"Quién hubiera dicho que estos poemas de otros iban a ser míos, después de todo hay hombres que no fui y sin embargo quise ser, si no por una vida al menos por un rato..." Mario Benedetti.
A los amantes de los árboles,... localización, poesía, cuentos/leyendas, etc.
02 julio 2021
MIGUEL D'ORS (Santiago de Compostela, 1946) Arrendajo
Centinela del bosque, el arrendajo
advierte a toda la Naturaleza
tu llegada.
Ese grito,
que desgarra como una cuchillada
herrumbrosa el silencio, significa
que un intruso está entrando en este espacio
puro.
Tú que no eres
puro, tú que no eres hermano de los robles,
de las piedras musgosas,
de las aves que pían en ramas ignoradas,
del agua que, secreta, halaga las raíces,
no mereces vivir en este mundo;
tú no tienes derecho a entrar a la armonía
mientras no haya armonía dentro de ti. Detente;
vuelve a tu vida; deja en ella todo
lo que crees saber; busca de nuevo
la infancia, aquella luz
del corazón.
Con ella, acaso algún día
puedas volver al bosque
sin que se sobresalte el arrendajo.
Érase una vez un joven y magnífico carpintero que creaba exquisitas piezas de carpintería, desde muebles hasta lujosos carruajes, cuyo nombre era Donovan. Su fama llegó a oídos del rey de Aveh que, ante la próxima boda de su hija, honró al carpintero con su presencia y le encomendó que creara un arpa cuyo sonido superara cualquier otro similar y que estuviera fabricada con madera de sauce, uno muy especial. Donovan, complacido, aceptó el reto. Tomó su hacha, su arco y su carcaj y se aventuró en el bosque en busca de su preciado árbol.
Cuando estuvo en o profundo del bosque escuchó una bellísima voz. Hacia la voz dirigió y debajo de un espléndido sauce, hermoso y brillante, estaba una hermosa doncella. El carpintero la llamó: "Ven conmigo. Abandona tu círculo de setas rojas de sauce". Ella lo observó serenamente y, negando con su cabeza, le respondió: "Mírame, soy como un rayo de luz bailando con la luna. No puedo abandonar este lugar. Sólo escúchame, no me pidas que vaya donde tu vas".
El joven Donovan regresó al pueblo, contó su historia pero nadie podía creerle. Él, con mil caras, describía a la doncella de cabello rojo como el fuego, de ojos brillates como esmeralda, su cuerpo envuelto en belleza, tan joven y tan serena... Pasaron los días y el joven Donovan prendado por la belleza y la voz de la doncella se adentró nuevamente por el bosque con una flor amarilla y un abrigo verde para ella. Se paró frente al sauce y dijo: "Mi señora, me has robado el corazón con tu hermosura y desearía ser yo su marido". La doncella respondió: "No puedo casarme contigo, ni ahora ni nunca". Seguidamente, comenzó a cantar nuevamente: "Mírame ahora, soy un rayo de luz bailando con la luna. No puedo abandonar este lugar. Escúchame ahora, no me pidas que vaya a donde tú vas". Nuevamente regresó al pueblo. El joven carpintero decidido, tomó su hacha y se dirigió al bosque del sauce pensando: "Tomaré a la doncella de ojos verdes. Será mi esposa y con ella criaré a mis hijos. Con ella viviré mi vida". Al llegar al sauce, el joven Donovan le dijo a la doncella que le libraría de su prisión del sauce. La doncella lloró al escuchar sus palabras. Él tomó su hacha y la usó para derribar el sauce. El carpintero decía satisfecho: "Tu árbol ha caído. Ahora me perteneces". La tomó dulcemente de su mano y juntos corrieron fuera del bosque mientras ella cantaba: "Mírame ahora, soy como un rayo de luz bailando con la luna. No puedo abandonar este lugar. Escúchame ahora, no me pidas que vaya a donde tú vas".
Al salir del bosque la muchacha cayó a tierra. El joven Donovan la tomó entre sus brazos y vio como lentamente agonizaba la chica. La doncella lo besó, tomó las manos del Donovan y, con su último aliento, le dijo: "No puedes tomar el bosque. El bosque nunca debe irse..." Su cuerpo se desvaneció y entre las manos del carpintero una flor amarilla quedó. El joven carpintero plantó la flor donde cayó el sauce y con la madera forjó el arpa para el rey.
Cuenta la leyenda que la princesa, al tocar en su boda con su arpa, los invitados escucharon el canto de la doncella. Todos pensaron que era la voz de la princesa, pero sólo Donovan podía reconocer, entre lágrimas, la voz de su amada doncella que decía: "Mírame ahora, soy como un rayo de luz bailando con la luna. No puedo abandonar este lugar. Escúchame ahora, no puedes tomar el bosque, el bosque nunca debe irse".
Letra / Lyrics
A young man walked through the forest With his quiver and hunting bow He heard a young girl singing And followed the sound below There he found the maiden Who lives in the willow
He called to her as she listened From a ring of toadstools red 'Come with me my maiden Come from thy willow bed' She looked at him serenely And only shook her head.
