5/10/2022

JOSÉ LUIS NIEVES-ALDREY, Investigador científico del Museo Nacional de Ciencias Naturales (CSIC) 

Agallas de las plantas: ¿qué son y qué las produce?

Andricus kollari

Cualquiera que esté familiarizado con la naturaleza que nos rodea y sea amante de su observación en los paseos por nuestros campos y bosques conoce perfectamente que los frutos de los robles, encinas o alcornoques son las bellotas, y lo mismo ocurre con los escaramujos, los frutos rojizos que producen los rosales silvestres. Por eso, cuando en alguno de estos paseos se haya encontrado sobre dichas plantas extrañas formaciones de formas variadas, seguramente se habrá preguntado qué son y qué las produce, si no son frutos. La respuesta es que se trata de agallas vegetales, el resultado de una fascinante, compleja e íntima interacción entre la planta y un organismo inductor, que es casi siempre un insecto. Veamos como ocurre el proceso.
    
Una pequeña avispita, de apenas unos milímetros, se dispone a efectuar la puesta de sus huevos sobre una diminuta yema de un roble. Con el taladro de su ovopositor practica un orificio en el tejido de la planta e inocula los huevos hasta su interior; cuando los huevos eclosionan, una o varias larvas comienzan a alimentarse provocando una reacción profundamente compleja en los tejidos y fisiología de la planta que culmina en la formación de una agalla. La agalla no tiene una forma y estructura indiferenciada sino que está determinada específicamente por la especie de insecto que la induce, de modo que casi siempre el insecto se puede identificar por el tipo de agalla que produce: es decir, sólo provocará la formación de su agalla sobre un determinado tipo de planta y la agalla tendrá una forma y estructura muy reconocible para cada especie gallícola. La planta, que ha respondido a la acción del insecto, produce la agalla, pero es la larva de éste en su interior la que resulta beneficiada, al obtener alimento a través de la rica capa de tejido nutritivo que la rodea, además de protección frente a las condiciones ambientales y el ataque de predadores.

Andricus quercustozae verano
      Esta compleja interacción planta-animal que representa la formación de agallas, no es sino el resultado de la culminación, a través de sucesivas fases de complejidad, de una relación que ha surgido en la naturaleza muchas veces de modo independiente a lo largo de la historia evolutiva. De este modo hay muchos grupos de organismos capaces de inducir la formación de agallas en las plantas, desde algunos tipos de hongos, hasta ciertos ácaros, y dentro de los insectos, algunos coleópteros, lepidópteros, pulgones y psílidos forman agallas, pero los dos grandes grupos mayoritarios de insectos inductores de agallas son los mosquitos cecidómidos y las avispas inductoras de agallas, himenópteros de las familias Tenthredinidae y Cynipidae. Las especies de esta última familia, la de los cinípidos, de la que se conocen casi 140 especies en España y unas 1400 en todo el mundo, son responsables de la formación de las agallas morfológicamente más variadas y de mayor complejidad estructural de todo el amplio mundo de las agallas.
      Las agallas vegetales han llamado la atención del hombre desde antiguo, que las conocía y las recolectaba como remedios para algunas dolencias o enfermedades como diarreas, hemorroides o afecciones bucales, o para otros usos. Algunas de las agallas de los robles más comunes, sobre todo la agalla de Alepo de la región mediterránea, tienen alto contenido en taninos y por esta razón se han utilizado en el curtido de pieles y también en la fabricación de tinta. Se ha publicado que en las excavaciones efectuadas en Pompeya, sepultada por las cenizas del Vesubio, se encontraron restos de agallas de robles puestas a la venta en un mercado. Incluso se ha documentado el consumo para alimentación de ciertas agallas como las que produce una especie de cinípido sobre plantas de Salvia en el mediterráneo oriental, que son de fuerte y agradable aroma a limón.

Importancia ecológica 

      Las agallas vegetales tienen interés científico desde muchos puntos de vista, ya que en su formación ocurren procesos biológicos, fisiológicos, histológicos, genéticos y evolutivos, muy complejos y todavía mal comprendidos. Pero además tienen una gran importancia ecológica ya que representan un recurso que utilizan muchas otras especies para subsistir.

