"Quién hubiera dicho que estos poemas de otros iban a ser míos, después de todo hay hombres que no fui y sin embargo quise ser, si no por una vida al menos por un rato..." Mario Benedetti.
A los amantes de los árboles,... localización, poesía, cuentos/leyendas, etc.
En los siglos VI y VII, la temperatura bajó hasta 4º, afectando a civilizaciones en Europa y Asia
La plaga de Justiniano, la invasión de Europa por varios pueblos de
las estepas, la caída del segundo imperio persa, la entrada de los
turcos en Anatolia, la unión de los tres reinos de China, el inicio de
la expansión árabe... Todos son eventos que tuvieron lugar entre el año
540 y el 660 de la Era Común. Ahora, un estudio de los árboles muestra
que durante ese siglo y poco se produjo una edad de hielo donde la
temperatura bajó hasta 4º en verano y aquel frío pudo ser el marco de
tanta historia.
En los últimos 2.000 años se han producido varias anomalías
climáticas. Por el lado del frío, la más significativa es la denominada Pequeña Edad de Hielo
(PEH), que se inició en el siglo XV y acabó a mediados del XIX. Antes,
el clima fue especialmente cálido desde la época del Imperio Romano
hasta la llegada del Renacimiento. Sin embargo, en esos 1.500 años de
clima benigno, hubo un hiato que, aunque más corto en extensión que la
PEH, experimentó temperaturas aún más bajas. Los que lo han descubierto
lo han llamado LALIA, siglas en inglés de Pequeña Edad de Hielo de la
Antigüedad Tardía.
"Fue el enfriamiento más drástico en el hemisferio norte en los
últimos dos milenios", dice en una nota el investigador del Instituto
Federal Suizo de Investigación, Ulf Büntgen,
coautor de una investigación sobre la temperatura en estos 20
siglos. Büntgen es dendroclimatólogo y usa los patrones de crecimiento
de los anillos de los árboles para inferir la temperatura. En 2011 ya
publicó en la revista Science
una investigación del clima del pasado basada en lo que pudo leer en
los árboles de los Alpes austríacos. Ahora completa aquel trabajo con la
información que le ha arrancado a 660 alerces siberianos (Larix sibirica), el árbol más abundante en el macizo de Altái, en Asia central
Entre ambas fuentes de datos hay unos 7.600 kilómetros pero también
una sincronía que enseguida llamó la atención de Büntgen y sus colegas.
Los L. sibirica sólo crecen en verano y en su ritmo de
crecimiento, los dendroclimatólogos pueden estimar la temperatura
estival. Para validar sus estimaciones del pasado, los científicos han
usado la evolución de los anillos en el presente, cuando ya había buenos
registros de la temperatura.
Con los datos de Altái y los anteriores de los Alpes, los científicos
han podido determinar la evolución de las temperaturas del verano en
estos 2.000 años dentro de un proyecto aún mayor, que hace unos días
mostró cómo las últimas décadas han sido las más calurosas desde tiempos de los romanos.
El actual trabajo, publicado en la revista Nature Geoscience,
se detiene más en el frío que en el calor. En los árboles de Altái, los
climatólogos encontraron que los veranos más fríos fueron los de 172 y
1821, con temperaturas 4,6º inferiores a la media del final del siglo
XX. Ambas fechas coinciden con erupciones volcánicas de gran intensidad.
Pero lo que enseguida llama la atención del gráfico elaborado por los
autores del estudio es el pronunciado y sostenido descenso de las
temperaturas a partir de 536. Así, la década entre 540 y 550 fue la más
fría en Altái y la segunda más fría en los Alpes. Además, desde esa
fecha y hasta alrededor de 1660, se dieron 13 de las 20 décadas más
frías de todo el periodo estudiado.
