miércoles, 28 de marzo de 2012

MIGUEL DE UNAMUNO (Bilbao 1864-1936)
Por tierras de Portugal y España

     (...) Bajamos a los Tilos, desde la finca de San Fernando, por un abrupto atajo. Y allí, en el fondo, una riqueza de frondosidad. Y un arroyo, un verdadero arroyo, con agua fresca, rumorosa y corriente. En ella hundí mis pies enardecidos y en el chorro de una fuente chapucé mi cabeza.
     ¡Qué lejos del mundo en aquella quebrada de los Tilos, entre los tilos y eucaliptos! Era como un aislamiento más en el aislamiento de esta isla. Oscura capa de arbolado reviste las vertientes de la barranca. El rumor del arroyo y  el canto de los pájaros son el tictac del reloj de la vida. Se siente ganas de quedarse, de quedarse a olvidar... ¿a olvidar? Tal vez más bien a recordar. ¡Quién sabe!... Pero los cuidados le persiguen a uno adondequiera como las erinias, las furias, a Orestes. ¡Hay que volver! ¡Hay que volver, es decir, hay que seguir viviendo! Mañana espera; espera ese terrible mañana, que es el eterno misterio. ¡No poder quedarse en  una de estas quebradas,  junto al arroyo, bajo los tilos que forman como una vasta catedral viviente, con sus miles de columnas y su bóveda de follaje; no poder quedarse allí, en un hoy perpetuo, sin ayer y sin mañana!
      Tuvimos que volver a Teror, a la villa recogida y plácida, que sueña entre sus montañas.(...)
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domingo, 25 de marzo de 2012

EL GAROÉ EN LA LEYENDA


     Dos son las leyendas que han llegado a nuestros días en las que se narran sucesos fabulosos, envueltos en una atmósfera de misterio, pasión, intriga y convulsión, de un tiempo pasado testigo del desvanecimiento de la sociedad bibanche. Estos hechos tienen escenario a la isla de El Hierro durante el proceso de conquista y colonización, que abarca los siglos XV y XVI y pone en contacto a dos culturas diferentes, mientras que como protagonistas aparecen el emblemático Garoé o Árbol del Agua y personajes destacados de las comunidades de ambos bandos.

     La trama de la primera de las leyendas, que podría titularse “El secreto del Árbol del Agua”, está recogida en una obra de 1597 y gira en torno a una estrategia de resistencia urdida por los bibanches, con la mayor complicidad y secreto, que tenía como finalidad hacer desistir de su empeño de conquista al invasor ignorante de la existencia de cualquier suministro de agua, mediante el asedio por la sed. Para ello, el Garoé fue cuidadosamente escondido con ramajes, pero pese a todas las cautelas el amor surgido entre una isleña, a la que se le atribuye el nombre de Agarfa o Guarazoca y un soldado español, terminó por desvelar el secreto; la traición de la muchacha a su pueblo la hubo de pagar con su vida.

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     El segundo relato, transmitido por tradición oral, basa su argumento en un drama asociado a una predicción que auguraba la pérdida del Garoé conjuntamente con la del último descendiente de la dinastía de los Armiche.

    
Portada del libro de Torriani  (siglo XVI)
La Dehesa, tras la conquista, se convierte en reducto de la cultura aborigen. Allí Teseida, joven y bella “princesa”, crecía bajo la custodia de un venerable grupo de ancianos que veía en ella a la persona destinada a perpetuar la estirpe bibanche, para ello estaba acordado su matrimonio con un valiente guerrero llamado Tabaldón. Pero el destino cruza en el camino de la joven a Fernando Espinosa de Herrera, hijo de uno de los principales caballeros de la Isla; Teseida será presa de su deseo. Pese a ser un amor prohibido a consecuencia de la tensa situación creada entre vencedores y vencidos, terminan por amarse en secreto, hasta que son descubiertos por Tabaldón, quien mata a Fernando y provoca que la joven, enloquecida de rabia y dolor, se precipite al vacío por el letime de Bascos, desatándose con su muerte un gran temporal de lluvia y viento, que será el causante del derribo del Garoé.
     Y así, de esta manera, se confirmaba el final del protagonismo de la cultura Bibanche, dueña de su propio destino durante mil quinientos años en la historia de El Hierro.