"See me now, a ray of light in the moondance See me now, I cannot leave this place Hear me now, a strain of song in the forest Don't ask me, to follow where you lead"
A young man walked through the forest With a flower and coat of green His love had hair like fire Her eyes an emerald sheen She wrapped herself in beauty So young and so serene
He stood there under the willow And he gave her the yellow bloom 'Girl my heart you've captured Oh I would be your groom' She said she'd wed him never Not near, nor far, nor soon
"See me now, a ray of light in the moondance See me now, I cannot leave this place Hear me now, a strain of song in the forest Don't ask me, to follow where you lead"
A young man walked through the forest With an axe sharp as a knife I'll take the green-eyed fairy And she shall be my wife With her I'll raise my children With her I'll live my life
The maiden wept when she heard him When he said he'd set her free He took his axe and used it To bring down her ancient tree 'Now your willow's fallen Now you belong to me'
"See me now, a ray of light in the moondance See me now, I cannot leave this place Hear me now, a strain of song in the forest Don't ask me, to follow where you lead"
She followed him out the forest, and collapsed upon the earth Her feet had walked but a distance, From the green land of her birth She faded into a flower, That would bloom for one bright eve He could not take from the forest, What was never meant to leave.
El historiador Xosé Alfeirán analizó en una charla en Tribuna
Pública, en A Palloza, la historia del árbol metrosidero de Orillamar,
las hipótesis que existen sobre cómo llegó a la ciudad y el misterio que
le rodea.
¿Cuál es ese misterio?
Que los botánicos no tienen capacidad para determinar la edad de
este metrosidero. Se supone que tiene entre 200 y 300 años. Pero la
llegada a Nueva Zelanda del explorador James Cook ocurrió en 1769 y eso
fue hace 250 años, de ahí la intriga de los botánicos e historiadores.
Nos preguntamos qué hace un metrosidero en A Coruña que es casi anterior
a la presencia de los ingleses en este país.
¿Qué datos analiza para determinar su origen?
Hay que estudiar los viajes que se hicieron a Nueva Zelanda, cuándo
se extendió por Europa el gusto por los parques y jardines y a quién
pertenecía esa parcela. Hoy es de la Policía Local, fue hospitalillo de
enfermedades contagiosas y antes, hasta 1818, fue una fábrica de jabón
propiedad de Camilo de Gamboa.
De los viajes a Nueva Zelanda, ¿cuál le parece que está más relacionado con este árbol?
En el siglo XVI partieron desde A Coruña exploraciones hacia el
Pacífico, pero no hay constancia de un viaje concreto a Nueva Zelanda.
Ahí pudo haber algún explorador desconocido pero sería muy raro. Más
importantes son las exploraciones del siglo XVIII, realizadas por
ingleses e italianos, como Malaspina, que además estuvo preso en el
castillo de San Antón, y la finalidad era botánica. Me quedo con esta
hipótesis. Es la más probable. Pudo comprarlo Gamboa a un mercader, por
ejemplo. Además, el metrosidero tiene un hijo en Pontedeume y ahí fue
diputado Gamboa. Quizá regaló una semilla. Aun así, el misterio sigue
porque no hay certeza.
¿Le gusta que se mantenga esa intriga?
Por supuesto. Es espectacular para los coruñeses y también para los
neozelandeses porque es una cuestión sentimental. Es curioso que el
árbol más antiguo de la ciudad sea de Nueva Zelanda y eso que hay
árboles por todas partes en A Coruña. Este metrosidero es un extranjero
que ha sobrevivido a todo. Además, se ve que se encuentra muy a gusto.
Cumple el lema de que nadie es forastero.
¿Pasa desapercibido por la ubicación en la que está?
La verdad que sí. Es un gigante enclaustrado. Es una pena que la
gente no pueda disfrutarlo. Esa gran copa que tiene, los filamentos que
caen de las ramas... De todos modos, tuvo suerte de estar protegido por
un cuartel y un hospital. Además, desde el punto de vista sanitario, se
consideraba que su olor contribuía a la salud de la gente, así que estoy
seguro de que los médicos de hace dos siglos estaban encantados de que
estuviera el metrosidero en el patio. Sería interesante difundirlo
aunque lo cierto es que fue un botánico neozelandés el que lo descubrió
en 2001.
Siempre que paso al lado del viejo metrosidero de
Orillamar, cautivo en su calabozo arrabalero, me acuerdo de los ents,
los gigantescos árboles pastores del bosque de Fangorn en la Tierra
Media de Tolkien. Parece que en cualquier momento sacará del suelo sus
poderosas raíces, como pies, para ganar su libertad saltando de un
brinco la tapia que lo retiene en el patio de la comisaría de policía.