Gráfico con la evolución de la temperatura durante LALIA en los Alpes (azul) y Altái. Abajo, correlación de eventos históricos. Past Global Changes International Project Office
El origen de LALIA no está escrito en los árboles, pero sí en el hielo. Un estudio publicado en Nature
el año pasado determinó las erupciones volcánicas de los últimos 2.500
millones de años las erupciones volcánicas midiendo la ceniza volcánica
atrapada en cilindros de hielo extraídos en los dos polos. Una de las
más intensas se produjo en 536. Le siguió otra cuatro años mas tarde, en
lo que hoy es El Salvador. Y aún hubo una tercera, cuya ubicación se
desconoce, en 447. Las dos primeras crearon, según los registros en el
hielo, verdaderos inviernos volcánicos, con una capacidad de reflejar la
radiación solar aún mayor que la de la erupción del Tambora en 1815.
La sucesión de erupciones volcánicas, según los autores, se vio
reforzada con las corrientes oceánicas, la expansión del hielo y la
coincidencia en el siglo VI de un mínimo solar. La consecuencia fue el
descenso sostenido de las temperaturas. De hecho, esas décadas
registraron un gran retroceso de las tierras dedicadas a la agricultura y
el pastoreo.
En la segunda parte del estudio, Büntgen se rodea de historiadores
lingüistas y naturalistas para relacionar LALIA con la historia de los
humanos. Es muy sugerente comprobar como al poco de la primera erupción,
estalla una de las mayores epidemias de peste, la plaga de Justiniano
en lo que entonces era el Imperio Romano de Oriente. En Asia central,
donde los pastos dependen de ligeras variaciones de temperatura, se
sucedieron grandes movimientos de poblaciones turcas y rouran
que desestabilizaron toda Eurasia. Al este, acabaron con la dinastía
Wei e, indirectamente, ayudaron a la unificación de China. En el oeste,
llegaron hasta Constantinopla, empujando a los pueblos que se
encontraban cada vez más al oeste.
Durante LALIA también entró en declive el imperio persa de los
sasánidas. En la península arábiga, las temperaturas más suaves pudieron
aumentar el régimen de lluvias y, con ellas, la disponibilidad de
pastos para alimentar los camellos sobre los que se expandieron los
árabes a partir de la Hégira de Mahoma.
"Con tantas variables, debemos ser cautos con la causa ambiental y el
efecto político, pero fascina ver cuánto se alinea el cambio climático
con las grandes convulsiones que se sucedieron a lo largo de diferentes
regiones", comenta Büntgen. También deja claro que la historia no se
puede escribir sin tener en cuenta fenómenos climáticos como LALIA.
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07 junio 2017
CÉSAR-JAVIER PALACIOS Conoce el olivo mágico de Saramago en Lanzarote
El escritor portugués José Saramago amaba los árboles. Aunque quizás no tanto como su abuelo materno Jerónimo Melrinho, pastor de cerdos en la pequeña villa de Azinhaga. Fue a él a quien dedicó su discurso de aceptación del premio Nobel ante la academia sueca. Un memorable texto que empieza así:
“El hombre más sabio que he conocido en toda mi vida no sabía leer ni escribir”.
De él aprendió de niño mil historias y leyendas, escuchándole en las largas noches de verano que pasaban juntos durmiendo bajo la gran higuera de la huerta, mirando a las estrellas.
Jerónimo, pastor y contador de historias, al presentir que la muerte
venía a buscarlo se despidió de los árboles de su huerto uno por uno,
abrazándolos y llorando porque sabía que no los volvería a ver. Saramago, pensador sublime y contador de historias, plantó árboles en su casa de Lanzarote (A Casa / La Casa) para no olvidarse nunca de su abuelo. Ni de su Portugal natal. En una maceta acurrucada entre sus piernas trajo en el avión un joven brinzal de olivo
nacido en el Alentejo. Lo plantó en el jardín, en un lugar
privilegiado desde donde se disfruta de unas maravillosas vistas hacia
el mar tranquilo, la isla de Lobos y la lejana Fuerteventura. No sabía
si prosperaría en esa tierra lejana, volcánica, pero contra todo
pronóstico el árbol arraigó. En cuanto creció un poco instaló a su
lado una silla. Bajo la fresca sombra del olivo se pasaba las horas
muertas, meditando, mirando, sintiendo.