Fuente: El recinto del Garoé en El Hierro. El dibujo de Torriani sirvió para identificar al Garoé como til (Ocotea foetens)
---Fin---

jueves, 22 de marzo de 2012

SIMÓN ACOSTA PADILLA (El Hierro, 1903-1964)
El Garoé

La hojas de tus ramas habrán sido
fuente de cristal resplandeciente,
que dejaban caer en la vertiente
el jugo por tus brazos recogido.

Tú serías un ladrón muy bien querido
que inspiraba devoción siempre creciente,
y el tiempo veloz en su corriente,
no ha logrado sumirte en el olvido.

Si el terrible Huracán fue tu verdugo,
maldición se llevó al que le plugo
derribar para siempre el Árbol Santo.

Tú que llevas una página en la Historia,
une humildemente a tu memoria
esta loa de amor que yo te canto.

Panel de cobre junto a la Alberca de los Deseos, al pie del nuevo til plantado en 1948 en memoria de aquel otro monumental arrancado de la tierra por un huracán en el año 1610. 
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sábado, 17 de marzo de 2012

ALESSANDRO TASSONI (Italia 1565-1635)
Océano Cantó Primero

Ve rústicas casas y habitantes,
Y de agua pide; maravilla extraña,
Encuentra el terreno que no produce humores,
Un gran árbol en su lugar y una fuente;
Apretando a su alrededor todos los vapores
Del lugar, más allá de toda creencia humana,
La virtud de este árbol se deshace
Y destila bajo sus hojas.

De Mitologia de las Plantas, Angelo de Gubernatis, !878
Frontera desde el balcón de Jinama
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martes, 13 de marzo de 2012

GIOVANNI BATTISTA RUMASIO (Italia 1485-1557)
Historia delle Indie Occidentali

El ilustre viajero y humanista narra así al Garoé:

“No hay en la isla del Hierro agua dulce ni río, ni fuente, ni lago, ni pozo y a pesar de todo se habita, porque el Señor Dios del Tiempo la provee de agua celeste, sin tan siquiera llover; y de este modo cada día del año, una o dos veces antes de que amanezca, hasta que el sol llega a lo alto, hay un árbol que de su tronco, de sus ramas y de su frondosidad deja caer mucha agua; y en aquel tiempo siempre se ve sobre el árbol un pequeña nube o niebla, hasta que a dos horas de sol o poco menos se deshace y desaparece; y el agua deja de gotear; en este tiempo, que puede ser de cuatro horas, se recoge tanta agua en una laguna hecha a mano al pie de este árbol, que hay suficiente para toda la gente de la isla y para todos sus animales y rebaños.”

 Mitología de las Plantas, Angelo de Gubernatis 1878
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viernes, 9 de marzo de 2012


PIETRO MARTIRE (Italia 1457-1526) Sommario dell'Indie Occidentali

El Nuevo Garoé, plantado en 1948
Describe así la isla de Hierro, haciendo referencia al Garoé...

"El veinticinco de septiembre de 1493, con próspero viento, alzamos velas de Gades, y el primero de octubre llegamos a una de las Canarias llamada isla de Hierro; en la cual dicen que no hay otra agua para beber que aquella del rocío, que brota de un árbol y cae en una laguna hecha a mano en un monte de dicha isla."