Baizongia pistaciae

     En este sentido, se puede hablar de la agalla como un ecosistema en miniatura del que dependen, además de la especie que induce la agalla, otras especies en distintos niveles tróficos: especies inquilinas, que viven en el tejido de la agalla, parasitoides e hiperparasitoides que viven a expensas de inductores e inquilinos, y un último nivel de sucesores que aprovechan la estructura de la agalla para albergarse o nidificar, entre los que se encuentran desde ciertas hormigas, avispas esfécidas, arañas, pequeños coleópteros y otras especies de insectos y ácaros. Todas estas especies están conectadas entre sí por medio de intrincadas redes tróficas, de ahí la importancia de este recurso como generadora de diversidad biológica y su importancia en conservación, ya que toda la red dependiente se vendría abajo si se eliminara el recurso que la sustenta.

Algunas especies llamativas y comunes en nuestros campos y bosques 

     En las especies de Quercus, quizás las más conocidas de todas sean las vulgarmente llamadas “bogallas” o “gallarones” en muchos de nuestras zonas rurales donde existen robledales o quejigares. Las causan dos especies de avispas de las agallas o cinípidos:

Diplolepis rosae

Andricus quercustozae (que produce la agalla más grande, reconocible por una corona de apéndice en la parte apical) y A. kollari, la especie productora de agallas esféricas más pequeñas, o “canicas” de los robles.  
     Estas dos especies pueden ser enormemente abundantes en ciertos años y en ciertas zonas, pudiéndose observar entonces árboles prácticamente cubiertos de agallas. Pero además de estas especies nuestros robles, encinas y alcornoques albergan muchas otras especies de cinípidos, formadores de agallas muy variadas en prácticamente cualquier órgano de la planta, desde las raíces hasta las partes aéreas, y en éstas, en yemas, ramitas, hojas, flores o frutos.

El peculiar ciclo biológico de las avispas de las agallas de los robles

      Las avispas de las agallas de los robles, que son las evolutivamente más complejas, poseen un interés añadido en virtud del peculiar ciclo biológico que presentan. Se trata de un ciclo con alternancia obligatoria de dos generaciones morfológicamente diferentes, una sexual compuesta de machos y hembras que se reproducen por vía sexual normal, y otra asexual integrada tan solo por hembras que se reproducen por partenogénesis. Estas dos generaciones además de diferenciarse entre sí, a veces profundamente, en las características morfológicas de los insectos, se distinguen por la morfología de las agallas que originan, ya que éstas son siempre distintas en las dos generaciones, aparte de que están por lo general situadas sobre diferentes órganos de la planta.

Pontania proxima

     Para comprender mejor este ciclo biológico podemos poner de ejemplo la especie Neuroterus quercusbaccarum que es relativamente frecuente en nuestros robles. Las agallas de la generación sexual son de forma esférica y aparecen en primavera sobre las hojas y los amentos. A finales de primavera comienza la emergencia de los insectos, machos y hembras, que están provistos de alas. Después de fecundadas, las hembras efectúan la puesta en las hojas comenzando la formación de otras agallas distintas, esta vez de forma lenticular, que comienzan a ser visibles en el envés de las hojas al final del verano y están plenamente desarrolladas en otoño. Estas agallas lenticulares caen al suelo al tiempo que las hojas y permanecen en el suelo todo el invierno. A finales del invierno o comienzos de primavera del siguiente año comienza a emerger de estas agallas otra generación que está formada sólo por hembras, que después de poner sus huevos sobre nuevas yemas vegetativas o florales producirán la aparición nuevamente de las agallas esféricas de la generación sexual, completando así un ciclo denominado heterogónico.