A seis años de su muerte, ves ahora la silla vacía,
el árbol, el mar naciente y sientes un escalofrío aún mayor que cuando
entras en su biblioteca. Seguramente por tratarse de un ser vivo,
testigo mudo de las ensoñaciones del literato.
“Para él era un árbol muy especial, pues sus raíces simbolizan a su
familia y de dónde viene, pero también su deseo de quedarse en esta
tierra”, me comenta el director de la Casa Museo y cuñado del literato,
Javier Perez F. -Figares. “Amaba mucho este jardín”. En él plantó luego
otros dos olivos, pero uno de ellos, de origen andaluz, salió literalmente volando, arrancado por los vientos huracanados de la tormenta tropical Delta de 2005.
La historia parece salida de una de sus novelas, pero es real. También
plantó una higuera, como la de su abuelo, que apenas ha crecido en estos
años. Y un algarrobo, cuyas vainas son muy nutritivas para las piaras
de cerdos, imagen que nos lleva otra vez a su Azinhaga natal.
Recogiendo el testigo de amor por estos árboles que Saramago dejó, explican en la Fundación,
“se ha considerado que un olivo, tal vez éste, sea la
imagen del complejo que es la casa y la biblioteca del escritor: el
olivo es símbolo de paz y de sabiduría, ramas verdes que son letras
sobre el negro de la tierra volcánica. Es Lanzarote, es Azinhaga, es
Portugal, es Saramago”.
Pasear por la casa donde Saramago escribió “Ensayo sobre la ceguera”
es una sensación única, como lo es ver su despacho y su cama. Pero tocar
las ramas del olivo que acariciaron sus ideas resulta algo impagable.
Bajito y redondo para poder adaptarse a la fuerza de los vientos
alisios, no trates de abrazarlo. Saramago tampoco lo hizo nunca. Como él mismo explicó una vez en una entrevista, despedirse del mundo al estilo de su abuelo no iba a ser posible.
Yo no me veo levantándome de la cama, suponiendo que
estoy en las últimas, levantarme para ir y repetir lo que ha hecho mi
abuelo, porque repetirlo sería insultar su memoria.
Isla Negra tiene a Neruda y Cadaqués a Dalí. Lanzarote es más
afortunada; tiene a César Manique y a José Saramago. Pero lo ignora.
La isla recibió el año pasado cerca de tres millones de turistas. Sin
embargo, apenas un puñado de ellos visitaron la maravillosa Casa Museo
del escritor luso. ¿La razón? Intenta localizarla. Misión imposible.
Ni aún con gps es fácil. Entre otras razones, porque no hay ni una sola
señalización en la isla que te informe de su cercanía y te facilite la
llegada. A los responsables del Cabildo y del Ayuntamiento ya les vale.
Hay que entrar en la zona de chalés de Tías, buscar el ayuntamiento y
seguir hacia abajo entre un dédalo de urbanizaciones para dar
finalmente con la rotonda dedicada al escritor de Todos los nombres, en este caso sólo uno, un árbol (el olivo) con forma de J y S: José Saramago. El hombre que amaba los árboles.
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05 junio 2017
DOMINGO MARCHENA, en "La Vanguardia" Barcelona tiene 1,4 millones de árboles, su mejor aliado contra la contaminación
Hojas de plátanos arremolinadas en el suelo por la fuerza del viento, en Pedralbes (Àlex Garcia / LVE)
Barcelona tiene 1,4 millones de árboles, según un recuento aproximado hecho público por el Ayuntamiento. La cifra incluye por primera vez todos los árboles y palmeras de calles, plazas, jardines públicos y privados. También los de Montjuïc, las zonas boscosas de los Tres Turons y del parque natural de Collserola, el gran pulmón verde de la capital catalana.
Esta es una de las riquezas a veces más desconocidas de las ciudades.
Los árboles urbanos no sólo embellecen el asfalto, sino que ayudan a
hacer de nuestros barrios lugares menos sucios y con más calidad
ambiental. Actúan como pantalla acústica y atenúan el tráfico diario, ya
que disminuyen la reverberación que produce el sonido del tráfico en
las fachadas.