De Mitología de las Plantas, de Angelo de Gubernatis

lunes, 5 de marzo de 2012

Escudo de El Hierro
Fray JUAN DE ABREU GALINDO (1535-?)
El viejo Garoé

El siguiente texto, extraído de la “Historia de la Conquista de las siete islas de Canaria” (1602), es la principal referencia del mítico árbol desaparecido en 1610. Posteriormente otros muchos cronistas hablarán de este monumental til (Ocotea foetens)

“Este lugar y término donde está este árbol se llama Tigulahe, el cual es una cañada que va por un valle arriba desde la mar, a dar a un frontón de un risco, donde esta nacido en el mismo risco el Árbol Santo, que dicen llamarse en su lengua garoé; el cual por tantos años se ha conservado sano, entero y fresco; cuyas hojas destilan tanta y tan continua agua, que da de beber a la isla toda.
(…) y no se sabe qué especie de árbol sea, más de que quieren decir que es til. Está sólo, sin que de su especie haya otro árbol allí. (…) La manera que de destilar agua este Árbol Santo o garoé, es que todos los días por las mañanas se levanta una nube o niebla del mar, cerca de este valle, la que va subiendo con el viento Sur o Levante de la marina por la cañada arriba, hasta dar con el frontón; y, como halla allí este árbol espeso, de muchas hojas, asiéntase en él la nube o niebla y recógela en sí, y vase deshaciendo y distilando por la hojas todo el día, como suele hacer cualquier árbol que, después de pasado el aguacero, queda distilando el agua que recogió”.
 
(Texto de la entrada del recinto del Garoé-Isla del Hierro)
Los vientos aliseos, cálidos y cargados de humedad, chocan contra las islas a una altura media de 800m. Este es el sistema con el que captan, si conservan la cubierta vegetal, hasta un 80% del agua. Para entender bien el fenómeno sólo tenemos que visualizar un cuarto de baño y una ducha de agua caliente. El vapor rápidamente se condensa en las superficies lisas y frías, tal y como sucede en las hojas anchas, lustrosas y frías de la laurisilva, el conjunto de árboles de diversas especies de la zona media de las islas de la Macaronesia (Canarias, Madeira, Azores, Salvajes y Cabo Verde).

jueves, 1 de marzo de 2012

TOMÁS MORALES (Moya-G.C.- 1884-1921)
Tarde en la Selva (de LAS ROSAS DE HÉRCULES)

                                                  A los hermanos Millares

Tarde en la selva. Agreste soledad del paisaje,
decoración del rayo de sol entre el ramaje
y lento silabeo del agua cantarina,
madre de la armoniosa tristeza campesina.
¡Tarde en la selva! Tarde de otoño en la espesura
del boscaje, en el triunfo de la arboleda oscura,
bajo la advocación de las copas sonoras
y el plácido consorcio de las dormidas horas...

¡Oh paz! ¡Oh último ensueño crepuscular del día!
El ambiente era todo fragancia; atardecía,
y la lumbre solar, en fastuosas tramas
quemaba en las florestas su penacho de llamas.
Todo el bosque era un hálito de aromas peculiares;
las hojas despertaban sus ritmos seculares,
y, bajo ellas, soñando y a su divino amparo,
la mística frescura del riachuelo claro
que el salto de una roca transformaba en torrente.
(Caballera brumosa, donde, divinamente,
ilustró el arco iris, con siete resplandores
la fugaz maravilla de sus siete colores.)

Y el alma se hizo copia de esta virtud silente;
por su influjo, el ensueño tornose transparente
e iba hundiéndose en una renunciación discreta.
La soledad y el ocio, amigos del poeta,
vestían mis quimeras con ropajes corpóreos
y eran trasuntos vivos los efluvios arbóreos...

¡Oportuna la hora! De entre los matorrales
surgen, tímidamente, los genios forestales,
y mi presencia espían, avizores e inquietos,
tras los olmos rugosos y los blancos abetos.
Remisos, un momento, se consultan dudosos,
y en un punto, en el claro, penetran tumultuosos.
Y hacen, desorbitados como frutos gigantes,
columpio de las ramas los elfos trashumantes;
giran los blandos silfos de carnes sonrosadas
con sus alas de insectos tibiamente irisadas;
trenzan ralas piruetas los gnomos casquivanos,
chafando la hojarasca con sus cuerpos enanos,
y los lares acuáticos croan sus voces ruines
viscosos y adobados de lacustres verdines...

