10/29/2021

LOURDES NAVARRO (Las Palmas, 1988)
"El árbol que crecía en mi pared"


Cómic nominado en los premios del 37 Cómic Barcelona como Mejor Cómic Infantil y Juvenil.

Cuando un problema crece sin control, puede invadir toda nuestra vida… Mucho sabe de esto Mike, un chico que en casa no para de escuchar a sus padres discutir y en el instituto parece invisible, salvo para los matones de clase, que lo insultan e incluso alguna vez lo han agredido… No tiene a nadie con quien hablar ni que le haga compañía y, como consecuencia, es un chico taciturno y solitario. Y todo se complica cuando, en el peor momento, nace un árbol en mitad de la pared de su cuarto.  

Un ejercicio narrativo certero sobre cómo, a través de la fantasía juvenil, se pueden tratar problemáticas familiares sin recurrir a clichés sociales ni moralina.

Biografía de la autora: Nace en Las Palmas de Gran Canaria (1988). Pronto ya comienza esa afición por el dibujo que perdura hasta hoy y que le hace estudiar Ilustración y Diseño Gráfico en la Escuela de Arte y Superior de Diseño de Gran Canaria. Empieza a trabajar en publicidad en unos años que compagina con la realización de pequeños cómics para concursos hasta que se muda a Madrid. Allí empieza sus estudios de cómic en la Escuela de Dibujo Profesional (ESDIP), mientras trabaja en proyectos de ilustración de carácter infantil. Poco después, publica su primer cómic junto a Marc Tinent, Viejos Descubridores (Evolution cómics-Panini Cómics, 2017). A día de hoy, continúa trabajando en el mundo del cómic y espera que por mucho tiempo.

Ficha técnica

  • Título: El árbol que crecía en mi pared
  • Autor: Lourdes Navarro
  • Editorial: Sallybooks
  • Temática: Cómic | Desarrollo personal | Ficción
  • Formato: Tapa dura
  • Nº Páginas: 76
  • Tamaño: 20 x 26 cms.
  • ISBN: 978-84-17255-08-4
  • Fecha de publicación original: 12 de noviembre de 2018
  • Precio: 14€ (envío gratis en la web de Sallybooks)

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10/25/2021

El petirrojo, sembrador de árboles

IGNACIO ABELLA MINA (Vitoria, 1960)
El petirrojo

Como otros pájaros de nuestras latitudes, el petirrojo es sedentario o nómada, ya que unos permanecen siempre en el mismo lugar y otros marchan para nidificar y pasar el verano en regiones más norteñas y países del Este (incluida la taiga rusa y países escandinavos), y regresan de nuevo a los territorios invernales.
     El gran ornitólogo, Alfredo Noval, nos describió la proeza anual de esta emigración que arriba a las costas cantábricas todos los otoños. Así (nos contaba) un petirrojo puede salir del puerto de Brest (en Bretaña) al atardecer de un día cualquiera de septiembre u octubre, y emprender un azaroso vuelo nocturno a casi un kilómetro de altitud y a una velocidad de unos 45 kilómetros por hora, para llegar a la costa cantábrica a primeras horas de la mañana. Ciertamente, estos petirrojos llegan al límite de sus fuerzas, pero encuentran, en los bosquecillos y en los setos, las despensas del bosque repletas de frutillos… de acebo y espino albar, de tejo y de saúco, zarzamora, zarzaparrilla, mirto, evónimo, pudio…

     Prácticamente la totalidad de los frutos silvestres sirven para alimentar al petirrojo, que contribuye eficazmente a la diseminación de todos ellos y, por tanto, a la creación de boques y setos de una gran diversidad, que serán el hogar y despensa de las futuras generaciones de estos pájaros. Algunas semillas como las del aladierno, no solo recurren a las aves o mamíferos para su diseminación, sino que han desarrollado estrategias más elaboradas que les permiten un doble viaje con transbordo. Una vez que los pájaros han comido el fruto y defecado la semilla, ésta está provista de una reserva adicional de sustancias nutritivas oleaginosas, llamada oleosoma, que atrae a las hormigas. La transportan así a los hormigueros, donde comen este oleosoma, dejando la semilla desnuda y aún más lejos, dispuesta para germinar.
     En el bosque, la cooperación es siempre un plus de eficacia y supervivencia y podemos decir, en justa reciprocidad, que si los árboles alimentan y albergan a los pájaros, los pájaros alimentan y siembran los bosques.

