DÍDAC DÍAZ FABABÚ, analista de fuegos forestales por Yuri Millares, entrevista
“Incendios siempre va a haber, pero podemos decidir si de baja o de alta intensidad”, dice en esta entrevista...
Días después del último gran incendio forestal de Gran Canaria, a finales de septiembre de 2017, PELLAGOFIO acompañó a dos técnicos del Servicio de Medio Ambiente del gobierno insular que acudieron a inspeccionar la zona afectada. Uno de ellos era este ingeniero técnico forestal. Insiste en que poner más bomberos y helicópteros a medida que los incendios se hacen más virulentos “es un gasto insostenible que no lleva a nada”. La mejor prevención pasa por potenciar el sector primario y consumir
producto local.
■ OJO DE PEZ / En los límites a donde llegó el fuego
Por TATO GONÇALVES
Estamos a casi 30º
cuando escribo este texto y me pongo, un poco y con miedo, a pensar en
el incendio forestal del pasado mes de septiembre en Gran Canaria. Dídac
Díaz y Federico Grillo, días después de extinguido, nos guían por el
espacio quemado. Nos sorprende la virulencia desatada, “fuego
hambriento” llegamos a oír. Monte Constantino nos reveló uno de los
extremos y la exactitud de los límites a donde llegó. Aún hoy, después
del máster recibido por estos dos expertos, puedo sentir como
combustible los matorrales. PD: el pastoreo como prevención ● |
–Los incendios forestales ya no son lo que eran. ¿Hay una escala para medirlos,
como la hay para los terremotos?
–Sí, pero nosotros la conocemos como “generaciones de incendios”, que
te indican una escala no sólo de cómo han cambiado los incendios
forestales durante los últimos años, sino también cómo ha cambiado el
paisaje en este tiempo. El tipo de incendio que tenemos está muy
relacionado con cómo tenemos el paisaje y en este sentido contabilizamos
hasta seis generaciones de incendio forestal. La primera generación
sería la de los incendios anteriores a los años 50 del siglo XX, en
zonas con una economía basada en la agricultura y en la ganadería, a
veces de supervivencia. En ese contexto, el paisaje está muy modificado
porque hay muchos campos de cultivo y muchos ganados; la gente se
construía casas y muebles con madera, cocinaba con leña, hasta me han
llegado a decir que a veces había quienes se robaban la hierba los unos a
los otros porque no había suficiente. Bajo estas condiciones el paisaje
tiene muy poco combustible forestal. Si se producía un incendio, era de
llamas pequeñas porque se encontraba zonas peladas, campos de cultivo,
terrenos pastoreados, etc, y no era muy extenso. La gente los apagaba
como se ha hecho toda la vida: no había servicios de extinción y eran
los propios habitantes de los pueblos los que los apagaban, sonaban las
campanas y la gente acudía (a veces venía la Guardia Civil y la gente
estaba en una fiesta y se la llevaba a apagar ese fuego). ¿Y cómo se
apagaba? Pues con ramas verdes.
“En los incendios de segunda generación, entre los
años 60 a 70, han pasado 10 o 20 años de abandono del medio rural. La
industrialización intensifica una parte de la agricultura e introduce la
energía con combustibles fósiles. Se van despoblando los campos y se
importan más alimentos de fuera. Eso produce un abandono del paisaje,
más carga de combustible, menos campos de cultivo, con lo que los
incendios ya tienen más longitud de llama y la característica
fundamental es que son más extensos y más intensos. Aquí ya empiezan a
aparecer los retenes del Icona [Instituto para la Conservación de la
Naturaleza] para apagarlos, comienzan a conocerse las torres de
vigilancia para detectar incendios y se cuenta con unos pocos medios
aéreos. También se empiezan a ver los cortafuegos, franjas desprovistas
de vegetación que detienen los incendios cuando llegan a ellos.