Pero, sobre todo, retienen el polvo y purifican el aire. Son el mayor filtro contra la contaminación. Estas son sólo algunas de las causas que justifican uno de los proyectos de más largo alcance del gobierno municipal de Barcelona,
que quiere planificar la gestión de este patrimonio natural durante los
próximos 20 años. La duración del proyecto no parece tan insólita si se
tiene en cuenta que la vida media de los árboles urbanos es de medio
siglo, como dijo el comisionado de Ecología, Frederic Ximeno,
durante la presentación del plan.
Barcelona se vanagloria de su amor por los árboles. La ciudad aprobó
en 1995 la Declaración de los Derechos del Árbol, “un elemento esencial
para garantizar la vida en la ciudad”. Los ejemplares urbanos tienen una
apasionante vida secreta y permiten que nuestras calles sean más
habitables y saludables, y menos calurosas en el ferragosto. Está claro que los árboles nos cuidan, pero la pregunta es: ¿cuidamos nosotros a los árboles?
Las ciudades son un entorno hostil. La necesaria
pavimentación urbana tiene como contrapartida la impermeabilización del
suelo, lo que dificulta la filtración de la lluvia. Si no llueve, malo; y
si llueve mucho después de un largo periodo de sequía, peor: aunque
puede ser muy beneficiosa en el campo, las precipitaciones en las
ciudades limpian las calles de aceites, gasolina y metales pesados...
pero el agua arrastra materiales contaminantes que perjudican los
espacios verdes.
A causa del asfalto, las aceras y la compactación de la tierra se
produce una disminución de los niveles de oxígeno del subsuelo. La
consecuencia directa es la asfixia de las raíces, las responsables de la
nutrición de estos seres vivos. Por si fuera poco, los alcorques
se empobrecen paulatinamente. En los núcleos urbanos, a diferencia de
en el campo, la madera muerta y las hojas se retiran del suelo, lo que
impide que la materia orgánica actúe como fertilizante.
Ailanto, un invasor
La lista de males no acaba ahí. Las arboledas urbanas reúnen a
veces ejemplares que se adaptan muy mal a las ciudades... o que se
adaptan demasiado bien y pueden llegar a convertirse en una especie
invasora, como el alianto. Este árbol de origen chino ha hecho
saltar las alarmas en Collserola, donde si no se frena su expansión
podría ser un peligro para “los espacios naturales” y convertirse en un
competidor voraz de especies autóctonas, como la encina o el pino blanco.
A estos y otros errores quiere poner solución el Plan Director del Arbolado de Barcelona 2017-2037. El proyecto tiene un subtítulo revelador: Árboles para vivir.
La alcaldía pretende que en los próximos cuatro lustros se mejore la
biodiversidad. No sólo se trata únicamente de plantar más árboles, sino
sobre todo de optar por ejemplares más funcionales y resistentes al
cambio climático.
Uno de los ejes de la campaña buscar evitar la proliferación de
monocultivos, entre cuyos ejemplares se propagan con mucha más facilidad
las enfermedades y las plagas. En 1992, la mitad de los árboles de
Barcelona eran plátanos (y no plataneros, como muchos los
llaman). En la actualidad son el 30% del total. Pero el objetivo es que
ni esta ni ninguna otra especie supere el 15%.
Los plátanos –algunos centenarios, como los que aparecen en la novela Expediente Barcelona, del añorado periodista y escritor Paco González Ledesma– seguirán
indisolublemente ligados a la imagen de la ciudad (y ocasionando
problemas de alergias por su polen). Pero cada vez deberán convivir con
el desembarco de otros familiares, como el árbol del fuego, las chitalpas, los tamarindos o los perales de Callery.