Le pregunto qué edad tiene, pero el árbol recata su respuesta como
presumido y discreto gentleman de un tiempo lejano mientras se cimbrea
mecido con suavidad por el aire de la tarde. Poco queda ya para asistir a
la deslumbrante eclosión cromática del neozelandés de Monte Alto.
Cuando suelte el cielo su luz estival en el solsticio sanjuanero, el
metrosidero sacará del armario su traje escarlata, y entre los delicados
estambres de la inflorescencia estampada agitará la brisa su follaje
rumoroso con un murmullo que acaricia el alma. Así es el pohutukawa, que en maorí significa árbol de
fantasías rojas que crece junto al mar. No soy el único que le pregunta
por su edad. Sus paisanos de las antípodas vienen de vez en cuando e
insisten en descubrirla. Pero el dandi de los pohutukawas coruñeses se
empeña en perpetuar el misterio. El asunto tiene su miga. Se supone que
el holandés Abel Tasman fue el primer occidental en llegar a Nueva
Zelanda, en 1642, pero algunos investigadores creen que ya antes pudo
haber allí presencia española. Si nuestro árbol fuese anterior a 1642,
habría que replantear la historia de ese país. Para eso debería tener al
menos 377 años, pero ¿cómo averiguarlo?
Cuenta el biólogo Ignacio García, del departamento
de Botánica de la Universidade de Santiago, que incluso se han extraído
muestras de una rama, para concluir que el árbol «no forma anillos» de
crecimiento. La trepanación del tronco, además de peligrosa para el
espécimen, sería perfectamente inútil, así que nuestro gentil hidalgo
del patio de la policía persiste en su coquetería y sigue sin revelar su
edad. Nos queda la especulación: un ejemplar de Te Araroa
(norte de Nueva Zelanda) considerado el dinosaurio de los metrosideros,
con 800 años, se levanta veinte metros del suelo, dos más que su primo
de A Coruña. Un clavo al que agarrarse... si obviamos que los primeros
árboles neozelandeses llegaron a Europa en 1768, recogidos por el
botánico Daniel Salander durante la expedición del Endeavour de James
Cook. Nada está muy claro… Y hasta es preferible que así
sea. Tan distinguido ejemplar merece mejor ocaso que la trepanación del
tronco. Quizá al llegar su momento, como los ents andarines de Tolkien,
alcance en un par de pasos el San Amaro de los ilustres que contempla
cada día desde sus frondosas ramas, para descansar eternamente junto a
Pondal y sus rumorosos.
-----
Tomás Casal Pita ya habló de este pohutukawa aquí...
18 junio 2021
PILAR JUNCO (Asturias, 1927) Árboles
Ayeri, miércoles, tevi
precisión de dir al bosque que queda mismamente debaxu'l Soberrón.
Valióme la pena una hora de camín pisando llamazales pe las
caleyas, por más que lo admiro pa contra mí, no jallo cosa más
guapa qu'un bosque; debaxu los robles y las castañares paeme que toy
atopada y sin querelo, alcuérdome más de Dios que é el que los
discurrió y los jezo...
Hay tantu que admirar y que considerar...
Si amiro pa baxu, el mofu
suavin júndese al pisalu, la jueyas cadías ruxen contra las
madreñas..., ruxen con música..., jueyas llargas de castañar,
jueyas reconcomiadas de robre, jueyinas chicas d'ancina, o reondinas
d'alisal... Si amiro parriba, el sol métese per entre las jueyas
verdes y allega al suelu a poquitinos, el viento jaz otra música
distinta con las jueyas vivas; los páxaros de caña en caña,
candunu col su pío...
Pos si amiro unu por unu de
cada árbol tién algo suyu, un daquel distintu; los robres son
altos, pero de cada robre no se paez al otru, no hay dos robres
ermanos; unu más llargu, otru más oscuru o más verde, o más
pardu; las castañares toas son retorcias, pero tamién se extreman
unas de las otras...
Volviendo a los robres, ello
ye que hay unu, conózulu yo va muchu, que e el rey de los robres,
pame que de tou'l conceyu. Quedó solu, el probe; tiempo va haberá
tuvíu alredior collacios como elli y entre todos jarían bosque,
pero esti que yo digo, viólos morir unu por unu, sabe Dios de qué
manera, y elli, al quedase solu, entainó a ensanchar pa to los laos,
y jízose fuerte, grande, copudu... Elli solu val tantu como un
bosque enteru; la su rolla no i la abrazan ni tres hombres; el suelu
que'elli asombra e cerca d'un día de gües, y las sos cañas ¿quién
las podrá cuntar? Llenas de ñeros en primavera, aquello paez un
mercau de paxarinos cantando...
Vide una noche salir la lluna
per entres las sos cañas... era grandona, reonda, collorada... vinía
de la mar... Diba subiendo despacín, despacín, bixorduella y
zajorilla, y las jueyas pintaban i enriba dibujos negros tou'l tiempo
distintos...
Quedeme sin sollutir, como
agüeyada...
Biérame gustau gritar y no me
atrevía a gañir...
No se me escaez del pensamentu
aquella noche...