“La tercera generación llega a partir de los años
80. Tras 30 o 40 años de abandono del medio rural, ya tenemos unas
acumulaciones desmesuradas de combustible forestal y ahí es cuando nacen
lo que conocemos como grandes incendios forestales: aquellos que de una
forma continuada están fuera de capacidad de extinción. Si los bomberos
pueden apagar un incendio con tres o cuatro metros de llama, cuando el
incendio tiene de manera continuada 15, 20, 30 o 50 metros de longitud
de llama decimos que está fuera de capacidad de extinción. Cuando
tenemos incendios que en vez de ir a dos o cuatro kilómetros por hora
van a ocho kilómetros por hora, tenemos un tsunami, van muy rápido y
también están fuera de capacidad de extinción.
–Eso era en los años 80, pero todavía han ido a más.
–Sí. Y en Canarias empezamos a tener en los años 80 incendios muy
potentes (en La Palma ya hubo en 1975 uno bastante grande). Son
incendios que generan sus propias condiciones meteorológicas, es una
columna convectiva de humo tan potente que modifica los parámetros
meteorológicos: la humedad relativa se desploma, hay vientos racheados.
El incendio ya no se mueve por un frente sino en oleadas y, sobre todo, a
saltos, porque esas corrientes convectivas cogen el material
incandescente y empujan hacia arriba pavesas que van generando focos
secundarios delante del incendio. Los cortafuegos ya no pueden parar los
incendios, porque van por arriba. Por muchos helicópteros y otros
medios de extinción que tengas no se pueden apagar.
“Son incendios creados por las sociedades modernas; en sociedades
donde aún hay un predominante medio rural no se dan. Hay países que
tienen servicios de extinción muy buenos en los que se da la paradoja de
la extinción: estamos apagando todos los incendios, hasta los de
invierno que en realidad favorecen porque lo que hacen es descargar
material combustible. Eso es hacer una selección negativa, ya que
quitando esos incendios “buenos” (entre comillas), dejamos que actúen
los incendios malos del verano, con acumulaciones de acumulaciones de
material que están fuera de capacidad de extinción.
–Con lo que todavía tenemos peores incendios…
–Sí. La cuarta generación llega cuando esos grandes
incendios forestales se encuentran con casas, por dos razones
diferentes: una, que el bosque está rodeando los núcleos poblacionales y
dos porque la gente en los años 80-90 construye segundas residencias en
zonas arboladas para estar cerca de la naturaleza. Son incendios que
llamamos de interfaz urbano-forestal, mucho más complicados porque entra
el factor humano: hay desalojos, se queman casas, explotan bombonas de
butano, caen tendidos eléctricos, se producen accidentes de tráfico y,
lo peor de todo, mueren personas.
“Los incendios de quinta generación llegan en torno
al año 2000, cuando esos grandes incendios forestales de interfaz se dan
de manera simultánea. Los servicios de extinción son tan buenos, se ha
ido invirtiendo tanto en medios, que únicamente hay grandes incendios
forestales y ello por condiciones meteorológicas adversas, eso en
Canarias es cuando hay viento del este, con la calima, y no se da sólo
en una isla, sino en varias a la vez. Se trata de varios incendios de
tercera y cuarta generación a la vez. Tenemos ejemplos como el de 2007,
cuando Gran Canaria y Tenerife ardieron a la vez; y el de 2012, cuando
La Palma, La Gomera y Tenerife ardieron a la vez.
“Desde 2006 se está hablando de incendios de sexta generación,
que son los de quinta generación pero influenciados por el cambio
climático. Esos bosques que se plantaron hace un siglo están viviendo en
un clima que no es el suyo. Están fuera de rango. Se trata de árboles
que están pasando estrés hídrico y tienen mucho combustible muerto en la
copa, que hace que los incendios se propaguen mucho más.
–¿Y cómo hemos llegado hasta aquí?
–El problema que tenemos es el de un modelo de sociedad. Es un
problema complejo, en el que entran en juego muchos factores: nuestros
hábitos de consumo, que ya no cocinamos con leña sino con gas o
vitrocerámica, que compramos en grandes centros comerciales productos
que vienen de fuera, la energía que consumimos… Todo eso ha modificado
el paisaje y explica las generaciones de incendios que hemos visto.
