El ilustre viajero y humanista narra así al Garoé:
“No hay en la isla del Hierro agua dulce ni río, ni fuente, ni lago, ni pozo y a pesar de todo se habita, porque el Señor Dios del Tiempo la provee de agua celeste, sin tan siquiera llover; y de este modo cada día del año, una o dos veces antes de que amanezca, hasta que el sol llega a lo alto, hay un árbol que de su tronco, de sus ramas y de su frondosidad deja caer mucha agua; y en aquel tiempo siempre se ve sobre el árbol un pequeña nube o niebla, hasta que a dos horas de sol o poco menos se deshace y desaparece; y el agua deja de gotear; en este tiempo, que puede ser de cuatro horas, se recoge tanta agua en una laguna hecha a mano al pie de este árbol, que hay suficiente para toda la gente de la isla y para todos sus animales y rebaños.”
Mitología de las Plantas, Angelo de Gubernatis 1878
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