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10/21/2021

Welwitschia mirabilis

ALBERTO QUERO, en "El País"
Welwitschia, la genética revela los secretos de la planta que roza la inmortalidad

Un ejemplar de Welwitschia en el desierto de Namib, en Namibia, en 2016- MICHAEL SCHWAB 

Cuando el director del Real Jardín Botánico de Kew de Londres entre 1865 y 1885, Joseph Dalton Hooker, vio por primera vez un ejemplar de welwitschia no pudo contenerse: “Sin duda, es la planta más maravillosa que se ha traído nunca a este país y una de las más feas”

     Esta especie, descrita formalmente por primera vez en 1863, ha sido objeto de controversia casi desde su descubrimiento. Se conoce que es capaz de aguantar durante miles de años en unas durísimas condiciones de vida, lo que la convierte en la planta más longeva del planeta. Pero un reciente análisis genético publicado en Nature Communications ha permitido conocer nuevos datos de esta curiosa especie.
     El genoma duplicado de esta especie hace que algunos de sus genes puedan dedicarse a tareas que no entran dentro de sus funciones. Además, esta planta puede activar ciertas proteínas para protegerse de las condiciones extremas donde viven y tiene un crecimiento lento pero sostenido a lo largo de toda su vida.
     La welwitschia es un ser vivo que habita en la parte noroeste de Namibia y suroeste de Angola. A pesar de estar geográficamente cerca de la costa, estas zonas son desérticas y el nivel anual de precipitaciones es inferior a los cinco centímetros cúbicos. Su forma también es muy característica, ya que cuenta únicamente con dos hojas que cada año pueden crecer entre 10 y 13 centímetros, pero de forma indefinida, es decir, son dos únicas hojas que crecen continuamente. Conforme van creciendo, los extremos de las hojas se desmenuzan y se enroscan entre sí, lo que en ocasiones le confiere un aspecto similar al de un pulpo.
     El análisis del genoma de la welwitschia señaló que esta planta tiene todos sus genes por partida doble, lo que los expertos llaman “redundancia genética”. Andrew Leitch, investigador de la Universidad Queen Mary de Londres y uno de los autores del estudio, explica que esta duplicidad, con el paso de millones de años, ha permitido a estos genes dedicarse a tareas parcialmente diferentes a las que les corresponden: “Las copias duplicadas pueden asumir nuevas funciones y hacer cosas nuevas, que serían imposibles si solo hubiera una versión del gen. Tales adaptaciones han impulsado la evolución de las plantas”. Así por ejemplo, los investigadores creen que las hojas son capaces de absorber parte de la humedad de la niebla que se produce a primera hora de la mañana.

Conforme van creciendo las hojas, los extremos se desmenuzan y se enroscan entre sí, lo que en ocasiones le confiere un aspecto similar al de un pulpo

     El origen de esta duplicidad se produjo hace aproximadamente unos 86 millones de años y fue provocada por el estrés de estar sometidas constantemente a unas condiciones ambientales extremas (de temperatura, radiación ultravioleta, salinidad, etcétera). Ante esta amenaza constante, la welwitschia siempre tiene sobreactivadas una serie de proteínas que le permiten mantener a raya el estrés provocado por estas condiciones. Leitch lo explica con un ejemplo culinario: “Cuando se pone un huevo en agua caliente, las proteínas del huevo se desnaturalizan y la clara se endurece. Esta desnaturalización es un problema para las plantas y los animales que viven en condiciones de calor extremo, y la welwitschia activa ciertos genes para evitar que esto ocurra”.
     Además, a diferencia del resto de las plantas, el crecimiento de la welwitschia no se produce en los extremos de las hojas, sino en su base. Esta zona está fuertemente protegida por dos labios de leña, que se encargan de cubrir el meristema basal, la parte que suministra las nuevas células. Esta especie de bulbo está formado por tejido prácticamente embrionario, aún poco diferenciado, que va transformándose en tejido para las hojas a un ritmo muy lento. Mientras este bulbo está vivo, la planta nunca deja de crecer. De hecho, su nombre en afrikáans (una lengua que se habla en el cono sur de África) es tweeblaarkanniedood, que literalmente significa “dos hojas que no pueden morir”. Tanto es así que los investigadores tuvieron que comprobar la edad de algunos ejemplares mediante la prueba del carbono-14, que se utiliza para datar restos fósiles. Los resultados confirmaron que algunos individuos tenían más de 1.500 años de antigüedad.
     Leitch considera que este descubrimiento puede ser clave a medio-largo plazo para la supervivencia de nuestra propia especie. “Identificar genes que permitan sobrevivir en condiciones hostiles será útil cuando busquemos cultivar en zonas cada vez más marginales del planeta, algo que tendremos que hacer para alimentar a los 9.000 millones de personas que seremos dentro de 50 años con una dieta de alto nivel, además de encontrar espacio para los biocombustibles. Todo ello en un contexto de cambio climático y cambios en las precipitaciones y las temperaturas”, asegura.
     Sobre esta posible aplicación, Alfonso Blázquez, investigador y profesor del departamento de Biología de la Universidad Autónoma de Madrid que no ha participado en el estudio, tiene algunas dudas. “Sobreexpresar solo uno o dos genes en cultivos comerciales probablemente no consiga el mismo efecto, porque esta planta tiene un montón de genes de protección activados a la vez, aunque a lo mejor sí que adquieren algún tipo de resistencia mayor al calor o a la falta de humedad. Eso puede ser una aplicación intermedia que hay que investigar”, considera.