Estas especies se caracterizan, asegura el Ayuntamiento, “por su buen
desarrollo, la falta de problemas fitosanitarios y una buena adaptación
al entorno urbano”. Una cuidadosa elección de las nuevas plantaciones
es indispensable para la renovación del arbolado, pero no el único paso. La mala ubicación de los alcorques, a veces demasiado cerca de los edificios, obliga con excesiva frecuencia a podas drásticas,
como denuncia el informe municipal. Las podas, sostienen los expertos,
deberían ser las mínimas posibles y sólo de mantenimiento. El plan
también propugna sistemas de riego automatizado gota a gota para afrontar otro grave problema, el estrés hídrico.
La caída prematura de las hojas, en ocasiones en plena
primavera, como ocurre en especial con los plátanos, no refleja “el
símbolo perfecto del paso del tiempo”, como decía Virgilio. Se trata de
un mecanismo de autodefensa que evita la deshidratación: a menos hojas, menos necesidad de agua para las ramas.
Los técnicos del Ayuntamiento tendrán en cuenta para la selección de
nuevas especies incluso las previsiones que apuntan a un aumento de las
temperaturas y a una distribución cada vez más irregular de las lluvias.
“Qué triste es que la naturaleza hable y los hombres no la escuchen”,
decía Victor Hugo. Barcelona, replica el Ayuntamiento, necesita árboles.
Y no árboles cualesquiera, sino ejemplares fuertes y sanos “para
afrontar los retos del cambio climático”.
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03 junio 2017
ALEJANDRA MARTINS,
en BBC Mundo
El sorprendente valor de los árboles para combatir la contaminación en el aire de las ciudades
Los árboles "inhalan" gases contaminantes, y muchas partículas se pegan a sus hojas
Más del 80% de la
personas que viven en áreas urbanas del planeta donde se monitorea la
calidad del aire están expuestas a niveles de contaminantes que superan
los límites recomendados por la Organización Mundial de la Salud, OMS.
"La
contaminación del aire, debido a altas concentraciones de partículas
pequeñas y finas, es el mayor riesgo ambiental a la salud y causa más de tres millones de muertes prematuras a nivel global cada año", agrega la OMS.
¿Pueden
los árboles ser parte de la solución al problema? ¿Podría una fila de
venerables olmos, plátanos de sombra o pinos protegernos de la
contaminación?. El interrogante no es fácil de responder en detalle, pero dos científicos en Estados Unidos llevan años dedicados a indagar en esta incógnita. Y sus hallazgos son sorprendentes.
El riesgo de la contaminación
La necesidad de disminuir la contaminación en ciudades es imperiosa. "En la ciudades occidentales nos enfrentamos principalmente al problema de las partículas finas llamadas PM 2,5, o materia particulada cuyo diámetro es igual o menor a 2,5 micrones", dijo al programa Crowdscience de la BBC Frank Kelly, profesor de salud ambiental en Kings College, en Londres.
Según Kelly, el principal riesgo es que esas partículas son las que penetran profundo en los pulmones.
Un paraguas contra la contaminación. Pero es crucial saber qué especies plantar.
Otro problema particularmente grave en Europa es el del dióxido de nitrógeno que proviene principalmente de los vehículos diésel.
"Cuando
la contaminación es mayor, las personas con un historial o enfermedad
crónica requerirán más medicamentos, pero incluso las personas
saludables sufrirán las consecuencias", dijo Kelly.
La contaminación ha sido relacionada por diferentes estudios en los últimos años a un mayor riesgo de enfermedades al corazón, cáncer, accidentes cerebrovasculares y demencia. Dado el enorme riesgo de la contaminación para la salud, ¿qué impacto pueden tener los árboles?
Árboles que "inhalan" la contaminación
Kamran Abdollahi es
profesor de ciencias forestales urbanas en el Centro de Agricultura y
Extensión del Sur en Baton Rouge, Luisiana, en Estados Unidos.
Las coníferas, como esta secuoya roja, tiene hojas
todo el año. Y sus hojas con cera facilitan la adherencia de partículas
Con sus monitores portátiles, Abdollahi ha
registrado niveles de dióxido de nitrógeno de 120 partes por billón en
avenidas y 100 partes por billón bajo los árboles, lo que sugiere un
impacto positivo de la vegetación. Los árboles extraen contaminantes en dos formas principales, según explicó a Crowdscience de la BBC David Nowak,
quien ha venido investigando su impacto en las ciudades durante más de
20 años y trabaja con el Servicio Forestal de Estados Unidos en
Siracusa, en el estado de Nueva York.