Agallas comunes en otras plantas

Neuroterus quercusbaccarum sexual

      En los rosales silvestres es frecuente la agalla conocida como “bedeguar” del rosal, también producida por un cinípido: Diplolepis rosae; esta agalla es grande, formando una masa cubierta de ramificaciones pelosas a modo de cabellera, por lo que no pasan desapercibidas.
En los sauces de nuestro ríos y riberas es fácil ver muchos tipos de agallas en las ramitas y en las hojas, inducidas por diversas especies de avispas porta-sierra (unos himenópteros de la familia Tenthredinidae) y de dípteros cecidómidos. Una de las más comunes son las de forma de habichuela inducidas por Pontania proxima en las hojas de las mimbreras.
      La cornicabra, un arbusto del género Pistacia, es atacada por muchas especies de pulgones que forman agallas. De las más llamativas son las de forma de cuerno de cabra inducidas por la especie Baizongia pistaciae y que dan nombre vulgar a la planta.
      Muchos otros árboles, arbustos y plantas herbáceas de nuestra flora presentan agallas inducidas por insectos, ácaros u hongos. Algunas son más o menos llamativas, pero la mayoría pasan desapercibidas por su pequeño tamaño o formarse en plantas o en órganos de las mismas que no son comunes o no son fácilmente observables. Su estudio y catalogación en nuestro país dista mucho de estar completado a pesar de ofrecer numerosos alicientes científicos.

Neuroterus quercusbaccarum asexual

(*) José Luis Nieves-Aldrey trabaja en taxonomía, biología y ecología de insectos himenópteros y, desde hace muchos años, especialmente en el estudio de las cecidias o agallas vegetales. (Todas las fotos: Jose Luis Nieves-Aldrey ©). 
Esta entrada tiene el permiso del autor

Descubrimiento de la agalla y ciclo biológico de Neaylax versicolor (Nieves-Aldrey) (Hymenoptera, Cynipidae): primer registro de un cinípido asociado a plantas papaveráceas del género Fumaria
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5/07/2022

Una picea de Sitka en la playa, del narrador de historias

TOMÁS CASAL PITA
En la playa de Kalaloch, estado de Washington, EE.UU.
      Las fotos de este árbol son de las que circulan por Internet, usadas como salvapantallas, y en listas de arboles milagrosos y cosas así; en ocasiones mezcladas con dibujos y fantasías varias y casi siempre tratadas con poco rigor. Casi todos la hemos visto en alguna ocasión, pero pocos sabrán algo de ella. 
     La imagen es real, se trata de un árbol que crece a la orilla del mar, en un pequeño acantilado de terreno blando, sobre una playa. A la poca consistencia del terreno, hay que unirle que nació sobre un pequeño afloramiento de agua que ayudó a ir lavándole el terreno bajo los pies y haciendo hueco para la entrada del agua del mar con ocasión de los grandes temporales que periódicamente afectan la zona. 
     La playa se llama Kalaloch (abajo en el mapa) y está dentro del denominado Parque Nacional Olímpico, en la costa del Pacífico en el estado de Washington en EEUU, y muy próxima a la frontera con Canadá. Durante años fue una zona muy remota, a la que era muy difícil llegar, pero en la actualidad tiene muy próximos una serie de hoteles, a los que se llega por la antigua Autopista Olympic Loop (hoy Autopista 101) y un acceso a la playa muy cerca del árbol para favorecer el turismo. El árbol, pese a que se suelen referir a él como abeto, en realidad es una pícea de Sitka (Picea sitchensis), una conífera que suele andar entre 50-70 m de altura. Es originaria de la costa oeste de América, desde el norte de California hasta Alaska, pero sólo en los 80 Km de la franja costera.
     La posición inestable del árbol, sujeto sólo por las raíces laterales, que deben sufrir una tensión enorme, ha supuesto una fuente de ingresos para la zona. No tiene un nombre oficial y se le denomina “el árbol de Kalaloch”, aunque también han dado en llamarle “el árbol de la vida”, supuestamente porque sólo por la magia se explicaría su supervivencia. Dejemos a los americanos con su turismo y que cada cual crea lo que quiera.
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5/04/2022

Un producto del árbol, el ámbar

ÁMBAR

El ámbar, succino o succinita (del latín succinum) -sólido amorfo-, es resina fosilizada de origen vegetal, proveniente principalmente de restos de coníferas y algunas angiospermas. Etimológicamente su nombre proviene del árabe عنبر, ámbar 'lo que flota en el mar', aunque originalmente se refería al ámbar gris, secreción biliar de los intestinos del cachalote. Presenta color naranja amarronado, aunque existen variedades amarillas, tono miel y verdosas. Puede ser transparente o translúcido. Está considerada como piedra semipreciosa, muy apreciada por su color y belleza natural desde el Neolítico. El ámbar es utilizado en joyería y como agente curativo en la medicina popular.
     Existen cinco clases de ámbar, definidas en base a sus componentes químicos. Su composición varía dependiendo del árbol del que proviene, aunque todos tienen terpenos, compuestos que son comunes en las resinas endurecidas.
    