Incendios ha habido siempre. Gran Canaria tiene 14 millones de años y
los ecosistemas están acostumbrados a incendios por rayos o volcanes,
que originaban lo que se llama el “régimen natural de incendios” y la
vegetación se adaptaba; los que no están acostumbrados son los seres
humanos.
–¿Se puede revertir esa situación o ya no tiene remedio?
–Durante las últimas décadas se han intentado apagar los grandes
incendios forestales invirtiendo en más medios y recursos. Si las llamas
eran de 10 metros poníamos más bomberos; si eran de 20 metros, pues más
bomberos y más helicópteros, si eran de 50 metros, todavía más bomberos
y más helicópteros. Es un gasto insostenible que además no lleva a
nada: es la respuesta pero no es la solución. Al año siguiente la
situación va a ser igual o peor. En las últimas décadas nos hemos
centrado en apagar la llama y no en lo que hay debajo: el combustible
forestal.
–¿Qué hacemos, nos volvemos al campo?
–Lo que hay que hacer es buscar las maneras de reducir ese
combustible forestal. Volver al campo no sé si es una de las maneras:
hay que mirar al pasado, pero con visión de futuro. No es cuestión de
volver a lo anterior, aquella era una vida muy dura, se pasaba hambre.
Con las nuevas tecnologías y el nuevo conocimiento hay que buscar el
equilibrio. La tendencia es reactivar el sector primario, porque es la
clave para prevenir los incendios forestales. Hay que tomar medidas,
como subvencionar y promocionar dicho sector, concienciar a la población
urbana de consumir producto local. Eso permite mantener un paisaje
mosaico que no sólo tiene bosques extensos por donde se propaga el
fuego, sino también campos de cultivo, zonas pastoreadas, zonas de
matorrales, donde hay muchos obstáculos a esos grandes incendios que
hace que sean más fáciles de apagar. Para conseguir el paisaje mosaico
es muy importante el sector primario.
–Hace
unos días les hemos acompañado a recorrer la zona afectada por el
último incendio en la cumbre de Gran Canaria. Llama la atención ver cómo
donde había pastoreo las llamas se fueron apagando solas hasta casi
extinguirse: no tenían por dónde seguir… Un síntoma de que esa actividad
del sector primario beneficia al paisaje a la vez que lo protege.
–Es
una de las cosas por las que está apostando el Servicio de Medio
Ambiente del Cabildo: el pastoreo para prevención de incendios. No es
una teoría, se vio muy claro en el monte Constantino, una zona
pastoreada con baja carga de combustible, en este caso son pastos, que
no detiene el incendio, pero sí reduce mucho su comportamiento extremo a
unas llamas muy pequeñitas que se pararon ante una simple pista
forestal y los servicios de extinción lo pudieron apagar sin problema.
Lo que buscamos es un paisaje con ese tipo de oportunidades mucho más
frecuente.
–Que además genera un ecosistema propio y singular.
–Sí. Esos pastos de altura en Gran Canaria generan una comunidad
vegetal endémica, sólo de esta isla, asociada al pastoreo durante
cientos de años, con la Poa pitardiana, una gramínea asociada aquí con [el trébol] Trifolium subterraneum.
Esas zonas abiertas también tienen una comunidad faunística variada y
muy concreta, con muchos insectos (saltamontes) y conejos que atraen a
aves como los cernícalos. En el monte Constantino, por ejemplo, se ha
avistado al cernícalo patirrojo, una especie muy rara de ver que en este
lugar encuentra un nicho ecológico, así que, además, son zonas de alto
valor natural que debemos conservar.
–Insectos, aves y demás animales que salieron de allí huyendo en cuanto se declaró el
incendio. Recorriendo después todo ese paisaje cumbrero afectado por el
fuego, se observan áreas del bosque completamente quemadas con sus
troncos calcinados, junto a otras con los troncos ennegrecidos pero
conservando sus hojas socarradas en las copas, que ya no son verdes sino
marrones. ¿Por qué se comportó el fuego de distintas maneras en el
mismo bosque?
