lunes, 12 de agosto de 2013

GERMÁN PARDO GARCÍA (Colombia 1902-1991)
Estrofas a los árboles

BIENAVENTURADOS los que son como los árboles,
porque de ellos es el reino de la tierra.

Cuando un ciprés señala constelaciones hondas;
cuando un fresno se mece delante del crepúsculo
y un roble se humaniza por íntimos desiertos,
todo lo que hay en mí de universal: la sangre
secreta de los pulsos; la voz elemental;
el tacto fiel que entiende la oscuridad del barro;
el color de la piel semejante al centeno
cuando el sol de las parvas generoso lo entibia,
todo lo que hay en mi de universal y palpa
perímetros de rocas, se mueve como un árbol
y con sed de luceros a los ríos se inclina.

                                    * * *

BIENAVENTURADOS los que son como los árboles,
porque de ellos es el reino de la vida.

Lo digo, porque toda la aridez de unas lágrimas
ha secado las órbitas y esculpido mi rostro.
Porque he tenido sed infinita y sin calma.
Porque mi soledad ha sido como un hálito
de estepas que devora los amarillos huesos,
y con jugos amargos de las sienes se nutre.
Porque he negado y soy salobre como un llanto
capaz de sostener las negaciones mismas.
Porque mi dura fuerza me aísla en los destierros
de un continente solo que flota en el vacío.
Y, sin embargo, lleno de vigor como un árbol
que surge de la entraña terrible de la noche,
mostrando sus cortezas con húmedas heridas,
he podido sentir el calor del verano;
recibir en mi seno la bondad de las lluvias;
amar como los árboles y alzar como los árboles
las consteladas ramas vestidas de oropéndolas.

                                  * * *

BIENAVENTURADOS  los que son como los árboles,
porque de ellos es el reino de los hombres.

Lo digo, porque en todas las noches yo desciendo
a visitar los muertos por unas galerías
insomnes que se pierden en selvas ignoradas.
Mi espíritu se cubre de estrellas funerales
y polvo de sayal y luto de cilicio.
Avanzo por las criptas del tiempo y leo nombres
amados sobre piedras estériles escritos.
Oigo correr los ríos de la nada y dialogo
con sombras de unos seres que están en las orillas.
Sus rostros me contemplan; sus manos me saludan
y de nocturno musgo corono su sigilo.
Cuando surjo del fondo de aquellas catacumbas,
hay círculos de acero debajo de mis ojos.
Mis pies, como raíces, conducen las señales
de bosques silenciarios y tierras ateridas.
Afuera, torres cándidas, caminos verdaderos
y un soplo de salud que pasa por la cumbre.

                                 * * *
AMANECE y el día con aromas frutales
difunde mi estupor y lava mi sudario,
como el capullo ciego que dejan las crisálidas,
convertidas en flor que deslumbra la atmósfera.
Las campanas un coro de liturgias envían
a la tierra que siente primaveras triunfales.
Los barbechos arados y los surcos recientes
apresuran en grupos la esmeralda del trigo.
Del monte sube el humo de hogares vigorosos,
y el cordero vellones paternales orea.

Amanece y reclino la crueldad de la noche
en el tronco de un árbol redentor, que, humanado,
como un cáliz eterno la ventura recibe.
Agítanse los brazos como ramas adultas.
Las hostias del amor purifican los seres.
El corazón se muestra sobre los tabernáculos
de la naturaleza.
                                         Y al pie de sus llanuras,
pirámides azules y cúpulas erijo,
mientras los grandes arboles, los admirables árboles,
los bienaventurados árboles se dilatan
y en límites de sol el vivo cielo tocan,
porque de ellos es la fuerza de los cielos.
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