En origen fue la resina de los árboles, fluido suave y pegajoso que fluye de los árboles, a veces envolviendo al caer, animales, plantas y demás desechos orgánicos o minerales. Los árboles producen la resina como una protección contra enfermedades e infestaciones de agentes externos (insectos, bacterias u hongos). Se endurece en zonas deltaicas de ríos, por polimerización en el interior de rocas arcillosas o arenosas y algunas veces calizas, asociadas, generalmente, a mucha materia orgánica, conservándose en su interior durante millones de años.
     En Europa el ámbar se formó a partir de la resina del Pinus succinifera y en América proviene de la leguminosa Hymenaea courbaril, conocida en Chiapas (México) como guapinol, y en Nicaragua, Cuba y República Dominicana como algarrobo, perteneciente al período geológico terciario.
     El primer lugar que se tiene registrado como fuente original del ámbar es la región del mar Báltico. La pieza de ámbar más antigua trabajada por el hombre data de hace 30.000 años y se encontró en Hannover, Alemania. En España está presente desde el Solutrense, Cueva de Altamira. En Europa se encuentra ámbar en España, Francia, Lituania, Polonia, Alemania, Letonia y Rusia, y en América Latina se encuentra en México, República Dominicana, Nicaragua y Colombia.

     En la Antigüedad se pensaba que el ámbar poseía propiedades místicas o mágicas, siendo utilizado por muchas culturas como un talismán o remedio medicinal. En Chiapas el ámbar aún se usa para proteger a los niños contra el «mal de ojo». Los griegos se percataron de sus propiedades eléctricas producidas al frotar el ámbar con paños, de ahí la etimología de la palabra electricidad que viene del griego ἤλεκτρον (élektron) que quiere decir ámbar.
     Hace 3000 a. C. el ámbar del Báltico ya era cambiado por las mercancías de la Europa meridional dando lugar a rutas de comercio que cruzaban Europa y terminaban en el lejano Oriente. Alrededor de 58 d. C., el emperador romano Nerón envió a un emisario romano en busca de este "oro del norte", regresando a Roma con cientos de libras.
     Aunque el ámbar se halla por todo el planeta, sólo existen veinte regiones susceptibles de explotación minera rentable. En la actualidad la mayor parte se extrae de la región báltica de Europa Oriental, la República Dominicana y en algunos estados de México.

Composición y formación
     El ámbar es heterogéneo en su composición, pero consta de varios cuerpos resinosos más o menos solubles en alcohol, éter y cloroformo, asociados a una sustancia bituminosa insoluble. El ámbar es una macromolécula por polimerización por radicales libres de varios precursores de la familia labdano. Estos labdanos son diterpenos (C20H32) y trienos, que equipan al esqueleto orgánico con tres grupos alqueno para la polimerización. A medida que el ámbar madura a lo largo de los años, se produce una mayor polimerización, así como reacciones de isomerización, reticulación y ciclación.
     Calentado a más de 200 °C (392 °F), el ámbar se descompone, produciendo un aceite de ámbar, y dejando un residuo negro que se conoce como «colofonia ámbar» o «tono ámbar»; cuando se disuelve en aceite de trementina o en aceite de linaza, este forma el «barniz de ámbar» o «laca de ámbar». 