"O bien incorporan gases y contaminantes a través de las estomas en sus hojas o capturan partículas en la superficie de sus hojas". Los estomas son los poros o aberturas regulables en la epidermis de las hojas de las plantas.
"Es lo mismo que los seres humanos, que o bien inhalan partículas o las captan en su ropa", agregó Nowak. Y durante el día los árboles también evaporan agua reduciendo la temperatura del aire.
Hojas pegajosas
¿Cuando los árboles extraen los contaminantes, qué hacen con ellos?
"Los gases ingresan al interior de las hojas donde hay mucha agua. Muchos gases se disuelven y cambian de estado y funcionan como fertilizante. Las plantas necesitan nitrógeno y azufre", señaló Nowak. En el caso del ozono, que es altamente reactivo, puede dañar las hojas de los árboles.
"En el caso de las partículas básicamente se adhieren al exterior de las hojas. La cantidad de partículas extraídas del aire de esta forma dependerá de cuán pegajosas y cuán grandes sean las hojas".
Pero
estas partículas no se quedan sobre la superficie de la hoja para
siempre, según el científico estadounidense. A veces el viento vuelve a
suspenderlas en el aire, o en días de lluvia se disuelven y entran al
sistema del suelo.
Pinos y olmos
Lo ideal es que el árbol que se seleccione para una ciudad tenga muchas hojas y sea de gran tamaño, según Nowak. "Quieres que haya un gran intercambio de gases no sólo para extraer la contaminación sino para reducir la temperatura". Las coníferas tienden a ser mejores en remover partículas porque tienen hojas todo el año y están recubiertas de cera, por lo que las partículas tienden a adherirse, de acuerdo al investigador del Servicio Forestal estadounidense.
Y en cuanto a los árboles de hojas caducas una de las mejores especies es el olmo, porque tienen hojas con un textura rugosa que es buena para captar partículas y además emiten menos compuestos orgánicos volátiles.
Estos
compuestos son los que dan, por ejemplo, su aroma a los pinos, pero
pueden reaccionar con otras sustancias e incrementar los niveles de
ozono.
Para Nowak, tal vez más importante que saber cuál es la especie ideal para combatir la contaminación es preguntar cuál es el paisaje ideal.
"A lo largo de calles y avenidas es bueno es bueno enmarcar estas vías con filas de árboles, lo que desvía las partículas hacia arriba e impide que muchas se trasladen a las aceras donde camina la gente".
Pero
en espacios muy cerrados, en que a veces se planta árboles a ambos
lados de la calle cuyas copas se tocan formando un arco, "puede ser que
se invierta el efecto y se atrape la contaminación".
"Impiden muertes"
Nowak estima que los árboles retiran típicamente menos del 1% de la contaminación. Pero el porcentaje puede llegar en algunos casos al 15%.
Puede parecer poco, pero estamos hablando de toneladas de partículas.
Más del 80% de la personas que viven en áreas
urbanas del planeta donde se monitorea la calidad del aire están
expuestas a niveles de contaminantes que superan los límites
recomendados por la Organización Mundial de la Salud
"A nivel general encontramos que los árboles en las ciudades de Estados Unidos impiden 850 muertes al año y más de 670.000 casos de episodios respiratorios agudos".
Por
su parte, Abdollahi utiliza una gran caja de metal donde coloca árboles
que selecciona al azar. Luego bombea en la caja todo tipo de
contaminantes y un tubo extrae el aire hacia un monitor. El
científico halló que los robles nativos de Luisiana son particularmente
resistentes y sus hallazgos han influenciado la selección de especies
realizada por Baton Rouge Green, una ONG que ya ha plantado unos 5.000
árboles en la ciudad.
El increíble valor de un plátano de sombra
Nowak
también calcula el beneficio económico que representan los servicios
prestados por los árboles al combatir la contaminación.