Otro artículo sobre la Welwitschia 

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10/17/2021

Takahashi en Saitama 3, el cronista de Japón (012 y 053)

TAKAHASHI HIROSHI (Yamagata, 1960)
El kominekaede del templo de Saizenji (prefectura de Saitama)

El follaje otoñal de los bosques japoneses pasa por ser el más bello del mundo. Esto se debe a la abundancia de especies latifolias de hoja caduca. Entre ellas, las más emblemáticas son las diversas especies de arce japonés, llamadas genéricamente momiji, palabra que se ha pasado a significar, por extensión, este bello fenómeno estacional. Los tonos que adquieren son especialmente atrayentes. No solo colorean montes y valles: armonizan de modo inimitable con santuarios y viejas casas.
     Por lo que se refiere a su tamaño, pocas especies alcanzan grandes dimensiones, siendo las principales el ichō (Ginkgo biloba), el keyaki (Zelkova serrata, especie de olmo) y los cerezos sakura. Los tonos más uniformes y llamativos los alcanza el ichō. Hay otros árboles cuyas hojas adquieren tonos parecidos y el amarillo del katsura (Cercidiphyllum japonicum) es desde luego espectacular, pero esta especie suele crecer en zonas recónditas de montaña y sus galas otoñales se extienden y retiran sin muchos testigos. Por el contrario, el ichō, que suele crecer en áreas habitadas, estamos acostumbrados a verlo en bulevares o como árbol sagrado en santuarios sintoístas. Es, pues, una presencia muy familiar para los japoneses. Las largas hileras de ichō situadas en los jardines de Meijijingū Gaien (Tokio), en el bulevar de Midōsuji (Osaka) y en otros muchos puntos próximos a zonas céntricas y comerciales congregan, ya bien entrado el otoño, a un gran número de visitantes. La forma en que las amarillas hojas van cubriendo los recintos de los santuarios sintoístas, parques y calles está entre los fenómenos que mejor transmiten a los japoneses la sensación de otoño.

Especie: KominekaedeAcer micranthum Sieb. et Zucc., familia Aceraceae, género Acer) ※Algunos lo consideran de la especie irohamomiji (Acer palmatum).
Dirección: Yokoze 598, Yokoze-machi, Chichibu-shi, Saitama-ken 368-0072
Perímetro del tronco: 3,8 m.       Altura: 7,2 m.          Edad: 600 años.
Designado Monumento Natural de la Prefectura de Saitama.
Tamaño ★★★   Vigor ★★★★    Porte ★★★★★      Calidad del ramaje ★★★★★
Majestuosidad ★★★★

        El templo de Saizenji es la octava escala en la ruta de los 34 Santuarios de Kannon de Chichibu y, como tal, recibe un gran número de visitantes. La trinidad budista venerada en el pabellón principal del templo se ha ganado la fe de quienes aspiran a tener una larga vida, siendo conocida desde tiempo inmemorial por el sobrenombre de Bokefūji (“Libradora de la senilidad”).
     La otra celebridad de este famoso templo es su árbol, un kominekaede (Acer micranthum Sieb. et Zucc, especie de arce japonés) cuyo encanto se renueva con cada estación de año, no aburriendo nunca al visitante habitual. Su ramaje tiene una envergadura de 18,9 m Norte-Sur y de 20,6 m Este-Oeste, con un perímetro de copa de 56,3 m, medidas que hacen de este ejemplar uno de los mayores de su especie en el país. En una entrega anterior de esta serie de artículos tratamos ya de este ejemplar (“El kominekaede del templo de Saizenji”), pero entonces lo presentamos en la primavera, cuando su corteza queda cubierta por una aterciopelada capa de musgo. No habrá que decir lo hermoso que es el intenso verde de sus hojas, pero es que el color del árbol se intensifica todavía más cuando la temporada de lluvias que sigue a la primavera lo recubre con un musgo siempre húmedo, lo que le da un aspecto inigualable. Como una verde alfombra, el musgo se extiende también a los pies del árbol, creando una atmósfera de misterio. Pues bien, en el mes de noviembre, ya en pleno otoño, sus hojas van tiñéndose de rojo, un nuevo acto de este drama, igualmente digno de verse. Conforme avanza el proceso, puede disfrutarse un bello degradé, pues con las hojas rojas van mezclándose otras amarillas. Pero el espectáculo continúa en invierno, porque en Chichibu no es raro que este traiga nieve, dándonos oportunidad de contemplar nuestro árbol embozado con su blanco manto. Nunca se cansa uno de mirar este famoso momiji de la región de Kantō. El mejor momento para verlo rojear es entre mediados de noviembre y principios de diciembre. Durante esta temporada el lugar siempre está lleno de visitantes que aspiran a disfrutar de alguna de las fases de su gradual transformación. Y el Saizenji no se acaba en este árbol. A principios del verano alcanzan su máximo esplendor las peonías y al llegar el otoño lo hace el kinmokusei (Osmanthus fragrans, olivo fragante). Estamos en el “Templo de las flores”, tal como se lo conoce, y no falta el mukuge (Hibiscus syriacus, rosa de Siria o altea) ni el sarusuberi (Lagerstroemia indica, árbol de Júpiter o lila de las Indias). No en vano el Saizenji ocupa el primer lugar entre los templos de la prefectura de Saitama incluidos en la lista de los 100 más floridos de la mitad oriental del país. Un templo para disfrutar a lo largo de todo el año.

Nº 012-053 -----