LA BÚSQUEDA DEL ÁRBOL CUYO FRUTO HACE INMORTAL
Cuento sufí
Un día un hombre instruido, por gusto de relatar una historia, hablaba de un árbol situado en la India. Nadie que come de sus frutos, decía, envejece ni muere jamás.
Un rey oyó referir este relato a una persona fidedigna, y se puso ansioso por descubrir aquel árbol. Por eso envió en su busca un mensajero inteligente. Éste recorrió el país, visitando todas las ciudades, llanuras y montañas.
Todos aquellos a quienes preguntaba se burlaban de él, lo trataban de loco, o le mostraban un respeto irónico más penoso que el insulto. O, también, lo enviaban a lugares en los que supuestamente estaba el árbol en cuestión. Cada uno le daba informaciones diferentes, hasta que al final, tras varios años transcurridos en vanas investigaciones, el mensajero resolvió renunciar a su búsqueda, y totalmente desconsolado, tomó el camino de vuelta.
Ahora bien, en un lugar donde hizo un alto, vivía un Sabio. El mensajero se dijo: “Ya que no tengo más esperanza, lo visitaré antes de irme, para que me acompañe su bendición”. Y llorando, se fue a ver al Sabio y le puso de manifiesto su desespero.
El Sabio le preguntó cuál era el motivo. El respondió:
“El emperador me envió a buscar un árbol que es único en el mundo; su fruto es de la substancia del Agua de la vida. Hace años que lo estoy buscando y sólo he recibido rechiflas”.
El Sabio se echó a reír y dijo. “¡Ingenuo!, este árbol es el del conocimiento; altísimo, enorme y que se extiende hasta muy lejos: es el Agua de la vida que proviene del océano infinito de Dios.
Partiste en busca de la forma y te perdiste; no puedes hallarlo, pues has abandonado la realidad.
A veces lo llaman árbol, a veces sol, ora mar, ora nube.
Es ese algo único de donde provienen cien mil efectos: el menor de ellos es la vida eterna.
Aunque su esencia es una, tiene mil efectos y se le puede aplicar innumerables nombres.
Una persona puede ser tu padre; con respecto a otro individuo puede ser su hijo. Respecto a otro puede ser su enemigo, y para otro más, mostrarse amigo.
Posee cientos de miles de nombres, pero es un solo ente; ninguna de sus características puede dar de él una verdadera descripción.
Quienquiera que busque el nombre sólo, estará extraviado y perdido, como tú lo estás. ¿Por qué atenerte a la palabra “árbol” de tal modo que quedes amargamente defraudado?
Renuncia a los nombres y considera los atributos, para que los atributos puedan guiarte a la esencia.
Las disputas de los hombres las causan los nombres: la paz llega cuando se dirigen a la realidad indicada por el nombre".
(Rûmî, Mathnawî, II, 3641 ss.)
Cuento sufí
Un día un hombre instruido, por gusto de relatar una historia, hablaba de un árbol situado en la India. Nadie que come de sus frutos, decía, envejece ni muere jamás.
Un rey oyó referir este relato a una persona fidedigna, y se puso ansioso por descubrir aquel árbol. Por eso envió en su busca un mensajero inteligente. Éste recorrió el país, visitando todas las ciudades, llanuras y montañas.
Todos aquellos a quienes preguntaba se burlaban de él, lo trataban de loco, o le mostraban un respeto irónico más penoso que el insulto. O, también, lo enviaban a lugares en los que supuestamente estaba el árbol en cuestión. Cada uno le daba informaciones diferentes, hasta que al final, tras varios años transcurridos en vanas investigaciones, el mensajero resolvió renunciar a su búsqueda, y totalmente desconsolado, tomó el camino de vuelta.
Ahora bien, en un lugar donde hizo un alto, vivía un Sabio. El mensajero se dijo: “Ya que no tengo más esperanza, lo visitaré antes de irme, para que me acompañe su bendición”. Y llorando, se fue a ver al Sabio y le puso de manifiesto su desespero.
El Sabio le preguntó cuál era el motivo. El respondió:
“El emperador me envió a buscar un árbol que es único en el mundo; su fruto es de la substancia del Agua de la vida. Hace años que lo estoy buscando y sólo he recibido rechiflas”.
El Sabio se echó a reír y dijo. “¡Ingenuo!, este árbol es el del conocimiento; altísimo, enorme y que se extiende hasta muy lejos: es el Agua de la vida que proviene del océano infinito de Dios.
Partiste en busca de la forma y te perdiste; no puedes hallarlo, pues has abandonado la realidad.
A veces lo llaman árbol, a veces sol, ora mar, ora nube.
Es ese algo único de donde provienen cien mil efectos: el menor de ellos es la vida eterna.
Aunque su esencia es una, tiene mil efectos y se le puede aplicar innumerables nombres.
Una persona puede ser tu padre; con respecto a otro individuo puede ser su hijo. Respecto a otro puede ser su enemigo, y para otro más, mostrarse amigo.
Posee cientos de miles de nombres, pero es un solo ente; ninguna de sus características puede dar de él una verdadera descripción.
Quienquiera que busque el nombre sólo, estará extraviado y perdido, como tú lo estás. ¿Por qué atenerte a la palabra “árbol” de tal modo que quedes amargamente defraudado?
Renuncia a los nombres y considera los atributos, para que los atributos puedan guiarte a la esencia.
Las disputas de los hombres las causan los nombres: la paz llega cuando se dirigen a la realidad indicada por el nombre".
(Rûmî, Mathnawî, II, 3641 ss.)
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