Para ello desarrolló una aplicación, iTree, que ya está siendo usada en Londres por la organización Treeconomics, que estima el valor de los árboles en zonas urbanas.
Keith
Sacre, de Treeconomics, invitó a la BBC a visitar a un venerable
habitante de la capital británica, que ha vivido allí durante cerca de
200 años. En la céntrica plaza Berkeley Square, un enorme plátano regala a Londres su solidez y su radiante presencia noble y protectora.
Ese plátano aporta a la ciudad, según Sacre, servicios que equivalen a más de US$900.000 en términos de combate a la contaminación y disminución de temperatura.
Así que la respuesta es, "SÍ".
Es
indudablemente beneficioso plantar árboles en las ciudades para
combatir la contaminación, además de las ventajas que ofrecen en
términos del bienestar mental derivado del contacto con la naturaleza.
Plantar árboles en la ciudades sí disminuye la contaminación, pero la respuesta no es simple. Las
especies deben ser seleccionadas con cuidado. Y si queremos que los
árboles extraigan la mayor cantidad de contaminantes, debemos recordar
que el tamaño es una variable crucial.
(...) Los árboles urbanos, que a veces sólo valoramos por su sombra o porque dan un toque de color al asfalto urbano, son un elemento esencial para la ciudad. Estos pueden ayudar a mitigar algunos de los impactos negativos de la urbanización, y así hacer que las ciudades sean más resistentes a estos cambios (...)
Diagonal Barcelona
Un árbol grande puede absorber hasta 150 kg de CO2 al año, por lo tanto son de gran importancia en una ciudad donde la contaminación suele ser una problemática importante. Los árboles pueden mejorar la calidad del aire, haciendo de las ciudades lugares más saludables.
Además, y en la misma línea que en el punto 1, los árboles grandes son excelentes filtros para contaminantes urbanos y partículas finas. Absorben gases contaminantes como monóxido de carbono, óxidos de nitrógeno, ozono y óxidos de sulfuro. También filtran partículas finas como polvo, suciedad o humo del aire atrapándolos sobre las hojas y la corteza.
Los árboles juegan un papel importante en el aumento de la biodiversidad urbana, proporcionando a las plantas y animales un hábitat, alimento y protección.
La ubicación estratégica de los árboles en las ciudades puede ayudar a enfriar el aire entre 2 y 8 grados Celsius, reduciendo así el efecto de “isla de calor” urbano, una acumulación de calor por la inmensa mole de hormigón, y demás materiales absorbentes de calor.
Las investigaciones demuestran que vivir cerca de los espacios verdes urbanos y tener acceso a ellos puede mejorar la salud física y mental, por ejemplo disminuyendo la tensión arterial alta y el estrés. Esto, a su vez, contribuye al bienestar de las comunidades urbanas.
Los árboles maduros regulan el flujo del agua y desempeñan un papel clave en la prevención de inundaciones y en la reducción de riesgos de desastres naturales. Un perennifolio o árbol maduro de hoja verde permanente, por ejemplo, puede interceptar más de 15 000 litros de agua al año.
La colocación correcta de los árboles alrededor de los edificios puede reducir la necesidad de aire acondicionado en un 30% y reducir las facturas de calefacción en invierno entre un 20 y 50 por ciento.
Los árboles pueden contribuir al aumento de la seguridad alimentaria y nutricional local, proporcionando alimentos como frutas, frutos secos y hojas tanto para el consumo humano como para el forraje. Su madera, a su vez, se puede utilizar para cocinar y calentar.
Central Park NY
La planificación de paisajes urbanos con árboles puede aumentar el valor de una propiedad en un 20 por ciento y atraer turismo y negocios.
Después de enumerar todas estas ventajas, la FAO concluye que una ciudad con una infraestructura verde bien planificada y bien manejada se vuelve más resistente, y sostenible. A lo largo de su vida, los árboles pueden proporcionar un paquete de beneficios que vale dos o tres veces más que la inversión en plantación y cuidado.