurso de entrada a la Academia Malagueña de Ciencias, que conoce la Sierra de las Nieves como la palma de su mano, mencionaba al botánico valenciano Simón de Rojas Clemente -principios del siglo XIX- en la primera descripción somera del pinsapo, diciendo que es el árbol más común de en Grazalema y Ronda, pero que, continúa diciendo, sólo sirve para tablas, vigas de casa y para leña, al tiempo que explica que el guarda sólo custodia el quejigo, el alcornoque y la encima. Con este texto deja claro que en 1809 no se protegían porque no se sabía de su importancia botánica.
     El ‘Abies pinsapo’ fue dado a conocer a la ciencia internacional por el suizo Boissier, que en 1838, fue guiado por los botánicos, el malagueño Prolongo y alemán Haenseler, por estas sierras.
Visita de Edmond Bossier a los pinsapares de Estepona (arriba). Abajo, a la izquierda Pinsapar Cueva del Agua en el año 1936 y a la detalle detalle de la misma zona en 2004. / Fotos: SUR

     Con Boissier empiezan los estudios del abeto español, que se recogen en su libro Voyage botanique dans le Midi de l´Espagne (Viaje botánico por el sur de España), 1838. Es a partir de sea fecha cuando empiezan a aparecer escritos que denuncian el deficiente estado de conservación de la sierra de las Nieves.
     En 1858 el ingeniero de Montes Laynez habla de la gravedad en que se encuentra la especie, con árboles reviejos y en decadencia, sin regeneración. Allí menciona una cifra: quedaban 26.000 pinsapos en la sierra de las Nieves, todos ellos de las últimas edades, cuenta Quintanilla.
    La situación sigue deteriorándose y en 1874 el primer presidente de la Sociedad Malagueña de Ciencias, Domingo de Orueta y Aguirre, declara la situación tan penosa del árbol, llamando la atención a las autoridades del Gobierno, donde ya había leyes para preservarlos que no se cumplían.
     En 1928 el ingeniero de Montes Luis Ceballos hace alusión a la publicación en el Diario El Sol de la compra del pinsapar por el Estado a causa del deterioro manifiesto, la alta mortandad de árboles viejos y la falta de regeneración para que lo sustituyese, y así mismo con la intención de declararlo parque nacional. Luis Ceballos ponía de ejemplo las montañas de Sicilia donde el ‘Abies nebrodensis’ estaba desapareciendo y decía que en Málaga acabaría pasando lo mismo si no se ponía remedio.
     El ingeniero forestal Máximo Laguna en 1958 hacía hincapié en que su destrucción, en breve plazo, era inevitable. Y explicaba que, aunque tiene poca importancia por su capital y renta (piensen que en aquella época sólo se pensaba en montes que fuesen productivos, no en parques naturales, como ahora), su importancia botánica y paisajística es importantísima. En esa época se llevaban semillas del abeto a los principales parques y jardines de otros países europeos, que eran “el orgullo y el primer adorno”.

Miguel Álvarez Calvente y José Ángel Carrera Morales
     En 1945 el Estado había comprado el pinsapar de Ronda y se empiezan a controlar los rebaños de cabra, que se comían los brotes tiernos de las nuevas plantas.
     Por fin, la verdadera restauración empieza cuando el Patrimonio Forestal del Estado se hace cargo de las gestión de los montes de El Burgo, Yunquera, Tolox y Parauta, como bien cuenta Quintanilla, y es con la llegada de los ingenieros de Montes José Ángel Carrera Morente y Miguel Álvarez Calvente cuando se empieza a repoblar la sierra de las Nieves. En concreto, a partir de 1958 se realiza una repoblación de más de 74.000 hectáreas de los montes de El Burgo y Tolox y otras muchas sierras de la provincia para mejorar las masas forestales. Ceballos cuenta que en 1959 se realizan reforestaciones en la Sierra de las Nieves con 20.000 pinsapos criados en macetas, y se alegra de que los citados esfuerzos hayan mejorado ostensiblemente este enclave. A este trabajo de repoblación se sumó la dotación de guardas forestales para llevar a cabo los trabajos y para controlar el exceso de ganado en el monte.
     Álvarez Calvente consiguió revertir la situación de retroceso de este árbol rey, que en 1962 contaba tan sólo con 400 hectáreas (de masa dispersa y ejemplares sueltos) a las 1.006 hectáreas actuales de bosque continuo en Yunquera, que es el municipio que ostenta más masa forestal de este árbol.
     La marquesa de Casa Valdés se hace eco de las enseñanzas del botánico Modesto Laza Palacios, y escribe en un artículo en el ABC en 1964 sobre la imperiosa necesidad de que la sierra de las Nieves sea declardo parque nacional.
     Más tarde, ya en 1989, cuando la sierra de las Nieves es declarada parque natural, su primer director conservador Miguel Ángel Catalina, que más tarde sería director del Infoca, se encargó de realizar la defensa forestal contra los incendios, que en este siglo han sido su peor enemigo. Por último, el actual director de la sierra Rafael Haro lleva cerca de siete años trabajando con ahínco para que se declare parque nacional, lo que supondrá un gran espaldarazo para este espacio natural, como hace hincapié Quintanilla, que le ha dedicado a esta sierra más de dos décadas de su vida.
     La protección de estos bosques, su regeneración, la reboblación, la vigilancia a través de la guardería forestal y la lucha contra los incendios forestales han posibilitado que hoy día contemos con estos pinsapares de los que podemos enorgullecernos en el mundo entero por su singularidad y altísimo valor botánico.
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