02 diciembre 2008

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ - Árboles hombres

JUAN RAMÓN JIMÉNEZ (Huelva, 1881-1958)
Árboles hombres

Ayer tarde
volvía yo con las nubes
que entraban bajo rosales
(grande ternura redonda)
entre los troncos constantes.

La soledad era eterna
y el silencio inacabable.
Me detuve como un árbol
y oí hablar a los árboles.
El pájaro solo huía
de tan secreto paraje,
sólo yo podía estar
entre las rosas finales.

Yo no quería volver
en mí, por miedo de darles
disgusto de árbol distinto
a los árboles iguales.

Los árboles se olvidaron
de mi forma de hombre errante,
y, con mi forma olvidada,
oía hablar a los árboles.

Me retardé hasta la estrella.
En vuelo de luz suave
fui saliéndome a la orilla,
con la luna ya en el aire.

Cuando yo ya me salía
vi a los árboles mirarme.
Se daban cuenta de todo,
y me apenaba dejarles.

Y yo los oía hablar,
entre el nublado de nácares,
con blando rumor, de mí.
Y ¿cómo desengañarles?

¿Cómo decirles que no,
que yo era sólo el pasante,
que no me hablaran a mí?
No quería traicionarles.

Y ya muy tarde, ayer tarde,
oí hablarme a los árboles.
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LEOPOLDO PANERO - A un pino de Guadarrama

LEOPOLDO PANERO (Madrid, 1909-1962)
A un pino de Guadarrama
(fragmento)

Mi vano afán persigue
un algo entre los bosques.
L. Cernada


Alto pino dorado,
cumbre rota del viento,
mojando tus raíces
cerca del cauce seco,
entre las piedras frías
del Guadarrama yerto.
Aún tus ramas conservan
la memoria y el vuelo
de las hondas nevadas
y los blancos inviernos,
de las crudas ventiscas
y los aires desiertos
que las cimas desatan
en anchura de espliego
hacia el gris horizonte
resbalado en el suelo.
Alto pino que brotas
sobre el vasto silencio
de la cumbre desnuda
por donde cruza el eco
impasible del águila
tras el azul sereno
de la montaña virgen
íntima de romero.
Alto pino dorado,
fino, fragante, trémulo
de sombra y de pureza,
solitario y derecho
pino de la montaña,
cerca de Dios y lejos
de la costumbre humana,
en el fanal envuelto
de la nieve más pura,
de la nieve del puerto.

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01 diciembre 2008

LUIS DE GÓNGORA - Soneto XXXI

LUIS DE GÓNGORA (Córdoba, 1561-1627)
Soneto XXXI


Gallardas plantas, que con voz doliente
al osado Faetón llorastes vivas,
y ya, sin envidiar palmas ni olivas,
muertas podéis ceñir cualquiera frente,

así del Sol estivo al rayo ardiente
blanco coro de náyades lascivas
precie más vuestras sombras fugitivas
que verde margen de escondida fuente,

y así bese (a pesar del seco estío)
vuestros troncos (ya un tiempo pies humanos)
el raudo curso deste undoso río;

que lloréis (pues llorar sólo a vos toca,
locas empresas, ardimientos vanos),
mi ardimiento en amar, mi empresa loca.


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DIEGO HURTADO DE MENDOZA (Guadalajara, 1503-1575)
Coxante

A aquel árbol que mueve la foxa
algo se le antoxa.

Aquel árbol del bel mirar
que face de maniera flores quiere dar:
algo se le antoxa.

Aquel árbol del bel veyer
face de maniera quiere florecer:
algo se le antoxa.

Face de maniera flores quiere dar:
ya se demuestra: salidlas mirar:
algo se le antoxa.

Face de maniera quiere florecer:
ya se demuestra; salidlas a ver:
algo se le antoxa.

Ya se demuestra; salidlas mirar.
Vengan las damas las fructas cortar:
algo se le antoxa.

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LUIS CERNUDA - El magnolio

LUIS CERNUDA (Sevilla, 1904-1963)
El magnolio

      Se entraba a la calle por un arco. Era estrecha, tanto que quien iba por en medio de ella, al extender a los lados sus brazos, podía tocar ambos muros. Luego, tras una cancela, iba sesgada a per­derse en el dédalo de otras callejas y plazoletas que componían aquel barrio antiguo. Al fondo de la calle sólo había una puertecilla siempre cerrada, y parecía como si la única salida fuera por encima de las casas, hacia el cielo de un ardiente azul.
      En un recodo de la calle estaba el balcón, al que se podía tre­par, sin esfuerzo casi, desde el suelo; y al lado suyo, sobre las tapias del jardín, brotaba cubriéndolo todo con sus ramas el inmenso magnolio. Entre las hojas brillantes y agudas se posaban en primavera, con ese sutil misterio de lo virgen, los copos neva­dos de sus flores.
      Aquel magnolio fue siempre para mi algo más que una her­mosa realidad: en él se cifraba la imagen de la vida. Aunque a veces la deseara de otro modo, más libre, más en la corriente de los seres y de las cosas, yo sabía que era precisamente aquel apar­tado vivir del árbol, aquel florecer sin testigos, quienes daban a la hermosura tan alta calidad. Su propio ardor lo consumía, y brota­ba en la soledad unas puras flores, como sacrificio inaceptado ante el altar de un dios.
Placa a Luis Cernuda en la calle Judería de Sevilla

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