–Los incendios forestales no tienen el mismo comportamiento en todas
las zonas, por la misma dinámica del propio incendio: hay una parte que
es la cabeza, por donde va tiene mayor intensidad y los daños son
mayores; después están los flancos y la cola. Dependiendo de los
diferentes comportamientos, el fuego va a tener una mayor o menor
afección al bosque. Por otra parte, es cómo estén preparados los bosques
para resistir. Desde el Cabildo llevamos bastantes años haciendo
tratamientos selvícolas (desbroces, fuegos prescritos…) para hacer más
resistentes a estos bosques. Muchos de los bosques de pinar que se ven
de color marrón es porque se les han hecho tratamientos preventivos por
debajo o por pastoreo, quitando carga de combustible, y cuando ha pasado
el incendio ha sido un fuego de superficie que no ha subido a copas. El
incendio no se ha parado ahí, pero ha tenido un comportamiento menos
extremo y ha habido menos daños, con menos pavesas, ralentizando mucho
la propagación del incendio, permitiendo actuar con mayor seguridad y
eficacia.
–El incendio que va por las copas es más peligroso, entonces, que el que se desplaza por la superficie.
–Por supuesto, es más peligroso por las copas. Si el pino tiene diez
metros vas a tener como mínimo un incendio de 15 metros de longitud de
llama. Ahí los servicios de extinción no tienen nada que hacer. Hasta
que ese incendio no baje a superficie no tenemos ninguna oportunidad
para apagarlo.
–El
Cabildo de Gran Canaria lleva muchos años tratando sus bosques y desde
2001, además, haciendo quemas controladas: ¿cómo y para qué se hacen? La
gente se asusta en cuanto ve humo en el bosque.
–El término más exacto es “quemas prescritas”: tienen una
prescripción técnica detrás. Cuando uno va al médico le prescribe una
medicación según los síntomas que vea. Pues los técnicos van al monte y
dependiendo de lo que vean prescriben una “medicina” o no, en este caso
la vacuna podrían ser las quemas prescritas: utilizamos el fuego de una
manera atenuada para combatir el fuego de verano. Se realizan fuegos
controlados con personal profesional en unas condiciones de humedad
relativa (cuando ha acabado de llover, sobre todo en invierno o en
primavera, y el combustible está muy húmedo). Quitamos biomasa para
hacer más resistentes a los pinares.
–Aún con todas las medidas de prevención, ¿el fuego es inevitable?
–Incendios siempre van a haber, lo que sí podemos decidir es la manera en que quemen, si de alta o de baja intensidad.
–La gente ve el humo y enseguida piensa en un incendio. Pero
si observa diversos focos de humo, lo que piensa entonces es que hay
alguien pegando fuego al monte… aunque a veces el pirómano es el propio
bosque, que nos confunde con sus pavesas.
–Sí, a veces se ven imágenes con dos o tres focos de fuego a la vez.
La gran mayoría de veces cuando se da esa situación es porque el foco
principal ha enviado pavesas, brasas voladoras que son material
incandescente, a otras zonas y está provocando focos secundarios. Hay
que tener en cuenta que las pavesas pueden ir muy lejos, hasta a
kilómetros de distancia. Podemos tener dos incendios uno cerca del otro y
no es que alguien los haya provocado, los grandes incendios forestales
se mueven así, es su comportamiento.
–Incendios provocados hay, no sé
si menos o más que naturales, aunque imagino que será complicado saber
cómo o quién. ¿O hay técnicas para averiguarlo?
–Sí, por suerte tenemos en Gran Canaria una brigada de investigación
de incendios forestales, la BIF, del cuerpo de agentes de Medio
Ambiente, una brigada muy profesional que determina por qué se producen
esos incendios. Es muy interesante porque podemos saber qué políticas
preventivas hay que hacer. La gente piensa que el bosque se quema por
tirar colillas que prenden. Evidentemente no hay que tirar colillas,
pero las principales causas de incendios forestales en Gran Canaria son
básicamente dos y no hay intencionalidad, sino que son casos de descuido
o negligencia que le pueden pasar a cualquier persona que no toma las
medidas preventivas adecuadas: la quema de rastrojos y la utilización de
maquinaria que genera chispas. En un caso, por quemas agrícolas que se
apagan mal y se vuelve a reactivar el fuego provocando el incendio; en
el otro, cuando gente con segunda residencia en el monte utiliza la
radial para hacer cualquier obra en fin de semana, soltando muchas
chispas que prenden rápido donde haya pasto.