Rondan, danzan, simulan fieras acometidas
y entre sí se apedrean con las bayas caídas;
armando una algazara jovial y volandera;
que, caprichosa, rapta la brisa pasajera
y el eco desbarata, tras la arboleda honda
entre murmullos de agua y susurros de fronda...

Y el alma, arrebatada de ascensional destreza,
ingrávida, abandona la temporal corteza
y se suma a la ronda, milagrosa y liviana,
y en el coral divino pone su nota humana...
¡Oh alma mía, he escuchado tu jubiloso acento
sensible en la suprema calidad del momento!
Ahora gozan mis ojos de la victoria cierta
de verte, enteramente, absoluta y liberta.
¡Cuanto más disgregada, más en mi compañía;
fuera de mí y, no obstante, tan sumamente mía!
¡Alma que recobraste la original limpieza:
sé una parte en el Todo de la Naturaleza !

De pronto, en el silencio, un golpe temeroso
atraviesa el recinto de la selva en reposo;
son cobarde, en el viento, persistente y salvaje,
que llena de profundos terrores el boscaje.
¡Es el hacha! Es el golpe de su oficiar violento
que, bruscamente, llega, desolador y cruento,
de la entraña del bosque, donde un tilo sombroso
yergue su soberana magnitud de coloso...

¡Oh dolor! El monarca de la selva suntuosa,
el patriarca de verde cabellera gloriosa
que preside el sagrado misterio de la umbría,
mira llegar su muerte con la muerte del día.
Y hay un grave silencio meditabundo, inmenso,
y es tan grande la duda y el temor tan intenso
que callan, espantados, hojas, lares y fuentes
para escuchar medrosos...  y oyen, intermitentes,
en el dolor tremendo, los redobles del hacha
prendidos en el pasmo de la encalmada racha
donde triunfan lo breve de un estadillo seco
y mueren duramente, sin amor y sin eco...

Y los viejos del bosque, los viejos de alma fuerte,
temen, presentidores de una uniforme suerte;
y hay en sus copas trémulas como un sollozo humano,
como un plañir de preces por el perdido hermano
que a cada golpe arguye con un mortal gemido
y tiembla, y se estremece, como un titán herido...

Súbitamente, un grito hiende la selva, ronco:
creyérase el lamento postrimero del tronco
que al ceder maldijera...  Y el coloso vacila,
y la enorme silueta, pesadamente, oscila.
Heridas por la muerte sus savias vigorosas,
ved, cómo el triste extiende sus ramas temblorosas
como brazos que quieren asir, inútilmente,
la ramazón cercana, que cruje sordamente.
Aún en el aire, un punto gira alocado, incierto,
y raudo cae de bruces sobre el camino: ¡muerto!


                                     EPITAFIO


Grave señor del bosque, que sobre el verde prado,
inmóvil y maltrecho, yaces abandonado:
no abatieron tu frente gloriosos capitanes,
sino el golpe pechero de los ruines jayanes.
Ya, sobre tus cabellos, no volarán los ruidos
propicios al geórgico misterio de los nidos.
Tus frondas, que escucharon los silvestres cantares,
caldearán, ahora, los ahumados lares
de la pobre cocina o el salón solariego
y estallarán dolidas a los besos del fuego.
Mientras tanto, en el seno de la selva sombría,
tu cuerpo mutilado flagelará la fría
caricia del invierno...  Pero el tronco marchito
volverá a fecundarse con el calor bendito,
y, activamente henchido de virzales renuevos,
cubrirá sus arrugas con los retoños nuevos,
cuando llegue en el carro del aura mensajera,
precedida de un rayo de sol, la Primavera

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(Sobre la desaparición de la Selva de Doramas en Gran Canaria)