     La polimerización molecular, que resulta de las altas presiones y temperaturas producidas por el sedimento suprayacente, transforma la resina primero en copal, etapa intermedia entre la resina y el ámbar. El calor y la presión sostenidos eliminan los terpenos y producen la formación de ámbar.
     Para que esto suceda, la resina debe ser resistente a la descomposición. Muchos árboles producen resina, pero en la mayoría de los casos este depósito se descompone por procesos físicos y biológicos. La exposición a la luz solar, la lluvia, los microorganismos (como las bacterias y los hongos) y las temperaturas extremas tienden a desintegrar la resina. Para que la resina sobreviva lo suficiente como para volverse ámbar, debe ser resistente a tales fuerzas o producirse en condicones que las excluyan.

Origen botánico
     Las resinas fósiles de Europa se dividen en dos categorías, la famosa ámbar del Báltico y otra que se asemeja al grupo Agathis. Las resinas fósiles de América y África están estrechamente relacionadas con el género moderno Hymenaea, mientras que se cree que el ámbar Báltico son resinas fósiles de plantas de la familia Sciadopityaceae que solían vivir en el norte de Europa. 

Atributos físicos
     La mayoría del ámbar tiene una dureza entre 2.0 y 2.5, un índice de refracción de 1.5-1.6, un punto de fusión de 250-300 °C y una gravedad específica entre 1.06 y 1.10. En el fondo del mar Báltico se encuentran grandes reservas de ámbar. Este mar tiene una salinidad de entre 6 y 18 gramos por litro, muy por debajo de los 35 gr del Atlántico, es pues agua salobre. Después de grandes tormentas, cuando las olas han removido el fondo, se puede encontrar en las playas y en la superficie de aguas poco profundas.

Inclusiones
     Los efluvios de resina en los árboles (succinosis) puede originar la formación de ámbar. Las impurezas están presentes, especialmente cuando la resina cae al suelo, por lo que el material puede ser inútil, excepto para la fabricación de barniz.
     La inclusión de ciertas sustancias puede hacer que el ámbar tenga un color inesperado. Las piritas pueden dar un color azulado. El ámbar huesudo debe su opacidad nublada a numerosas burbujas pequeñas dentro de la resina. Sin embargo, el llamado ámbar negro es en realidad solo un tipo de reacción.

     En muchas ocasiones, la resina, al escurrir sobre la corteza de troncos y ramas, llegó a atrapar burbujas de aire, gotas de agua, partículas de polvo, o pequeños seres vivos como plantas (orquídeas, musgos, líquenes, semillas y un sinfín de flores diminutas), hongos, insectos (hormigas, mosquitos, abejas, termitas, mariposas o libélulas), arañas, escorpiones, gusanos e incluso pequeños vertebrados, como lagartijas o ranas, que quedaron preservados como inclusiones fósiles deshidratadas, pero sin el encogimiento que normalmente causan las deshidrataciones, conservándose de tal forma que parte de su estructura celular y hasta fragmentos de su ADN pueden encontrarse en la actualidad.
      Estas inclusiones agregan no solo belleza a una pieza de ámbar, sino una gran cantidad de información de suma importancia para los científicos, pues de esta manera se tiene conocimiento de la vida de hace millones de años, disponiendo, incluso, de especies ya desaparecidas. Existen muestras de ámbar de gran valor desde el punto de vista paleoambiental, lo que permite que científicos reconstruyan un modelo de un ecosistema de hace milenios. El tamaño, el tipo de espécimen, su visibilidad, la cantidad y hasta la posición son factores importantes que intervienen en la evaluación de una inclusión.

La Cámara de Ámbar en el Palacio de Catalina es un ejemplo de la utilización extrema para decoración. Ver la historia de la Cámara de Ambar.

Fotos e Información de Internet

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5/01/2022

JAN MARTÍNEZ (Puerto Rico, 1954)
Cuando llegaron sus verdugos


Cuando llegaron sus verdugos
lo encontraron florecido
con ademán de vientre,
golpeáronlo despiadadamente
en su amoroso verde
y él de vez en cuando
soltaba un pájaro o gemía mariposas.
Nadie lloró cuando alargó
sus raíces, acariciando
aún con vida
la tierra cercana.
Y por el pasillo angosto,
a él, que era alto y ancho,
sacáronlo en tandas.
Sólo sus arterias sollozaron
cuando una brisa pasajera
le desarmó las últimas ramas.

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