“Tanto
unos como otros no querían hacer eso, no son malas personas, no se
soluciona poniendo penas más duras de cárcel. Sí hay otra parte de
incendios que es intencionada, pero no es de las causas principales ni
en Gran Canaria, ni creo que en el resto de España. Aquí hay que
diferenciar a los pirómanos de los incendiarios. Los pirómanos son
personas con una enfermedad mental, a su patología le da igual que los
condenes a 3 o a 15 años de cárcel; los incendiarios es donde único
cabría una pena de prisión mayor, pero habría que ver por qué prenden,
detrás hay una razón, un conflicto social o económico que hay que
desactivar.
–Sigamos hablando del bosque: resulta que al pino canario… ¡le gusta el fuego!
“Si
en la Península hablas de un pino que rebrota se quedan alucinados, ya
que de las cinco o seis especies que hay allí ninguna rebrota y puede
tardar 100 o 150 años en recuperarse”
–En su larga vida lleva en
Canarias desde que éstas aparecieron (durante el Terciario estaba
distribuido, y se han encontrado fósiles, por toda la cuenca
mediterránea). En Gran Canaria está desde el primer momento, hace
millones de años, y está muy acostumbrado a vivir con el fuego del
régimen natural de incendios (tormentas eléctricas asociadas a frentes
del noroeste en épocas del año en que el combustible está húmedo;
actividad volcánica). Ha sobrevivido hasta hoy, pero ya no tenemos ese
régimen natural de incendios, de baja o de moderada intensidad.
“Ahora es completamente diferente: alta intensidad, alta severidad,
muchos daños ¡y en verano!, con la erosión añadida que provocan,
después, las lluvias en otoño. Y entre sus muchas adaptaciones para
sobrevivir al fuego, la que más conocemos es que es un pino que rebrota
en muy poco tiempo (si en la Península hablas de un pino que rebrota se
quedan alucinados, ya que de las cinco o seis especies que hay allí
ninguna rebrota: si se quema un pinar puede tardar perfectamente 100 o
150 años en volver a recuperar su estado anterior al fuego). El pino
canario es un tesoro increíble. Otra de sus adaptaciones es que tiene
piñas xerotinas que no se abren para esparcir sus semillas con 30
grados, sino a partir de los 60 grados cuando hay incendios forestales y
la semilla no cae sobre un manto de pinocha, sino sobre la tierra, con
su competencia convertida en cenizas que es fuente de nutrientes, por lo
que puede enraizar mejor.
–En los años 50 del pasado siglo se hicieron en Canarias
repoblaciones con pino canarios, pero también con otras tres especies de
pino de la Península: radiata, piñonero y carrasco. ¿Cómo se comportan
estos otros pinos, se acabarán extinguiendo por sí solos con los
incendios, debemos sustituirlos por pino canario?
–El origen de esa repoblación tenemos que contextualizarla. En aquel
momento la fuente principal de energía era la madera y se buscaban
especies de crecimiento rápido. En el actual contexto de biodiversidad
del paisaje esos pinos no tienen tanto sentido. Los tratamientos que
está haciendo el Servicio de Medio Ambiente favorecen al pino canario en
detrimento de estos otros. Cuando hay un incendio forestal, estos pinos
foráneos no rebrotan, por lo que agilizan su sustitución por el pino
canario. Es decir, que entre los tratamientos que está haciendo el
Servicio de Medio Ambiente y los propios incendios forestales, lo que va
a pasar al final es que estos pinos van a ir a menos.
–Y el pino canario recuperará su espacio, su ecosistema.
–Evidentemente.
–Terminamos. En medio del paisaje desolador tras un incendio, un recuerdo dulce.
–Por mis vivencias, ver cómo recupera el pino canario el verde a los
pocos meses de sufrir un incendio, frente a pinares que tardan un siglo
en recuperarse del fuego.
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